Bolivia Construcciones
Bruno Morales 202 páginas,
Editorial Sudamericana, Buenos Aires,
Argentina, 2006 (en español)


Rica entre pobres durante décadas, aún hoy Argentina se mantiene como la tierra
prometida para muchos de sus vecinos. Las cíclicas hecatombes económicas –la
última en 2001–, que han enterrado esperanzas, ilusiones y la sensación de un
futuro mejor para sus habitantes, no provocan el mismo efecto en los países
limítrofes.

Paraguayos, bolivianos, uruguayos y peruanos se miran en un espejo en el que
no advierten la imagen distorsionada de una realidad inventada a golpe de sueños
interrumpidos. En los tiempos que corren, en torno a un millón ha cruzado unas
fronteras que con frecuencia les devuelven pesadillas similares o peores que
las vividas en su tierra, y continúa el peregrinaje. Sobre esos caminos de ripio,
en barrios de cloacas inexistentes y a merced de los buitres de igual
pasaporte o de locales avivados (pícaros con pocos escrúpulos) transcurre
la historia de Bolivia Construcciones. El libro gravita en torno a
las villas miseria o guetos en los que vive la mayoría de estos hombres
y mujeres que son explotados en fábricas textiles, curtidurías, industrias del
calzado, asistencia doméstica, albañilería, pintura o chapuzas de cualquier
oficio. La existencia perruna de dos bolivianos sirve de eje para retratar,
con fidelidad mesurada –la realidad es más cruda–, el día a día de los nuevos parias de América
del Sur en Argentina (el 60,3% de
la población foránea, según el último
censo).

La obra la firma Bruno Morales, aunque se trata del periodista Sergio Di Nucci.
La novela, como el sueño de los suramericanos que todavía viajan convencidos
de poder tocar el cielo con las manos y los pies en Argentina, ha resultado
ser trucha (falsa), una mentira, una copia. Lo que, en rigor, se conoce
como plagio, pese a contar con el folclórico respaldo de una veintena
de intelectuales y profesores de la Universidad de Buenos Aires (UBA)
que dicen –y lo hacen por escrito– no apreciar pecado en el delito. Escrita
la historia y hecha la trampa, en ella cayeron Carlos Fuentes, Tomás Eloy Martínez,
Griselda Gambaro, Luis Chitarroni y Hugo Beccacece. Miembros del jurado del
Premio de Novela La Nación-Sudamericana 2006, la habían elegido a principios
de año como la mejor entre 244 originales. Di Nucci pensó que estaba dicha la
última palabra. Se equivocó. Agustín Viola, un estudiante de 19 años, puso la
lupa en el texto galardonado y su memoria recordó 30 páginas, forjadas en la
fábrica literaria de Carmen Laforet en 1944 con Nada, premio Nadal
un año más tarde. El joven, con ojos más abiertos que sus maestros de la UBA,
descubrió que la estructura (literaria), los muros de contención (párrafos exactos)
y los cimientos (escenas) que sostienen Bolivia Construcciones son
obra y propiedad intelectual de la difunta escritora catalana.

Obligado por las evidencias, el jurado puso los puntos sobre las íes al plagio
y le retiró la distinción a Di Nucci que, como alguno de sus personajes, se
revolvió para conservar lo que creía suyo. “Quise mostrar a Nada, no
la quise ocultar, lo cual hubiera sido muy fácil. Quise homenajearla, no cancelarla.
Quise que tuviera más lectores y no menos”. Jamás mencionados en el texto ni
la autora ni el título, el edificio de explicaciones del periodista, que pudo
ser escritor, se derrumbó por su propio peso. El destino fatal de la novela
–del cual no quiere ni oír hablar la editorial, que ha retirado la totalidad
de los ejemplares– corre en paralelo con el de la mayoría de los paraguas
(paraguayos), los bolitas (bolivianos) o los peruanos, que tratan de
hacer patria en el exilio de la miseria. Pese a ello, algunos de estos colectivos
se hacen un hueco con pasquines o publicaciones propias, emisoras de frecuencia
modulada e incluso con un equipo de fútbol como el Deportivo Paraguayo, que
juega en ligas de segunda. Nostálgicos de su gastronomía, han ganado terreno
en Buenos Aires con puestos ambulantes de alimentos autóctonos y comederos
de los que los argentinos y el resto de extranjeros del Primer Mundo –39,7%
de la población no nacional– huyen como del cólera.

La avalancha de suramericanos se hizo carne al morder el atractivo cebo de
la convertibilidad que decretó, hasta enero de 2002, la equivalencia entre el
dólar y el peso. Pero no fueron los únicos. Entre otras,las comunidades de Senegal,
Sierra Leona o Nigeria, en su huida de la miseria y de los baños de sangre del
África profunda, encontraron en la Argentina de los 90 un país en el que vivir,
al menos, en paz.

Con estos antecedentes, en los últimos diez años el paisaje humano de Buenos
Aires ha cambiadode color. Los tonos que poblaban las provincias se
han extendido al corazón del país, y éste se ha enriquecido con rasgos nuevos.
Hoy es moneda corriente la presencia de cobrizos, negros y orientales. Antaño
lo era la de italianos, españoles, sirios y libaneses, entre otros. Los inmigrantes
modernos, que no los expatriados –que también abundan–, tienen, como en Bolivia
Construcciones
, historias oscuras escritas sobre la piel, están curtidos
de engaños, estafas y plagios, pero muchos siguen en Argentina. ¿Los motivos?
Todos, o quizá tan sencillo como no tener nada.