Todo lo que necesitaba saber sobre la lucha contra el terrorismo lo aprendí de George Kennan.

George Kennan cumplió 100 años a principios de 2004. El decano
de la diplomacia estadounidense es conocido, sobre todo, por su estrategia de
contención, que mencionó por primera vez en un telegrama que envió
desde Moscú en 1946 y explicó al año siguiente en su artículo
‘Los orígenes de la conducta soviética’, publicado
con el seudónimo de "X". El mejor homenaje sería aplicar
sus teorías a la época actual, al estudio de los orígenes
del terrorismo. Contener a la Unión Soviética y
luchar contra el terrorismo son tareas bien distintas. Kennan examinaba el comportamiento
de un Estado soberano con fronteras definidas, población establecida,
Gobierno reconocido e ideología oficial. El terrorismo no actúa
en fronteras concretas ni se atiene a normas diplomáticas. La contención
no sirve contra un adversario tan escurridizo. Pero la guerra tampoco es un
concepto apropiado para afrontar este reto permanente. El terror no es el enemigo,
sino la táctica. Para luchar contra el terrorismo a largo plazo hay que
ir más allá de los síntomas y abordar sus causas.

En su artículo de 1947, Kennan afirmaba que el poder soviético
era producto de la ideología y la circunstancia. La antipatía
de Rusia por Occidente procedía de su inseguridad histórica. En
ese contexto, el comunismo no era tanto un fin como un medio, un método,
para Moscú, de mantener el control en su país y extender su influencia
fuera. "Eso significa que la verdad no es una constante, sino algo creado,
a todos los efectos, por los dirigentes soviéticos", escribió.
"No es algo absoluto e inmutable". De ello obtuvo dos conclusiones.
EE UU estaba inmerso en una larga lucha, pues los líderes soviéticos,
seguros de su infalibilidad ideológica y convencidos de su triunfo, no
tenían prisa; pero esto no quería decir que la suya fuera una
lucha a muerte hasta el final. Su ideología no era invencible, y el fanatismo
de los dirigentes de su generación no tenía por qué transmitirse
a la siguiente.

Se mostraba duro con el comunismo: su estrategia de contención se dirigía
al régimen soviético, cuyos impulsos agresivos era necesario dominar;
pero también defendía una estrategia de compromiso con el pueblo
ruso, al que se negaba a considerar un enemigo permanente de EE UU. Más
tarde, Kennan se lamentó de que la contención se había
abordado en términos casi exclusivamente militares. Él se refería
a todos los instrumentos económicos, políticos, psicológicos,
militares y culturales con los que contaba su país. Hoy, EE UU y sus
aliados vuelven a enfrentarse a un adversario aparentemente implacable. El reto
consiste en abordar y entender los orígenes de la conducta terrorista
sin dejar de luchar contra los esfuerzos de quienes
desean atacarnos. Como los soviéticos en su día, los militantes
islámicos son producto tanto de la ideología como de las circunstancias.
Aunque sus ideas tienen su origen en las corrientes puritanas del islam en el
siglo xiv y los movimientos wahabí y salafí de los siglos xviii
y xix, su patología, en general, no tiene nada que ver con la religión.
En gran parte, Al Qaeda es un síntoma de trastorno social. Los beneficios
de la globalización económica han alcanzado poco a los países
árabes, al tiempo que les ha expuesto, más que nunca, a influencias
externas. En los Estados del petróleo, las clases dirigentes han utilizado
su riqueza y poder para mantener gobiernos autoritarios y evitar la reforma
económica y política. No es extraño que sus ciudadanos
vean el mundo exterior bajo el prisma de la explotación. Mientras tanto,
el contacto generalizado con la cultura de masas occidental ha provocado allí,
a la vez, atracción y rechazo. Es la historia de siempre: la sociedad
más moderna y dinámica debilita los valores, costumbres y lealtades
de la tradicional. La reacción habitual a una crisis existencial de este
tipo es la reaparición de creencias milenarias y la inclinación
al nihilismo. Como en tantos combates pasados, el terrorismo es el arma por
excelencia de los débiles contra los fuertes.

Los países occidentales no deben suponer que ‘ellos’
y ‘nosotros’ no tenemos nada en común. Bin Laden y sus seguidores
condenan el materialismo y la vacuidad de la sociedad moderna: también
muchos en Occidente

Pero estas condiciones no tienen por qué ser permanentes. EE UU debe
emprender una estrategia de contención semejante a la que propuso Kennan
para el pueblo ruso. Los dos mundos no están tan alejados. Un sondeo
de 2003 del Pew Research Center muestra que los ciudadanos de los países
musulmanes valoran mucho la libertad de expresión y prensa, los sistemas
de partidos y la igualdad ante la ley. Los países occidentales no deben
suponer que ellos y nosotros no tenemos nada en común. Osama
Bin Laden y sus seguidores condenan el materialismo y la vacuidad de la sociedad
moderna. También lo hacen muchos occidentales. Los terroristas y sus
partidarios se muestran indignados por las desigualdades y la degradación
que engendra la globalización. También lo hacen muchos de sus
detractores, que jamás recurrirían al terrorismo. Uno de los principales
defectos de la ideología comunista era que Marx no entendió que
muchos antagonismos de clase podían resolverse pacíficamente,
y no con la lucha de clases. La contienda terrorista no es inevitable ni interminable.

Los gobiernos occidentales deben continuar la campaña contra Al Qaeda
y reforzar sus defensas contra posibles atentados. Pero, a largo plazo, el reto
no es sólo ni principalmente militar. Muchos de los agravios que utilizan
los terroristas –desigualdad, marginación y humillación
cultural– son remediables, al menos en teoría. Los países
occidentales han presentado varios elementos de una estrategia de compromiso,
como la Iniciativa de Cooperación para Oriente Medio, auspiciada por
EE UU, y el Proceso de Barcelona, de la UE, que pretende crear una zona de libre
comercio en varios países árabes de aquí a 2010. EE UU
y sus aliados necesitan coordinar dichos esfuerzos, además de extender
su labor más allá de las élites reformistas para colaborar
con activistas ajenos a los gobiernos y dirigentes de la sociedad civil: habría
que emprender una nueva serie de proyectos que constituyan una inversión
a largo plazo en el futuro de la relación de Occidente con el mundo musulmán.

La política de compromiso con Oriente Medio exige también el
desarrollo de un marco de seguridad regional. La OTAN podría desempeñar
una función importante en esta tarea si profundiza y amplía su
Diálogo Mediterráneo, que incluye ahora siete Estados árabes
y del norte de África. No obstante, lo necesario a largo plazo es una
cosa vagamente parecida a la Conferencia de Seguridad y Cooperación en
Europa (CSCE), estructura regional fundada en los 70 para fomentar la cooperación
Este-Oeste, que contribuyó a preparar el terreno para el fin de la guerra
fría, y fue la culminación lógica de la estrategia de Kennan
para Europa, y podría servir también para Oriente Medio. En algunos
aspectos de esta estructura de seguridad podría participar EE UU; en
otros, no.

Todo lo que necesitaba saber sobre la lucha contra el terrorismo
lo aprendí de George F. Kennan.
Robert L. Hutchings

George Kennan cumplió 100 años a principios de 2004. El decano
de la diplomacia estadounidense es conocido, sobre todo, por su estrategia de
contención, que mencionó por primera vez en un telegrama que envió
desde Moscú en 1946 y explicó al año siguiente en su artículo
‘Los orígenes de la conducta soviética’, publicado
con el seudónimo de "X". El mejor homenaje sería aplicar
sus teorías a la época actual, al estudio de los orígenes
del terrorismo. Contener a la Unión Soviética y
luchar contra el terrorismo son tareas bien distintas. Kennan examinaba el comportamiento
de un Estado soberano con fronteras definidas, población establecida,
Gobierno reconocido e ideología oficial. El terrorismo no actúa
en fronteras concretas ni se atiene a normas diplomáticas. La contención
no sirve contra un adversario tan escurridizo. Pero la guerra tampoco es un
concepto apropiado para afrontar este reto permanente. El terror no es el enemigo,
sino la táctica. Para luchar contra el terrorismo a largo plazo hay que
ir más allá de los síntomas y abordar sus causas.

En su artículo de 1947, Kennan afirmaba que el poder soviético
era producto de la ideología y la circunstancia. La antipatía
de Rusia por Occidente procedía de su inseguridad histórica. En
ese contexto, el comunismo no era tanto un fin como un medio, un método,
para Moscú, de mantener el control en su país y extender su influencia
fuera. "Eso significa que la verdad no es una constante, sino algo creado,
a todos los efectos, por los dirigentes soviéticos", escribió.
"No es algo absoluto e inmutable". De ello obtuvo dos conclusiones.
EE UU estaba inmerso en una larga lucha, pues los líderes soviéticos,
seguros de su infalibilidad ideológica y convencidos de su triunfo, no
tenían prisa; pero esto no quería decir que la suya fuera una
lucha a muerte hasta el final. Su ideología no era invencible, y el fanatismo
de los dirigentes de su generación no tenía por qué transmitirse
a la siguiente.

Se mostraba duro con el comunismo: su estrategia de contención se dirigía
al régimen soviético, cuyos impulsos agresivos era necesario dominar;
pero también defendía una estrategia de compromiso con el pueblo
ruso, al que se negaba a considerar un enemigo permanente de EE UU. Más
tarde, Kennan se lamentó de que la contención se había
abordado en términos casi exclusivamente militares. Él se refería
a todos los instrumentos económicos, políticos, psicológicos,
militares y culturales con los que contaba su país. Hoy, EE UU y sus
aliados vuelven a enfrentarse a un adversario aparentemente implacable. El reto
consiste en abordar y entender los orígenes de la conducta terrorista
sin dejar de luchar contra los esfuerzos de quienes
desean atacarnos. Como los soviéticos en su día, los militantes
islámicos son producto tanto de la ideología como de las circunstancias.
Aunque sus ideas tienen su origen en las corrientes puritanas del islam en el
siglo xiv y los movimientos wahabí y salafí de los siglos xviii
y xix, su patología, en general, no tiene nada que ver con la religión.
En gran parte, Al Qaeda es un síntoma de trastorno social. Los beneficios
de la globalización económica han alcanzado poco a los países
árabes, al tiempo que les ha expuesto, más que nunca, a influencias
externas. En los Estados del petróleo, las clases dirigentes han utilizado
su riqueza y poder para mantener gobiernos autoritarios y evitar la reforma
económica y política. No es extraño que sus ciudadanos
vean el mundo exterior bajo el prisma de la explotación. Mientras tanto,
el contacto generalizado con la cultura de masas occidental ha provocado allí,
a la vez, atracción y rechazo. Es la historia de siempre: la sociedad
más moderna y dinámica debilita los valores, costumbres y lealtades
de la tradicional. La reacción habitual a una crisis existencial de este
tipo es la reaparición de creencias milenarias y la inclinación
al nihilismo. Como en tantos combates pasados, el terrorismo es el arma por
excelencia de los débiles contra los fuertes.

Los países occidentales no deben suponer que ‘ellos’
y ‘nosotros’ no tenemos nada en común. Bin Laden y sus seguidores
condenan el materialismo y la vacuidad de la sociedad moderna: también
muchos en Occidente

Pero estas condiciones no tienen por qué ser permanentes. EE UU debe
emprender una estrategia de contención semejante a la que propuso Kennan
para el pueblo ruso. Los dos mundos no están tan alejados. Un sondeo
de 2003 del Pew Research Center muestra que los ciudadanos de los países
musulmanes valoran mucho la libertad de expresión y prensa, los sistemas
de partidos y la igualdad ante la ley. Los países occidentales no deben
suponer que ellos y nosotros no tenemos nada en común. Osama
Bin Laden y sus seguidores condenan el materialismo y la vacuidad de la sociedad
moderna. También lo hacen muchos occidentales. Los terroristas y sus
partidarios se muestran indignados por las desigualdades y la degradación
que engendra la globalización. También lo hacen muchos de sus
detractores, que jamás recurrirían al terrorismo. Uno de los principales
defectos de la ideología comunista era que Marx no entendió que
muchos antagonismos de clase podían resolverse pacíficamente,
y no con la lucha de clases. La contienda terrorista no es inevitable ni interminable.

Los gobiernos occidentales deben continuar la campaña contra Al Qaeda
y reforzar sus defensas contra posibles atentados. Pero, a largo plazo, el reto
no es sólo ni principalmente militar. Muchos de los agravios que utilizan
los terroristas –desigualdad, marginación y humillación
cultural– son remediables, al menos en teoría. Los países
occidentales han presentado varios elementos de una estrategia de compromiso,
como la Iniciativa de Cooperación para Oriente Medio, auspiciada por
EE UU, y el Proceso de Barcelona, de la UE, que pretende crear una zona de libre
comercio en varios países árabes de aquí a 2010. EE UU
y sus aliados necesitan coordinar dichos esfuerzos, además de extender
su labor más allá de las élites reformistas para colaborar
con activistas ajenos a los gobiernos y dirigentes de la sociedad civil: habría
que emprender una nueva serie de proyectos que constituyan una inversión
a largo plazo en el futuro de la relación de Occidente con el mundo musulmán.

La política de compromiso con Oriente Medio exige también el
desarrollo de un marco de seguridad regional. La OTAN podría desempeñar
una función importante en esta tarea si profundiza y amplía su
Diálogo Mediterráneo, que incluye ahora siete Estados árabes
y del norte de África. No obstante, lo necesario a largo plazo es una
cosa vagamente parecida a la Conferencia de Seguridad y Cooperación en
Europa (CSCE), estructura regional fundada en los 70 para fomentar la cooperación
Este-Oeste, que contribuyó a preparar el terreno para el fin de la guerra
fría, y fue la culminación lógica de la estrategia de Kennan
para Europa, y podría servir también para Oriente Medio. En algunos
aspectos de esta estructura de seguridad podría participar EE UU; en
otros, no.

Robert L. Hutchings preside el Consejo
Nacional de Inteligencia de EE UU, que asesora al director de los servicios
de información en materia de política exterior y seguridad nacional.