• Journal of Development Economics,
    vol. 72, nº 2, diciembre 2003,
    Amsterdam (Países Bajos)

 

En los 90 parecía que los responsables económicos latinoamericanos
lo hacían todo bien. Varios países, siguiendo las recomendaciones
de las instituciones financieras internacionales, adoptaron reformas radicales
de liberalización en sectores como el comercio o la banca. No obstante,
el crecimiento de la región entre 1990 y 1999 fue pésimo. Por
el contrario, a pesar de su indiferencia hacia muchos de los remedios propuestos,
las economías asiáticas –como las de China, India, Corea
del Sur y Taiwan– crecieron significativamente en el mismo periodo.

Esta paradoja merece un análisis más a fondo, sostienen los economistas Ricardo
Hausmann y Dani Rodrik, de la Universidad de Harvard, conocidos por cuestionar
abiertamente los tópicos vigentes en su profesión (especialmente el Consenso
de Washington, que plantea que los países pobres se desarrollarían rápidamente
una vez que adoptasen políticas respetuosas con la propiedad privada y abrieran
sus economías al comercio e inversión exteriores). Es evidente que una receta
tan simple no tiene en cuenta muchos ingredientes importantes y produce con
frecuencia resultados insatisfactorios. En su reciente artículo ‘Desarrollo
económico como autodescubrimiento’ en el Journal of Development Economics,
los autores apuntan el "detectar lo que se nos da bien producir" como uno de
esos elementos.

Para hacer ese descubrimiento, los gobiernos de los países en desarrollo
deben animar a la empresa privada a adaptar las tecnologías y los planes
de negocio extranjeros a las condiciones locales. Las empresas que obtienen
grandes beneficios inspiran inevitablemente a los imitadores, y así favorecen
aún más la economía nacional. Colombia, por ejemplo, se
convirtió en el mayor exportador de flores cortadas a Estados Unidos
después de que varias empresas emulasen el éxito de la pionera
en este negocio, creada en 1969. También la industria de tecnología
de la información de India ha experimentado un crecimiento espectacular
en los últimos años porque cientos de empresas locales y extranjeras
han seguido la estela de unas cuantas compañías de Bangalore que
estaban sacando oro de un entorno aparentemente difícil.

Como demuestran estos ejemplos, muchos países pobres podrían desencadenar
su propio crecimiento económico con sólo descubrir cómo emplear mejor sus abundantes
recursos. Hausmann y Rodrik subrayan, sin embargo, un obstáculo clave: las ganancias
de las empresas privadas que invierten en innovación no compensan necesariamente
los considerables gastos que supone adaptar sus tecnologías y sus planes de
negocio. La marea de imitadores que surgen si el negocio prospera también se
lleva por delante los beneficios de los empresarios. Por tanto, un sistema de
libre mercado y laissez-faire no producirá toda la inversión e innovación
que necesitaría una sociedad ideal. Como observan los autores, los gobiernos
de Asia oriental proporcionaron a sus empresas "tanto promoción (la zanahoria)
como disciplina (el palo)," mientras que América Latina "tenía una
disciplina considerable" en forma de apertura de mercado, "pero poca promoción".

Hombre recolectando flores
Las flores del desarrollo: un
invernadero de Medellín (Colombia) produce flores para su exportación.

Hausmann y Rodrik sugieren que los grandes beneficios sociales proporcionados
por las empresas y la inversión tecnológica de los países
en desarrollo pueden justificar la intervención gubernamental, en aras
de promover estas actividades. No son los primeros en defender ese razonamiento:
de hecho, entender que los beneficios sociales son más importantes que
los beneficios individuales puede explicar por qué las primeras instituciones
de patentes en Europa solían otorgar derechos de propiedad a quien incorporara
una nueva tecnología. Ahora, los legisladores deben diseñar programas
eficaces que estimulen la innovación y minimicen sus perversos efectos
secundarios, tales como limitar la competencia o ralentizar la difusión
de ideas que podrían disparar la productividad y los ingresos de los
ciudadanos pobres.

Los economistas de Harvard examinan varias maneras de ayudar a un país a descubrirse
a sí mismo
, y llegan a proponer, a modo de prueba, subsidios para los empresarios
con buenos proyectos o buenos resultados. Sugieren, además, que políticas de
este tipo podrían explicar por qué las economías de Asia oriental como Taiwan
o Corea del Sur han funcionado mejor que las de los países en desarrollo de
Latinoamérica en las últimas décadas. Con una gran fuerza laboral y acceso a
capitales, los innovadores de los países en desarrollo que se ocupan de industrias
con grandes mercados internacionales tienen poco que temer de los imitadores
locales.

Quizá este hecho explique por qué las empresas y los sectores
de los países menos desarrollados que se dirigen hacia los mercados extranjeros
son invariablemente más productivas que las que se centran en el mercado
interno. La lección para los políticos de mentalidad proteccionista
de los países ricos es: abrir vuestros mercados a los vecinos menos afortunados
es una forma muy eficaz de estimular la innovación. Estas políticas
suponen un mayor incentivo para que los empresarios extranjeros y nacionales
creen nuevos negocios y transfieran tecnologías a las sociedades en desarrollo.

ENSAYOS, ARGUMENTOS Y OPINIONES DE TODO EL PLANETA

Crecimiento con personalidad. Kenneth
L. Sokoloff

Journal of Development Economics,
vol. 72, nº 2, diciembre 2003,
Amsterdam (Países Bajos)

En los 90 parecía que los responsables económicos latinoamericanos
lo hacían todo bien. Varios países, siguiendo las recomendaciones
de las instituciones financieras internacionales, adoptaron reformas radicales
de liberalización en sectores como el comercio o la banca. No obstante,
el crecimiento de la región entre 1990 y 1999 fue pésimo. Por
el contrario, a pesar de su indiferencia hacia muchos de los remedios propuestos,
las economías asiáticas –como las de China, India, Corea
del Sur y Taiwan– crecieron significativamente en el mismo periodo.

Esta paradoja merece un análisis más a fondo, sostienen los economistas Ricardo
Hausmann y Dani Rodrik, de la Universidad de Harvard, conocidos por cuestionar
abiertamente los tópicos vigentes en su profesión (especialmente el Consenso
de Washington, que plantea que los países pobres se desarrollarían rápidamente
una vez que adoptasen políticas respetuosas con la propiedad privada y abrieran
sus economías al comercio e inversión exteriores). Es evidente que una receta
tan simple no tiene en cuenta muchos ingredientes importantes y produce con
frecuencia resultados insatisfactorios. En su reciente artículo ‘Desarrollo
económico como autodescubrimiento’ en el Journal of Development Economics,
los autores apuntan el "detectar lo que se nos da bien producir" como uno de
esos elementos.

Para hacer ese descubrimiento, los gobiernos de los países en desarrollo
deben animar a la empresa privada a adaptar las tecnologías y los planes
de negocio extranjeros a las condiciones locales. Las empresas que obtienen
grandes beneficios inspiran inevitablemente a los imitadores, y así favorecen
aún más la economía nacional. Colombia, por ejemplo, se
convirtió en el mayor exportador de flores cortadas a Estados Unidos
después de que varias empresas emulasen el éxito de la pionera
en este negocio, creada en 1969. También la industria de tecnología
de la información de India ha experimentado un crecimiento espectacular
en los últimos años porque cientos de empresas locales y extranjeras
han seguido la estela de unas cuantas compañías de Bangalore que
estaban sacando oro de un entorno aparentemente difícil.

Como demuestran estos ejemplos, muchos países pobres podrían desencadenar
su propio crecimiento económico con sólo descubrir cómo emplear mejor sus abundantes
recursos. Hausmann y Rodrik subrayan, sin embargo, un obstáculo clave: las ganancias
de las empresas privadas que invierten en innovación no compensan necesariamente
los considerables gastos que supone adaptar sus tecnologías y sus planes de
negocio. La marea de imitadores que surgen si el negocio prospera también se
lleva por delante los beneficios de los empresarios. Por tanto, un sistema de
libre mercado y laissez-faire no producirá toda la inversión e innovación
que necesitaría una sociedad ideal. Como observan los autores, los gobiernos
de Asia oriental proporcionaron a sus empresas "tanto promoción (la zanahoria)
como disciplina (el palo)," mientras que América Latina "tenía una
disciplina considerable" en forma de apertura de mercado, "pero poca promoción".

Hombre recolectando flores
Las flores del desarrollo: un
invernadero de Medellín (Colombia) produce flores para su exportación.

Hausmann y Rodrik sugieren que los grandes beneficios sociales proporcionados
por las empresas y la inversión tecnológica de los países
en desarrollo pueden justificar la intervención gubernamental, en aras
de promover estas actividades. No son los primeros en defender ese razonamiento:
de hecho, entender que los beneficios sociales son más importantes que
los beneficios individuales puede explicar por qué las primeras instituciones
de patentes en Europa solían otorgar derechos de propiedad a quien incorporara
una nueva tecnología. Ahora, los legisladores deben diseñar programas
eficaces que estimulen la innovación y minimicen sus perversos efectos
secundarios, tales como limitar la competencia o ralentizar la difusión
de ideas que podrían disparar la productividad y los ingresos de los
ciudadanos pobres.

Los economistas de Harvard examinan varias maneras de ayudar a un país a descubrirse
a sí mismo
, y llegan a proponer, a modo de prueba, subsidios para los empresarios
con buenos proyectos o buenos resultados. Sugieren, además, que políticas de
este tipo podrían explicar por qué las economías de Asia oriental como Taiwan
o Corea del Sur han funcionado mejor que las de los países en desarrollo de
Latinoamérica en las últimas décadas. Con una gran fuerza laboral y acceso a
capitales, los innovadores de los países en desarrollo que se ocupan de industrias
con grandes mercados internacionales tienen poco que temer de los imitadores
locales.

Quizá este hecho explique por qué las empresas y los sectores
de los países menos desarrollados que se dirigen hacia los mercados extranjeros
son invariablemente más productivas que las que se centran en el mercado
interno. La lección para los políticos de mentalidad proteccionista
de los países ricos es: abrir vuestros mercados a los vecinos menos afortunados
es una forma muy eficaz de estimular la innovación. Estas políticas
suponen un mayor incentivo para que los empresarios extranjeros y nacionales
creen nuevos negocios y transfieran tecnologías a las sociedades en desarrollo.

Kenneth L. Sokoloff es catedrático
de Economía en la Universidad de California Los Ángeles (UCLA)
e investigador asociado en el National Bureau of Economic Research.