• Journal of Modern African Studies,vol. 41, nº 3, septiembre 2003,Cambridge (EE UU)

Los golpes de Estado militares han pasado de moda en todo el mundo. En los
70, los coroneles tomaron el poder en Grecia, pero hoy, una asonada
militar en cualquier lugar de Europa sería impensable. Incluso en América Latina,
en su día epicentro mundial de las sublevaciones militares, una acción así sería
recibida con burlas. Sólo en África el golpe militar sigue siendo un aspecto
recurrente de la vida pública.

 

Patrick McGowan, politólogo de la Universidad Estatal de Arizona (EE UU),
traza la historia de los golpes de Estado africanos –los consumados, los
fallidos y los derrotados– en un estudio publicado recientemente en el
cuatrimestral Journal of Modern African Studies. Los resultados no
son alentadores.
Entre 1956 y 2001, sólo tres países se mantuvieron a salvo de insurrecciones
militares o conatos: Botsuana, Cabo Verde y Mauricio. En esos años, en 30 países
africanos triunfaron en total 80 cuartelazos; todos estos Estados, excepto las
islas Seychelles, se enfrentaron además a otras asonadas falllidas y a conspiraciones.
Pero estas sublevaciones no solían dejar nada en firme; al contrario, en general,
animaban a otras facciones militares a probar suerte. De hecho, el 89% de los
intentos de golpe en este periodo intentaban derrocar regímenes militares asentados
en el poder por el mismo medio.

Hombre rmostrando pancarta"Váyase, Sr. Kumba Yala",
exige la pancarta al derrocado presidente de Guinea-Bissau, en 2003.

 

McGowan señala África como la región más proclive
a estas aventuras militares, pero cualquier nuevo gobierno africano, elegido
de forma legal o impuesto por la fuerza, se enfrenta a un riesgo considerable.
Y lo peor es que el autor no encuentra indicios de mejora: en África,
los pronunciamientos fueron tan frecuentes en los 90 –supuestamente la
década de la democratización– como en las anteriores, que
se suponían más sangrientas. La única señal de esperanza
es que cada vez tienen éxito con menor frecuencia: si entre 1966 y 1977
se llegó a la cifra del 74%, en el periodo de 1996 a 2001 sólo
triunfaron el 38% de las intentonas.
El autor se propone documentar esta epidemia más que explicarla, y realiza
un trabajo meticuloso. Sin embargo, esquiva la cuestión fundamental:
¿por qué continúan los golpes en África cuando el
resto del mundo ha repudiado esta absurda forma de cambio de régimen?
La persistente vulnerabilidad de África a las asonadas militares está
vinculada a la falta de legitimidad de la mayoría de los Estados africanos,
en un continente en el que muchos países obtuvieron la independencia
sólo en los últimos 30 años. Pero el tiempo ha pasado y
los gobiernos africanos contemporáneos no han conseguido la legitimidad
y la aceptación popular, seguramente porque han fallado a sus ciudadanos.
En muchos países africanos el nivel de vida es peor que hace 30 años.
Hay excepciones notables –de nuevo, y sin que cause sorpresa alguna, Botsuana,
Cabo Verde y Mauricio– donde el continuo éxito económico
sostiene la legitimidad del Gobierno. Por otro lado, igual que el éxito
económico protege en cierto grado contra los golpes de Estado, éstos
minan la marcha de la economía. Además, como señala McGowan,
entran en juego otros factores históricos y sociales. Los ejércitos
africanos están a menudo formados por hombres que no pudieron ingresar
en la Administración pública, el destino habitual de los mejores
y más preparados del África poscolonial. Para mantener el control,
los dictadores militares debilitan la Administración promoviendo a aduladores
corruptos, puesto que saben que cuando el funcionariado está podrido
en la cumbre, la reforma se vuelve casi imposible.
¿Qué podemos hacer entonces? En 2003, dos insurrecciones contra
Gobiernos constituidos democráticamente –en la República
Centroafricana y en Santo Tomé y Príncipe– ofrecen algunas
lecciones interesantes. En este último, la rápida condena de la
Unión Africana (UA) y Nigeria contribuyó al fracaso del golpe,
aunque hay que admitir que las fuerzas armadas de Santo Tomé y Príncipe
sólo cuentan con 900 soldados, y que menos de veinte protagonizaron la
intentona. En la República Centroafricana, sin embargo, la sublevación
suscitó la protesta internacional, pero no se ejerció una presión
equivalente en la región.
Además de la presión política, la comunidad internacional
puede esgrimir los privilegios económicos de la soberanía como
arma contra los golpes de Estado africanos. Para la mayoría de los países
del continente, la ayuda exterior es la ventaja clave de la soberanía.
Los países donantes ricos podrían aliarse con la UA para retener
la ayuda de los países africanos que organizan golpes de Estado o dañan
la democracia de alguna otra forma. La UA se inspira, en muchos aspectos, en
la Unión Europea, en la que la pertenencia depende de las prácticas
democráticas, y ofrece legitimidad política para estas acciones,
pero carece de mecanismos para hacerlas cumplir. En cambio, los países
donantes controlan los flujos de ayuda, pero carecen de legitimidad. Juntos
podrían hacer de los golpes de Estado una lacra del pasado.

ENSAYOS, ARGUMENTOS Y OPINIONES DE TODO EL PLANETA

 

África, golpe a golpe. Paul
Collier

Paul Collier es catedrático de Economía
y director del Centro para el Estudio de las Economías Africanas en la
Universidad de Oxford (Reino Unido).