Una marcha por el clima en la ciudad brasileña de Rio de Janeiro, Christophe Simon/AFP/Getty Images
Una marcha por el clima en la ciudad brasileña de Rio de Janeiro, Christophe Simon/AFP/Getty Images

Los problemas económicos de la región no deben distraer a los gobiernos, empresas y sociedades civiles de centrarse en las ventajas de poner en práctica el Acuerdo de París. La lucha contra el cambio climático y la oportunidad pueden ir de la mano.

El mes que viene, el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, recibirá a los líderes mundiales en Nueva York para la firma del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático. Los recuerdos de las escenas de euforia en la capital francesa en diciembre parecen estar disipándose a toda velocidad mientras los países de todo el planeta tratan de salir adelante en un año que está resultando muy difícil.

En el caso de América Latina, la región crecerá aproximadamente el 0,2% en 2016. El crecimiento económico global probablemente seguirá siendo lento y uno de los principales socios comerciales de la región, China, sufrirá una desaceleración. La caída de las inversiones, la bajada de los precios de las materias primas, la revalorización del dólar y la subida de los tipos de interés en Estados Unidos ofrecen una perspectiva complicada para las economías del continente.

A medida que continúan los problemas económicos de América Latina, su modelo de crecimiento, que en diversos casos depende de los recursos naturales, parece cada vez más precario. Varios dirigentes tienen unos índices de aprobación peligrosamente bajos, lo cual demuestra que una ciudadanía con incentivos rechaza la corrupción y exige mejores servicios y seguridad. Los habitantes de la región están también muy preocupados por el cambio climático y otras cuestiones medioambientales.

América Latina es muy vulnerable al cambio climático. El deshielo en los Andes seguramente repercutirá en el suministro de agua de toda la subregión, y perjudicará la producción de energía hidroeléctrica. La escasez de agua tendrá graves consecuencias para millones de personas. Otros efectos en toda América Latina son la erosión costera debida a la subida del nivel del mar y el aumento de fenómenos meteorológicos extremos.

Los daños relacionados con el calentamiento global y las consiguientes repercusiones en el clima podrían ascender a miles de millones de dólares, poner en peligro logros que han costado mucho en materia de desarrollo y hacer que se pierdan avances obtenidos en la sanidad y la educación de los más frágiles. El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) dice que las consecuencias negativas de una subida de dos grados centígrados en la región serán de casi 100.000 millones de dólares anuales para 2050.

Uno de los mayores retos que afronta América Latina es la gestión sostenible de sus inmensos recursos naturales, que incluyen el 22% de la superficie forestal del mundo y el 31% del agua dulce. Aunque ha contribuido sustancialmente a la economía de la región en los últimos años y ha permitido mejoras sociales impresionantes, el crecimiento económico basado en las materias primas sigue produciendo serios problemas sociales y medioambientales como la deforestación y el conflicto social.

Esta dependencia hace que sean más vulnerables a los riesgos relacionados con el clima, tanto inmediatos (la escasez de agua y la contaminación local, por ejemplo) como a largo plazo (los derivados de la falta de diversificación de la economía). Es decir, la región sufre así una doble susceptibilidad, porque también se enfrenta a las repercusiones climáticas antes mencionadas.

América Latina es responsable aproximadamente del 10% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Aunque las emisiones procedentes de la deforestación han disminuido drásticamente en los últimos años, las del sector energético, incluidas las centrales eléctricas, y las del transporte están experimentando un rápido aumento.

El sector de la energía en América Latina es quizá el más limpio del mundo, pero el crecimiento económico y las sequías han incrementado la demanda de electricidad, y eso constituye una enorme presión sobre las presas hidroeléctricas, por los cambios en la distribución de lluvias y la demanda de una mayor proporción de combustibles fósiles en la matriz energética de la región. La rápida expansión urbana y de los vehículos de motor está incrementando la demanda de combustibles en el sector del transporte, estrangulando las ciudades y aumentando la contaminación del aire.

No olvidemos París

El Acuerdo alcanzado en la capital francesa no debe dejar de ser prioritario. Muchos países latinoamericanos invirtieron un considerable capital político en ayudar a obtener el pacto. En las últimas fases de las negociaciones, México, Brasil, Colombia y Perú, entre otros, colaboraron para lograr propuestas de consenso en los apartados más delicados de los borradores. Ese esfuerzo fue crucial, dada la tendencia a que las negociaciones acaben desembocando en actitudes resentidas.

Después del papel desempeñado por la región y con el nivel de preocupación de sus ciudadanos sobre las consecuencias para el clima, los líderes latinoamericanos deberían asistir a la ceremonia de la firma el mes próximo. El Acuerdo de París, que es legalmente vinculante, entrará en vigor cuando al menos 55 participantes en la CMNUCC, que representen al menos el 55% de las emisiones globales totales, lo hayan ratificado.

El Acuerdo refuerza el propósito de conseguir que el aumento de la temperatura global sea muy por debajo de 2 grados y proseguir los esfuerzos para limitarlo a 1,5 grados. Eso incluye un objetivo de mitigación de largo plazo para alcanzar la neutralidad en las emisiones de gases de efecto invernadero en la segunda mitad del siglo.

También comprende el objetivo conjunto de movilizar 100.000 millones de dólares anuales para 2020, con el fin de que los países en vías de desarrollo reduzcan sus emisiones y se adapten a las nuevas circunstancias. El Acuerdo de París establece ciclos de cinco años para elevar los objetivos, empezando en 2018 (y cada cinco años a partir de ese momento), y en 2020 se presentará un balance que permita revisar los planes nacionales actuales sobre el clima.

A pesar de la actividad sin precedentes en la elaboración de planes nacionales, que son un elemento fundamental del acuerdo, el resultado global no se corresponde con los objetivos de temperatura acordados; en la actualidad se calcula que los compromisos producirán un aumento de la temperatura de entre 2,7 y 3,7 grados.

Los planes de los países latinoamericanos no son suficientemente ambiciosos, y en su mayoría son incompatibles con el cumplimiento del objetivo de temperatura global. Dada esa situación, el periodo de aquí a 2020 será crucial para elevar las expectativas. La sociedad civil y el sector privado están cada vez más interesados por dichos planes. Los bancos de desarrollo multilaterales, como el BID, están estudiando cómo colaborar con los gobiernos para traducir esos compromisos en planes que sea posible financiar y en los que se pueda invertir.

Teniendo en cuenta el coste de los riesgos climáticos para los países latinoamericanos, el Acuerdo de París no es una responsabilidad sino una oportunidad para la región, e indica un nuevo rumbo para el desarrollo internacional, hacia una economía global baja en carbono y con capacidad de adaptación.

Algunos países de la región están demostrando que combatir el cambio climático y mejorar la sostenibilidad son acciones compatibles con la prosperidad. En los últimos años, América Latina ha instaurado numerosas medidas para promover las energías renovables, incluidos el establecimiento de objetivos y la implantación de nuevas normativas que están atrayendo inversiones y creando empleo. En enero, el Gobierno chileno fijó el objetivo de lograr que el 70% de su electricidad proceda de fuentes renovables de aquí a 2050.

Sin embargo, aunque están haciéndose progresos en materia de renovables, algunos Estados están bloqueados por los intereses en mantener el statu quo, los subsidios a los combustibles fósiles, el difícil clima inversor y la falta de capital.

Los gobiernos, la sociedad civil y las empresas deben centrarse en las ventajas de poner en práctica el Acuerdo de París y los planes nacionales sobre el clima, y en particular destacar las considerables posibilidades de atraer inversiones y crear puestos de trabajo en sectores de bajas emisiones de carbono como las energías renovables.

La ceremonia de firma del Acuerdo de París en la ONU el mes que viene y el primer balance global de los compromisos sobre el clima, en 2018, pueden recordar a los gobiernos latinoamericanos que la transición a un futuro bajo en carbono y resiliente está ya en marcha. La preocupación por los problemas económicos actuales no debe distraernos de las pruebas cada vez más numerosas de que la lucha contra el cambio climático y la prosperidad pueden ir de la mano.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.