Las desavenencias entre Kabul y Washington fortalecen a los talibanes más radicales.

 

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Este año será crucial para Afganistán, ya que antes de su finalización deberán aclararse importantes incertidumbres que condicionarán la seguridad y estabilidad futuras del país. Cuando el 1 de enero de 2015 se haya consumado la retirada de las fuerzas de combate occidentales, el porvenir del pueblo afgano dependerá, por un lado,de la continuidad del apoyo internacional y, por otro, de la capacidad afgana para afrontar sus retos internos. La complejidad del puzle afgano reside precisamente en la interconexión existente entre estos dos factores.

Recientemente, se inició oficialmente la campaña para las elecciones presidenciales de Afganistán, a las que no puede concurrir el actual presidente, Hamid Karzai, ya que ha superado el número máximo de mandatos permitidos por la constitución afgana.

Estos comicios constituirán un hito histórico para los afganos. Efectivamente, el cambio presidencial supondrá la primera transición política en la historia del país y servirán para demostrar la capacidad de sus instituciones estatales para el autogobierno. Así, garantizar unas elecciones justas y un cambio presidencial pacífico serán factores decisivos para la estabilidad futura de Afganistán. Entre los 11 candidatos no existe, por el momento, ningún favorito. Quizás, Ashraf Ghani y Zalmay Rassoul, dos tecnócratas que han trabajado junto a Karzai durante años, Abdulá Abdulá, antiguo ministro de exteriores, y Quayum Karzai, el hermano mayor del Presidente, son a priori los que cuentan con mayores posibilidades.

Las elecciones presidenciales, previstas para primeros de abril, tendrán además importantes repercusiones en las relaciones de Afganistán con el resto de la comunidad internacional. Sin duda, el compromiso internacional con los afganos sólo se mantendrá si Estados Unidos y la OTAN consiguen alcanzar un acuerdo satisfactorio con Kabul para la continuación de la presencia militar en el país. Hay que recordar que, el 5 de junio de 2013, los ministros de defensa de la Alianza Atlántica sancionaron el concepto de la operación Resolute Support, que comenzaría el 1 de enero de 2015 en sustitución de la ISAF y que tendría como misiones la capacitación y asistencia a las fuerzas afganas, y la lucha contra el terrorismo de Al Qaeda y grupos afiliados.

Sin embargo, durante meses Karzai ha hecho caso omiso a las numerosas peticiones internas y externas para que se firmen los dos acuerdos de seguridad bilaterales –uno con EE UU y otro con la OTAN– que regulen el número, papel e inmunidades de las fuerzas occidentales en el país más allá de 2014. En teoría, la negativa del Presidente afgano se debe a la discordancia para definir el marco legal que se aplicaría a las fuerzas extranjeras que permaneciesen en territorio afgano.

No obstante, la publicación en medios estadounidenses de que Karzai ha mantenido reuniones secretas con los talibanes, en las que no habría participado ningún gobierno occidental, podría explicar su negativa para firmar los acuerdos con Washington y Bruselas.  Dado que los talibanes han condicionado cualquier pacto de reconciliación a la salida total de la OTAN de Afganistán, se entendería la postura del gobierno de Kabul.

Días atrás, Anders Fogh Rasmussen, secretario general de la OTAN, reconocía que el escenario más realista es que los acuerdos de seguridad serán firmados por el nuevo presidente afgano que salga de las urnas en abril.

Con todo, esta situación de incertidumbre conlleva importantes consecuencias a corto y medio plazo. En primer lugar, la opción cero –retirada completa de las fuerzas de la OTAN–, prácticamente descartada semanas atrás, ha vuelto a ganar adeptos en la administración Obama y en algunas cancillerías europeas. Es seguro que esta opción comportaría consecuencias imprevisibles, no solo para Afganistán sino para la región en su conjunto.

Aunque las fuerzas de seguridad afganas se han comportado aceptablemente en el 2013, el alto número de bajas en combate indica que, para llevar a cabo con éxito sus tareas, el Ejército y la policía precisan todavía de una robusta asistencia por parte de la coalición internacional.

Al mismo tiempo, las desavenencias entre Kabul y Washington están fortaleciendo a los comandantes talibanes más radicales, a expensas de los líderes más moderados, proclives a las conversaciones de paz. Ello reduce aún más las posibilidades de alcanzar una solución negociada a la guerra. Según Salahuddin Rabbani, presidente del Alto Consejo de Paz de Afganistán, "los [talibanes] que creen que pueden ganar militarmente ahora son más poderosos que los elementos pro-paz, debido a ciertas políticas que nuestro Gobierno lamentablemente ha tomado últimamente, como el retraso en la firma del acuerdo bilateral de seguridad". Otros factores como el aumento de la corrupción, una creciente producción de opio, el incremento de la demanda de armas y la brusca caída de las inversiones extranjeras  a largo plazo advertirían que el retraso en el acuerdo estaría ya afectando a la estabilidad interna del país.

Como se reconoce en Kabul, los avances logrados en gobernanza, economía y derechos individuales han sido posibles gracias al incuestionable compromiso internacional. Si la ayuda cesara, se encontraría en peligro la sostenibilidad del sistema de gobierno implantado tras la caída del régimen talibán en 2001. Pero, sin el gesto político que supondría la firma de los acuerdos de seguridad, el vínculo de las naciones amigas con el pueblo afgano puede verse comprometido.

Aunque la región sigue siendo clave para la defensa de los intereses y valores de Occidente, el cansancio de sus opiniones públicas es más que evidente. En gran medida, los temas afganos han dejado de preocupar a unas sociedades hastiadas tras más de doce años de guerra.

En cualquier caso, el general Philip Breedlove, Mando Supremo Aliado para Operaciones, ha señalado que, en caso que no se firmen los acuerdos bilaterales, la OTAN debería iniciar, no más tarde de abril, los preparativos para su retirada total. Es decir, menos de dos meses es el tiempo que queda para llegar al punto de no retorno. Un punto donde el vértigo al futuro puede provocar el desplome.

 

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