El ministro saudí de Asuntos Exteriores, Nizar bin Obaid Madani, interviene en la novena cumbre de seguridad regional organizada en Manama, Bahréin. Los dos clásicos enemigos acercan posiciones en un clima de distensión.

La monarquía saudí parece estar reconsiderando sus opciones geoestratégicas en su lucha asimétrica contra Irán a lo largo de Oriente Medio, a medida que aumenta la presión social y política interna, tras varios reveses estratégicos y diplomáticos en Irak y Siria.

Este mismo mes, Arabia Saudí invitó al titular diplomático iraní Javad Zarif para "hablar", respondiendo al fin a los gestos de Teherán desde el cambio de gobierno. Una última señal de que un macro acuerdo regional de distensión se negocia y que, naturalmente, involucrará tarde o temprano a las demás potencias.

Ya antes Riad había reemplazado al Príncipe Bandar bin Sultan, su belicista director de inteligencia y arquitecto de la escalada militar en Siria, Irak, y Egipto. También está retirando su apoyo económico y logístico a las milicias vinculadas a Al Qaeda en Siria e Irak, además de amenazar a sus ciudadanos con cárcel a quien luche en esos países con organizaciones terroristas.

Arabia Saudí, que se considera asimismo el patriarca suní en la lucha histórica contra el chiismo que Irán abandera, podría estar ganando tiempo, pero sus gestos son sintomáticos más bien de un giro estratégico para lograr un acuerdo de mínimos con su enemigo que repercutiría regional y globalmente.

Aunque EE UU y Rusia se enfrentan en torno a Ucrania, ambos apoyan una tregua en la guerra sectaria entre suníes y chiíes en toda la región, sobre todo en Irak y Siria, donde los regímenes chiíes combaten insurgencias suníes lideradas por radicales islamistas, apoyados, a su vez, por Arabia Saudí y otros países árabes del Golfo Pérsico.

Una vez el presidente estadounidense Barack Obama desistió el verano de atacar Siria -y que Bashar al Assad tomó la iniciativa militar con la ayuda de Irán y su aliado libanés Hezbolá – se hizo evidente que una victoria militar rebelde era inalcanzable. De igual manera, el gobierno chií en Irak, que ha criticado duramente a la monarquía saudí por su apoyo a los extremistas sunís, consolidó su poder en las elecciones del mes pasado.

Esos traspiés han llevado a Arabia Saudí a limitar sus pérdidas en Siria e Irak para, de forma simultánea, redoblar su esfuerzo de aplastar a los Hermanos Musulmanes y apoyar a la dictadura militar en Egipto que depuso al gobierno electo del movimiento.

Los Hermanos Musulmanes son más peligrosos para los regímenes árabes del Golfo, aún más que Irán, porque son los más máximos representantes de movimientos democráticos basados en el islam suní. Unido al creciente clamor por más libertades y democracia, desde el derecho de las mujeres a conducir hasta más libertad de expresión, temen que podría desembocar en su propia Primavera Árabe.

Tampoco es que Irán esté bien parada: debilitada por las guerras asimétricas que libra en Siria e Irak junto con las sanciones de Occidente. El Gobierno reformista de Irán, con la bendición del Ayatola Alí Jamenei, ha estado ofreciendo desde hace un tiempo una tregua a Riad.

Además, el liderazgo saudí conoce bien a los reformistas iranís. Muchos son los mismos con quién hace más de una década se logró tener relaciones cordiales.
Puesto de otra manera, tanto Irán como Arabia Saudí han concluido que necesitan una pausa en su guerra sectaria para enfocarse en sus prioridades internas y geopolíticas. Claro está, la desconfianza es intensa, así como la presión inmensa dentro de cada país de sectores partidarios de la guerra.

La ventana es ideal pero puede cerrarse fácilmente. Por todo ello, los esfuerzos deben estar encuadrados en una estrategia global que involucre a EE UU y Rusia, así como a China, Turquía, y Europa.

La presión viene de Israel con quien Arabia Saudí mantiene un noviazgo de conveniencia. El gobierno conservador del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu ha apoyado a los rebeldes sirios en su guerra contra Assad, de la secta alauita chií. (Los enemigos de mis enemigos son mis amigos). Netanyahu, contrariando a su aliado EE UU, sigue presionando para que se ataque el programa nuclear iraní; incluso tratando de torpedear las negociaciones de Occidente con Teherán para asegurar que su programa nuclear no tenga fines militares. Aunque siguen compartiendo su odio por los Hermanos Musulmanes, así como por Hamás y Hezbolá, el giro saudí reforzaría las negociaciones con Irán en la región a las que Netanyahu se opone.

La ruptura reciente del proceso de paz palestino por la intransigencia israelí ha molestado mucho a los saudíes. No solo porque nuevamente se aleja cualquier esperanza de un acuerdo, si no porque, gracias a ello, Hamás – que tiene unos lazos muy cercanos a los Hermanos Musulmanes- y la Autoridad Palestina de Al Fatah están nuevamente buscando un gobierno de unidad.

Ventana

La ventana para lograr una distensión entre los dos enemigos naturales sería pieza clave para una tregua más amplia en la región. Dará a los moderados de ambos lados tiempo para domar a las fuerzas belicistas en Irán, como la Guardia Republicana, y a una parte importante de la Familia Real.

Si se logra, podría ser una versión del détente en la Guerra Fría que sirvió de prerrequisito para negociar elGlasnost que eventualmente acabó ella.  Pero también podría sucumbir sin avanzar si quiera. Hay líneas rojas que ambos tendrían que respetar. Yemen, Bahréin y los países del Golfo en general son intocables para Arabia Saudí. Para Irán son Siria e Irak. En disputa estarán Líbano, Palestina, y más genéricamente la amenaza de la “Creciente Chií” que los árabes suníes perciben. Por supuesto los Ayatolás defienden su legítimo derecho a defender sus intereses, sobre todo a través de Hezbolá y Hamás.

La pieza clave sin duda es Siria. Todos los países comparten la urgencia de una negociación que ponga fin a la guerra. Solo Al Qaeda se beneficia del vacío de poder, algo que ningún país quiere. Ni Irán ni Arabia Saudí pueden imponer una negociación, pero sí la pueden facilitar.

Una tregua entre los dos países además facilitaría la negociación con Occidente para negociar garantías creíbles de que el programa nuclear iraní no tendrá fines militares. Sin los saudíes, cualquier acuerdo sería frágil.

Giro saudí

Riad dijo que el Ministro Zarif puede visitar el Reino cuando quiera para “hablar” sobre cómo Irán “puede involucrarse en el esfuerzo para pacificar la región lo más posible.” Más motivado por la amenaza de Al Qaeda a través de Yemen, los saudíes además están revisando su apoyo a los rebeldes sirios ante la abundante evidencia del empoderamiento de los más próximos a red terrorista, que a su vez está encendiendo a Irak y Yemen.

Claro que los saudíes a su vez están reforzando la horca a los Hermanos Musulmanes, un asunto árabe en el que Irán no está involucrado. La represión de la organización en Egipto se logra gracias a la financiación generosa de los países del Golfo que en 2014 alcanzará 18.000 millones de dólares, según datos estimados de Bank of America-Merrill Lynch. Solo en regalos de productos petroleros en los doce meses desde el golpe en julio se calcula que serán 4.600 millones.

Los saudíes declararon además a los Hermanos Musulmanes una organización terrorista, secundado por algunos países árabes. Riad retiró su embajador de Qatar, seguidos por Bahréin y los Emiratos Árabes Unidos, a raíz del apoyo de Doha a los Hermanos y sus relaciones cordiales con Irán.

De hecho, la fallida estrategia en Siria tiene más apoyo popular en Arabia Saudí que la persecución a los Hermanos Musulmanes. No es porque se simpatice con la organización si no con la intolerancia con cualquier disidencia interna.

Hasta ahora Riad ha apaciguado a la disidencia con enormes subsidios y recursos aunque aumenta la frustración con el desempleo. La presión fiscal para la monarquía también juega en contra ya que su ingreso petrolero sufrirá por el aumento previsto en las exportaciones de Irak e Irán y el aumento del consumo interno para generar electricidad.

En esta coyuntura el tiempo favorece a Irán. Si militarmente se consolida mejor en Siria y la región, mientras logra suavizar a Occidente y estrechar lazos con Rusia y China, disminuirá la presión sobre los Ayatolás para negociar. Para los saudíes en cambio, el tiempo juega en contra. Razón mayor para lograr una tregua en la guerra sectaria suní-chií, para detener la sangría en Siria y para concentrarse en las prioridades de sus propios súbditos.