David Cameron. Stefan Rousseau/Getty Images
David Cameron. Stefan Rousseau/Getty Images

En un escenario internacional marcado por la incertidumbre política y económica, a Reino Unido no le conviene estar aislado. ¿Será capaz de reparar las relaciones con la Unión Europea y Estados Unidos?

La suerte está echada. Cameron va a poder gobernar a solas, con una estrecha mayoría. Aunque la política exterior casi no tuvo hueco en la campaña electora -ni siquiera Europa-, es posible que domine la nueva legislatura junto con los asuntos constitucionales, con los que está estrechamente relacionada. En ambos casos, Cameron puede descubrir que le es tan difícil manejar a su propia gente como a la oposición. Las divisiones dentro del Partido Conservador que lastraron el gobierno de John Major en los 90 no están resueltas. Están meramente olvidadas. A medida que se aproxime la cuestión del referéndum sobre la UE, volverán a hacerse visibles, todavía con más fuerza que antes. Sin la excusa de la coalición con los demócratas liberales, a Cameron le costará controlar a la parte de sus filas más inflexible respecto a Europa y la reforma constitucional. Pero tendrá que hacerlo si quiere evitar que el referéndum sobre Europa provoque una escisión de Escocia que desemboca en que los escoceses permanezcan en la UE mientras la Pequeña Inglaterra, arrastrando a un Gales recalcitrante, se condena al aislamiento y la irrelevancia internacional.

Cameron también tendrá que mostrar un conocimiento más sólido de los asuntos exteriores y la diplomacia. Las pistas que ha dejado su primer mandato no son prometedoras. En Europa, el Primer Ministro consiguió aislarse e incluso distanciarse de sus aliados naturales entre los miembros más escépticos. Su absurdo empeño en impedir el nombramiento de Junkers hace que en las instituciones europeas no estén muy bien predispuestos hacia él. Sin embargo, necesitará tanto a los aliados como a las instituciones para sacar adelante las reformas capaces de justificar la campaña para que el Reino Unido permanezca en la UE. Lo irónico es que, en un momento en el que la Unión estaba más fragmentada que nunca, con una grave crisis económica y en política exterior, la incapacidad de Cameron para construir coaliciones y su negativa a intervenir en los asuntos europeos fue tal vez uno de los factores que volvió a unirla, integrada en torno al centro de poder de Berlín. Con todo el respeto al equipo de relaciones públicas de Cameron, la ausencia británica de las negociaciones franco-alemanas con Rusia a propósito de Ucrania no fue algo normal, sino una señal del aislamiento y la irrelevancia actuales del Reino Unido. Con Gran Bretaña fuera de juego, Francia no tiene más remedio que ser el perro faldero de una Alemania cada vez más segura de sí misma. El problema de Cameron a la hora de negociar la reforma en Europa no es solo la falta de aliados, sino que, para la mayoría de los dirigentes europeos, el Reino Unido ya ha abandonado la UE.

Además, el Primer Ministro tiene otros problemas más generales de política exterior. En su primer mandato consiguió dañar las relaciones con Estados Unidos cuando impuso recortes en el presupuesto de Defensa y cuando se incorporó al Banco Chino de Desarrollo Asiático sin consultarlo con Washington. No está claro qué obtuvo en Pekín, pero desde luego confirmó la opinión en EE UU de que el Reino Unido no es ni un socio fiable ni un actor importante en el escenario mundial. La relación especial entre Gran Bretaña y Estados Unidos siempre parece más especial en Londres que en Washington, pero puede desaparecer. Aquí también encontramos un paralelismo con el gobierno de John Major, del que Clinton siempre desconfió. Recuerdo la frustración que sentía cuando era funcionario del Foreign Office y veía que los estadounidenses siempre hablaban primero con los franceses y los alemanes. Ahora lo tienen todavía más fácil. La famosa pregunta de Henry Kissinger sobre a quién llamar en Europa tiene su respuesta: Angela Merkel.

Tal vez aislar al Reino Unido de Europa y Estados Unidos al mismo tiempo no demuestra una gran habilidad, pero todavía no ha matado a nadie. La decisión de lanzar ataques aéreos contra Libia con los franceses tuvo consecuencias más graves. Entre otras cosas, convenció a los rusos y los chinos de que en el Consejo de Seguridad de la ONU no se puede confiar en los países occidentales. No basta con que el equipo de Cameron responsabilice del caos posterior al pueblo libio. La doctrina de Powell sigue siendo válida: el que lo rompe lo paga. La irresponsable temeridad de emprender ataques aéreos para derrocar a Muamar Gadafi sin pensar en lo que iba a pasar después ni comprender en absoluto, aparentemente, la compleja sociedad tribal de Libia, es difícil de defender, sobre todo porque deberían haber tenido muy presente el horror de Irak. La expresión de indignación moral no puede sustituir a la elaboración de una política exterior. Y Londres no puede eludir su responsabilidad por el caos derivado de la caída de Gadafi ni los graves problemas que ese caos ha generado, como las migraciones masivas de personas en busca de asilo o la implantación del Estado Islámico en el norte de África.

El nuevo gobierno de Cameron se enfrentará a una agenda de política exterior muy complicada, en un contexto internacional de creciente incertidumbre económica y política. Ese no es un entorno en el que a ningún país le convenga actuar por su cuenta. Por eso, su primera prioridad debe ser reparar las relaciones con Washington y Europa, que están relacionadas: EE UU tendrá interés en llevarse bien con Gran Bretaña en la medida en que esta pueda desempeñar un papel útil en el mundo, empezando por la UE. Para ello, Cameron debe empezar a construir cuanto antes alianzas europeas. Está por ver que tenga la visión o la capacidad diplomática para hacerlo, y también que su partido se lo vaya a permitir.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.