Un repaso a los resultados de las reciente elecciones en el país, la participación política de las mujeres marroquíes y el impacto de las lentas e insuficientes reformas.

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El líder del RNI y ministro de Agricultura, Aziz Akhannouch, da una rueda de prensa sobre los resultados en Rabat, Marruecos. Jalal Morchidi/Anadolu Agency via Getty Images

A pesar de las reformas y del aumento de la participación, las elecciones de Marruecos suponen muy pocos cambios sobre quién controla el auténtico poder.

Antes de las elecciones de septiembre, reinaban en el país la apatía y la desconfianza. La Covid-19 y sus repercusiones económicas eran recordatorios de que, al margen de a quién eligiera la gente para dirigir el país, el rey Mohamed VI es quien tiene las verdaderas riendas del poder, para bien o para mal.

Parece que la celebración simultánea de representantes locales, regionales y parlamentarios ha favorecido la participación, que ha mejorado respecto a las anteriores elecciones. En 2016 votó el 43 %, frente al 53 % el miércoles pasado. Es una participación escasa comparada con otros países, pero el aumento es respetable si se tienen en cuenta las restricciones por la pandemia que prohibían la difusión de panfletos y las reuniones de más de 25 personas. Da la impresión de que los esfuerzos de los partidos políticos para hacer campaña en Internet y entre la gente corriente también han contribuido.

Pero es indudable que la reforma electoral que más ha influido es el cambio en la manera de asignar los escaños del Parlamento: Marruecos es hoy el único Estado del mundo que lo hace basándose en el porcentaje respecto a los votantes registrados y no respecto a los votos emitidos.

Este sistema ha permitido la sonora derrota sufrida por el Partido Justicia y Desarrollo (PJD), de carácter islamista moderado, que gobierna desde las revueltas de la Primavera Árabe y obtuvo una mayoría relativa en 2011 y de nuevo en 2016. Se preveía que iba a perder aproximadamente un tercio de sus 125 escaños, pero el cálculo se quedó muy corto: con el 96 % de los votos contados, los islamistas solo habían conservado 12 escaños. Ya antes de la última reforma, el PJD nunca obtuvo mayorías cómodas que le permitieran gobernar sino que tuvo que formar coaliciones con partidos más pequeños.

Este último cambio ha permitido que más formaciones políticas, de los 31 que se presentaban, obtuvieran escaños en el Parlamento (395 en total), pero también significa que “matemáticamente, ningún partido puede sobrepasar los 100 escaños, lo que hace que sea muy difícil proclamar un vencedor claro”, según Rania Elghazouli, una investigadora residente en Rabat. Y, sobre todo, garantiza que el rey Mohamed VI tenga todavía más control mientras las coaliciones de pequeñas formaciones luchan entre sí.

Pese al proceso lento pero constante de reformas desde la aprobación de la Constitución marroquí en 2011, el Parlamento no ha conseguido instaurar cambios reales en el país. El mayor vencedor fue el socio de gobierno del PJD, el Reagrupamiento Nacional de Independientes (RNI), que en la anterior legislatura no tenía más que 37 escaños y en esta ha conseguido una mayoría relativa de 97. El RNI se fundó en 1978 y está compuesto por empresarios, tecnócratas y funcionarios. El partido se ganó a los votantes no solo por utilizar un eslogan que tenía eco entre ellos, “Merecéis algo mejor”, sino por redactarlo en el dialecto del Marruecos central (tamazight) en vez del árabe tradicional, en un acertado intento de conectar con la gente.

El líder del RNI es el multimillonario ministro de Agricultura, Aziz Akhannouch, íntimo amigo del rey y el segundo hombre más rico del país después de él. Según la revista Forbes, tiene una fortuna de 2.000 millones de dólares, que amasó en el sector energético, la banca, negocios inmobiliarios y empresas turísticas. En una entrevista reciente que concedió a medios marroquíes, Akhannouch dijo: “Las demandas de los ciudadanos giran en torno al bienestar social y la necesidad de duplicar el presupuesto del sector sanitario y adquirir una educación de calidad”.

El Partido de la Autenticidad y la Modernidad (PAM), monárquico, que hasta hora encabezaba la oposición con 102 escaños, ha perdido 20 y se ha quedado en 82. El partido conservador Istiqlal obtuvo 78 escaños.

Un Parlamento tan divido hace que se concentre todavía más poder en manos del rey, que designa como primer ministro a un diputado del partido que haya obtenido más votos. La opinión general es que será Akhannouch, pero necesitará construir una coalición de gobierno y un gabinete que el monarca debe asimismo aprobar. Además, el Palacio también controla el programa económico, a pesar de cualquier promesa que Akhannouch haya podido hacer.

Antes de las elecciones generales del 8 de septiembre, el país llevó a cabo reformas importantes. La presencia de las mujeres en el Parlamento se aumentó de 60 a 90 escaños; los comicios locales, regionales y nacionales se celebraron a la vez; y la asignación de escaños dejó de hacerse con arreglo a los votos emitidos para hacerse en función del número de votantes registrados. Estas reformas han tenido repercusión, pero son superficiales y no van a cambiar el hecho de que quien manda de verdad es el monarca.

“Ningún movimiento ha conseguido mejorar la representación política de las mujeres sin medidas de discriminación positiva”, declaró la exministra de Solidaridad, Mujeres, Familia y Desarrollo social, Nouzha Skalli, en una entrevista reciente con la Agencia EFE. En marzo de este año se hicieron varias reformas, entre ellas ese incremento de escaños reservados obligatoriamente a mujeres en el Parlamento. A muchas mujeres les pareció penosamente insuficiente y se manifestaron en su contra antes de las elecciones.

Si bien Marruecos está por delante de otros países árabes en cuanto a la representación de las mujeres en los órganos del Estado, el listón está terriblemente bajo. Como en muchos otros Estados, los avances han sido constantes pero muy lentos. Cuando en mis clases hablamos de cuotas o discriminación positiva, los hombres responden con el inevitable estribillo: “Siempre que estén cualificadas”.

La idea de que las cuotas constituyen una especie de segregación para sustituir a hombres bien preparados por mujeres que no lo están es un mito generalizado y frustrante. Incluso muchas de las mujeres jóvenes de mis clases se sienten ofendidas por que todavía haya que establecer cuotas para que nosotras podamos competir con los hombres por el gobierno de un país. A mí me parece ofensivo, pero lo cierto es que todavía hay actitudes machistas.

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Mujeres caminan al lado de un muro donde aparecen algunos de los emblemas de los partidos políticos que se han presentado a las elecciones, Khemisset, Marruecos. Jalal Morchidi/Anadolu Agency via Getty Images

Cuando repasamos distintos países descubrimos que los que han instituido sistemas de cuotas han conseguido aumentar el número de mujeres en su Parlamento. Un estudio comparativo que hice de Estados Unidos y España para el Instituto Franklin en 2014 dio argumentos inequívocos en favor de las cuotas, aunque tampoco sean la panacea. Unos años después publiqué una diatriba en Medium sobre las elecciones legislativas de 2018 en EE UU, en las que las mujeres alcanzaron el porcentaje récord del 23 % de los escaños en el Congreso, y comparé esa cifra con el 40% en España. Las cuotas explican por qué en Estados Unidos parece imposible llegar a ese porcentaje, y son mucho más fáciles de instaurar en un sistema parlamentario que en un sistema presidencialista.

Las cuotas son un tema recurrente cuando se habla de aumentar la representación de las mujeres en los gobiernos de todo el mundo. Aunque la cuota establecida actualmente en Marruecos, del 22,7 % (un mínimo de 90 escaños de los 395 del parlamento en las elecciones de 2021), es mejor que la existente en la mayoría de los países árabes, con un promedio del 19%, no sale tan bien parada si se la compara con el promedio global del 25,6 % ni con países africanos como Senegal, que gracias a las cuotas ha logrado aumentar la presencia de las mujeres hasta el 43%.

El sistema de cuotas de Marruecos se remonta a 2002, cuando se reservaron 30 de los 325 escaños de aquel entonces a las mujeres y entraron cinco más gracias a las listas mixtas. Esta es una peculiaridad del sistema marroquí: los ciudadanos votan a dos listas, una compuesta solo por mujeres y la otra mixta. Así se garantiza el cumplimiento de la cuota, pero la queja es que la mixta incluye a muy pocas mujeres, solo el 2%, debido al sexismo profundamente arraigado.

El sistema de discriminación positiva cobró verdaderamente fuerza tras la Primavera Árabe de 2011, cuando la presencia de mujeres en el Parlamento se aumentó de 30 a 60 escaños, además de una cuota de otros 30 escaños para personas (sobre todo hombres) menores de 40 años. De aquellas elecciones salió un Parlamento con aproximadamente el 17% de mujeres. En 2016, con la misma cuota de 60 escaños, lograron mejorar el porcentaje hasta el 20,5% de mujeres.

En las listas de los partidos para las elecciones de 2021 había más mujeres que nunca, 2.329 candidatas, el 34,17 % del total de candidaturas. Gracias a la cuota, las mujeres ocuparán por lo menos el 22,7% de la cámara, puede que incluso algo más cuando se sepa el total definitivo. No es extraño que ellas se sientan decepcionadas y frustradas con ese pequeño avance, dado que no habrá otros comicios hasta dentro de cinco años.

Mientras esperamos a que el Parlamento confirme los resultados definitivos, hay motivos de alegría en las elecciones municipales: tres mujeres, Nabila Ramili, Asmaa Rhlalou y Fatima-Zahra Mansouri están a punto de convertirse en alcaldesas de Casablanca, Rabat y Marrakech, respectivamente. Ramili será la primera mujer alcaldesa de Casablanca.

En la misma entrevista con la Agencia EFE, Skalli dijo: “Tenemos ambiciones normales, que reflejan los mismos compromisos consagrados en la Constitución, es decir, el deber del Estado de imponer la paridad. No estaremos satisfechas con nada que no sea la paridad”. Se refería al artículo 19 de la Carta Magna de Marruecos (2011), que estipula que “los hombres y las mujeres gozan de los mismos derechos y libertades civiles, políticos, económicos, sociales, culturales y medioambientales […] y el Estado actuará para alcanzar la paridad entre los hombres y las mujeres”.

La desigualdad entre hombres y mujeres en Marruecos, como en todos los países, es un asunto complejo. Ellas soportan la carga adicional del cuidado de los hijos y las labores domésticas, un trabajo no remunerado ni reconocido, ni como profesión ni nada. En Marruecos solo trabaja el 19,9 % de las mujeres, frente al 70,4 % de los hombres. En 2020, el país ocupaba el puesto 143 de 153 del informe anual del Índice Global de la Brecha de Género que publica el Foro Económico Mundial, un descenso desde el 127 º puesto que ocupaba en 2010. Según la Agencia de EE UU para el Desarrollo, USAID, el motivo es que “en Marruecos las mujeres siguen estando infrarrepresentadas en los cargos electos, abandonan la escuela antes que los hombres y no desarrollan todo su potencial económico”.

Es posible que las elecciones en Marruecos parezcan un ejercicio democrático inútil y muy caro, más teatral que capaz de generar verdaderos cambios. No obstante, las instituciones son importantes y los sistemas electorales influyen en los resultados, a veces para bien y a veces para mal. Mientras el rey siga mostrando su disposición a impulsar poco a poco ciertas reformas, crear un sentido de participación cívica en la gente es un paso fundamental hacia la auténtica democracia. Quizá con un gobierno más próximo al monarca sean posibles más reformas. Pero si, a la hora de la verdad, las decisiones cruciales siguen estando exclusivamente en sus manos, la gente tendrá razón en sentir apatía y desconfianza.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.