¿Está el castrismo preparando su salida del poder?

 

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Algo tienen en común el Papa Benedicto XVI y Raúl Castro: son longevos y se retiran (o al menos lo prometen) voluntariamente del poder. A diferencia de Fidel que renunció a la presidencia en 2006 por graves problemas de salud, su hermano, que desde entonces le sustituye, limitó su mandato a otros cinco años. Hace tiempo, en una entrevista, Fidel Castro había dicho que 80 años de edad son demasiados para seguir gobernando pero que, por las circunstancias, se había visto obligado a hacerlo. Su hermano no sigue esta sabia devisa, sino que se percibe como único guardián legítimo de una Revolución que las nuevas generaciones no identifican con los tiempos heroicos sino con el largo período de austeridad llamado período especial en tiempos de paz.

¿Está Raúl preparando el futuro? Desde la lógica del castrismo la pregunta sería más bien: ¿es posible dejarlo todo bien atado cuando no estén ni él ni su hermano? Probablemente no. Raúl se ha rodeado de los suyos y poco a poco ha ido sustituyendo a todas las figuras leales a Fidel Castro. El último representante fue Ricardo Alarcón que ocupó durante dos décadas la presidencia de la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP), el parlamento cubano. El 24 de febrero fue sustituido por Esteban Lazo, uno de los pocos hombres negros en la cúpula política y también uno de los más ortodoxos y férreos defensores del régimen actual.

Lo más novedoso de la apertura del Parlamento, renovado en las elecciones del 3 de febrero, fue el nombramiento de Miguel Díaz-Canel como vicepresidente del Consejo de Estado y de Ministros y, por tanto, un posible sucesor de Raúl Castro. Destaca sobre todo por su cercanía al presidente, su mediana edad y su ejemplar carrera como burócrata. El castrismo à la Raúl es ante todo eso: un régimen burocrático-militar, pero comprometido con la modernización y una mayor apertura interna y externa del país. En los siete años de raúlismo, el país ha cambiado. Aunque el régimen político sigue intacto, se ha permitido una paulatina liberalización política y económica: en 2011 se convocó un Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) que aprobó un mayor espacio para el emergente sector privado para compensar la reducción del aparato estatal y la pérdida de hasta un millón de empleos; el Gobierno negoció con la Iglesia Católica la liberación de decenas de presos políticos cuyo número se ha reducido sustancialmente; la hija de Raúl y ahora diputada Mariela Castro promovió una mayor libertad para los homosexuales y transexuales, y desde el 14 de enero se permite la salida del país hasta un máximo de 24 meses sin pedir un permiso de salida ni tener una carta de invitación, y los que salieron de forma ilegal pueden retornar al país en un plazo de ocho años.

Todos estos no son cambios espectaculares pero largamente esperados y anunciados, de modo que el raúlismo al menos parece más previsible que el fidelismo. En la agenda externa destaca la Presidencia cubana de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) que acaba de celebrar su primera Cumbre con la Unión Europea. Poco a poco, todos los países acabaron aceptando el régimen cubano como interlocutor. Incluso Estados Unidos se cansó de ejercer su habitual política de presión y, aunque los cubano-americanos siguen siendo un lobby poderoso, cada vez es menos unitario y menos radical. A pesar de que siga el embargo, EE UU tiene un diálogo fluido sobre drogas y migración con las autoridades cubanas, ha vuelto a permitir las remesas y los viajes y sigue manteniendo una poderosa sede diplomática en Cuba que no se llama Embajada pero que se parece bastante, con la única diferencia de que no tiene relaciones diplomáticas con el castrismo. La Unión Europea está negociando, por tercera vez, un acuerdo de cooperación con la isla que, ante su plena inserción en América Latina y la liberalización interna, esta vez podría llegar a buen término. De este modo, los cubanos y el mundo parecen estar resignándose ante un castrismo longevo, que más que preparar el futuro está preparando su propia salida del poder. Si esto ocurre, Raúl tendrá un año más que el Papa hoy.

 

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