• Emerging Infectious Diseases,
    vol. 9, nº 10, octubre, 2003,
    Atlanta

 

En la liga mundial de enfermedades infecciosas, el virus Ébola –causante
de menos de 1.200 muertes desde el primer brote conocido en 1976– cuenta
relativamente poco. Aun así, sus orígenes misteriosos, su alta
mortalidad (entre el 50% y el 90%) y sus horribles manifestaciones (es frecuente
que los pacientes sangren por múltiples orificios, a medida que se desintegran
sus órganos internos) lo han colocado en un lugar prioritario entre los
nuevos microbios estrechamente vigilados. Como ocurre con la mayoría
de los virus, unas cuantas mutaciones podrían convertir los remotos casos
de África en una odisea mundial de destrucción.

Los equipos que tratan de frenar los brotes africanos de Ébola a veces
no sólo han de luchar contra el virus: tienen que plantar cara a fuerzas
que superan a laboratorios móviles, trajes protectores y guantes de goma:
remedios tradicionales antihigiénicos, ritos funerarios poco seguros
o el profundo miedo de los enfermos a visitar una clínica. Durante un
brote ocurrido hace dos años en Gabón, las encarnizadas disputas sobre las prácticas de enterramiento obligaron a los equipos
internacionales a retirarse temporalmente de una ciudad donde la epidemia causaba
estragos.

Sin embargo, aunque los que luchan contra los brotes en la Organización
Mundial de la Salud (OMS), el Centro de Control y Prevención de las Enfermedades
de EE UU (CDC) o la ONG internacional Médicos sin Fronteras pueden contar
muchos episodios de ese tipo, la comunidad médica todavía no ha
investigado de forma sistemática las creencias locales o los malentendidos
que provocan esas situaciones. Hace poco, Barry Hewlett, antropólogo
en la Universidad del Estado de Washington, y Richard Amola, funcionario médico
del Ministerio de Sanidad ugandés, realizaron un estudio del contexto
cultural del Ébola entre los acholi, el grupo étnico más
afectado por un brote en 2000-2001 en el norte del país. Sus conclusiones
se publicaron en la revista mensual del CDC, Emerging Infectious Diseases.

Según los autores, los acholi conocían las explicaciones biomédicas
de la enfermedad que daban los occidentales. Durante el brote, algunas víctimas
tomaron antibióticos o fármacos antimalaria para intentar curarse.
Sin embargo, después de un mes de epidemia, empezó a tomar cuerpo
otra teoría. Los residentes empezaron a denominar el mal dos gemo, que
significa “enfermedad epidémica”. Los gemo son malos espíritus
que asaltan simultáneamente a muchas personas, quizá como castigo
por no respetar a los dioses.

Foto: Trabajadores de un hospital de Uganda trasladan a una víctima del Ébola, que se llevó 81 vidas en la ciudad de Gulu (noviembre de 2000).
Una pesada carga: trabajadores
de un hospital de Uganda trasladan a una víctima del Ébola,
que se llevó 81 vidas en la ciudad de Gulu (noviembre de 2000).

Lo curioso es que los gemo hicieron que los acholi pusieran en marcha una serie
de procedimientos de contención sensatos desde el punto de vista biomédico
–cuarentenas, indicar las casas de los afectados, limitar los movimientos
de la gente–. Son procedimientos empleados desde hace mucho tiempo, y
no se sabe si los acholi los habían aprendido de los británicos,
durante su gobierno colonial, o si habían descubierto su utilidad de
forma independiente. En cualquier caso, Hewlett y Amola llegan a la conclusión
de que las creencias tradicionales no siempre son malas; pueden coincidir con
las recomendaciones de los médicos occidentales.

Por el contrario, los profesionales occidentales que no comprenden las costumbres
locales pueden empeorar la situación. Por ejemplo, los enviados de la
OMS creían que los infectados del Ébola en Uganda evitaban los
hospitales porque temían que les enterrasen en el cementerio de emergencia,
cerca del aeródromo local, y no en el de su pueblo. Pero Hewlett y Amola
descubrieron que no era ésa la razón. El entierro fuera del pueblo
formaba parte del protocolo en caso de gemo, y, si hubieran permitido a las
familias presenciar cómo enterraban a sus seres queridos en el aeródromo,
podía haberse evitado el problema.

Ahora bien, por muy fascinantes que sean todos estos detalles, un estudio publicado
casi tres años después de la última infección tiene
escaso valor práctico. Los autores no pueden ofrecer grandes consejos
a los médicos y las autoridades sanitarias que se vayan a ocupar de próximos
brotes, porque esas epidemias (seguramente causadas por virus nuevos y diferentes)
pueden afectar a grupos étnicos y a diferentes países. No podemos
esperar que las autoridades envíen a sus antropólogos a catalogar
todas y cada una de las creencias médicas y culturales en África.

Pero este tipo de estudios antropológicos detallados podrían ser
útiles en otro sentido. En un simposio celebrado recientemente cerca
de Washington, organizado por el Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades
Infecciosas, los investigadores del Ébola notificaron varios hallazgos
prometedores, entre ellos dos vacunas y un fármaco que reducía
la mortalidad por el virus en los monos. Antes o después habrá
que probar uno de esos productos. Entonces será fundamental entender
bien la perspectiva de las culturas locales respecto a la enfermedad y de qué
forma podría incorporarse un fármaco o una vacuna a su mundo espiritual.

ENSAYOS, ARGUMENTOS Y OPINIONES DE TODO EL PLANETA

Tradiciones africanas y vacunas. Martin
Enserink

Emerging Infectious Diseases,
vol. 9, nº 10, octubre, 2003,
Atlanta

En la liga mundial de enfermedades infecciosas, el virus Ébola –causante
de menos de 1.200 muertes desde el primer brote conocido en 1976– cuenta
relativamente poco. Aun así, sus orígenes misteriosos, su alta
mortalidad (entre el 50% y el 90%) y sus horribles manifestaciones (es frecuente
que los pacientes sangren por múltiples orificios, a medida que se desintegran
sus órganos internos) lo han colocado en un lugar prioritario entre los
nuevos microbios estrechamente vigilados. Como ocurre con la mayoría
de los virus, unas cuantas mutaciones podrían convertir los remotos casos
de África en una odisea mundial de destrucción.

Los equipos que tratan de frenar los brotes africanos de Ébola a veces
no sólo han de luchar contra el virus: tienen que plantar cara a fuerzas
que superan a laboratorios móviles, trajes protectores y guantes de goma:
remedios tradicionales antihigiénicos, ritos funerarios poco seguros
o el profundo miedo de los enfermos a visitar una clínica. Durante un
brote ocurrido hace dos años en Gabón, las encarnizadas
disputas sobre las prácticas de enterramiento obligaron a los equipos
internacionales a retirarse temporalmente de una ciudad donde la epidemia causaba
estragos.

Sin embargo, aunque los que luchan contra los brotes en la Organización
Mundial de la Salud (OMS), el Centro de Control y Prevención de las Enfermedades
de EE UU (CDC) o la ONG internacional Médicos sin Fronteras pueden contar
muchos episodios de ese tipo, la comunidad médica todavía no ha
investigado de forma sistemática las creencias locales o los malentendidos
que provocan esas situaciones. Hace poco, Barry Hewlett, antropólogo
en la Universidad del Estado de Washington, y Richard Amola, funcionario médico
del Ministerio de Sanidad ugandés, realizaron un estudio del contexto
cultural del Ébola entre los acholi, el grupo étnico más
afectado por un brote en 2000-2001 en el norte del país. Sus conclusiones
se publicaron en la revista mensual del CDC, Emerging Infectious Diseases.

Según los autores, los acholi conocían las explicaciones biomédicas
de la enfermedad que daban los occidentales. Durante el brote, algunas víctimas
tomaron antibióticos o fármacos antimalaria para intentar curarse.
Sin embargo, después de un mes de epidemia, empezó a tomar cuerpo
otra teoría. Los residentes empezaron a denominar el mal dos gemo, que
significa “enfermedad epidémica”. Los gemo son malos espíritus
que asaltan simultáneamente a muchas personas, quizá como castigo
por no respetar a los dioses.

Foto: Trabajadores de un hospital de Uganda trasladan a una víctima del Ébola, que se llevó 81 vidas en la ciudad de Gulu (noviembre de 2000).
Una pesada carga: trabajadores
de un hospital de Uganda trasladan a una víctima del Ébola,
que se llevó 81 vidas en la ciudad de Gulu (noviembre de 2000).

Lo curioso es que los gemo hicieron que los acholi pusieran en marcha una serie
de procedimientos de contención sensatos desde el punto de vista biomédico
–cuarentenas, indicar las casas de los afectados, limitar los movimientos
de la gente–. Son procedimientos empleados desde hace mucho tiempo, y
no se sabe si los acholi los habían aprendido de los británicos,
durante su gobierno colonial, o si habían descubierto su utilidad de
forma independiente. En cualquier caso, Hewlett y Amola llegan a la conclusión
de que las creencias tradicionales no siempre son malas; pueden coincidir con
las recomendaciones de los médicos occidentales.

Por el contrario, los profesionales occidentales que no comprenden las costumbres
locales pueden empeorar la situación. Por ejemplo, los enviados de la
OMS creían que los infectados del Ébola en Uganda evitaban los
hospitales porque temían que les enterrasen en el cementerio de emergencia,
cerca del aeródromo local, y no en el de su pueblo. Pero Hewlett y Amola
descubrieron que no era ésa la razón. El entierro fuera del pueblo
formaba parte del protocolo en caso de gemo, y, si hubieran permitido a las
familias presenciar cómo enterraban a sus seres queridos en el aeródromo,
podía haberse evitado el problema.

Ahora bien, por muy fascinantes que sean todos estos detalles, un estudio publicado
casi tres años después de la última infección tiene
escaso valor práctico. Los autores no pueden ofrecer grandes consejos
a los médicos y las autoridades sanitarias que se vayan a ocupar de próximos
brotes, porque esas epidemias (seguramente causadas por virus nuevos y diferentes)
pueden afectar a grupos étnicos y a diferentes países. No podemos
esperar que las autoridades envíen a sus antropólogos a catalogar
todas y cada una de las creencias médicas y culturales en África.

Pero este tipo de estudios antropológicos detallados podrían ser
útiles en otro sentido. En un simposio celebrado recientemente cerca
de Washington, organizado por el Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades
Infecciosas, los investigadores del Ébola notificaron varios hallazgos
prometedores, entre ellos dos vacunas y un fármaco que reducía
la mortalidad por el virus en los monos. Antes o después habrá
que probar uno de esos productos. Entonces será fundamental entender
bien la perspectiva de las culturas locales respecto a la enfermedad y de qué
forma podría incorporarse un fármaco o una vacuna a su mundo espiritual.

Martin Enserink es colaborador de
Science.