En un mundo tan complejo como en el que vivimos, se hace imprescindible contar con los conocimientos necesarios para entender la realidad que nos afecta y anticipar el futuro que nos aguarda. El Máster en Política Exterior de la Universidad Internacional de Valencia es una herramienta para lograrlo.

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El orden internacional liberal que se trató de imponer tras el fin de la II Guerra Mundial pareció triunfar finalmente con la caída del Imperio Soviético. La década de 1990 se inauguró con la promesa de un nuevo orden mundial donde por fin la cooperación internacional a través de la Organización de Naciones Unidas se hiciese realidad. La invasión de Kuwait por parte de Saddan Hussein fue el primer test para la nueva realidad. Aunque en ese caso se pasó la prueba, Yugoslavia primero y Somalia y Ruanda más tarde, confirmaron lo ilusorio de la promesa de la concordia mundial. Kosovo solo dio la última palada al efímero intento por crear un orden afín a los principios, valores e intereses Occidentales. Lo que surgió entonces fue un nuevo desorden mundial que tuvo su principal expresión en los ataques terroristas del 11 de septiembre. Por primera vez en mucho tiempo los Estados debían enfrentar amenazas existenciales procedentes de actores no-Estatales. Las reglas se difuminaron y del blanco al negro pasamos a una turbia escala de grises.

En un escenario global donde EE UU ya no es la única hiperpotencia, sino que debe competir con China principalmente, pero también con Rusia, por la primacía mundial, cabe preguntarse qué queda del orden internacional erigido en 1945. Si bien su estructura sigue intacta, los valores en los que se basó están siendo hoy más cuestionados que nunca. Occidente, con Washington a la cabeza, ya no es capaz de expandir, ni mucho menos imponer, su modelo democrático y económico al resto del mundo. En realidad, nunca lo fue, ni la URSS primero, ni China después, lo adoptaron por completo. En ese sentido, en Pekín han sido mucho más inteligentes que en Moscú, pues evitando un enfrentamiento abierto, han sido lo suficientemente flexibles como para tomar del orden liberal cuanto les podía beneficiar de un sistema de libre mercado mientras preservaban en el terreno político e ideológico las raíces totalitarias de su modelo. El resultado es claro, hoy China le disputa a Estados Unidos la hegemonía mundial mientras Rusia lucha por mantener a duras penas su estatus de gran potencia, y en medio la Unión Europea parece incapaz de adaptarse al nuevo entorno competitivo.

Si en la década de 1990 se anunció prematuramente la muerte del Estado merced a los avances tecnológicos, el auge de las empresas multinacionales, los procesos de unión regional y la aparición de actores no tradicionales en la escena internacional, como las ONG o el crimen organizado y el terrorismo; lo cierto es que la competición estratégica entre grandes potencias y la pandemia provocada por el SARS-CoV-2 han revitalizado las bases del orden de Westfalia. El fin del intervencionismo mesiánico liberal, como muestra la reciente retirada aliada de Afganistán, junto con el auge de China, anuncian una vuelta a los simples principios del respeto a la soberanía Estatal y la realpolitik. Pero la situación actual no es la misma que la de 1648, por muy devastadores que fueran los efectos de la guerra de los Treinta Años, no existía la conciencia de enfrentarse a complejas amenazas globales como el cambio climático o la  Covid-19. Hoy en día, los Estados han de saber defender sus intereses nacionales al mismo tiempo que deben conservar su capacidad para colaborar para conservar los comunes globales. Es un fino equilibrio entre la daga y el clavel, donde la sutileza de la diplomacia se combina con la rudeza del poder militar.

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Con la colaboración de la Universidad Internacional de Valencia