El secretario de Estado de EE UU, John Kerry, y el ministro de Asuntos Exteriores saudí, el príncipe Saud al Faisal, en el aeropuerto internacional de la ciudad de Jeddah, junio de 2014. Brendan Smialowski/AFP/Getty Images
El secretario de Estado de EE UU, John Kerry, y el ministro de Asuntos Exteriores saudí, el príncipe Saud al Faisal, en el aeropuerto internacional de la ciudad de Jeddah, junio de 2014. Brendan Smialowski/AFP/Getty Images

 

El reino se reafirma como el país del Golfo con papel global, mientras que se enfrenta a importantes desafíos en casa.

Aunque las revoluciones de 2011 asustaron a Arabia Saudí por sus consecuencias políticas en todo Oriente Medio, el reino consiguió usar su influencia –y el vacío diplomático egipcio dejado por la caída de Hosni Mubarak y el aislamiento internacional de Bachar al Assad– para imponerse como potencia regional, mientras algunos cambios internos revelan las preocupaciones del palacio real por mantener la familia Al Saud en el poder.

No hay nada más sagrado en Arabia Saudí que la estabilidad de sus fronteras y de su régimen. Así, cuando caen cohetes en su territorio desde Irak, como en Arar en julio de 2014, el gobierno de Riad está más decidido que nunca en llevar a cabo su política de contra-revolución que ha aplicado desde el inicio de los movimientos populares. Tras denunciar la caída de Zine al Abidine ben Alí, la principal potencia petrolera del mundo acogió al ex presidente tunecino (1987-2011) en el exilio, encerrado en un palacio de Yedda, y, en marzo de 2011, se puso el frente de una fuerza militar para acabar con las protestas en Bahréin, donde la mayoría chií contestaba el poder de la monarquía suní de los Al Jalifa. En noviembre del mismo año, obligó a Alí Abdalá Saleh a abandonar la presidencia de Yemen, recordando que sólo el reino saudí gestiona los asuntos de la península arábiga.

 

En guerra contra los Hermanos Musulmanes

En Egipto, donde el fin del régimen de Hosni Mubarak (1981-2011) fue considerado como la pérdida de un gran aliado y casi como una traición por parte de Estados Unidos, Arabia Saudí hizo todo lo posible para impedir a los Hermanos Musulmanes llegar al poder. Apoyando a los militares y a los salafistas del partido Al Nur, Riad no aceptó la elección del presidente Mohamed Morsi en junio de 2012. El conflicto entre el reino y la hermandad se remonta a 1990, cuando ésta apoyó a Saddam Husein durante la invasión de Kuwait. Con su victoria electoral en Egipto, los Hermanos Musulmanes confirmaron que constituían una alternativa del islam político a la familia Al Saud; es decir, una amenaza al liderazgo religioso del reino, guardián de los lugares santos del islam, en el mundo suní. Mientras los Hermanos Musulmanes aspiran a un Estado islámico basado en un sistema electoral, Arabia Saudí reivindica un régimen fundado en la lealtad hacia una sola familia. El reino respaldó el pronunciamiento del 3 de julio de 2013 y el rey Abdalá ben Abdelaziz fue el primer jefe de Estado en felicitar a Abdelfatah al Sisi por su elección a la presidencia en mayo de 2014. Egipto es desde entonces una inversión política y financiera, puesto que Riad, con los Emiratos Árabes Unidos y Kuwait, se comprometió a donaciones de unos 16.000 millones de dólares (unos 11.700 millones de euros) al nuevo régimen de El Cairo.

Desde un punto de vista diplomático, la cuestión de los Hermanos Musulmanes y la situación en Egipto permitió a Arabia Saudí reafirmarse como la potencia del Golfo que cuenta en el escenario mundial. Mientras Qatar aparecía como la voz árabe desde la creación de la cadena Al Yazira en 1996 y las revoluciones de 2011, la caída de Mohamed Morsi mostró los límites de la influencia del emirato. El respaldo a los Hermanos Musulmanes fue el punto de inflexión entre los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG): en marzo de 2014, Arabia Saudí, Bahréin y los Emiratos Árabes Unidos retiraron sus embajadores en Doha. Para Riad, esta decisión era una manera de recordar al joven Tamim ben Hamad al Thani, en el trono qatarí desde junio de 2013, quién mandaba en la zona.

Los límites de esa ofensiva saudí se encuentran en Siria. Aunque el régimen respalda oficialmente a la oposición del Consejo Nacional Sirio, se le acusa de financiar los grupos armados radicales, como el Frente al Nusra o el Estado islámico de Abu Baqr al Bagdadi, papel que ya había desempeñado durante la guerra de Afganistán contra la Unión Soviética (1979-1989). La cuestión es polémica, ya que Riad lo niega y adoptó en febrero de 2014 una ley prohibiendo participar en combates en el extranjero y condenando a duras sanciones a toda persona relacionada con grupos religiosos considerados como extremistas (entre los cuales figuran los Hermanos Musulmanes, según las autoridades). Une medida sin duda para convencer a los aliados occidentales de que Arabia Saudí lucha contra el terrorismo. ¿Qué pasa en el terreno? Resulta muy difícil conocer los movimientos de dinero o de armas entre el reino y Siria. Unos 1.000 saudíes –no existe ninguna cifra fiable– se fueron para tomar las armas contra Bachar al Assad. ¿Qué pasará con los que vuelven? En octubre de 2013, al renunciar a su asiento como miembro no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, Arabia Saudí pretendía denunciar la debilidad de la comunidad internacional, un golpe diplomático que tuvo pocos efectos, mientras lo que más preocupa a los Al Saud es el supuesto acercamiento entre Estados Unidos y la República islámica de Irán del presidente Hasán Rohaní. Siria, y ahora Irak, se convierten en los escenarios de un nuevo Gran Juego entre las potencias del Oriente Medio que, para imponerse, alimentan y manipulan visiones sectarias, entre suníes y chiíes.

 

Desafíos internos y sucesión

En este contexto regional e internacional, Arabia Saudí también se enfrenta a desafíos internos de primera importancia. Algunos ejemplos de protestas lo ilustran. En marzo de 2014, un vídeo publicado en YouTube –¡en todo el reino, más 90 millones de vídeos son vistos cada día en esa red social!– fue todo un acontecimiento: por vez primera, un joven se quejaba de sus condiciones de vida: “Gano 1.900 riales [unos 370 euros] al mes. Dígame, Abdalá ben Abdelaziz, ¿es esta suma suficiente para casarse, tener un coche, alojarse? Deme nuestra parte. ¿Hasta cuándo vamos a seguir pidiendo limosna, exigiendo el dinero del petróleo con el que usted y sus hijos estáis jugando?”. Una palabras fuertes, considerando además que el protagonista revela su nombre, DNI en la mano y llamando al monarca por su nombre de pila, sin las formulas de respeto usuales. Unas palabras que revelan una situación económica preocupante: según fuentes no oficiales, el paro supera los 25% en un país donde la mitad de la población nacional tiene menos de 25 años. Otros casos en la web –mirad por ejemplo la versión que hizo el cómico Hisham Fageeh de la canción No Woman, No Cry, de Bob Marley– llevan a pensar que algo está cambiando, mientras los partidos siguen prohibidos y la politización de las masas casi inexistente. Escuchar esas voces recuerda que el país está gobernado por un gerontocracia cada vez más criticada.

Nacido en 1921, el rey Abdalá está enfermo. En la carrera por la sucesión, las autoridades aprendieron de la gestión de las muertes de los príncipes herederos: Sultán, en 2011, y Nayef, en 2012. En la lucha entre clanes, Muqrin ben Abdelaziz se impuso como un compromiso: joven respecto a sus hermanos (nació en 1945), fue nombrado vice primer ministro en febrero de 2013 y, en marzo de 2014, vice príncipe heredero. Una decisión inédita, pero que deja tiempo para organizarse con el fin de que el reino siga siendo saudí. En este contexto, se seguirá con peculiar atención a estas personas: Mohamed ben Nayef, ministro del Interior; Saud ben Nayef, gobernador de la Provincia oriental, donde se encuentran las reservas de petróleo y una minoría chií; Mohamed ben Salman, hijo y secretario personal de su padre, el príncipe heredero Salman; y, sobre todo, a Mutaib ben Abdalá, hijo del rey y jefe de la Guardia Nacional. Una generación joven dispuesta a propulsar su país entre les grandes potencias del escenario regional y mundial. La muerte del rey Abdalá, que muchos anuncian como inminente, será clave para el porvenir del reino y los dirigentes deben, más allá del Gran Juego entre Arabia Saudí e Irán, responder a una pregunta sencilla: ¿cuál es su visión para el futuro del país a largo plazo? ¿Tienen alguna? Las políticas de distribución de la renta con ayudas sociales y de represión hacia las voces internas disidentes –dos activistas fueron condenados a varios años de cárcel en julio de 2014– muestran que aún les queda mucho camino por recorrer.