AFP/Getty Images
AFP/Getty Images

Los estadounidenses piden préstamos por valor de mil millones de dólares al día para importar petróleo, cantidad que constituye una enorme proporción del déficit comercial del país y un factor significativo en el debilitamiento del dólar. Cientos de miles de millones van cada año a Oriente Medio y terminan financiando artefactos explosivos improvisados y escuelas wahabíes que enseñan el odio a otras religiones, la lapidación de mujeres, la muerte para los apóstatas y los homosexuales y la necesidad de trabajar para imponer un califato mundial. No es casualidad que ocho de los 10 mayores exportadores de crudo sean dictaduras o reinos autocráticos cuyos gobernantes se benefician enormemente de las gigantescas rentas del petróleo.

El oro negro también genera terribles problemas ambientales. No sólo sus emisiones de CO 2 son casi tan voluminosas como las del carbón, sino que las emanaciones llamadas “aromáticas” (benceno, tolueno y xileno) son altamente cancerígenas. Estudios detallados y autorizados calculan que los costes de los daños causados por estos aromáticos a la salud del país y el consiguiente acortamiento de la vida superan los 100.000 millones de dólares anuales.

Los políticos estadounidenses llevan demasiado tiempo diciendo que el “petróleo extranjero” es un problema para luego proponer soluciones ineficaces o extremadamente caras. Barack Obama necesita alejarse del crudo, y punto. La política de “perforar y perforar” puede ayudar a algunos con la balanza de pagos, pero no hará nada para socavar el control del mercado petrolífero por parte de la OPEP. Tampoco son la respuesta las costosas centrales nucleares ni las  instalaciones eólicas: sólo el 2% de la electricidad de EE UU proviene del oro negro. ¿El mercado de emisiones? La única gran medida medioambiental a la que se aferra Obama posiblemente sea un instrumento útil, si se hace bien, para reducir la generación de electricidad basada en grandes emisiones de CO2, pero no tiene casi ninguna relación con el empleo del petróleo en el transporte. Y además, Obama no ha conseguido que el Congreso la apruebe, ni lo logrará.

El presidente de EE UU no debería dedicar recursos a soluciones como el hidrógeno, cuyo desarrollo supondrá  muchos años y que tienen altos costes de infraestructuras. Lo que debe hacer es emprender una serie de pasos que puedan alejar al país del crudo a corto plazo. Estas son cinco medidas que puede tomar ahora: 1) crear incentivos para la producción a gran escala de automóviles híbridos y de vehículos eléctricos; 2) obligar a las flotas de vehículos como los autobuses urbanos y algunos camiones interestatales a alimentarse con gas natural; 3) seguir a Brasil y flexibilizar los requisitos para el empleo de otro tipo de combustibles para que los basados en alcohol puedan competir con la gasolina; 4) exigir incrementos radicales de la eficiencia de los motores de combustión interna, y 5) animar a las compañías automovilísticas a avanzar hacia compuestos de carbono, que aligeran los coches y requieren motores más pequeños para impulsarlos.

Incluso si cada una de estas soluciones redujera la demanda de transporte de petróleo en sólo alrededor del 10% en la próxima década, Obama podría destruir el monopolio del transporte de este hidrocarburo, alrededor del 95% en EE UU en este momento. Si el presidente no emprende estas medidas inmediatamente, los ciudadanos se enfrentan a un futuro sombrío: hundirse cada vez más en la deuda, financiar el terrorismo, fortalecer a dictadores, contribuir al cambio climático y producirse cáncer a sí mismos.