Cristina Fernández y Mauricio Macri. (Juan Mabromata/AFP/GettyImages)
Cristina Fernández y Mauricio Macri. (Juan Mabromata/AFP/GettyImages)

Scioli vs. Macri son las opciones que tiene el país ante las elecciones de octubre. El candidato oficialista, Daniel Scioli, es favorito, pero hay muchas dudas sobre si dará continuidad al proyecto kirchnerista

Mucha polarización y poco debate. En medio del abrumador ruido mediático de la prensa partidista, oficialista o conservadora, el debate en torno a los temas cruciales de la economía y la política brilla por su ausencia. Los 32 millones de argentinos están llamados a las urnas el 25 de octubre para elegir al próximo presidente de la Nación; los candidatos surgirán de las primarias del próximo 9 de agosto. Si, como parece probable, ninguna fórmula obtiene más del 45% de los votos -o más del 40% con una diferencia de 10 puntos porcentuales-, se celebrará un ballotage o segunda vuelta el 24 de noviembre.

Además, los argentinos escogerán también senadores y diputados; y, en otras fechas a lo largo del año, se elegirán alcaldes y gobernadores provinciales. Muchas urnas este año en Argentina. Y una novedad: por primera vez en unos comicios presidenciales, los argentinos de 16 y 17 años podrán votar, aunque no será para ellos obligatorio, como lo es para los adultos de entre 18 y 70 años de edad.

Una gran incógnita de estas elecciones es cómo es posible que el kirchnerismo, después de gobernar durante doce años -Néstor Kirchner subió al poder en 2003 y su esposa, Cristina Fernández, lo sucedió en 2007, para revalidar su mandato en 2011-, no haya sido capaz de impulsar un candidato afín. El hombre finalmente designado como candidato “oficialista” es Daniel Scioli, gobernador de Buenos Aires, que, si bien es miembro del Frente para la Victoria (FpV) de los Kirchner, nunca ha congeniado con la presidenta. Algunas encuestas lo dan como ganador en una segunda vuelta; otros sondeos apuntan a una victoria de Maurici Macri en el ballotage, pues capitalizaría la mayor parte de los votos de Sergio Massa, quien, si hace unos meses se presentaba como una candidatura con posibilidades de disputar la presidencia, ahora no detenta más del 14% de la intención de voto, según las mismas encuestas que dan un 38% de los votos a Scioli y un 32,8% a Macri en primera vuelta. Tanto Macri como Massa se sitúan a la derecha del actual Gobierno; la duda, para muchos, es cuánto a la derecha está el propio Scioli.

Scioli y la incógnita del kirchnerismo

Aunque es un veterano de la política y viejo conocido en las filas peronistas, la línea política que seguiría al frente de la Casa Rosada es, en gran medida, una incógnita. Lo es, principalmente, porque si algo define a Daniel Scioli es su capacidad para adaptarse y su falta de posicionamientos claros. Él, dicen los que le conocen, prefiere resistir a ganar. Su historia lo demuestra: en 1997 fichó por Carlos Menem, a quien hoy muchos recuerdan como el ejecutor de las políticas neoliberales que conducirían a la aguda crisis política, económica y social de 2001. Tras la caída del menemismo y el “que se vayan todos”, Scioli se reubicó en el kirchnerismo y llegó a ser vicepresidente de Néstor Kirchner.

En sus declaraciones se cuida de no tomar partido por completo. Sólo parece claro que es peronista, pero, como es bien sabido, en el peronismo cabe todo, desde el neoliberalismo menemista hasta el populismo kirchnerista. De ahí los interrogantes que para muchos suscita la orientación política que tomará, una vez llegado a la Casa Rosada. No obstante, la mayor parte de los sondeos le dan más posibilidades.

Otros analistas opinan que Cristina Fernández de Kirchner no está dispuesta a abandonar el poder cuando deje la Casa Rosada; una prueba sería que la presidenta impuso a Carlos Zannini, secretario de Legal y Técnica y mano derecha de Fernández, como compañero de fórmula presidencial del candidato oficialista. “Scioli está haciendo todo lo que puede para ser presidente. Una vez logrado eso, veremos si se mueve para construir su propia base de poder independiente de Cristina. Pero ella trata de limitarlo”, sostiene la politóloga María Victoria Murillo en una entrevista publicada por The New York Times. No parece fácil: Eduardo Duhalde lo intentó con Néstor Kirchner, y lo que siguió fueron doce años de kirchnerismo.

Macri: un gestor empresarial

Tampoco parece evidente qué se puede esperar de Mauricio Macri si llega a la presidencia. Macri se hizo popular en Buenos Aires por presidir el Club Atlético Boca Juniors en 2008. Los últimos años al frente del club más emblemático de la ciudad del tango, fue preparando su entrada triunfal en la política: en 2003 creó el partido Compromiso para el Cambio, que en 2007 encabezó la alianza electoral Propuesta Republicana, más conocida como PRO; ese año ganó la jefatura de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, cargo que ha ostentado desde entonces con notable éxito electoral.

Como Scioli, Macri es rico desde la cuna, hijo de un exitoso empresario italiano. También los dos candidatos comparten que se apartan del estilo de confrontación tan cercano a la retórica kirchnerista: si Scioli prefiere la resistencia al enfrentamiento directo, Macri huye de la ideología. Para Macri y los suyos, administrar una ciudad o un país no es muy diferente de gestionar una empresa privada o un club de fútbol: gobernar se reduce entonces a armar equipos de trabajo capaces y lograr resultados eficaces y eficientes.

Este es el discurso que, si bien poco tiene de nuevo, enarbola el PRO para presentarse como el cambio, la nueva política frente al viejo peronismo. De hecho, aunque en principio el partido de Macri fue cercano a los sectores conservadores del peronismo, terminó aspirando a ocupar el espectro político que dejó el radicalismo en Argentina: el único partido con aspiración de arrebatarle el poder al peronismo.

“El PRO se propone, desde sus orígenes, como una fuerza que ingresa a la actividad política con el objeto de renovarla, y moviliza para ello valores del mundo de la empresa y de la sociedad civil del voluntariado y la expertise”, asegura el investigador Gabriel Vommaro, coautor del libro Mundo PRO (Planeta), en un artículo publicado en Le Monde Diplomatique. El PRO es, ante todo, una maquinaria al servicio de los éxitos electorales; con Macri al frente, se toman aquellas decisiones que más fácilmente lleven a la victoria; al margen quedan ideas o convicciones políticas. Es con esa vaguedad conceptual, sumada a una poderosa capacidad de movilización ciudadana y una eficaz estrategia comunicativa que incluye la invasión publicitaria del espacio público, que el PRO conquistó el espacio político disponible para una derecha civilizada y ha sostenido un apoyo creciente en la Capital Federal de Buenos Aires.

Ausencia de debate

Como recuerda el economista Diego Rubinzal, el pensamiento del PRO se inscribe en la llamada Nueva Gerencia Pública (NGP) que sacraliza las ideas de eficacia y eficiencia y se detiene únicamente en los resultados, a los que aplica los mismos indicadores que la empresa privada. “La especificidad de la actividad estatal desaconseja esa receta”, afirma Rubinzal, y concluye que, en política, “la relevancia de los cuadros técnicos es indiscutible pero circunscrita al aporte de sus conocimientos para apuntalar el proyecto político”. En definitiva: “Ese modelo gerencial pretende despolitizar la gestión pública. El discurso centrado en los equipos y los gerentes públicos invisiviliza el eje central del debate: ¿Cuál es el proyecto de país?”, plantea Rubinzal.

Ninguno de los dos candidatos quiere desgranar ese proyecto más allá de lugares comunes vaciados de polémica. Sin embargo, Argentina se enfrenta en su futuro inmediato a la resolución de incertidumbres que se están posponiendo en este año electoral. El Gobierno sostiene como puede la divisa y la cotización del dólar en el mercado paralelo, aguanta el envión de una inflación estabilizada en torno al 30% anual, mantiene una política de industrialización basada en la sustitución de importaciones y, como puede, compensa los desequilibrios con las divisas de la exportación de soja -la “sojización” del país- y otras commodities. Posiblemente, el modelo sólo es sostenible a corto plazo; pero, en un año electoral, ningún político quiere pensar en el medio ni mucho menos en el largo plazo.