• Internationale Politik,
    vol. 58, nº 9, septiembre,
    2003, Berlín

 

Los atentados terroristas del 11 de septiembre supusieron un momento decisivo
en la política mundial –como había pasado con la caída
del muro de Berlín–, un momento que alemanes y estadounidenses
vieron de forma muy distinta.

En Estados Unidos, el derrumbe soviético hizo que el ex presidente
George H. W. Bush predijera un “nuevo orden mundial” a partir de
los años 90. En Alemania, las exigencias de la unificación y el
eterno legado político y emocional del régimen nazi hicieron que
los dirigentes políticos se mostraran reacios a aprovechar las espectaculares
transformaciones para elaborar una nueva política exterior, proactiva
y basada en los intereses nacionales, más que en los europeos. Esa parálisis
se ha terminado, afirma el politólogo Wilfried von Bredow en la revista
mensual alemana Internationale Politik, la publicación insignia del Consejo
Alemán de Relaciones Exteriores, un importante centro de pensamiento
de Berlín.

Lo irónico es que la decisión
de Schröder de oponerse a la guerra era tan unilateral como la decisión
de Estados Unidos de desencadenarla

El papel mundial de Alemania y la imagen que tiene de sí misma han cambiado
drásticamente en los últimos años. Hay dos acontecimientos
–uno anterior al 11 de septiembre y otro posterior– que influyeron
en dicha evolución e hicieron destacar al país de distintas formas:
la intervención de la OTAN en Kosovo en 1999 y la guerra de Estados Unidos
contra Irak en 2003.

El dogma pacifista de la Alemania reunificada, que impedía que el Gobierno
enviara tropas a cumplir labores de política exterior, ha derivado en
una actitud de mayor seguridad en sí misma.

Hoy Alemania formula y persigue sus intereses nacionales con confianza, aunque
eso suponga oponerse a Washington. “Es muy posible que Alemania declare
hoy sus intereses con más valentía y claridad que en el pasado”,
reconoce el canciller alemán Gerhard Schröder en una entrevista
en ese mismo número de Internationale Politik, “pero no creo que
eso tenga nada de negativo”.

Durante el conflicto de Kosovo, el Gobierno alemán se pronunció
a favor de la acción militar contra el entonces presidente yugoslavo,
Slobodan Milosevic, y suministró material y personal a la operación
de la OTAN. Ante los sufrimientos humanos en Kosovo y los vívidos recuerdos
de la tragedia de Bosnia, el público alemán también empezó
a aceptar la fuerza militar como un instrumento para gestionar crisis y prevenir
conflictos. Un acontecimiento muy importante por su simbolismo fue que Alemania
acogiera en Colonia el Consejo Europeo de junio de 1999, en el que la Unión
Europea (UE) estableció las estructuras institucionales para una política
común de seguridad y defensa.

El debate de política internacional que precedió a la guerra de
Irak de 2003 reveló aún más la evolución hacia una
política exterior alemana más segura de sí misma, con la
oposición de Schröder a la acción militar de Estados Unidos.
Von Bredow subraya que, aunque inmerso en una campaña de reelección,
el Gobierno alemán no sólo dio enorme publicidad a su postura
contra la guerra, sino que decidió “hacer todo lo posible para
impedir cualquier legitimación posible de la estrategia angloamericana
en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas”. Lo irónico es que
la decisión de Schröder de oponerse a la guerra era tan unilateral
como la decisión de Estados Unidos de desencadenarla. No obstante, las
prioridades alemanas en materia de política exterior –prevenir
o resolver los conflictos por vía pacífica, fomentar la no proliferación
de armas de destrucción masiva, fortalecer los regímenes multilaterales
y luchar contra el terrorismo mundial– quedaron claras para todos.

Ahora que ha reafirmado sus intereses estratégicos nacionales con más
fuerza en el escenario mundial, Alemania debe superar la retórica y unir
sus recursos a los de sus aliados europeos para construir una fuerza de defensa
genuinamente europea, pero que no perjudique ni duplique el papel de la OTAN.
Hasta ahora, Alemania ha tenido un comportamiento ambiguo: ha defendido la capacidad militar europea
aglutinada en la cobertura de seguridad de la Alianza Atlántica, pero
también ha apoyado los esfuerzos para crear una capacidad de estrategia
militar europea independiente, que evidentemente duplicaría el papel
actual de la OTAN.

Estos pasos hacen pensar que Alemania va a seguir comprometida con el multilateralismo,
pero una forma de multilateralismo muy selectiva, centrada en la Unión
Europea y otras organizaciones que se escapan al dominio de Estados Unidos o,
al menos, escenarios en los que es posible contrarrestar su poder.

Esta postura, si bien resulta políticamente atractiva en una época
de antiamericanismo, puede acabar perjudicando a Berlín a largo plazo.
Los gobiernos alemanes presentes y futuros (y sus socios europeos) necesitan
a EE UU para asegurar la estabilidad geopolítica, no sólo porque
tiene un poder inigualable, sino porque Estados Unidos y Europa comparten valores
fundamentales. La reunión de septiembre de 2003 entre Schröder y
el presidente George W. Bush fue un primer paso positivo. Una brecha grave y
permanente reduciría de forma espectacular la capacidad de cada una de
las partes de defender esos valores comunes y proyectarlos en todo el mundo
como alternativa creíble y deseable al conflicto y el caos.

Alemania exhibe su poderoso músculo pacifista. Stefan
Wolff

Internationale Politik,
vol. 58, nº 9, septiembre,
2003, Berlín

Los atentados terroristas del 11 de septiembre supusieron un momento decisivo
en la política mundial –como había pasado con la caída
del muro de Berlín–, un momento que alemanes y estadounidenses
vieron de forma muy distinta.

En Estados Unidos, el derrumbe soviético hizo que el ex presidente
George H. W. Bush predijera un “nuevo orden mundial” a partir de
los años 90. En Alemania, las exigencias de la unificación y el
eterno legado político y emocional del régimen nazi hicieron que
los dirigentes políticos se mostraran reacios a aprovechar las espectaculares
transformaciones para elaborar una nueva política exterior, proactiva
y basada en los intereses nacionales, más que en los europeos. Esa parálisis
se ha terminado, afirma el politólogo Wilfried von Bredow en la revista
mensual alemana Internationale Politik, la publicación insignia del Consejo
Alemán de Relaciones Exteriores, un importante centro de pensamiento
de Berlín.

Lo irónico es que la decisión
de Schröder de oponerse a la guerra era tan unilateral como la decisión
de Estados Unidos de desencadenarla

El papel mundial de Alemania y la imagen que tiene de sí misma han cambiado
drásticamente en los últimos años. Hay dos acontecimientos
–uno anterior al 11 de septiembre y otro posterior– que influyeron
en dicha evolución e hicieron destacar al país de distintas formas:
la intervención de la OTAN en Kosovo en 1999 y la guerra de Estados Unidos
contra Irak en 2003.

El dogma pacifista de la Alemania reunificada, que impedía que el Gobierno
enviara tropas a cumplir labores de política exterior, ha derivado en
una actitud de mayor seguridad en sí misma.

Hoy Alemania formula y persigue sus intereses nacionales con confianza, aunque
eso suponga oponerse a Washington. “Es muy posible que Alemania declare
hoy sus intereses con más valentía y claridad que en el pasado”,
reconoce el canciller alemán Gerhard Schröder en una entrevista
en ese mismo número de Internationale Politik, “pero no creo que
eso tenga nada de negativo”.

Durante el conflicto de Kosovo, el Gobierno alemán se pronunció
a favor de la acción militar contra el entonces presidente yugoslavo,
Slobodan Milosevic, y suministró material y personal a la operación
de la OTAN. Ante los sufrimientos humanos en Kosovo y los vívidos recuerdos
de la tragedia de Bosnia, el público alemán también empezó
a aceptar la fuerza militar como un instrumento para gestionar crisis y prevenir
conflictos. Un acontecimiento muy importante por su simbolismo fue que Alemania
acogiera en Colonia el Consejo Europeo de junio de 1999, en el que la Unión
Europea (UE) estableció las estructuras institucionales para una política
común de seguridad y defensa.

El debate de política internacional que precedió a la guerra de
Irak de 2003 reveló aún más la evolución hacia una
política exterior alemana más segura de sí misma, con la
oposición de Schröder a la acción militar de Estados Unidos.
Von Bredow subraya que, aunque inmerso en una campaña de reelección,
el Gobierno alemán no sólo dio enorme publicidad a su postura
contra la guerra, sino que decidió “hacer todo lo posible para
impedir cualquier legitimación posible de la estrategia angloamericana
en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas”. Lo irónico es que
la decisión de Schröder de oponerse a la guerra era tan unilateral
como la decisión de Estados Unidos de desencadenarla. No obstante, las
prioridades alemanas en materia de política exterior –prevenir
o resolver los conflictos por vía pacífica, fomentar la no proliferación
de armas de destrucción masiva, fortalecer los regímenes multilaterales
y luchar contra el terrorismo mundial– quedaron claras para todos.

Ahora que ha reafirmado sus intereses estratégicos nacionales con más
fuerza en el escenario mundial, Alemania debe superar la retórica y unir
sus recursos a los de sus aliados europeos para construir una fuerza de defensa
genuinamente europea, pero que no perjudique ni duplique el papel de la OTAN.

Hasta ahora, Alemania

ha tenido un comportamiento ambiguo: ha defendido la capacidad militar europea
aglutinada en la cobertura de seguridad de la Alianza Atlántica, pero
también ha apoyado los esfuerzos para crear una capacidad de estrategia
militar europea independiente, que evidentemente duplicaría el papel
actual de la OTAN.

Estos pasos hacen pensar que Alemania va a seguir comprometida con el multilateralismo,
pero una forma de multilateralismo muy selectiva, centrada en la Unión
Europea y otras organizaciones que se escapan al dominio de Estados Unidos o,
al menos, escenarios en los que es posible contrarrestar su poder.

Esta postura, si bien resulta políticamente atractiva en una época
de antiamericanismo, puede acabar perjudicando a Berlín a largo plazo.
Los gobiernos alemanes presentes y futuros (y sus socios europeos) necesitan
a EE UU para asegurar la estabilidad geopolítica, no sólo porque
tiene un poder inigualable, sino porque Estados Unidos y Europa comparten valores
fundamentales. La reunión de septiembre de 2003 entre Schröder y
el presidente George W. Bush fue un primer paso positivo. Una brecha grave y
permanente reduciría de forma espectacular la capacidad de cada una de
las partes de defender esos valores comunes y proyectarlos en todo el mundo
como alternativa creíble y deseable al conflicto y el caos.

Stefan Wolff es profesor ayudante
de Ciencias Políticas en la Universidad de Bath en Inglaterra. Es autor
de The German Question Since 1919 (Praeger Publishers, Westport, 2003) y editor
fundador de The Global Review of Ethnopolitics.