El candidato a las elecciones por el Frente para la victoria, Daniel Scioli, escucha a la Presidenta argentina, Cristina Fernandez de Kirchner, en una ceremonia en Bueno Aires, septiembre 2015. Juan Mabromata/AFP/Getty Images
El candidato a las elecciones por el Frente para la victoria, Daniel Scioli, escucha a la Presidenta argentina, Cristina Fernandez de Kirchner, en una ceremonia en Bueno Aires, septiembre 2015. Juan Mabromata/AFP/Getty Images

¿La Argentina de hoy, próxima a elecciones presidenciales, es parecida a la de 1973?

En 1973 los militares abandonaban el poder forzados por las acciones armadas de las guerrillas y la presión popular. Juan Domingo Perón no podía participar en aquellas elecciones, y con la bendición de las juventudes peronistas, que en los últimos años habían ganado espacio político dentro del partido, impuso un candidato a la presidencia: Héctor Cámpora, quien ganó los comicios con el 49% de los votos. La campaña peronista fue simple y directa: “Cámpora al Gobierno, Perón al poder”.

En las próximas elecciones argentinas Cristina Fernández de Kirchner no podrá ser candidata, pero a plena luz y sin tapujos, mueve sus fichas, como lo hizo en 1973 el general Perón. Para dejar las cosas claras al candidato presidencial del Frente para la Victoria (FVP), Daniel Scioli, tiene junto a ella a decenas de movimientos peronistas-kirchneristas, que son su fuerza de choque no solo como medio de propaganda, sino también como instrumento de presión ante cualquier cambio en la dirección de su candidato. “Scioli al Gobierno, Cristina al poder” es tras bastidores el lema de la campaña actual. Cristina, al imponer como candidato a la vicepresidencia a un hombre de toda su confianza y probada lealtad, Carlos Zannini, lo deja claro. Y los fantasmas de 1973 y aquella confrontación entre peronistas de izquierda y derecha, que condujo al golpe de Estado de 1976, vuelven a estar presentes.

Cuando Perón regresa de su exilio madrileño, Cámpora es forzado por los sindicalistas afines al general a dimitir. Cámpora, el más leal amigo de Perón, sin mayores ambiciones, debía renunciar a la presidencia para dar paso a nuevas elecciones donde Perón se presentaría. Hoy los jóvenes peronistas invocan el nombre de Cámpora como modelo de lealtad y compromiso social, pero omiten que el líder histórico del justicialismo desestabilizo su régimen, culpándolo por la matanza de Ezeiza, para, aunque ya se sabía enfermo, presentarse a unos nuevos comicios donde su mujer Isabelita accedería a la vicepresidencia.

Eliminado Cámpora, el hombre de la izquierda peronista, del entorno de Perón, éste le otorga toda su confianza a José López Rega. Con él la derecha peronista toma el poder y López Rega tiene carta libre para reprimir desde su cubículo del ministerio de Bienestar Social a las ovejas descarriadas del peronismo, aquellos jóvenes a los que una vez Perón llamo “la juventud maravillosa”. El enfrentamiento de ambas facciones se hizo cotidiana, y Perón, ya en la presidencia, definía posiciones. En un célebre discurso el 1 de mayo de 1974, desde el clásico balcón de la Casa Rosada, tildaría a las juventudes peronistas de imberbes y ningunearía la participación de la organización Montoneros y demás grupos juveniles peronistas en la recuperación de la democracia.

Los militantes montoneros sintiéndose traicionados desatan una guerra contra la derecha peronista, que a su vez se agrupaban en la Alianza Anticomunista Argentina o Triple A, responsables, en democracia, de los primeros asesinatos y desapariciones políticas en la Argentina de los 70. Perón sabía de los asesinatos selectivos de la Triple A, sin embargo, los peronistas de hoy intentan eliminar de la biografía de su fundador aquella etapa sangrienta y fratricida. En aquel escenario de guerra peronista con secuestros, asesinatos y coches bombas ningún bando pensó o le importo conservar la democracia.

El golpe era una opción aceptable para Montoneros, estaba en sus cálculos políticos, solo que para ese entonces los argentinos estaban ya cansados de tanta muerte e inestabilidad social y económica, y recibieron a Videla como una bocanada de oxígeno, ahogados en un conflicto que había comenzado como una guerra peronistas y término incendiando toda la nación.

Apenas dos años y 10 meses después del retorno a la democracia ésta volvía a sucumbir. Más de 30.000 argentinos asesinados y desaparecidos es el saldo de aquella vorágine de sucesos y ambiciones de poder que tuvieron su epicentro en 1973. Cuando el poder está por encima de los intereses de un país, éste termina siendo siempre la gran víctima.

El caso viene a colación porque hoy muchos de los actuales líderes del kirchnerismo son Montoneros o hijos de víctimas de la guerra sucia, muchos con padres desaparecidos. Son hombres de mediana edad, en su mayoría preparados, educados, intelectualmente capaces de desentrañar el papel que el general Perón, y el peronismo, tanto de derecha como de izquierda, tuvo en la década trágica, y no caer en los mismos desenfrenos que llevaron a que el periodo entre 1973 y 1983 sea considerado el más violento y dramático de la historia argentina.

Pero todo hace pensar que el peronismo no aprendió la lección que dejaron los 70 y no ha dudado, en sus afanes políticos, de crear y nutrir movimientos juveniles capaces de llenar plazas y estadios, arremeter contra opositores políticos y ser las bases proselitistas que mantienen viva la mitología peronista. Hoy como sucedió durante el corto periodo de Héctor Cámpora, en homenaje al cual el movimiento más grande, La Cámpora, lleva su nombre, las organizaciones juveniles, por voluntad de la Presidenta argentina, tienen presencia en ministerios e instituciones públicas. Axel Kicillof, ministro de Economía, es de La Cámpora y muchos amigos y leales a Máximo Kirchner, hijo de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, son de aquella agrupación de descamisados modernos.

Sin duda, como los Montoneros, que se creían con derecho a gobernar la Argentina de 1973, las modernas juventudes peronistas, socialistas y leales a los Kirchner como La Cámpora, Túpac Amaru o Movimiento Evita, entienden que el sacrificio de sus mayores los hace merecedores de permanecer a la diestra del kirchnerismo, de ser sus principales fuerzas políticas, y concretar el sueño, que la oligarquía les arrebato, de la patria socialista. Todas aquellas organizaciones reciben directa o indirectamente financiamiento del Gobierno central y en las jurisdicciones donde el peronismo ha perdido elecciones han sido la autoridad alterna al poder, canalizando ayudas a los más pobres, saltándose los gobiernos locales.

¿Es este escenario podría Daniel Scioli desarrollar un Ejecutivo a su medida? ¿O tendrá que amoldarse al guion que Cristina Fernández de Kirchner quiere preservar? Al igual que Cámpora hace 42 años Scioli es solo un invitado en la fiesta, no el organizador. La dueña de todo el caudal partidario hoy es Cristina. Él lo sabe y ofrece continuismo, pero todos creen que girara a la derecha a causa de la actual crisis que vive Argentina. Con la fuerza política y popular que mantiene la Presidenta argentina, Scioli siempre estará con la amenaza de ser obligado a renunciar y que ocupe su lugar un vicepresidente como Carlos Zannini, leal a los fundamentos de la izquierda peronista.

¿Cuánto tiempo esperaran movimientos como La Cámpora para expresar, tomando plazas y calles, su repudio por cualquier cambio en la políticas económicas? Aunque el país está en crisis, en el imaginario peronista, Argentina vive su segundo Camelot, el primero fue de 1946 a 1955, truncado por el golpe de Estado, y el segundo es el kirchnerismo. Girar a la derecha sería truncar el “exitoso periodo socialista”. Y volverán en unos años con fuerza a idealizar una era donde el sueldo de los trabajadores se subía por decreto y se subvencionaba hasta el futbol por TV.

Los pueblos que ignoran intencionalmente su historia no son víctimas sino cómplices de sus redundantes tragedias.