AFP PHOTO/HANDOUT/AU-UN / STUART PRICE
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Las milicias extremistas que operan en Somalia se enfrentan a una disyuntiva: desaparecer o ser un bastión de la llamada ‘Yihad’ global. Aquí, algunas claves para entender la situación de extrema delicadeza que vive el Cuerno de África.

Si hay dos realidades que dinamitan la fortaleza del yihadismo, estas son, sin duda, la pérdida del apoyo social y su capacidad de financiación. Desde esta perspectiva, el grupo salafista Al Shabaab –asentado desde hace más de una década en Somalia– ha comenzado su declive. Además, la fuerte ofensiva militar de las fuerzas africanas (AMISOM) contra los principales reductos terroristas, unida a las luchas internas por el liderazgo yihadista, está golpeando, aún con más fuerza, la entidad y la cohesión de los “jóvenes muyahidines”. Hoy solo encuentran refugio en las zonas rurales del centro y sur del país, una “victoria parcial” sobre el yihadismo somalí.

Ahora es momento de explotar los éxitos alcanzados y, en especial, de que las medidas políticas y sociales para construir Somalia –un Estado inexistente hace apenas ocho años– comiencen a prevalecer sobre las militares. Mientras, en una reconocible estrategia de supervivencia, Al Shabaab se debate entre mantener su primigenio proyecto nacionalista, que se centraba en la instauración de un Estado islámico en Somalia; o consolidarse como un actor más de la Yihad global, de la mano o con el apoyo de Al Qaeda.

En una encrucijada existencial, sus últimos atentados dentro y fuera de Somalia, son una clara muestra de que la capacidad de Al Shabaab de provocar muerte y destrucción, aunque mermada, sigue operativa. ¿Estamos ante los últimos zarpazos del león herido (declive) o asistimos a la vinculación definitiva del terrorismo somalí a la yihad global (renovación)? Algunas claves ayudarán a resolver esta disyuntiva, aun cuando las dos opciones no son excluyentes; pero también serán cardinales para reflexionar sobre la viabilidad, todavía a largo plazo, de un proyecto nacional inclusivo en Somalia que sea capaz de neutralizar una amenaza latente en el Cuerno de África.

Primera clave: la ruptura del liderazgo yihadista

Poco queda ya de la fortaleza que Harakat al-Shabaab ab-Muyahidín (“Movimiento de Jóvenes Muyahidines”) -más conocido como Al Shabaab- alcanzó en sus primeros años de existencia. Este grupo sunita salafista y yihadista, con clara influencia del wahabismo saudí, irrumpió en la escena somalí a principios del siglo XXI. Por entonces, Somalia se consolidaba como el “Estado Más Fallido” del mundo, aunque no tenía ninguna condición de estatalidad más allá de su delimitación fronteriza. En este convulso escenario aparece en escena el grupo Al Shabaab en 2004 como brazo armado de la Unión de Cortes Islámicas: una suerte de autoridad estatal cuyo objetivo principal era instaurar la sharia (ley islámica) en toda Somalia.

Desde Kenia, el Gobierno Federal de Transición de Somalia (2004) accedió al territorio somalí en febrero de 2006. En diciembre, la ocupación de Mogadiscio por las fuerzas etíopes fue determinante para asestar un duro y definitivo golpe a la Unión de Cortes Islámicas, pero no consiguió quebrantar el apoyo que ya brindaban muchos clanes y comunidades somalíes a Al Shabaab. A principios de 2007, la Misión de la Unión Africana para Somalia (AMISOM, por sus siglas en inglés) cambió drásticamente un escenario dominado por un islamismo cada vez más violento y terrorista, y gracias  a una creciente ofensiva militar africana expulsó a la milicia yihadista de Mogadiscio en agosto de 2011.

En el seno de Al Shabaab, la lucha intestina por el poder derivó en la “auto proclamación” de Ali Zubeyr (alias Godane) como líder absoluto y dictatorial de los yihadistas somalíes. En 2009, en un intento de “internacionalizar” su proyecto, Godane buscó en Al Qaeda su tabla personal de salvación. Aunque en un principio tropezó con las reticencias de Bin Laden, tras su muerte y el ascenso de Al Zawahiri, se consumó la afiliación en febrero de 2012. Esta deriva estratégica agudizó el rechazo de los yihadistas que apoyaban un proyecto islamista centrado exclusivamente en Somalia, a lo que respondió Godane con la eliminación sistemática, durante 2013, de sus principales detractores.

Con todo, el nuevo líder ha conseguido imponer la “línea dura” y más radical de Al Shabaab, además de abrazar, al menos en el plano ideológico, un incipiente proyecto transnacional (la Yihad global) que, no obstante, sigue siendo imprevisible.

Segunda clave: merma del apoyo social y de la financiación

Si la decapitación interna de la cúpula yihadista ha supuesto un enorme varapalo a la cohesión de Al Shabaab, más nocivo aún ha sido el detrimento del apoyo social y de sus fuentes principales de financiación. La progresiva expansión del poder estatal del Gobierno Federal de Somalia, que se instauró definitivamente en septiembre de 2012; los réditos de la paz conseguidos por las fuerzas regulares somalíes y de AMISOM; y, sobre todo, las matanzas de civiles a manos de los islamistas, han relativizado la percepción social de los beneficios que antes parecía aportar el grupo yihadista, además de haber minado el apoyo de la diáspora. Sobre todo, Al Shabaab concitó el rechazo de los somalíes cuando en 2011, tras una dura sequía, impidió la llegada de la ayuda humanitaria.

En esta tesitura, aunque sigue contando con un significativo respaldo en las zonas rurales, el grupo islamista ha disminuido ostensiblemente su capacidad de reclutamiento, así como gran parte de la “cobranza yihadista” que provenía de donaciones (internas y de la diáspora somalí). Ahora, la organización intenta dinamizar su execrable financiación a través de sus propios medios de comunicación (Al Kataeb), de las redes sociales y de las comunidades todavía leales a su causa.

En este contexto recaudatorio, mucho más dañina fue la pérdida del puerto de Kismayo en el sur del país, que AMISOM recuperó en septiembre de 2012. Desde allí, Al Shabaab traficaba con el carbón (su principal fuente de ingresos), y cobraba impuestos a todas las transacciones comerciales, incluso a las organizaciones humanitarias. El negocio ilícito de marfil por avión, con destino Asia supone, en la actualidad, el 40% de sus ingresos, y todo indica que no cejará en buscar otras opciones de financiación, como los secuestros, para recuperar su antigua bonanza económica.

Tercera clave: ¿hacia una “Yihad global”?

La primera acción de Al Shabaab fuera de territorio somalí tuvo lugar en Kampala (Uganda) en julio de 2010, donde mataron a 74 personas. Lejos de suponer un giro hacía la Yihad global, estos atentados respondían a las continuas amenazas lanzadas contra Uganda por su apoyo a las nuevas autoridades somalíes. Estas acciones violentas esgrimían una sola reivindicación: liberar al territorio somalí de la presencia extranjera, algo que también parece estar detrás del ataque terrorista en el centro comercial Wesgate en Nairobi (Kenia) en septiembre de 2013. Dentro de su territorio, las tropas etíopes se enfrentan contra la milicia yihadista keniata Al Hijra, que recluta muyahidines para engrosar las filas de Al Shabaab y que parece estar detrás de los atentados, cada vez más habituales, que el grupo somalí reivindica como propios en Kenia.

Otro parámetro que podría determinar la internacionalización de Al Shabaab es su conexión con milicias yihadistas fuera de Somalia. Además de su afiliación ideológica con Al Qaeda, del que también recibe muyahidines, la única constatación confirmada es su relación, que no acción conjunta con el nigeriano Boko Haram; así como una posible conexión con Al Qaeda del Magreb Islámico. Con todo, y aunque todavía es difícil predecir su compromiso definitivo con la Yihad global, la alternativa transnacional podría significar una estrategia forzada de salida para Al Shabaab. Al tiempo, la organización mantendrá sus refugios en las zonas rurales del país, después de haber perdido las principales ciudades; y seguirá perpetrando atentados, de forma limitada, contra los centros neurálgicos de poder en Mogadiscio, como los acontecidos contra el Parlamento en este mes de julio.

Cuarta clave: la decisiva cooperación internacional

Sin duda, el aumento de la operatividad y de la entidad de AMISOM, así como el refuerzo progresivo de su carácter ofensivo, se han conformado como el principal obstáculo para la supervivencia y la expansión de Al Shabaab. A finales de 2013, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas autorizó un nuevo incremento de los efectivos para seguir hostigando a los yihadistas. Hoy, esta misión es un buen ejemplo de que, con la firma voluntad de la Unión Africana, se puede alcanzar el objetivo de articular “soluciones africanas a problemas africanos”, aunque sea imprescindible el apoyo internacional para conseguirlo.

Por su parte, también las nuevas Fuerzas Armadas Nacionales de Somalia han aumentado su operatividad gracias a la misión de entrenamiento de la Unión Europea. Desde su lanzamiento en abril de 2010, los militares europeos han formado a más de 3.600 homólogos somalíes: un incipiente ejército nacional que ya se enfrentan –junto a las tropas de AMISOM– a la lacra yihadista en todo el territorio somalí. En este mismo ámbito, también es muy significativo el apoyo de Estados Unidos, que ha enviado 150 militares para reforzar la operatividad de las unidades regulares.

Solo un gobierno fuerte acabará con Al Shabaab

Atendiendo a estas cuatro claves, el declive de Al Shabaab es patente, pero este escenario no puede traducirse en que la desaparición del yihadismo esté todavía próxima. Por el contrario, si no se refuerza la presión militar, a través de un mayor apoyo internacional, el éxito conseguido hasta la fecha podría revertirse rápidamente, en especial por la gran resiliencia demostrada por los terroristas somalíes. Asimismo, es necesario cortar cuanto antes la posibilidad de que refuercen su conversión a la Yihad global, lo que los convertiría en una amenaza todavía mayor para la paz y la seguridad internacionales.

No obstante, la solución militar nunca será definitiva: para que resulte efectiva, debe ir acompañada de un proyecto político, inclusivo y sólido, liderado por el embrionario Gobierno Federal de Somalia. La “hoja de ruta” avanza muy lentamente, cuando todavía hay que enfrentar preocupantes amenazas y emprender reformas profundas para fundar un país creíble. A pesar de ello, y aunque los desafíos son muchos y complicados, parece que la viabilidad estatal de Somalia ha dejado de ser un objetivo inasumible. Será cuestión de que la comunidad internacional no pierda, por su falta de compromiso, esta oportunidad.