• Draksåddens år: 11 september, Irakkrieget och världen efter Bush
    (Los años de la semilla del mal. El 11 de septiembre, la guerra de Irak y el mundo después de Bush)
    Pierre Schori, 233 págs., Leopard Förlag,
    Estocolmo, Suecia, 2008 (en sueco)

Desde su oficina en el piso 46 del edificio de Naciones Unidas en Manhattan, el veterano de la política socialdemócrata sueca Pierre Schori, ahora director general de FRIDE, vio la caída de las dos torres del World Trade Center. Después del 11-S, hizo todo lo posible para proteger a la ONU de los intentos de Estados Unidos de utilizar los atentados no sólo para castigar a Afganistán, que albergaba a los terroristas de Al Qaeda, sino para rehacer el mundo, empezando por el “cambio de régimen” en Irak.

Muchos, incluido el propio Schori, esperaban que acabase siendo ministro de Asuntos Exteriores, pero varios primeros ministros sucesivos, deseosos de equilibrar el número de hombres y mujeres en el Gobierno, convirtieron ese ministerio en coto femenino. No parece que le molestase mucho. A cambio, a principios del siglo xxi, se convirtió en embajador de su país ante la ONU y participó en los esfuerzos para conservar la importancia de Naciones Unidas cuando Washington trató de marginar a la organización o utilizarla como correa de transmisión para derrocar a Sadam Husein, el antiguo aliado de EE UU.

En los 80 –una paradoja que suele olvidarse–, el dictador iraquí tuvo el apoyo tácito de las Administraciones Carter y Reagan en su guerra contra la revolución islámica de  los ayatolás iraníes. Sin embargo, en 1990, Sadam era ya el enemigo número 1 de EE UU, y parece claro que el Gobierno Bush quería deshacerse de él mucho antes del 11-S.

En su reciente libro, titulado Draksåddens år [Los años de la semilla del mal] aludiendo a un discurso del presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, ante la Asamblea General de Naciones Unidas en 2004, Schori se expresa con la franqueza que no pudo demostrar durante sus años como embajador. No le impresionan demasiado los esfuerzos de su propio Gobierno, pero sí elogia a su antigua jefa, la difunta ministra de Exteriores Anna Lindh, asesinada de una cuchillada por un inmigrante serbio psicótico el ¡11 de septiembre! de 2003 en la aparentemente pacífica Estocolmo. Lindh, escribe el autor, habló “con total claridad” ante la Asamblea General en octubre de 2002, cuando proclamó: “Derrocar a Sadam Husein no es tarea de Naciones Unidas. Es tarea del pueblo iraquí. La tarea de la ONU es desarmar a Irak”.

¿Tenía Sadam armas de destrucción masiva? El compatriota de Schori, Hans Blix, se convirtió en el hombre más odiado por la Administración Bush al insistir en que la ONU llevara a cabo, pese a su lentitud, más inspecciones del arsenal de Sadam, mientras Washington y sus aliados estaban deseando comenzar la guerra. Tras la ocupación, se vio que las peligrosas armas de Sadam se habían convertido en armas de desaparición masiva. Ahora nos encontramos con una insurgencia interminable que, hasta el momento, ha costado la vida a 4.000 militares estadounidenses, y seguramente ha matado a un millón de civiles iraquíes, unas víctimas menos llamativas, además de convertir en refugiados a la cuarta parte de la población.

El autor quedó impresionado al oír la intervención en la ONU de dos antiguas superpotencias europeas, Francia y Alemania, que criticaron a la temeraria Casa Blanca en 2003. Eso, informó a su Gobierno, era hablar claro como pocas veces se había visto en la organización internacional desde la época de Olof Palme [primer ministro sueco asesinado en 1986]. Una época que también parece haberse desvanecido de la memoria del último premier socialdemócrata, Göran Persson, a quien Schori critica ferozmente por abandonar el tradicional apoyo de Suecia a los palestinos para congraciarse con el Ejecutivo israelí. Cuando Bill Clinton, en su último año de presidencia, trató de que israelíes y palestinos llegaran a un acuerdo –en Camp David, en 2000–, Schori y sus amigos palestinos –e israelíes– estaban convencidos de que había un hombre que habría podido romper la situación de impasse: el ex ministro de Exteriores sueco Sten Andersson, viejo amigo de Yasir Arafat. Pero Persson no les hizo caso.

En 2003, Pierre Schori fue candidato de la UE a representante especial de la ONU en la devastada región de Kosovo. Pero los neocons de Washington, como los llama Schori, se acordaron de pronto (probablemente gracias a sus amigos suecos) de que él, como Olof Palme, había criticado a Nixon por reforzar los bombardeos sobre Vietnam del Norte. ¿Fue una venganza por viejos pecados, o se limitó la Administración Bush a utilizar las palabras de Schori en 1972 como pretexto para obstruir el camino a otro sueco “difícil”, Hans Blix, el inspector de armas de la ONU, que había causado bastante indignación en Washington?


Éste es el momento de influir sobre los futuros responsables políticos de EE UU, antes de que el nuevo inquilino llegue a la casa Blanca.


Según Schori, ahora es el momento de influir sobre los futuros responsables políticos de Estados Unidos, antes de que el nuevo inquilino llegue a la Casa Blanca en enero de 2009. ¿La actual posición de debilidad estadounidense va a hacer que un futuro presidente esté más o menos inclinado a escuchar a la UE y a otros actores internacionales?

Quizá pueda servir de consuelo el anuncio que hizo Sadam Husein en 2003 para intentar evitar la amenaza de invasión inminente de EE UU: según cuenta Schori, el líder iraquí dijo, citando el Corán (y, por supuesto, comparando al líder de la Casa Blanca y al mundo occidental con el de un famoso imperio extinto): “Ve a ver al faraón, porque ha traspasa do todos los límites. Pero háblale con suavidad; quizá comprenda la advertencia o sienta miedo”.

Schori ha escrito un libro de gran valor, lleno de información desde dentro sobre Naciones Unidas. También es una obra muy personal, que en ocasiones bordea lo doloroso, como el momento en el que el autor y su esposa, poco después del 11-S, fueron entrevistados por una conocida reportera de televisión sueca. Era evidente que Schori estaba a favor del ataque estadounidense contra Afganistán (y aún lo está, con el argumento de que EE UU tenía derecho a defenderse, atacando al agresor en origen). En cambio, su mujer, Maud, estaba en contra. La periodista se lanzó a su yugular diciéndole que le parecía increíble que “uno de los chicos de Palme” apoyara a Washington. La brecha ideológica en la pareja fue el centro de la entrevista televisada en Suecia. “Sentí en aquel momento”, afirma Schori en su estilo cáustico, “que me estaba ganando con creces mi plus por trabajar en el extranjero”.