El grupo de jóvenes del Movimiento Cultural Saya Afroboliviana hacen una demostración de gala de la SAYA en la comunidad de Dorado Chico. Foto cortesía de Alejandro Fernández Gutierrez
El grupo de jóvenes del Movimiento Cultural Saya Afroboliviana hacen una demostración de gala de la SAYA en la comunidad de Dorado Chico. Foto cortesía de Alejandro Fernández Gutierrez

Fueron esclavos hasta 1952, pero la discriminación y el racismo perdura hasta hoy, aunque con el Gobierno de Evo Morales han ganado cierto reconocimiento institucional. ¿Quiénes son y cómo viven los afrodescendientes bolivianos?

Tras una larga historia de discriminación, los afrodescendientes bolivianos han decidido reivindicar sus derechos, sin perder la memoria de la esclavitud, pero pidiendo, también, la riqueza y la alegría de unas raíces africanas que fueron sistemáticamente invisiblizadas en el país. Hasta 2012, los censos del Estado boliviano los ignoraban. Desde la llegada de Evo Morales a la presidencia del país, la situación ha mejorado para ellos: han visto cómo un afroboliviano llegaba al Congreso y han sido incluidos en la Constitución de 2009. Sin embargo, son todavía muchos los retos que tienen por delante.

La suya es una historia de resistencia. Los africanos que arribaron a la actual Bolivia desde países como Senegal y Congo, para ser esclavizados y trabajar en las minas de plata de Potosí, debieron enfrentar no sólo el trato inhumano de los colonizadores blancos y el duro trabajo en las minas, sino el frío y la altura de 4.200 metros sobre el nivel del mar que tan diferente era de sus latitudes tropicales. Cuando la producción minera comenzó a decaer, se los llevaron hacia las yungas o valles cálidos de La Paz, donde tuvieron que aprender a cultivar la hoja de coca.

En 1826 se abolió la esclavitud, pero la presión de los terratenientes hacenderos fue tal que fue restituida hasta su definitiva abolición, el 23 de septiembre de 1851; sin embargo, los hacenderos continuaron explotándoles como esclavos hasta que, ya en 1952, se eliminó el trabajo gratuito y la servidumbre. Sí permanecieron la discriminación, el racismo y la pobreza de los más necesitados en el país más pobre de América del Sur.

Hoy, los afrobolivianos son algo más de 16 mil personas, según el censo de 2012, aunque hay quien piensa que son bastantes más, y habitan mayoritariamente en las yungas del departamento de La Paz; si bien la pobreza en estas comunidades rurales ha obligado a buena parte de ellos a emigrar a la capital o a ciudades como Cochabamba o Sucre.

Las comunidades “yungueras” viven, como antaño, del cultivo de la hoja de coca, café, frutas tropicales y cítricos. Habitan en uno de los territorios más fértiles del país, y sin embargo no han logrado salir del círculo de la pobreza que les impide, por ejemplo, pagar el transporte para desplazarse a mercados en los que vender sus productos. Han asimilado en parte la cultura indígena aymara, sobre todo en la zona denomiada Sud Yungas, donde el mestizaje es mayor; en el área Nor Yungas hablan todavía un español muy influenciado por las lenguas africanas. También conservan un conocimiento ancestral de las plantas medicinales, así como ricas manifestaciones de danza y música; entre ellas sobresale, sin duda, la saya.

La saya y la lucha simbólica

La saya ha sido una protagonista central del proceso de reivindicación de los derechos ancestrales de las comunidades afrobolivianos. Este proceso comienza en los 80, con la recuperación de la danza tradicional que lleva a la creación, en 1988, del Movimiento Cultural Saya Afroboliviana (Mocusabol), con el objetivo de visiblizar la cultura afrodescendiente y, al mismo tiempo, recaudar fondos para estas comunidades.

La saya “permitió que los afrobolivianos se reencuentren y reproduzcan su identidad étnica y su vida social en espacios urbanos”, como subraya el informe Historia, cultura y economía del pueblo afroboliviano, realizado por la Conafro (Concejo Nacional del Pueblo Afroboliviano) junto a otras instituciones. Los líderes comunitarios lo explican así: “La saya es una danza sagrada, va más allá de lo folclórico; es un elemento fuertemente aglutinador: cuando empiezan a tocar las cajas, se abre una conexión espiritual que une a los que integra. Transmitimos nuestra historia, nuestra esencia a través de la música”. La Paz reconoció estos aportes como Patrimonio Inmaterial en 2004. Para muchos afrobolivianos, la saya es un ejercicio de memoria y un recordatorio de que la lucha simbólica puede darse desde el arte y la belleza.

“El pueblo afroboliviano no quiere ser visto con el estigma de un pasado de esclavitud. A pesar del doloroso proceso que vivió es alegre, lleno de vida y muy unido; sin embargo, es necesario buscar espacios de visibilización y sensibilización para que la población comprenda que la cultura africana aportó mucho al país, que tiene identidad y es parte de la diversidad, por tanto merece el mismo respeto y oportunidades que el resto de los bolivianos”, ha indicado el presidente del Consejo Nacional Afroboliviano (CONAFRO), Juan Carlos Ballivián.

El último rey de América

Como sucedió en otros países latinoamericanos, el proceso de los derechos de los afrodescendientes, con todos sus altibajos, no podía ya detenerse: había comenzado una toma de conciencia que pone en cuestión el racismo recalcitrante que atraviesan todavía las sociedades latinoamericanas. Antes de los 90, ni siquiera se usaba la expresión “afrobolivianos”: para sí mismos, eran simplemente bolivianos; para los otros, eran negros, una palabra cuyo uso cargó de racismo, aunque después las comunidades la utilizarían para reafirmar el orgullo de ser afrodescendientes.

En 1992 llegaría otro acontecimiento para la comunidad afroboliviana: el nombramiento de Julio Pinedo como legítimo heredero de su abuelo Bonifacio. Se cree que, en tiempos de la esclavitud, un príncipe de una tribu de Congo, llamado Uchicho, arribó a Bolivia en uno de esos barcos negreros. Casi dos siglos después, su heredero fue identificado y llevado a un trono simbólico que ha servido como elemento de cohesión para la comundiad afroboliviana.

Julio Pinedo era y es campesino. Cuando decidieron coronarle, la comunidad pidió al dueño de la hacienda donde trabajaba que lo eximiera del trabajo físico y le cediera un terruño para cultivar. Pinedo sigue cultivando coca, café y cítricos; su comunidad no le rinde pleitesía como a un rey común, pero sí le respeta. En 2007, se le coronó por segunda vez, esta vez con el reconocimiento de La Paz.

“Nos han borrado nuestra historia, nos han borrado nuestros dialectos originales, nos han borrado nuestras religiones", pero queda “nuestro rey simbólico”, explica Jorge Medina, que fuera, en 2009, el primer afrodescendiente en convertirse en diputado del flamante Estado plurinacional de Bolivia. Para Medina, el rey Julio I es “una autoridad simbólica y no política” que brinda a la comunidad afroboliviana “una fuerte identificación cultural y un fuerte sentido de pertenencia”.

Avances y retos pendientes

Jorge Medina, ex diputado nacional y actual director del Centro Afroboliviano para el Desarrollo Integral y Comunitario (CADIC), llegó al Congreso de la mano del Movimiento Al Socialismo (MAS) de Evo Morales en 2009, el mismo año que fue ratificada la nueva Constitución que, entre otros avances, incluiría el reconocimiento de las 36 etnias que forman el Estado plurinacional; entre ellas, se reconoció a la comunidad afrodescendiente.

En estos años la comunidad afrodescendiente ha materializado algunos logros, desde su inclusión en el censo de 2012 al festejo del 23 de septiembre como el día del Pueblo Afroboliviano, en conmemoración a la abolición de la esclavitud. En 2010, el Gobierno de Evo Morales reconoció la persistencia del racismo que, si bien afecta ampliamente a las poblaciones indígenas mayoritarias en Bolivia, se ceba con los afrodescendientes. Ese año, el presidente promulgó la Ley contra el Racismo y Toda Forma de Discrminación, que, si bien tuvo una buena acogida en cuanto al número de denuncias -más de 250 en los dos primeros años de ley-, tuvo dificultades en su implementación debido a la ausencia de profesionales especializados en la materia. El Ministerio de Descolonización reconoció la necesidad de tener un fiscal antirracismo que, así como sucede con los fiscales anticorrupción, se especialice en este tipo de casos.

Son todavía muchos los retos. De hecho, un informe de la Defensora del Pueblo de 2015 alertaba de que, pese a los esfuerzos realizados hasta ahora, perdura “la marginalidad, la violencia y el maltrato social” hacia los afrodescendientes, y especialmente, la violencia física y simbólica contra mujeres y niñas. Asegura además que los afrobolivianos ven limitado su acceso a la educación pública, pues cerca de las comunidades solo encuentran centros de primaria y deben abandonar a sus familias para continuar sus estudios. También acceden a una “deficiente atención en salud”.

Los líderes afrodescendientes, entre ellos Medina, siguen denunciando el racismo solapado que sufren las comunidades y el desconocimiento de la sociedad boliviana de su misma existencia. Pero ellos siguen construyendo y, en los últimos años, han establecido vínculos con las comunidades afrodescendientes de otros países de la región. La Conafro, creada en 2011, tras el primer Congreso del Pueblo Afroboliviano, está llamada a jugar un rol en ese proceso. También la Fundafro, una organización dedicada al rescate de la historia oral y a desarrollar materiales educativos de la historia afroboliviana. Su presidente, Juan Angola, sostiene que los afrodescendientes han sido borrados de la historia oficial y son ignorados por los programas educativos. Ellos parecen dispuestos a cultivar esa memoria y reivindicar sus derechos ancestrales.