En los últimos meses, la política del Gobierno de Bielorrusia parece haber girado hacia Europa. ¿Un mero tanteo a la espera de ver cómo reacciona la UE y escampa la crisis o un verdadero avance en las relaciones? Por el momento, con una estrategia a dos bandas entre Moscú y Bruselas, Minsk dice a cada uno lo que quieren escuchar en un complejo juego de intereses.

 

El presidente de Bielorrusia tiene fama de cambiar de opinión con facilidad: lo que dice hoy puede ser lo contrario mañana. De ahí que los bielorrusos no sepan qué esperar tras los últimos acontecimientos. La visita de Javier Solana, el Jefe de las Relaciones Exteriores de la Unión Europea, el pasado febrero fue la gran sorpresa. Este encuentro fue el primero de tan alto nivel entre Bruselas y Minsk desde que en 1996 la UE decidiera cortar casi cualquier relación con Alexander Lukashenko, en el poder desde 1994. El que Condoleezza Rice calificara como “el último dictador de Europa” se reunía con Solana para tener un encuentro “muy constructivo”, según palabras del español. “Tengo la impresión de que el presidente está a favor de una cooperación con la Unión Europea”.

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Juego a dos bandas: El presidente bielorruso, Alexander Lukashenko, se acerca a Bruselas, pero evitando enfadar a Moscú.

A finales de marzo, Miguel Ángel Moratinos se desplazó a Minsk en condición de presidente del Comité de Ministros del Consejo de Europa con el mismo optimismo, y abogó por establecer una oficina de información de esta institución y levantar de forma definitiva las sanciones impuestas por la UE, incluida la prohibición a Lukashenko y otros altos cargos de viajar a cualquier Estado comunitario, porque se han producido “varios pasos positivos”.

El giro de la política bielorrusa se hizo visible en las elecciones legislativas de septiembre, algo más tranquilas de lo habitual. Sólo hay que recordar los comicios presidenciales de 2006, donde cientos de manifestantes fueron reprimidos y numerosos miembros de la oposición encarcelados. La OSCE notó mejorías en este último proceso electoral aunque lo calificó de “no transparente”, especialmente en el recuento de votos, ya que de nuevo ningún grupo de la oposición consiguió un sólo escaño. Un mes después, Bruselas suspendía las sanciones a Bielorrusia por un periodo de seis meses, tregua que ha renovado otros nueve más.

Desde el año pasado, han sido liberados presos políticos, vuelven a circular varios medios independientes y han concedido el registro al movimiento Za svobodu del opositor Alexander Milinkevich. La dimisión del ministro del Interior, Vladímir Naumov, a principios de abril ha sido otro importante golpe de efecto. Naumov dejó el cargo por “problemas de salud”, aunque es vox populi que era uno de los escollos que chirriaban en el camino a Bruselas ya que se le acusa de la desaparición de disidentes. “Se han dado algunos pasos especialmente para la UE. Yo diría que es el principio del cambio. ¿Dos periódicos independientes? Muy bien, pero el sistema de suscripción aún está controlado por el Estado. ¿No prisioneros políticos? Pero todavía hay posibilidades legales para acosar y oprimir a los disidentes”, explica Maryna Rakhlei, periodista de la agencia independiente Belapan y editora del proyecto Belarus-EU.

Tras meses de debate interno, Bruselas decidió incluir a Bielorrusia en la Asociación Oriental e invitar al mandatario a la cumbre del 7 de mayo en Praga. “Será decisión de Alexander Lukashenko quién representará a Bielorrusia en la conferencia”, expresó el ministro checo de Asuntos Exteriores, Karel Schwarzenberg, durante su viaje a Minsk en abril. Nada más conocerse la noticia, tanto la oposición bielorrusa como diversos líderes europeos, incluido Václav Klaus, mostraron su disconformidad ante la controvertida invitación. Finalmente, el presidente decidió no acudir en persona, las repercusiones de su visita, así como las posibles manifestaciones de protesta en la capital checa no habrían sido una buena carta de presentación en sus nuevas relaciones con Bruselas.

No es casualidad que el giro hacia Europa haya coincidido con una crisis que sacude a un país con una gran dependencia del Kremlin y una moneda que en enero sufrió una devaluación del 20% en un sólo día “para obtener los créditos del FMI”, según palabras del presidente. La Unión Europea puede ser un buen apoyo como lo está siendo para la vecina Kiev. “Lukashenko no tiene salida, necesita dinero. Y mejorar las relaciones y su imagen ante la UE supone acceder a los mercados europeos, conseguir préstamos de instituciones comunitarias y participar en los numerosos programas que paga Bruselas”, apunta Rakhlei. “También por su situación geográfica, es importante que coopere tanto con la UE como con Rusia. Así que la crisis tiene su lado positivo: está obligado a hacer una mejor política”.

El trabajo de Timothy Bell, el que fuera asesor de Margaret Thatcher, para suavizar la rígida imagen de Lukashenko también parece haber influido, sobre todo, en la aparición constante del hijo pequeño del mandatario en la vida política y pública, o la inesperada entrevista que concedió a Euronews, donde expresó que la relación de Bielorrusia con la Unión Europea “está fuera de toda duda”.

Al mismo tiempo que Minsk tantea a Europa, nunca deja de mirar a Moscú, vigilante tras la experiencia de Ucrania y Georgia, antiguos países afines al Kremlin que ahora prefieren la amistad de Bruselas o Washington. Rusia no puede permitirse que otro histórico abandone el redil, especialmente Bielorrusia, enclave importante para el transporte del gas, a las puertas de la UE y con comunicación al Báltico mediante el territorio ruso de Kaliningrado. Tras su encuentro con Medvédev a principios de abril, Lukashenko dio explicaciones de su giro hacia Europa. “Le he dicho [al presidente ruso] que durante las negociaciones con Occidente nunca hemos tratado nada contra Rusia”, se justificó el mandatario. “¿Por qué debemos renunciar a Rusia? Eso es una completa tontería. Al contrario, vamos a aumentar nuestros esfuerzos como lo estamos haciendo”.

El principal valedor de Lukashenko sigue siendo Medvédev, que le prestará un total de 2.000 millones de dólares

El principal valedor de Lukashenko sigue siendo Medvédev, que le prestará un total de 2.000 millones de dólares dentro del crédito de estabilización que acordaron en otoño. En el plano militar, han reforzado la defensa de la Unión Rusia-Bielorrusia para crear un sistema común de seguridad bajo el nombre Zapad 2009 y en febrero, firmaron la Fuerza Colectiva de Reacción Rápida junto con otras cinco repúblicas ex soviéticas. En opinión de Alexander Milinkevich, la idea de que Bielorrusia se incorpore a la Federación Rusa puede acentuarse con la crisis si Lukashenko no consigue resultados en su diálogo con la UE.

A pesar de las concesiones, en Bruselas todavía hay reticencias. La comisaria de Relaciones Exteriores de la Unión Europea, Benita Ferrero Waldner, tenía previsto viajar a Minsk a principios de marzo pero aplazó su visita por el suicidio de una activista opositora. Yana Poliakova, acusada de calumniar a un policía, fue condenada a dos años y medio de prisión restringida. A los pocos días apareció ahorcada en su casa. Waldner declaró que aunque se observan progresos, Bielorrusia tiene que hacer profundos cambios para acercarse a la UE, igual que expresara la delegación del Parlamento Europeo que visitó el país en febrero.

Pero por los renovados intereses de Bruselas en las naciones de la antigua URSS sobre las que Moscú conserva su influencia, los paños calientes continúan siendo la tónica con Bielorrusia y, mientras tanto, el mandatario gana tiempo en su juego a dos bandas. De la UE espera avanzar en proyectos relacionados con infraestructuras y energía, pero no acepta la moralina comunitaria y no puede olvidar tan rápidamente que hasta hace poco le consideraban un dictador. De Moscú, su fiel aliado, quiere seguir recibiendo el trato especial que les caracteriza, sobre todo, en el tema económico, el gas y la cooperación militar, pero necesita cierto impulso internacional para que su voz tenga más peso en el Kremlin.

La cuestión de Abjasia y Osetia es otro de los temas que Lukashenko mantiene en el limbo. Todavía no ha declarado si reconoce su independencia como espera Moscú, quien ya se ha quejado de las presiones que recibe Minsk desde Bruselas para que no lo haga. “Rusia ha denegado a Bielorrusia un préstamo que estaba previamente acordado. Algunos expertos lo vinculan al hecho de que desde agosto Lukashenko no ha iniciado oficialmente el proceso de reconocimiento de Abjasia y Osetia”, explica la editora de Belarus-EU. “La Unión Europea presiona para que no lo haga –porque Georgia también forma parte de la Asociación Oriental-, pero el Kremlin lo necesita ya que somos la Unión Rusia-Bielorrusia. Creen que lo hará en el momento en que sea menos perjudicial para sus relaciones con la UE”.