En el final de su mandato, el presidente brasileño Lula da Silva ha tomado decisiones arriesgadas en política exterior. La más llamativa es su alianza con Teherán. Pero las intenciones de Brasilia van mucho más allá del ‘caso iraní’. Se ha instalado en el centro del escenario mundial para quedarse.

 

Brasil está dispuesto a demostrar que es un país de primera magnitud en el tablero mundial, y su presidente, Lula da Silva, necesita poner un broche final a su mandato: para eso nada mejor que conseguir que Irán se sentara en la mesa de negociaciones nucleares. Teherán, por su parte, necesita aliados. Esto explica que una relación, en principio contra natura, entre una democracia y una república teocrática, entre el rigorismo del chador y el vitalismo de la samba, se haya convertido en objeto de todas las miradas. Pero hay mucho más de lo que parece a simple vista: ambos han sido imperios y han hecho del pragmatismo la piedra angular de su política exterior. Por eso, esta extraña pareja quizá no lo sea tanto.

Para señalar la importancia que ambos se conceden basta con repasar el intercambio de visitas entre diversos dignatarios. En noviembre de 2008, Celso Amorim, ministro de Exteriores de Brasil, acudió a Irán. Fue la primera visita de un canciller brasilero en 21 años. Su homólogo iraní, Manouchehr Mottaki, estuvo en Brasil pocos meses después, en febrero de 2009. Mahmud Ahmadineyad viajó a Brasilia en noviembre de 2009, en medio de grandes protestas en las calles y la condena de la oposición. Y Amorim realizó otra corta visita a Teherán en diciembre siguiente. El broche fue la presencia de Lula da Silva en la capital iraní el 16 de mayo pasado, donde intentó escenificar el papel mediador de su Gobierno en la crisis nuclear de los iraníes con la comunidad internacional, gesto que Washington y Moscú consideraban una estrategia de Teherán para evitar sanciones.

 

El presidente brasileño, Lula da Silva, el iraní, Mahmud Ahmadineyad, y el primer ministro turco, Recep Tayip Erdogan, junto con sus ministros de Exteriores, celebran el acuerdo para el enriquecimiento del uranio de Teherán en suelo turco, éxito que quedaría devaluado por las sanciones del Consejo de Seguridad de la ONU.

 

Brasilia está muy interesada en que esas sanciones no se produzcan, ya que perjudicarían su intercambio comercial con el régimen de los ayatolás, que en 2009 alcanzó los 1.240 millones de dólares (950 millones de euros). Esta cifra adquiere un significado real si se consideran, por ejemplo, los volúmenes de intercambio comercial de todos los países bolivarianos (Venezuela, Cuba, Bolivia, Ecuador, Nicaragua) con Irán en el mismo período: 60 millones de dólares (46 millones de euros). Sin duda, el aliado natural de Teherán no es Chávez, sino Lula.

La fluidez del diálogo bilateral y de las relaciones comerciales no debe hacernos pensar que no existen diferencias. Después de la Cumbre de Durban II en Ginebra, la cancillería brasileña emitió un comunicado en el que se lamentaba que Ahmadineyad “restara importancia al holocausto”. En mayo de 2009, el líder iraní postergó por sorpresa su viaje a Brasil pocas horas antes de iniciarlo, en lo que en principio podía deberse a problemas internos en pleno clima preelectoral, aunque algunos observadores señalaron que, en medio de su campaña por la presidencia, Ahmadineyad no quería escuchar en vivo y en directo los puntos de vista brasileños sobre su discurso en la capital suiza. Sin embargo, una vez reelegido, Lula se convirtió en uno de los pocos líderes occidentales en apoyar los resultados oficiales y declarar que era casi imposible pensar en un fraude.

 

INTERESES PETROLEROS

Pero Irán no es sólo un mercado atractivo para el Gobierno brasileño, sino que hay otros objetivos de tipo estratégico que acercan a ambos países más allá del mero diálogo Sur-Sur. En primer lugar, el gigante brasileño Petrobras ha estado trabajando en el Golfo Pérsico, pese a las crecientes presiones desde Estados Unidos para poner fin a esa relación comercial. En julio de 2004, la compañía petrolera firmó un contrato para realizar perforaciones en el bloque Tusan. Después de cinco años, en noviembre de 2009, los responsables de la empresa informaron de que los resultados técnicos indicaban que esos pozos no eran económicamente viables y que se había decidido abandonar ese proyecto, aunque mantendrían su oficina en Teherán.

Pese a que acaban de descubrirse nuevos yacimientos en territorio brasileño, que centrarán la atención de Petrobras, eso no significa que abandone Irán, sino que permanecerá allí a la espera de mejores condiciones. Es probable que, pese a mostrarse renuente en el pasado a participar en cierto tipo de proyectos, en el futuro sea el gas y no el oro negro el principal interés de Brasil en Irán, algo comprensible si se tiene en cuenta que las reservas de ese país (23 trillones de metros cúbicos) representan las segundas reservas mundiales, tan sólo superadas por las de Rusia. Debido a las sanciones internacionales, la gran mayoría de las inversiones extranjeras en el sector del gas iraní proviene de empresas chinas e indias. Teniendo en cuenta sus vinculaciones comerciales y políticas, Brasil podría tener una puerta abierta en ese campo.

Tema aparte es la cuestión nuclear. A Brasil le preocupa la idea de que un programa atómico con fines no pacíficos pueda generar una respuesta internacional y que, con la excusa de la seguridad y de la no proliferación, se limiten las posibilidades de desarrollo de esta tecnología para los países que no son miembros del llamado “club nuclear”. Si bien la Constitución brasileña establece que la tecnología atómica sólo se utilizará con fines civiles, y Brasil es miembro del Tratado de No Proliferación (TNP), no ha aceptado el Protocolo Adicional para inspecciones del Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA), algo que ha generado algunos problemas, como el planteado en 2004 con la planta de enriquecimiento nuclear de Resende (Río de Janeiro), que generó un conflicto entre Brasil y aquel organismo.

El Plan Nacional de Defensa de Brasil (que se presentó en diciembre de 2008) incluye un gran componente nuclear. Allí se habla de la “necesidad estratégica de desarrollar y dominar la tecnología nuclear”. En este ámbito se enmarcan proyectos como el del submarino de propulsión atómica, concluir la construcción de la central Angra III o avanzar en la construcción de otras cuatro centrales nucleares.

Brasilia ha reconocido en varias ocasiones el derecho de Irán a desarrollar su tecnología atómica con fines pacíficos como miembro pleno del TNP. Al respecto, la posición de Celso Amorim va más allá de su oposición a las sanciones comerciales internacionales por considerarlas contraproducentes, al señalar que no debe olvidarse lo sucedido en Irak, donde la supuesta posesión de armas de destrucción masiva por parte del régimen de Sadam Husein fue la excusa para desencadenar un cambio de régimen, argumentando un peligro que, como luego se vio, era inexistente. “Llámennos ingenuos, pero creo que los servicios de espionaje de Estados Unidos son mucho más ingenuos. Y si no, miren el caso de Irak”, declaró a los medios el titular del Palacio de Itamaraty. Así, desde el punto de vista brasileño, plantear una salida negociada al problema del programa nuclear iraní no sólo es un ejercicio diplomático a favor de la paz, sino una manera de proteger sus propios intereses en este campo. Para evitar suspicacias, Brasil se ha encargado de dejar bien claro que el diálogo político entre Brasilia y Teherán constituye sólo un intercambio de opiniones entre países importantes en sus respectivas regiones, pero no una alianza política.

 

BRASIL JUEGA SUS BAZAS

La diplomacia brasileña no ha ocultado su voluntad de convertirse en un actor global, y uno de sus principales objetivos es conseguir un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, si algún día se reforma ese organismo. De allí su interés en problemas que podrían parecer lejanos a la política latinoamericana.

En el caso iraní, fuentes diplomáticas aseguran que Brasil busca contribuir de forma positiva a los problemas de Oriente Medio, sin ilusiones y sin experiencia previa, pero aprovechando las buenas relaciones que Brasilia tiene tanto con Washington como con Teherán. A través de un enfoque pragmático y buscando el apoyo de otros actores como Turquía, Brasil no tiene la intención de presentar propuestas nuevas, sino reducir el grado de desconfianza mutuo, insistiendo en la necesidad de una mayor flexibilidad tanto por parte de Teherán como de Estados Unidos y otros países de la comunidad internacional. En este contexto se enmarca la propuesta de Lula en la Cumbre de Seguridad Nuclear de Washington y la reunión de Amorim en Madrid con el ministro de Asuntos Exteriores español, Miguel Ángel Moratinos, y la Alta Representante de la Unión Europea para la Política Exterior y la Seguridad Común, Catherine Ashton, en la escala que el ministro brasileño hiciera en su viaje hacia Turquía, Rusia e Irán hacia finales de abril.

Las diplomacias brasileña y turca han logrado que Irán dejase de lado su rigidez y firmase en Teherán un acuerdo el pasado 17 de mayo para presentar una propuesta concreta al OIEA para la gestión conjunta del uranio enriquecido, aún en medio de un escepticismo general.

La diplomacia brasileña no ha ocultado su voluntad de conseguir un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas

Para Irán, fomentar y profundizar sus vínculos con Brasil tiene una importancia multidimensional. En primer lugar, a medida que aumenta el aislamiento internacional de su Gobierno, se vuelve más necesario encontrar nuevos socios. De ahí el incremento de su presencia diplomática en el África subsahariana y en América Latina. Desde 2006, Irán ha reabierto sus embajadas en Colombia y en Nicaragua, ha establecido relaciones diplomáticas con Bolivia y ha abierto una embajada en Ecuador. Hoy existen 11 embajadas iraníes en esa región. En el caso de las relaciones con Brasil, el régimen de Teherán puede presentar ante su propia opinión pública que no se encuentra arrinconado en el escenario mundial. Por otra parte, las relaciones con Brasil se basan en criterios pragmáticos que trascienden los superficiales esquemas ideológicos antiimperialistas y antiestadounidenses que caracterizan a las superficiales relaciones entre Irán y los países de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA).

Desde el punto de vista iraní, Brasil es en América Latina lo que Irán quisiera ser en Oriente Medio, un estatus que Teherán ansía alcanzar, aunque en una zona mucho más peligrosa que América Latina, y con Israel mirando por el rabillo del ojo los intentos de los ayatolás por lograr la supremacía regional. En el plano comercial, el objetivo iraní es equilibrar la balanza, en la que las exportaciones brasileras constituyen más del 97% del intercambio bilateral. También se busca atraer inversiones en la construcción de infraestructuras y minería, así como desarrollar áreas de interés común: nanotecnología, biotecnología, tecnologías de la información y comunicaciones y políticas de incentivo tecnológico. La tecnología nuclear brasileña, su voluntad de investigar en ese campo y el hecho de que Brasil posee las cuartas reservas mundiales de uranio seguramente también forman parte de los intereses no explícitos de Irán para acercarse a este país latinoamericano.

 

CELOS DE CHÁVEZ

El acercamiento entre Irán y Brasil ha generado también un impacto en América Latina. En primer lugar, y aunque no haya sido hecho público, es probable que produzca cierta incomodidad en Venezuela, que ve cómo su rol de principal socio iraní en la región cede ante Brasil. La suspensión del anunciado viaje de Evo Morales a Irán en abril de este año podría interpretarse como una respuesta bolivariana hacia Irán. En el mismo sentido, Chávez no asistió a la cumbre del G-15 celebrada en Teherán, consciente de que todas las miradas estarían centradas en Lula y no en él.

Esto no significa que haya problemas entre Brasil y Venezuela debido a Irán. Chávez y Lula se han visto ocho veces en el primer trimestre de 2010 y, pese a sus diferencias, no pueden darse la espalda. Pero el nuevo papel de Brasil podría influir en el ansia de protagonismo a la que el comandante bolivariano es tan afecto.

Washington, mientras tanto, mira con cierto recelo la amistad irano-brasileña desde posiciones que oscilan entre la censura más o menos abierta hasta una preocupación insinuada en reuniones bilaterales, pero sin presiones directas para impedir el acercamiento. Esto en lo tocante al plano político. En el ámbito comercial la presión ha sido más abierta, pero será muy difícil lograr algo en este sentido, no sólo por el volumen de los negocios entre ambos países, sino por los escasos incentivos que Washington podría ofrecer a Brasilia para que cediese en este punto.

Resta saber si la política de Brasil hacia Irán continuará cuando Lula abandone el poder. Es posible que si Dilma Roussef gana las elecciones presidenciales del próximo 3 de octubre las relaciones no sufran grandes cambios, debido a la cercanía existente entre la candidata del Partido de los Trabajadores y el actual presidente. Un caso distinto se plantearía si el vencedor fuera el socialdemócrata José Serra, ex gobernador de São Paulo. Serra manifestó públicamente su oposición a la visita de Ahmadineyad a Brasil en noviembre del año pasado, calificándolo de “líder de un régimen dictatorial y represivo”, a la vez que afirmaba que las elecciones presidenciales de Irán habían sido “notoriamente fraudulentas” en un artículo publicado en el periódico Folha de S. Paulo.

Pero Serra tiene fama de ser un político pragmático y que tiene en cuenta los intereses nacionales de su país. Seguramente otras consideraciones más campestres y la propia burocracia de Itamaraty aconsejen mantener el lugar que Brasilia ha ganado en Irán. Así, es probable que si Serra accede a la presidencia las relaciones se mantengan en un escalón más bajo, sin tanta exposición pública, pero es difícil pensar que habrá una ruptura.

En cuanto a Washington, sería más constructivo si considerara la relación entre Brasil e Irán no como una amenaza, sino como una oportunidad. Aislar al régimen sólo puede llevar a posturas más duras que no ayudarán a una mayor estabilidad del sistema internacional. La salida diplomática es la mejor opción, y cuantos más actores apuesten por esta posibilidad mejor será para todos. Si la propuesta turco-brasileña tiene éxito, Brasil verá aumentar su influencia. Si fracasa, Lula habrá arriesgado su imagen. No tardará en saberlo.