El apetito voraz por el sushi pasa factura: la única forma que han tenido los pescadores para poder seguir dando respuesta a la demanda de pescado ha sido faenar en nuevas costas y en aguas más profundas. Desafortunadamente, los mares están llegando a una situación límite.

 

El problema de las capturas

El auge de la pesca se dio entre 1950 y 1990, pero las capturas se equilibraron, dado que los peces no podían reproducirse lo suficientemente deprisa como para mantener el ritmo de las redes de los pescadores. Hoy en día, la realidad es que el volumen de pescado que se saca del mar se está reduciendo. La pesca ilegal y no contabilizada, cuya dimensión los investigadores no han calculado hasta hace poco, ha contribuido de forma masiva al agotamiento de los océanos, representando, según las estimaciones, el 30% de las capturas anuales globales en los últimos años.

 

Pescar hasta la extinción

No tiene más que fijarse en su restaurante de sushi más cercano para darse cuenta del trauma del océano. En los últimos años, tres especies de atún rojo, el pescado más popular en las cocinas, han llegado al borde de la extinción. La recuperación de estas especies llevará décadas, y se producirá sólo si dejamos de consumirlas ya.

 

 

Con las redes a otra parte

La pesca excesiva es un problema global, pero la mayor parte del botín (el 80% del pescado capturado para consumo humano) aterriza en la mesa de los países del mundo desarrollado. Con los mares del hemisferio Norte casi agotados, los pescadores se han desplazado hacia el Sur para volver con las redes llenas. Gamba, atún, merluza y pulpo son sólo algunos de los ejemplos de pescado y marisco que, en la actualidad, se pescan en África, América Latina y el sur de Asia con destino a China, Europa y Estados Unidos. Las subvenciones en el mundo rico no hacen más que sumarse al desastre, apoyando a una flota pesquera global que, hoy en día, es de dos a cuatro veces superior a la necesaria para satisfacer la demanda actual de pescado mundial.

 

 

Poderío industrial

Con una demanda mundial que bate récords, la pesca a gran escala se adueña de los mares. Las flotas industriales emplean sólo a un puñado de pescadores en cada buque, dejando a montones de pequeños pescadores sin trabajo o sin capacidad para competir. Asimismo, los grandes navíos despilfarran combustible. Los pesqueros de arrastre, los que más consumen, gastan más de 3.000 litros por cada tonelada métrica de pescado que capturan. Con ese volumen de se podría viajar seis veces de Nueva York a Los Ángeles.

 

 

Aguas turbulentas

Cuando los pescadores comienzan a explotar un banco pesquero, fijan su atención en los peces grandes y valiosos. Una vez que empiezan a escasear esos ejemplares, las flotas se centran en las especies de tamaño medio que antes pasaban por alto. Para aumentar su menguada pesca, los pescadores llegan a zonas cada vez más profundas y sus pesqueros de arrastre dejan tras de sí un daño en el fondo oceánico que supone la destrucción del lecho marino y de gran parte de las especies que habitan en él. Este estrago, causado tanto al principio como al final de la cadena alimentaria, tiene un efecto cascada, permitiendo la proliferación de algas nocivas y de medusas en las aguas donde abundaba la vida marina, lo que provoca la creación de zonas muertas desprovistas de oxígeno.