¿Dará Obama los primeros pasos para eliminar las armas mortales del mundo?

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En 2009, el presidente estadounidense, Barack Obama, obtuvo el Premio Nobel de la Paz, porque, según el comité, “su diplomacia se basa en el concepto de que quienes dirijan el mundo deben hacerlo partiendo de los valores y las actitudes que comparte la mayoría de la población mundial”. En su segundo mandato, debe asumir esa esperanza y tomar medidas para que Estados Unidos deje de quedarse fuera a la hora de firmar acuerdos mundiales sobre la paz y el desarme. Para empezar, debe remitir el Tratado sobre prohibición de minas de 1997 al Senado para su aprobación y, mientras tanto, dar los primeros pasos para deshacerse del arsenal de minas que posee el país, independientemente de que lo apruebe el Senado o no.

Obama fue elegido presidente en 2008, en parte, por sus grandes llamamientos a afrontar los problemas mundiales que traspasan las fronteras. En su segundo mandato, ¿qué mejor muestra de apoyo a la diplomacia multilateral puede haber que el hecho de unirse a los 161 países -incluidos todos los demás miembros de la OTAN y todos los Estados del hemisferio occidental excepto Cuba- que ya han firmado el Tratado de prohibición de minas? Es perfectamente factible.

En realidad, resulta difícil comprender por qué Obama no lo ha hecho ya. Estados Unidos ya respeta la mayor parte de las cláusulas en el Tratado de prohibición de minas. No exporta minas desde 1992, no las fabrica desde mediados de los 90, ya ha empezado a destruir sus reservas y no utiliza minas antipersonas desde hace 20 años. Estas armas son un legado mortal que no debe volver a utilizarse.

Las minas antipersonas no distinguen entre el paso de un soldado, un niño, una abuela o un animal. Una vez colocadas, siguen siendo letales durante generaciones, cuando ya no existe ninguna necesidad militar que las justifique. Con el fin de los combates, casi todas las víctimas de las minas terrestres son civiles; cientos de miles de personas han caído en manos de esta plaga. Y como son indiscriminadas y tienen unos efectos desproporcionados sobre la población civil, pueden ser ilegales, de acuerdo con el derecho internacional, incluso sin el Tratado, que prohíbe por completo el uso, la producción y el almacenamiento de ese tipo de armas.

El Gobierno de Obama anunció una revisión de la política de Estados Unidos sobre las minas a finales de 2009, pero está tardando en presentar los resultados. No obstante, existen motivos para pensar que hay muchas probabilidades de que el Senado lo ratifique. En 2010, 68 senadores -más de los dos tercios necesarios para ratificar el Tratado- escribieron al presidente para instarle a que respaldara la prohibición mundial.

Ahora bien, incluso aunque el Senado no actúe, Obama puede cumplir las obligaciones del Tratado empleando los poderes de la Casa Blanca. La postura actual de Estados Unidos -en espera de la revisión ordenada por el presidente hace ya tres años- es la de oponerse a las minas tontas, que pueden estar durmientes durante decenios, pero seguir apoyando las llamadas minas inteligentes, que se supone que se autodestruyen o se desactivan al cabo de un periodo determinado. Lo malo es que las minas inteligentes también son incapaces de distinguir entre objetivos civiles y militares, no están a prueba de fallos y constituyen una amenaza igual de grave para los espectadores inocentes.

Sin aguardar a que el Senado actúe, Obama podría ampliar la prohibición actual que defiende Estados Unidos para que incluya las minas inteligentes y acelerar la destrucción del arsenal estadounidense, que llegó a tener en su momento más de 10 millones de estos artefactos. También podría dar a conocer el número de minas que se han destruido durante su mandato, una cifra que todavía no se ha hecho pública. El objetivo seguiría siendo adoptar una política de prohibición que se rija por las leyes internacionales y que el Senado ratifique el Tratado, pero no hay por qué esperar.

Aparte de las minas terrestres, el presidente podría empezar a librar al mundo de otro peligro sin sentido: las bombas de racimo. Estas armas de gran tamaño se despliegan desde el aire o desde tierra y sueltan docenas o incluso cientos de municiones explosivas más pequeñas que constituyen un peligro mucho mayor para la población civil que los explosivos convencionales. Se sabe de niños que las han confundido con juguetes. Obama debería ordenar una revisión inmediata de la política sobre municiones de racimo, con el propósito de incorporarse al acuerdo internacional de 2008 para su prohibición. Estados Unidos ya tiene previsto prohibir todo el arsenal de municiones de racimo, menos una pequeña parte, de aquí a 2018, de acuerdo con una estrategia anunciada por el Pentágono en 2008. ¿Por qué no eliminarlas todas ya?

A pesar de algunos pasos prometedores del presidente hacia la eliminación de armas mortales del mundo, como el tratado sobre armas nucleares alcanzado con Rusia, su primer mandato, por desgracia, se caracterizó más por el espectacular aumento del uso de aviones no tripulados y el desarrollo de una nueva categoría letal de armas convencionales -las armas robóticas totalmente autónomas- que por la desaparición de amenazas contra la humanidad.

Obama comenzó su presidencia recibiendo un premio que no se merecía. Si consigue que las minas pasen a la historia, puede comenzar sus segundos cuatro años empezando a merecerlo.

 

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