La nueva embajada de Estados Unidos en Bagdad es la mayor que nunca ha visto el mundo. Tras sus muros, casi a prueba de bombas, vivirán miles de personas, aisladas de la sangrienta realidad de un país en guerra. ¿Por qué ha construido Washington este lugar? ¿Cuál es su significado?

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Una ciudadela se está levantando a orillas del Tigris. En la margen occidental del río, Estados Unidos está construyendo la mayor embajada del mundo. Donde una vez hubo un parque junto a la ribera ahora se erige un descomunal complejo fortificado. Rodeado por muros resistentes a las explosiones y aislado del resto de Bagdad, sobresale como los castillos de los cruzados que en otro tiempo salpicaban el paisaje de Oriente Medio. El tamaño y la finalidad de estas instalaciones hacen que uno se cuestione si es correcto denominarlas “embajadas”. ¿Por qué Washington está construyendo algo tan enorme, tan caro y tan desconectado de la realidad de Irak? ¿Qué significa este lugar en un país sacudido por la guerra?

Por motivos de seguridad, muchos detalles sobre el diseño y la construcción de la embajada deben mantenerse en secreto. Pero su aspecto general ya dice mucho acerca de uno de los proyectos arquitectónicos más importantes de EE UU. Ocupará 42 hectáreas dentro de los 10 kilómetros cuadrados de la Zona Verde de la capital del país mesopotámico. Superará en seis veces el tamaño del complejo de la sede de Naciones Unidas en Nueva York y en 10 veces el de la nueva embajada que Estados Unidos está construyendo en Pekín, que con sus 4 hectáreas es su segunda representación más grande. El complejo de Bagdad será totalmente autosuficiente, no dependerá de los iraquíes para ningún tipo de servicios. Cuenta con central eléctrica, agua corriente, depuradora de aguas residuales, almacenes y talleres propios. Sus más de veinte edificios incluyen seis complejos con 619 apartamentos de un dormitorio. Dos bloques de oficinas albergarán a unos 1.000 empleados. Los diplomáticos de alto rango disfrutarán de residencias particulares completamente equipadas. Una vez dentro de la gran estructura, los americanos apenas tendrán motivo para salir de ella: hay tiendas, zona de restaurantes, cines, salón de belleza, gimnasio, piscina, pistas de tenis, una escuela y un club americano para reuniones sociales. Y todo estará protegido por un muro de al menos 2,75 metros de altura defendido por fuerzas propias.

El Congreso estadounidense ha destinado 592 millones de dólares (441 millones de euros) para su construcción, aunque algunas estimaciones sitúan su coste muy por encima. Una vez levantado, su funcionamiento podría costar más de 1.000 millones de dólares al año. El director de la Oficina de Gestión de Inmuebles en el Extranjero, del Departamento de Estado, Charles Williams, se refiere a él con orgullo como “la mayor embajada de Estados Unidos jamás construida”.

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Sin embargo, la idea de un complejo de estas dimensiones, con este coste y tan aislado de lo que sucede fuera de sus muros, no tiene por qué ser motivo de alegría. Tradicionalmente, al menos, las embajadas estaban pensadas para estrechar lazos con la comunidad en la que se construían. Los diplomáticos visitaban los despachos de los funcionarios del Gobierno local, compraban en las tiendas del lugar, llevaban el traje al tinte del barrio, se relacionaban con los líderes sociales y se mezclaban entre la ciudadanía. La diplomacia no es una de esas tareas que se pueden realizar por control remoto. Para crear un clima de buena voluntad hacia Estados Unidos y promover los valores democráticos hace falta contacto directo. Si no, ¿para qué querría Washington mantener sus más de 250 legaciones diplomáticas a lo largo y ancho del mundo?

Sea como sea, la embajada en Bagdad parece indicar un cambio radical en la diplomacia estadounidense. Técnicamente sus diplomáticos estarán en Irak, pero lo mismo podrían estar en Washington. A juzgar por el diseño del complejo, quienes lo han planeado tenían más en mente un puesto fronterizo avanzado que una instalación en contacto con su comunidad. El antiguo embajador de Estados Unidos en Irak, Edward Peck, opina que el búnker “va a tener a 1.000 personas agazapadas detrás de sacos de arena. No entiendo cómo se puede llevar a cabo la labor diplomática de ese modo”.

Diplomacia desde las afueras

Para poder cumplir con la nueva legislación, las nuevas embajadas de Estados Unidos no podrán estar en lugares emblemáticos, como la madrileña calle Serrano o la plaza de la Concordia de París. En 1999, un año después de los ataques contra las de Nairobi y Dar es Salam, el Congreso obligó por ley a agrupar todas las instalaciones estadounidenses en un solo complejo, cuyas oficinas deberían estar separadas, al menos, 30 metros de las áreas fuera de su control. Debido a estos requisitos y al nuevo mandato de seguridad que exige un entorno “sin riesgos”, muchos embajadores no tendrán más remedio que conformarse con edificios en las afueras, donde la Oficina de Gestión de Inmuebles en el Extranjero (OBO) puede encontrar parcelas extensas –poco disponibles en el centro de las ciudades– en las que levantar impresionantes construcciones resistentes a las explosiones y con estrictas normas de seguridad, que recordarán al búnker de la Zona Verde de Bagdad.

Imponiendo un modelo estándar de edificación que debe funcionar –con pequeñas adaptaciones– en lugares tan diferentes como Bagdad, Belmopan (capital de Belice) o Astana (Kazajistán), el Departamento de Estado ha logrado mayor eficiencia y ha acelerado la entrega de llaves de las embajadas (que deben terminarse en dos años). Sin embargo, las prisas tienden a eliminar la deseable competencia entre subcontratas que espolearía la innovación del diseño y la ingeniería y podría mejorar el producto. Según arquitectos que participan en proyectos actuales, los nuevos inmuebles necesitarán más mantenimiento y resultarán más caros de administrar. Esto es preocupante, porque los edificios en el extranjero no son conocidos por el público estadounidense, a pesar de ser el rostro de Estados Unidos en el mundo. –J. L.

 

Es tentador pensar que el complejo en Bagdad debe ser una anomalía, un caso especial condicionado por los sucesos de la realidad iraquí. Pero, si bien es más ambicioso que otras representaciones que EE UU está abriendo por el mundo, no es en modo alguno un caso aislado. Desde que en 1998 Al Qaeda atacó las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania, el Departamento de Estado de ese país ha llevado a cabo una activa política de sustitución de instalaciones diplomáticas obsoletas o vulnerables por otras nuevas diseñadas en el marco del programa denominado Diseño Estandarizado de Embajadas. Este plan establece un modelo constructivo homogéneo, en contraste con los diseños individuales y atrevidos que se utilizaban durante la guerra fría, cuando la arquitectura tenía importantes connotaciones ideológicas y las embajadas de Estados Unidos eran lugares funcional y arquitectónicamente abiertos. Sólo durante el último año, Washington ha abierto 14 embajadas de nueva construcción, y sus planes a largo plazo prevén otras 76, de las cuales 12 se completarán este mismo año. El resultado será una transformación radical del paisaje diplomático, no sólo en Bagdad, sino en Bamako, Ciudad de El Cabo, Dushanbé, Kabul, Lomé y el resto del planeta.

Si la arquitectura es reflejo de la sociedad que la crea, la nueva embajada en Bagdad no dice nada bueno de la actitud de EE UU ante el mundo. Las autoridades de Washington afirman regularmente que confían en el futuro democrático de Irak, pero han diseñado un complejo que no transmite ninguna confianza en los iraquíes ni esperanza en su futuro. Al contrario, lo que han construido es una fortaleza capaz de sustentar una presencia masiva y prolongada en medio de una violencia continua.

Hace 40 años, tras romper relaciones diplomáticas con Irak a raíz de la guerra de los Seis Días, Estados Unidos se vio obligado a abandonar su recién construida embajada en Bagdad apenas cinco años después de haberla abierto. Dado el coste del nuevo complejo, parece improbable que los estadounidenses lo abandonen bajo prácticamente ninguna circunstancia, incluido un aumento de la violencia. Por mucho que la situación pueda empeorar (los enfrentamientos ya incluyen ataques con misiles y morteros a la Zona Verde), puede que el principal problema no sea la seguridad de la embajada; de hecho, es la más impenetrable nunca construida. Más bien la pregunta es: con sus altos muros y estando aislada, ¿resultará acogedora para la labor de la diplomacia americana?