Región de Xinjiang, China. (Xiaolu Chu/Getty Images)
Región de Xinjiang, China. (Xiaolu Chu/Getty Images)

Éstas son algunas de las zonas del mundo en las que la desertificación supone una mayor amenaza

Oeste y noreste de China: un desierto en cada ala

China se seca irremisiblemente por dos de sus costados. En el noreste, y más concretamente en la provincia de Mongolia Interior, la desertificación lleva decenios avanzando. Las autoridades chinas, amigas de los remedios mastodónticos, han respondido con la reubicación a los suburbios capitalinos de alrededor de 200.000 personas que ya no pueden mantener el modo de vida pastoral en un terreno crecientemente árido. A su vez, se han plantado millones de árboles para parapetar a Pekín frente a las tormentas de arena procedentes del noreste (la última de ellas, en abril, tuvo dimensiones históricas). Sin embargo, las autoridades podrían haber agravado el problema durante años, sobre todo por las actividades extractivas de la compañía carbonífera estatal en Mongolia Interior, que han secado el territorio. Ante la presión ecologista, China accedió el año pasado a detener la acción de extracción de aguas por parte de ese grupo estatal en la provincia. Demasiado tarde, probablemente.

Por el oeste, en Xinjiang, el desierto avanza a un ritmo de 82 kilómetros cuadrados anuales y conforma la mayor zona del mundo en proceso de desertificación. Esta provincia no se limita a enviar dolores de cabeza a Pekín mediante la insurgencia independentista uigur, sino también en forma de tormentas de arena que asolan la capital con cada vez más virulencia. Hace cuatro años, las autoridades lanzaron un plan para fomentar el desarrollo sostenible y controlar los peligrosos desplazamientos arenosos. El plan antidesertificación, que se encuadra también en la estrategia del Estado de desarrollar económicamente la zona (y de inundarla con emigrados de etnia han) para neutralizar con prosperidad el sentimiento independentista, apunta más a la consigna general de ganarse las mentes y lo corazones de los uigures que a frenar un fenómeno probablemente irreversible.

California: la pesadilla de Steinbeck

El fértil paisaje del valle central de California puede acabar asemejándose peligrosamente al del sur del estado, a medida que la aridez avanza y los recursos hídricos se diezman en este inconmensurable granero americano donde se dan todas las condiciones para que pronto se viva esa temida megasequía que lo desfigure y desertifique de forma concluyente. La principal franja agraria californiana se está convirtiendo así en lo que los lugareños llaman un dust bowl, lo que obedece a factores naturales (sequías y un drástico descenso de las precipitaciones nevosas cuyo deshielo irriga el valle) y, sobre todo, al desproporcionado consumo de agua por parte de la industria agraria local, que produce la mitad de frutas y hortalizas que se consumen en Estados Unidos. Los críticos de esta todopoderosa agristocracia denuncian que sus intereses requieren tal consumo de agua que perjudican los de todos los demás. Pero la agricultura no es la única actividad que está secando el valle: la industria de los hidrocarburos también hace un uso masivo de los acuíferos, y actividades como el fracking consumen unos 265 millones de litros de agua anuales en la zona.

El problema de la desertificación del valle no les ha pasado desapercibido a las autoridades, que a principios de mayo adoptaron medidas de emergencia obligando a ciudadanos y a empresas a reducir el consumo de agua ante las condiciones de sequía y aridez sin precedentes. Esta orden (seguramente más efectiva que los anteriores llamamientos del gobernador californiano a una reducción voluntaria del 20% del consumo) es un parche necesario, pero no ofrece la respuesta a una contradicción clave protagonizada por dos elementos: el legítimo vigor económico de la zona y las necesidades de los consumidores, que requieren de un gran consumo de agua; y la certeza de que, al amparo de esa necesidad, los acuíferos se vacían para que los bolsillos de las grandes corporaciones se llenen. Resolver ambas cuestiones, tan estrechamente interrelacionadas, es quizá más difícil que frenar la desertificación del mítico paraje que inmortalizó Steinbeck.

Estado de Sao Paulo durante una sequía. (Victor Moriyama/Getty Images)
Estado de Sao Paulo durante una sequía. (Victor Moriyama/Getty Images)

Noreste de Brasil: seca miseria

El áspero noreste brasileño, ese territorio semiárido que es además la zona más pobre del país, trae a la mente sequías de resonancia bíblica, pero de efecto muy actual. La más grave de las que se recuerdan en los últimos decenios tuvo lugar hace dos años: secó parte del caudal hidráulico, interrumpiendo el suministro eléctrico y lastrando la economía de un territorio que aspira a ser un nuevo centro masivo para la producción agrícola. Pero la sequía, más que puntual, se hace ya perpetua, mientras que la creciente aridez y la degradación del suelo amenazan también los empeños de este pobre territorio por erguirse en un contexto de frenazo generalizado de la economía nacional.

Las razones que explican la desertificación del nordeste, que afecta ya a más de la mitad de su territorio, son en parte naturales, pero el fenómeno también se debe al crecimiento de la población, a la sobreexplotación de los recursos y a un uso insostenible de la tierra (no sólo el destinado a la agricultura, sino también al excesivo pastoreo en las zonas deforestadas). Las consecuencias de este proceso son inmensas, pues el territorio alberga a una población cercana a los 18 millones de personas cuya subsistencia queda en entredicho: la falta de lluvias ha arruinado las cosechas, matado de sed al ganado y barrido del mapa el 30% de la producción de caña de azúcar.

La onda expansiva de la desertificación del nordeste llega a otras partes del país. La electricidad procedente de la energía hidráulica ha menguado drásticamente como consecuencia de la falta de agua, y se calcula que millones de nordestinos, víctimas de la aridez de su tierra, han emigrado a grandes ciudades como São Paulo, donde podrían verse afectados duramente por la escasez de agua que también amenaza a la gran metrópolis, cayendo así en la misma sed de la que huyeron.

Las tragedias naturales y los grandes errores humanos se confabulan: la presidenta Dilma Rousseff, al presentar su paquete de medidas de austeridad en marzo, reconoció que, a causa de la sequía, el nordeste va a tener que enfrentarse a una crisis adicional, además de a la que ya azota al conjunto de la economía brasileña. Otra cosa es saber quién abordará la tragedia en la región, pues el rezagado territorio es víctima tanto de la aridez como de siglos de olvido. Este nuevo Brasil, ahora en crisis, tiene otras cosas de las que ocuparse y se prepara ya para vivir los indeseables efectos colectivos de la austeridad.

India: ¿desertificación subordinada?

La desertificación de India es de tal calado que incluso al industrioso primer ministro, Nerendra Modi, cuyo tesón muchos tienen por portentoso dentro y fuera del país, se le escapa la solución a tan irremisible proceso. Los datos son devastadores: el 25% del país se está convirtiendo en desierto, y un porcentaje aún mayor está viendo cómo sus suelos se deterioran crecientemente. Las principales masas de terreno desertificado corresponden a los estados de la llanura norte, pero la sequía extrema tiene posibilidades de aparecer en buena parte del país por debajo de la cordillera del Himalaya. Como en otros casos, las razones de la desertificación son parcialmente naturales, pero la actividad humana interviene de manera decisiva en forma de tala excesiva y deforestación, incendios, pastoreo insostenible, extensión de los cultivos a zonas peligrosas, incendios o uso abusivo de acuíferos.

En un país que no consigue sacudirse la miseria de encima, el problema no es sólo medioambiental, sino también social: la desertificación compromete una producción y suministro adecuados de alimentos a los más desfavorecidos, así como un adecuado rendimiento agrícola. Al poco de llegar al poder, Modi anunció un ambicioso programa para frenar la desertificación y la degradación del suelo, condición esencial para cumplir con sus compromisos de erradicación de la pobreza. Pero ésta presenta tantas facetas, y es en algunos casos tan insondable, que los beneficios a largo plazo que supuestamente se deriven del plan antidesertificación pueden verse como demasiado lejanos respecto a las urgencias inmediatas del día a día.

Tampoco está claro cuánta energía puede quedarle a las autoridades para ocuparse de esta cuestión, cuando su prioridad es el desarrollo de las grandes infraestructuras y la atracción de inversiones, así como facilitar la adquisición de terrenos para llevar los grandes proyectos a cabo. En ese plan megalómano para avanzar hacia una nueva India y conquistar un desarrollo tan acelerado como urgente y legítimo, costará que se acepten los miramientos y que la desertificación, subordinada a otras prioridades, no caiga en el olvido.

Una agricultora recolecta el maiz que se ha secado en Kwara en la ciudad de Zaka, Zimbabue (Alexander Joe/AFP/Getty Images)
Una agricultora recolecta el maiz que se ha secado en Kwara en la ciudad de Zaka, Zimbabue (Alexander Joe/AFP/Getty Images)

Zimbabue: un visitante indeseado

Lo ultimo que necesita Zimbabue, tras pasar de ser el granero del África meridional a ver buena parte de sus tierras en ruinas, es una creciente desertificación. Pero ésta llama ya a sus puertas: el país ha perdido en los dos últimos decenios una media anual de más de 300.000 hectáreas de bosque, y ha visto como buena parte de sus otrora fértiles tierras pasan a ser baldías por efecto de la expansión de las condiciones áridas que prevalecen en algunas zonas vecinas de Namibia o Botswana.

Es un proceso natural, pero la mano del hombre ha empeorado las cosas: en concreto, la tala masiva por parte de los productores de tabaco ha deforestado muchas zonas. Tanto es así que el propio Mugabe, cuyos acólitos consideraban a este cultivo como un ejemplo de la emancipación respecto a los terratenientes blancos, ha amenazado con prohibir el cultivo de tabaco si esta industria no frena la tala indiscriminada. China es el principal cliente del tabaco de Zimbabue, y además ha aportado los fondos para el desarrollo de esa industria; ahora tendrá que encontrar otras alternativas viables para aprovechar la riqueza agraria del país africano.

La industria maderera no ha tenido más miramientos que la del tabaco, y ha contribuido en buena medida a la deforestación y a la desertificación. Pero no sólo el lucro despiadado está detrás de esta actividad; la supervivencia de millones de personas del campo también depende de una explotación intensa de los bosques, ya que la madera constituye la única alternativa en regiones a las que no llega la electricidad. A su vez, la repoblación de algunas zonas rurales, a medida que muchos regresan de las ciudades ante la falta de oportunidades, ha llevado a un incremento de la tala.

El debate sobre las reformas de la propiedad de la tierra emprendidas por Mugabe y la ruina en la que ha caído el país después de desposeer a la minoría terrateniente blanca es controvertido. La situación anterior era claramente injusta, y la actual desesperada. La duda que emerge es si, bajo el liderazgo de Mugabe, ese país mísero que sigue siendo Zimbabue podrá además asumir que la creciente desertificación le prive de parte de la que, hasta ahora, ha sido su única fortaleza: la fertilidad de su tierra.