Miles de botellas de alcohol van a ser destruidas como parte de una operación durante el mes de Ramadán en Yakarta, Indonesia. Adek Berry/AFP/Getty Images
Miles de botellas de alcohol van a ser destruidas como parte de una operación durante el mes de Ramadán en Yakarta, Indonesia. Adek Berry/AFP/Getty Images

 

La influencia de la bebida no se restringe a la salud y el bolsillo.

Quizás por culpa de Hollywood es difícil imaginar a algunos de los grandes líderes mundiales del pasado reunidos para resolver una crisis sin una copa en la mano. O a las tropas congeladas de las grandes guerras sin la ración de alcohol suplida para aguantar el frío o vencer el miedo. Una imagen menos idílica que la que queremos imaginar, a pesar de que el abuso de drogas y alcohol es una constante documentada en casi todos los conflictos armados.

Stalin se encargaba de que a los suyos no les faltara el vodka; y cuentan que en la Conferencia de Teherán, en 1943, en su reunión con Churchill (un consumado bebedor) y Franklin D. Roosevelt, este último ofreció al ruso un Martini, su bebida favorita. El mandatario soviético, acostumbrado al vodka, la encontró “fría y fuerte para el estómago”, al parecer. Quizá para acercarse al pensamiento de estadounidenses y rusos, James Bond, el espía británico creado por Ian Fleming, se aficionó al cóctel de Martini con Vodka, “mezclado, no agitado”.

Desde las más altas instancias a las más bajas la priva ha tenido y tiene su papel en el mundo por presencia o ausencia. En los países en los que su consumo está muy  limitado, como Arabia Saudí, nos recuerda las restricciones impuestas por la religión (en el islam el alcohol es haram, prohibido). En otros donde su consumo forma parte inseparable de la cultura, como en Rusia, su impacto va más allá del puramente sanitario. Política, religión, economía y salud son cuatro piedras derritiéndose en un mismo trago.

 

Dime cuánto bebes y te diré de dónde eres… o no

Dos empleadas en la destilería de Vodka 'Fayur-Soyuz'. Kazkek Basayez/AFP/Getty Images
Dos empleadas en la destilería de Vodka ‘Fayur-Soyuz’. Kazkek Basayez/AFP/Getty Images

El alcohol está detrás de unas 3,3 millones de muertes cada año. Casi el 6% de los decesos mundiales. Sin embargo el 61,7% de la población global no ha bebido ni una gota en los pasados 12 meses: de esos un 13,7% lo habría dejado un año antes y casi la mitad de los terrestres, un 48%, nunca la habría probado. Así que teniendo en cuenta que el consumo por habitante es de 6,2 litros de alcohol puro, alguien debe estar tomándose las suyas y las del vecino. Son datos de la organización Mundial de la Salud en un informe de 2014.

A nadie se le escapan a estas alturas los riesgos para la salud (más de 200 enfermedades vinculadas, según la OMS), el trabajo, la vida conyugal y/o la paz con los progenitores de un consumo abusivo de alcohol, pero cuando miramos a las cifras globales, cuando nos asomamos al asunto como quien no ha empinado nunca el codo, a distancia, sobre el mapamundi hay muchos detalles socioeconómicos, culturales y hasta políticos que suben a la superficie como burbujas de cava recién descorchado. Como por ejemplo que el consumo de alcohol nos habla de riqueza y de género. Consumen más los que más tienen y sigue siendo mayor la ingesta entre los hombres.

Nos habla también de hipocresía: la de los emiratís o saudís borrachos en los hoteles de El Cairo que se rasgan las vestiduras cuando oyen hablar de alcohol en sus países de origen, donde el consumo medio regional apenas roza los 0,2 mililitros. Con Arabia Saudí entre los que menos consumen (0,1) y Emiratos Árabes Unidos entre los que más (4,3 litros). En estos países los hoteles internacionales o las embajadas suelen ser los pequeños reductos en los que los bebedores pueden disfrutar de un trago, aunque cuidado con ir de Dubai a Sharjah con una botella en el bolso, lo que en el primero es tolerado en el otro es delito. En Arabia Saudí, donde rige la sharia (ley islámica), la posesión de alcohol así como su consumo están penados con cárcel y latigazos. Como para pensárselo.

Echemos un ojo al consumo. Europa aún registra el mayor consumo de alcohol por habitante, y las tasas de algunos de sus países son especialmente elevadas. En Asia-Pacífico, muchos países como Pakistán o Bangladesh registran cifras ínfimas o nulas de consumo mientras que los coreanos se llevan la copa con sus 12,3 litrosde alcohol anuales por adulto.

A la cabeza de los bebedores están los bielorrusos, lituanos, rusos, moldavos, austriacos y hasta los franceses. Con 11,2, España se encuentra por encima de la media global europea citada por la OMS que es de 10,9 litros. Aún por debajo de Alemania que consume 11,8 litros por adulto, pero por encima de Estados Unidos que consume 9,2. Andan a la zaga los vecinos sureños de América. En el Caribe y Latinoamérica se consume una media de 8,4 litros de alcohol puro por año, 2,2 más que el promedio mundial. Chile (9,6), Argentina (9,3) y Venezuela (8.9) son los líderes en consumo. A pesar de que nunca hubo una gran tradición bebedora en la región, el desarrollo económico y la globalización están contribuyendo al consumo excesivo hasta convertirlo en una tendencia, según expertos de la OMS. La buena distribución y los precios bajos debido a la manga ancha que los Gobiernos tienen con la regulación, serían otra razón del incremento del consumo. Los resultados no se han hecho esperar: 14.000 jóvenes menores 19 años murieron en la región en 2010 por motivos atribuidos al alcohol.

Justo en dirección contraria camina Turquía que bebe dos litros por habitante y año. Lo que no es de extrañar teniendo en cuenta que se trata de un país musulmán donde el Gobierno islamista está poniendo todo de su parte para hacerlo desaparecer.

 

El alcohol en la agenda política

Una pajera se besa mientras beben cervezas con sus amigos cerca de la Plaza Taksim en Estambul, a pesar de que la nueva legislación hace más cara y complicada la venta y compra de alcohol. Ozan Kose/AFP/Getty Images
Una pajera se besa mientras beben cervezas con sus amigos cerca de la Plaza Taksim en Estambul, a pesar de que la nueva legislación hace más cara y complicada la venta y compra de alcohol. Ozan Kose/AFP/Getty Images

En los últimos años el Gobierno islamista del ex primer ministro y ahora presidente Recep Tayip Erdogan ha endurecido en Turquía las leyes (y las tasas) contra el alcohol, convirtiendo la legislación en la más restrictiva de sus historia. Está vetada cualquier tipo de publicidad o promoción de bebidas alcohólicas. Las cadenas de televisión están obligadas a difuminar las imágenes de películas, series o vídeos musicales que puedan incitar a beber alcohol (o fumar). Además, cualquier envase que contenga espirituosas debe lucir la máxima: “El alcohol no es tu amigo”, enmarcada en rojo, junto a tres iconos que alertan del peligro de consumo, similares a los que lucen las cajetillas de tabaco. Lo mismo ha ocurrido con los precios. El litro de raki ha triplicado su valor en 10 años. El que era uno de los países musulmanes más liberales con el alcohol ahora camina en dirección contraria.

Prohibiendo la venta de alcohol cerca de las universidades Tailandia encabeza los esfuerzos regionales en Asia para disminuir el consumo. Vietnam, Filipinas, Indonesia o China, así como algunos estados de India como Kerala (que busca la completa prohibición en 10 años), han introducido políticas para frenar la demanda de alcohol.

La política rusa siempre ha estado marcada por el ritmo de la balalaika y el calor del vodka, aunque el presidente ruso, Vladímir Putin, ha puesto manos a la obra para acabar con la tradición, lo que no hace sino subrayar cómo la bebida empapa también la agenda de los gobernantes (y no solo sus gaznates). Cuando se habla de los retos que el país debe asumir en las encuestas, la seguridad nacional, la crisis económica, el terrorismo o el crimen salen a relucir en un 30% de las respuestas. El alcohol y la adicción a las drogas son mencionados entre el 50% y el 60%, según explica Mark Lawrence Schrad en su libro Alcohol, Autocracy, and the Secret History of the Russian State, un recorrido por la historia del país desde Iván el terrible hasta nuestros días, remojado en la bebida nacional. “Los rusos consumen una media de 18 litros de alcohol puro anualmente, más del doble de lo recomendado por la OMS”, según explica el colaborador del diario The New York Times. Sus líderes lo han tenido siempre a mano: Stalin, además de calentar a sus soldados, forzaba a sus allegados a beber hasta que perdían el control y sus opiniones fluían sin autocensura. Aún más cerca de nuestros días, en la hemeroteca podemos encontrar sin dificultad algunas memorables embriagueces de Boris Yeltsin a quién las malas lenguas dicen que la seguridad de la Casa Blanca halló en calzoncillos buscando un taxi para ir a comprar una pizza durante una visita a Estados Unidos.

Aunque no fue su hígado lo que acabó con el mandatario ruso en 2007 a los 76 años, sino su corazón, Yeltsin vivió más que la cuarta parte de los hombres rusos. El 25% de los varones fallece antes de cumplir los 55 años y la mayor parte de los fallecimientos es consecuencia del consumo excesivo de bebidas alcohólicas, según una investigación publicada en la revista médica británica The Lancet el pasado año, del que se hizo eco la BBC. Los investigadores de dicho estudio hallaron un vínculo entre la inestabilidad política y el consumo de alcohol. A principios de los 80 Mijaíl Gorbachov limitó la producción de vodka y no permitió que se vendiera antes de la hora del almuerzo. Gracias a dichas restricciones el consumo de alcohol cayó un 25%, al igual que la tasa de mortalidad. Cuando se derrumbó la Unión Soviética, los rusos empezaron a beber más y también aumentó la mortalidad.“Cuando el presidente Boris Yeltsin asumió el poder, las muertes de hombres jóvenes aumentaron más de un 40%. La sociedad sufría un colapso y el vodka se volvió mucho más accesible”, explicó el profesor de la Universidad de Oxford Richard Peto al canal británico.

No es extraño que Putin, que no se despeina por los derechos y libertades de sus conciudadanos, se haya tomado el asunto bastante más en serio. Desde 2006 ha aplicado políticas para paliar el problema con agresivas medidas orientadas a desincentivar el consumo: incremento de impuestos, restricción en las licencias de venta. Además se ha gravado la producción de etanol, un tipo de alcohol que también consumen algunos rusos, y se ha limitado el horario de venta de bebidas de alta graduación. Sin embargo, como tener al pueblo contento es fundamental, a principios de este año justo cuando subían los precios del transporte y el rublo se desplomaba, el líder decidió bajar el precio de la bebida favorita de los rusos. Las autoridades explicaron que para evitar el consumo de destilados caseros. En Libia, en India, en Níger y en otros lugares donde no se puede acceder a bebidas alcohólicas no es infrecuente que se produzcan muertes por intoxicación.

 

Pérdidas y beneficios

Botellas de vino almacenadas. Carl Court/Getty Images
Botellas de vino almacenadas. Carl Court/Getty Images

Las cifras económicas que emanan del consumo de alcohol son un arma de doble filo en cuanto a lo que costes y beneficio se refiere. Por un lado, el abuso conlleva un gasto elevadísimo al sistema de salud mientras por otro representa unos jugosos y nada desdeñables ingresos vía impuestos o puestos de trabajo generados en hostelería, por ejemplo.

En un estudio realizado en Estados Unidos en 2010, se estimó que el consumo nocivo de alcohol le costó al país casi 250.000 millones de dólares (un promedio de 807dólares por habitante); de ese total, un 72% se atribuyó a la pérdida de productividad en el lugar de trabajo. Pero ¿cuánto ganó el Gobierno de Estados Unidos con las tasas del alcohol?

La industria contribuyó con más de 400.000 millones de dólares a la economía estadounidense ese mismo año generando casi cuatro millones de empleos, de acuerdo con las estimaciones de la asociación de comerciantes de bebidas espirituosas de Estados Unidos, The Distilled Spirits Council. Directamente a las arcas del Estado fueron a parar 21.000 millones en forma de impuestos, según la organización.

La región de Asia-Pacífico es uno de los lugares donde el negocio florece. La zona contribuirá con el 70% del crecimiento de venta global de cerveza en los próximos cinco años, según explicó el presidente de una multinacional cervecera en una conferencia el pasado año. En algunos países la venta de alcohol está creciendo más rápido que el PIB.

En 2014 se produjeron en España alrededor de los 200 millones de litros de bebidas, aportando un valor a la economía de unos 7.400 millones de euros, lo que supone el 0,7% del Producto Interior Bruto (PIB), según La Federación Española de Bebidas Espirituosas (FEBE). España es el sexto país productor de estas bebidas en la Unión Europea, donde la producción alcanzó el pasado año los 3.750 millones de litros por un valor de más de 23.000 millones de euros. En términos económicos, el valor total de las ventas de alcohol en el mercado europeo se estima en 60 billones de euros, según FEBE. Además, el sector emplea a más de un millón de personas tanto de forma directa como indirecta. De todos los empleos que el sector genera en Europa, el 30% se encuentran afincados en España.

Al fin embriagados de cifras y ya que los espumosos han salido de la bodega, podemos también intentar hacer predicciones sobre lo que votan nuestros allegados observando lo que se echan al gaznate.  El champagne es una bebida de demócratas y los bebedores de vino son más proclives a ejercer su derecho al voto. Al menos es lo que señala un artículo publicado en el Washington Post hace un par de años basado en el estudio de una consultoría estadounidense. Fijándonos en los espirituosos que beban podremos definir si votarán conservador o liberal, según dicho artículo. Las bebidas blancas serían las preferidos de los demócratas, mientras que las oscuras encajarían con los republicanos.

Y visto que la política hace mella en el consumo y viceversa habrá que ver también cómo afecta a la venta de burbujas esta Navidad el reciente órdago del Parlamento catalán. En años pasados, el boicot por diversas razones a los caldos del Penedés, hizo menguar las ventas de las que se beneficiaron otros productores nacionales y hasta el champagne francés. Quizá este año a alguien se le ocurra reivindicar la españolidad del cava promoviendo su consumo. Con el alcohol y la política nunca se sabe. Mejor mezclados y no agitados. Chinchín.