Lo que el terremoto nos ha enseñado sobre la ayuda humanitaria.

1. Los empleos lo son todo.

Todos los seres humanos necesitan dinero, lo necesitan para comprar comida y agua cada día. Y por mucho que el gobierno o la industria humanitaria pongan todo su empeño, a la gente le faltarán las tres cosas hasta que tengan un trabajo.

El mundo prometió donaciones por valor de unos 10.200 millones de dólares (unos 7.700 millones de euros) en ayudas a la recuperación de Haití tras el devastador terremoto del 12 de enero. Imagine a cuánta gente podría dar empleo ese dinero poniéndola a trabajar en tareas como la retirada de escombros (sólo el 2 % de los cuáles han sido despejados hasta la fecha), la reconstrucción de edificios gubernamentales clave o plantando árboles en un país que sufre una deforestación casi completa. Y sin embargo, hasta el momento sólo se ha dado empleo a 116.000 personas de esta forma. Haití tiene 9,8 millones de habitantes, y al menos la mitad estaban desempleados incluso antes del terremoto. Si centráramos nuestros esfuerzos en la única tarea de conseguirles un trabajo —incluso si no hiciéramos nada más— la reconstrucción podría ser un éxito.

2. No hagas pasar privaciones al gobierno.

La comunidad internacional no sabe hacerlo mejor. La gente local sí. Las ONG como con la que tengo la suerte de trabajar no pueden reemplazar al Estado —como tampoco puede hacerlo Naciones Unidas ni nadie más. No tienen los suficientes conocimientos, y no van a permanecer en el país para siempre. Las ONG no se juegan tanto en la construcción de una comunidad como lo hacen sus propios habitantes. Y si se quiere que la ayuda funcione, no puede ser algo que se desmorone cuando los extranjeros se marchen.

En esto, casi todo el mundo está de acuerdo. Pero la labor de auxilio a Haití  se ha caracterizado por el enfoque opuesto. Las cifras económicas son las que cuentan la historia real: un mero 0,3% de los más de 2.000 millones de dólares en ayuda humanitaria prometidos por los principales donantes ha acabado en manos de las autoridades locales. Ese dinero difícilmente compensará el 20% de funcionarios que murieron en el seísmo.

Algunos donantes afirman que en el Gobierno haitiano abunda la corrupción y la mala gestión y que inyectarle dinero sólo empeorará las cosas. Pero necesitamos fortalecer el sector público, no debilitarlo. Y eso requerirá un presupuesto de trabajo. Resulta imposible ser transparente y hacer un seguimiento a tus presupuestos cuando careces de ordenadores, electricidad e incluso el personal para llevarlo a cabo. Hasta que el Gobierno tenga los recursos que necesita, Haití seguirá siendo la república de las ONG.

3. Dales motivos para regresar a casa.

AFP/Getty Images

Hoy, unos 1,3 millones de haitianos viven en tiendas de campaña en condiciones a menudo miserables —y no obstante nadie ha sido capaz de convencerles para que se reasienten. ¿Por qué no quieren irse? Porque no hay nada que les empuje a volver. Muchos de estos hombres y mujeres desplazados no tenían la propiedad de las casas que se derrumbaron a su alrededor; las alquilaban, y a menudo bajo condiciones muy desfavorables. Estaban endeudados con caseros sin escrúpulos. No tenían escuelas ni clínicas.

Tentarles para que regresen a casa significará proporcionarles precisamente aquello de lo que antes carecían: vivienda, educación y asistencia sanitaria. Irónicamente, los haitianos ahora disfrutan de algunas de estas cosas en los campamentos. Tienen refugio en las 69.700 tiendas distribuidas por los donantes; cuentan con kits de alimentos e higiene que ofrecen las ONG. Las tiendas de campaña podrían acabar convirtiéndose en hogares semipermanentes si esos servicios no existen también en ciudades, pueblos y aldeas.

 

4. A quien no malgasta no le falta.

Al menos la mitad del dinero de las ayudas probablemente nunca alcance a sus destinatarios, consumido por los gastos generales de funcionamiento; a menudo es incluso más. No conozco ningún otro negocio o empresa en el que esto sería una estrategia operacional aceptable. Y lo que es igualmente frustrante: a veces el dinero ni siquiera aparece. De las cantidades prometidas por los donantes para 2010, hasta el momento Haití ha recibido un mero 38% —732,5 millones de dólares— excluyendo la anulación de la deuda. Nueve meses después del desastre, no se ha desembolsado ni un centavo de la donación estadounidense para la reconstrucción del país, retenido en partidas que están inmovilizadas. Imagine intentar reorganizar un país devastado cuando tu presupuesto está a merced de caprichos políticos en tierras extranjeras.

5. La ayuda de emergencia es la parte fácil.

El auxilio en caso de desastre no es equivalente a reconstrucción. No se ha reconstruido Haití a pesar de dar a 1,1 millones de personas acceso a agua potable; no se ha rehecho el país con las 11.000 letrinas que se han instalado. “Construir de nuevo un Haití mejor” significa mantener esos progresos temporales y añadirles educación, asistencia sanitaria, servicios y buena gobernanza.

¿Qué es lo más importante para empezar? El crecimiento económico. Y no obstante es algo que apenas se menciona en los documentos o las estrategias de ayuda —aparece únicamente dos veces en el más reciente informe de la ONU, de 44 páginas. Un tipo de pobreza como la que fue revelada con tanta intensidad el pasado mes de enero no puede vencerse a menos que haya un futuro económico más prometedor para los millones de haitianos que están preparados para aprovecharlo.

 

Artículos relacionados