La emigración y la corrupción atentan contra la estabilidad de Tayikistán, Kirguizistán y Uzbekistán, pero no hay reformas a la vista. Sus gobiernos son incapaces y están muy poco motivados para emprender los cambios políticos y económicos que pueden contener el aumento de las tensiones y la pobreza causado por  la crisis.

La crisis económica mundial ha arrasado con la poca estabilidad que quedaba en muchos países de Asia Central. La zona se enfrenta a inmensos problemas con una muy difícil solución. Y es que países como Tayikistán, Kirguizistán y Uzbekistán ven peligrar su estabilidad por diferentes causas: pobreza, desempleo, corrupción, emigración, radicalización islámica e incremento de los regímenes autoritarios.

Pero los mayores problemas a los que se enfrentan, son sus propios gobiernos, que tienen cero interés en solventar la situación. Si quieren sobrevivir como Estados independientes, es necesario que se esfuercen por crear economías funcionales, erradicar la corrupción, mejorar los servicios sociales y realizar reformas urgentes en el sector laborar.

Región en crisis: Barrio a las afueras de Bishkek, Kirguizistán. AFP/Getty Images

La crisis provocó que millones de tayikos, kirguís y uzbecos que emigraron a Rusia y Kazajistán en la época de bonanza de estos países, perdieran sus trabajos. Ahora, muchos han vuelto a casa y otros han decidido permanecer en la ilegalidad, sufriendo situaciones discriminatorias a diestro y siniestro. Los efectos han sido devastadores en ambos casos. Los  propios gobiernos no pueden ocuparse de los emigrantes retornados, porque no disponen de los medios necesarios para hacerlo. Las remesas –fundamentales para la subsistencia de estos países– han disminuido sustancialmente. Multiplicando la pobreza ya existente.

Y es que sin saberlo, la emigración de trabajadores de Tayikistán, Kirguistán y Uzbekistán ha servido durante muchos años como salvavidas político en sus lugares de origen. Uno por la gran inyección económica que suponen para su país, y de la que se han aprovechado sus gobiernos. Dos, porque así se deshacen del sector más joven y a su vez más crítico y problemático de la población. A los que más conflictos puedan desatar, mejor tenerlos lejos. El resultado en el ámbito social es la desmembración de muchas familias por la falta de una figura masculina, ya que se trata de sociedades predominantemente patriarcales.

Las estadísticas señalan que los que abandonaron sus casas para trabajar en los países vecinos, con mejores economías son los más capacitados y los más jóvenes. En Rusia y Kazajistán en cambio les tocan los trabajos poco cualificados y muy mal pagados. Esta hemorragia masiva la estuvieron sufriendo los gobiernos durante años, sin hacer nada por impedirlo. La fuga de cerebros fue descomunal. Ahora en cambio, muchos quieren volver.

Este es un problema enorme. Estos Estados no tienen la capacidad ni la fortaleza económica para manejar la afluencia de repatriados. Ni tampoco la intención. Así que se enfrentan a centenares de desempleados tirados en sus calles. Los que antes traían dinero, ahora son un estorbo. Todo esto, derivará en una nueva oleada de delincuencia que acarreará consecuencias devastadoras para los países. Si no llegan pronto las reformas, están perdidos.

La ineficacia de los mandatarios actuales está provocando una situación insostenible. La corrupción en estos países es de dimensiones inimaginables. La situación social y política, deplorable. A este paso, su camino lleva directo a la autodestrucción. Y es que los intereses particulares del gobierno, están provocando que muy pocos prosperen, pero que muchos vivan en la más absoluta pobreza y depresión.

Tayikistán ha estado en calma desde que finalizó la guerra civil en 1997. No obstante, la corrupción es incalculable. La violencia y la pobreza se palpan en las calles y los grupos extremistas están empezando a aflorar por todos los rincones del país. Principalmente, por su proximidad a Afganistán. La situación es inadmisible.

En Kirguistán, las elecciones parlamentarias fraudulentas celebradas en febrero de 2005, condujeron a un levantamiento popular sin precedentes, que depuso al presidente Askar Akayev. En su lugar, fue elegido Kurmanbek Bakíyev y desde entonces su Gobierno ha vivido una crisis tras otra. Violencia política, revueltas, desconfianza popular han sido sus ingredientes principales. La perspectiva del caos y la delincuencia es desorbitada.

Uzbekistán se encuentra en una situación lamentable. Principalmente debido a un Ejecutivo poco competente, a la depresión económica y a la aplicación de políticas ineficaces. Las reformas políticas y económicas han fallado. La represión religiosa y política y el empeoramiento de las condiciones de vida han aumentado las tensiones y la violencia.

Sin duda, sin nuevas reformas radicales tanto políticas como laborales, con el paro afluente, la larga lista de problemas en la región seguirá incrementándose. La inacción de los Estados para paliar la grave situación es constante. Así que la inseguridad ciudadana sigue creciendo.

El descontento no puede ser mayor. Sin esfuerzos irrefutables por cambiar la situación, los países de Asia Central están a la merced de los ciclos económicos y de la caída de los vecinos más poderosos, como Rusia. La tranquilidad de estos Estados reside no en la política que desarrollen internamente, sino en las condiciones externas que les afecten.

Es poco probable que estos cambios ocurran en un futuro cercano. Los gobiernos de la región siguen estando dirigidos por las élites, ajenas a los problemas de la sociedad. La rápida acción que se necesita se ve mermada por los intereses de unos pocos. Y mientras tanto, el pueblo sigue sufriendo.

 

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