• Molotok, 22-28 de agosto,
    2006, Moscú (Rusia)

Los días inusualmente calurosos del pasado verano en Moscú deberían haber servido para despejar las mentes en la Fiscalía General del Estado de Rusia. En junio, esta institución pública —que diseñó toda una serie de estrategias para derribar al magnate del petróleo Mijaíl Jodorkovski y desmantelar su compañía, Yukos— le había echado el ojo a algo que podría llegar a ser más que un mero asunto sin importancia. La Fiscalía emitió un comunicado en el que se aseguraba que la revista semanal Molotok —así como otras dos publicaciones para jóvenes— contenía un material "que deprava a los adolescentes, a quienes empuja hacia un inicio precoz de su vida sexual". El fiscal general adjunto exigía que fueran clausuradas.

Esta crítica contra Molotok representa el ejemplo más reciente de los ataques que está llevando a cabo el Gobierno ruso contra la libertad de prensa. Tan sólo unas pocas semanas después de que el presidente Putin accediera al poder, allá por 2000, el Kremlin arrestó y encarceló durante un breve periodo a Vladímir Gusinsky —el fundador del mayor grupo mediático privado de Rusia y declarado crítico de Putin— bajo la acusación de fraude. Aquel sería el primer paso en una larga trayectoria de esfuerzos, por parte del Gobierno, para establecer unas severas restricciones en la independencia de las organizaciones empresariales dedicadas a la difusión de noticias. Al cabo de un año de aquella detención, los compinches del presidente ya se habían hecho con el imperio mediático de Gusinsky, incluyendo su joya de la corona, NTV, el canal de televisión más respetado del país. Y a la altura del verano de 2003, todas las grandes cadenas se encontraban en manos de directores leales a Putin. Además, el Kremlin ha ido expandiendo su control sobre los medios escritos, alcanzando acuerdos con ciertos aliados fieles para que éstos adquirieran algunos de los periódicos más influyentes del país.

Rebeldes: los adolescentes rusos desobedecen hoy la autoridad de un modo que habría sido inconcebible bajo el régimen soviético.
Rebeldes:
los adolescentes rusos desobedecen hoy la autoridad de un modo que habría sido inconcebible bajo el régimen soviético.

 

Que los censores del Kremlin hayan comenzado a tomar medidas enérgicas contra las revistas para adolescentes deja al descubierto que la campaña contra los medios ha dado un giro que llega a rozar el ridículo. Al fin y al cabo, Molotok —que significa martillo en ruso— no es una revista capaz de incitar una revolución que pueda derrocar al Gobierno. Con una circulación de 215.000 ejemplares, la publicación está dirigida a jóvenes que veneran a todos esos atractivos cantantes de música pop. De una manera un tanto dispersa, Molotok suele sacar grandes fotografías de las celebridades internacionales. Además, y de una forma más bien ostentosa, en su interior se despliegan numerosos dibujos y composiciones a todo color que reflejan las tendencias de la moda o dan cuenta de las dietas más eficaces. Además, intenta dar respuesta a la interminable serie de preguntas que le envían sus lectores sobre sus ídolos: "¿Es verdad que Johnny Depp está saliendo con Keira Knightley?". Ocasionalmente, también se produce algún intento de tratar temas más serios. Por ejemplo, en el número correspondiente a la semana del 22 al 28 de agosto pasado, la revista publicaba una entrevista con un chico ruso de 15 años, emigrante, que vivía en Haifa (Israel). En ella le preguntaban cómo había sido su vida durante la reciente crisis entre Israel y Hezbolá. A lo largo de la entrevista, Molotok mantenía, en todo momento, un tono prudente y mesurado.

Pero está, por supuesto, la cuestión del sexo. Dado que la publicación se dirige a un público en plena efervescencia hormonal, sería absurdo que ignorara este asunto. La revista aborda temas como el del sexo seguro, el control de la natalidad o las enfermedades de transmisión sexual, así como otras cuestiones que cualquier adolescente podría esperar que le explicaran en clase. Los detalles que se dan no son más explícitos que en otras publicaciones para jóvenes del mundo. La redactora Katya Mil se siente ultrajada porque la oficina del fiscal general del Estado haya protestado. "¿Cómo es posible no incluir ese tema si son tantos los padres que no saben ni cómo empezar a hablar de ello con sus hijos?", se pregunta. "Lo que los chicos aprenden en el colegio, sobre todo en provincias, les resulta absolutamente insuficiente".

El tratamiento franco de las cuestiones sexuales es algo que aflora de forma natural en los jóvenes directivos de Molotok, que eran unos adolescentes cuando acabó la guerra fría. La propia Katya Mil, de 32 años, es una antigua modelo y actriz que reparte su quehacer diario entre escribir para la revista y su faceta de cantante. Por su parte, Fyodor Pavlov, el fundador y director, de 30 años, es un veterano del mundo del espectáculo.

La forma de vida que llevan estos directivos, libre, cosmopolita y rebosante de glamour, sería algo inconcebible si aún existiera el Estado policial de su adolescencia. El Partido Comunista siempre condenó la música rock y el jazz como actividades moralmente corruptas y hostiles desde el punto de vista ideológico. El sexo era contemplado por el régimen como algo peligroso, además de sospechoso: un ciudadano soviético podría descarriarse a causa de una pasión desaforada y escabullirse del control del Estado. Por razones semejantes, los censores recortaban drásticamente escenas de las películas del oeste y prohibían las traducciones de obras literarias extranjeras si consideraban que contenían descripciones inadecuadas. Por aquel entonces, los números de la revista Play Boy y ciertas copias de novelas pornográficas, baratas y de mala calidad, tan sólo se podían conseguir en el mercado negro.

Es posible que todo ese mundo haya desaparecido. Sin embargo, aún se escuchan ecos de la antigua URSS en la Rusia de hoy. Putin ha vuelto a centralizar el poder y ha castrado las instituciones democráticas. Pero lo que el Kremlin está intentando es neutralizar a sus oponentes políticos, no a ídolos juveniles. Muy probablemente, este ataque contra Molotok no forme parte de esa campaña. Por el contrario, lo que este proyecto tan conservador tiene es, más bien, un tufillo a aquel paternalismo de la era soviética. Las críticas del fiscal jefe a la revista no pasan de ser un nuevo ejemplo en la larga lista de directrices morales impuestas por el Estado.

A diferencia de lo ocurrido con otros objetivos de la campaña contra la independencia editorial, Molotok continúa viva y sigue repartiendo caña. Al igual que a los adolescentes del resto del mundo, a sus jóvenes lectores no les interesa la política. Ni siquiera se percatan del alcance de este enérgico control que ejerce el Gobierno sobre las libertades, que podría desembocar en prohibir cosas que sí les importan. Sin embargo, los editores de la revista todavía recuerdan el funcionamiento que tenía aquel espectro del Estado policial soviético. En la carta para los lectores, publicada después de la amenaza de cierre, las palabras de Fyodor Pavlov, si bien un tanto festivas y empleando la jerga juvenil, también se hacían eco de la genuina resistencia que existe tras la superficie. "Yo nunca he prometido a nadie que Molotok vaya a existir para siempre y que no pueda venir, cualquier día, algún extraño que llame a la puerta y que registre la casa… [Pero] también es bien sabido que nadie puede cerrar Molotok, así como así. Esto es lo que vamos hacer: vamos a coger la revista, la vamos a enrollar muy bien (hasta hacer un buen altavoz con ella) y, después, nos asomaremos a la ventana para gritar hasta tres veces ¡Molotok para siempre!". Es de esperar que sus descaradas amenazas demagógicas hayan sido ya suficientes como para convencer al Kremlin de lo fútil que resulta su persecución contra esta revista.

A golpe de martillo.
Masha Lipman

  • Molotok, 22-28 de agosto,
    2006, Moscú (Rusia)

Los días inusualmente calurosos del pasado verano en Moscú deberían haber servido para despejar las mentes en la Fiscalía General del Estado de Rusia. En junio, esta institución pública —que diseñó toda una serie de estrategias para derribar al magnate del petróleo Mijaíl Jodorkovski y desmantelar su compañía, Yukos— le había echado el ojo a algo que podría llegar a ser más que un mero asunto sin importancia. La Fiscalía emitió un comunicado en el que se aseguraba que la revista semanal Molotok —así como otras dos publicaciones para jóvenes— contenía un material "que deprava a los adolescentes, a quienes empuja hacia un inicio precoz de su vida sexual". El fiscal general adjunto exigía que fueran clausuradas.

Esta crítica contra Molotok representa el ejemplo más reciente de los ataques que está llevando a cabo el Gobierno ruso contra la libertad de prensa. Tan sólo unas pocas semanas después de que el presidente Putin accediera al poder, allá por 2000, el Kremlin arrestó y encarceló durante un breve periodo a Vladímir Gusinsky —el fundador del mayor grupo mediático privado de Rusia y declarado crítico de Putin— bajo la acusación de fraude. Aquel sería el primer paso en una larga trayectoria de esfuerzos, por parte del Gobierno, para establecer unas severas restricciones en la independencia de las organizaciones empresariales dedicadas a la difusión de noticias. Al cabo de un año de aquella detención, los compinches del presidente ya se habían hecho con el imperio mediático de Gusinsky, incluyendo su joya de la corona, NTV, el canal de televisión más respetado del país. Y a la altura del verano de 2003, todas las grandes cadenas se encontraban en manos de directores leales a Putin. Además, el Kremlin ha ido expandiendo su control sobre los medios escritos, alcanzando acuerdos con ciertos aliados fieles para que éstos adquirieran algunos de los periódicos más influyentes del país.

Rebeldes: los adolescentes rusos desobedecen hoy la autoridad de un modo que habría sido inconcebible bajo el régimen soviético.
Rebeldes:
los adolescentes rusos desobedecen hoy la autoridad de un modo que habría sido inconcebible bajo el régimen soviético.

 

Que los censores del Kremlin hayan comenzado a tomar medidas enérgicas contra las revistas para adolescentes deja al descubierto que la campaña contra los medios ha dado un giro que llega a rozar el ridículo. Al fin y al cabo, Molotok —que significa martillo en ruso— no es una revista capaz de incitar una revolución que pueda derrocar al Gobierno. Con una circulación de 215.000 ejemplares, la publicación está dirigida a jóvenes que veneran a todos esos atractivos cantantes de música pop. De una manera un tanto dispersa, Molotok suele sacar grandes fotografías de las celebridades internacionales. Además, y de una forma más bien ostentosa, en su interior se despliegan numerosos dibujos y composiciones a todo color que reflejan las tendencias de la moda o dan cuenta de las dietas más eficaces. Además, intenta dar respuesta a la interminable serie de preguntas que le envían sus lectores sobre sus ídolos: "¿Es verdad que Johnny Depp está saliendo con Keira Knightley?". Ocasionalmente, también se produce algún intento de tratar temas más serios. Por ejemplo, en el número correspondiente a la semana del 22 al 28 de agosto pasado, la revista publicaba una entrevista con un chico ruso de 15 años, emigrante, que vivía en Haifa (Israel). En ella le preguntaban cómo había sido su vida durante la reciente crisis entre Israel y Hezbolá. A lo largo de la entrevista, Molotok mantenía, en todo momento, un tono prudente y mesurado.

Pero está, por supuesto, la cuestión del sexo. Dado que la publicación se dirige a un público en plena efervescencia hormonal, sería absurdo que ignorara este asunto. La revista aborda temas como el del sexo seguro, el control de la natalidad o las enfermedades de transmisión sexual, así como otras cuestiones que cualquier adolescente podría esperar que le explicaran en clase. Los detalles que se dan no son más explícitos que en otras publicaciones para jóvenes del mundo. La redactora Katya Mil se siente ultrajada porque la oficina del fiscal general del Estado haya protestado. "¿Cómo es posible no incluir ese tema si son tantos los padres que no saben ni cómo empezar a hablar de ello con sus hijos?", se pregunta. "Lo que los chicos aprenden en el colegio, sobre todo en provincias, les resulta absolutamente insuficiente".

El tratamiento franco de las cuestiones sexuales es algo que aflora de forma natural en los jóvenes directivos de Molotok, que eran unos adolescentes cuando acabó la guerra fría. La propia Katya Mil, de 32 años, es una antigua modelo y actriz que reparte su quehacer diario entre escribir para la revista y su faceta de cantante. Por su parte, Fyodor Pavlov, el fundador y director, de 30 años, es un veterano del mundo del espectáculo.

La forma de vida que llevan estos directivos, libre, cosmopolita y rebosante de glamour, sería algo inconcebible si aún existiera el Estado policial de su adolescencia. El Partido Comunista siempre condenó la música rock y el jazz como actividades moralmente corruptas y hostiles desde el punto de vista ideológico. El sexo era contemplado por el régimen como algo peligroso, además de sospechoso: un ciudadano soviético podría descarriarse a causa de una pasión desaforada y escabullirse del control del Estado. Por razones semejantes, los censores recortaban drásticamente escenas de las películas del oeste y prohibían las traducciones de obras literarias extranjeras si consideraban que contenían descripciones inadecuadas. Por aquel entonces, los números de la revista Play Boy y ciertas copias de novelas pornográficas, baratas y de mala calidad, tan sólo se podían conseguir en el mercado negro.

Es posible que todo ese mundo haya desaparecido. Sin embargo, aún se escuchan ecos de la antigua URSS en la Rusia de hoy. Putin ha vuelto a centralizar el poder y ha castrado las instituciones democráticas. Pero lo que el Kremlin está intentando es neutralizar a sus oponentes políticos, no a ídolos juveniles. Muy probablemente, este ataque contra Molotok no forme parte de esa campaña. Por el contrario, lo que este proyecto tan conservador tiene es, más bien, un tufillo a aquel paternalismo de la era soviética. Las críticas del fiscal jefe a la revista no pasan de ser un nuevo ejemplo en la larga lista de directrices morales impuestas por el Estado.

A diferencia de lo ocurrido con otros objetivos de la campaña contra la independencia editorial, Molotok continúa viva y sigue repartiendo caña. Al igual que a los adolescentes del resto del mundo, a sus jóvenes lectores no les interesa la política. Ni siquiera se percatan del alcance de este enérgico control que ejerce el Gobierno sobre las libertades, que podría desembocar en prohibir cosas que sí les importan. Sin embargo, los editores de la revista todavía recuerdan el funcionamiento que tenía aquel espectro del Estado policial soviético. En la carta para los lectores, publicada después de la amenaza de cierre, las palabras de Fyodor Pavlov, si bien un tanto festivas y empleando la jerga juvenil, también se hacían eco de la genuina resistencia que existe tras la superficie. "Yo nunca he prometido a nadie que Molotok vaya a existir para siempre y que no pueda venir, cualquier día, algún extraño que llame a la puerta y que registre la casa… [Pero] también es bien sabido que nadie puede cerrar Molotok, así como así. Esto es lo que vamos hacer: vamos a coger la revista, la vamos a enrollar muy bien (hasta hacer un buen altavoz con ella) y, después, nos asomaremos a la ventana para gritar hasta tres veces ¡Molotok para siempre!". Es de esperar que sus descaradas amenazas demagógicas hayan sido ya suficientes como para convencer al Kremlin de lo fútil que resulta su persecución contra esta revista.

Masha Lipman es redactora del periódico Pro et Contra del Centro Carnegie de Moscú (Rusia).