Por qué no hace falta escoger entre el crecimiento económico y detener el calentamiento global.

 

El peligro del cambio climático consiste no sólo ni principalmente en el calor. El mayor daño procede del agua o de la falta de ella: tormentas, sequías, inundaciones y elevación del nivel de los mares. El grado de calentamiento al que nos arriesgamos sería muy perjudicial para todos los países del mundo, ricos y pobres. Una transformación de la geografía física del planeta cambia también la geografía humana: dónde vivimos y cómo vivimos nuestras vidas.

No se sabe con seguridad cuánto aumentarán las temperaturas globales, pero existe una posibilidad del 50% de que éstas acaben subiendo alrededor de 5°C si se sigue con las pautas de crecimiento actuales y se continúa con el mismo estilo de vida. Un incremento de 5°C sería destructivo, pero existen probabilidades muy inquietantes de que sea de 6°C o más el próximo siglo. Y si se actúa como si nada, incluso siendo muy optimistas, se podría prever una subida de 4°C, cuyas consecuencias también serían muy dañinas, porque desencadenaría una dinámica inestable que todavía no se comprende del todo. Es más, los riesgos existen con temperaturas más bajas y menores concentraciones de gases de efecto invernadero.

Sería muy difícil conseguir un consenso de que hay que actuar diciéndole a la gente que tiene que escoger entre el crecimiento y el clima

La gravedad de un aumento de 5ºC se ve con claridad cuando tenemos en cuenta que, en la última era glacial, el planeta tenía 5°C menos que ahora. La mayor parte del norte de Europa, Norteamérica y las latitudes correspondientes estaba bajo cientos de metros de hielo, y la vida humana se concentraba mucho más cerca del ecuador. Tenemos que remontarnos entre 30 y 50 millones de años, hasta el periodo eoceno, para encontrar temperaturas 5ºC superiores a la época preindustrial. Entonces, la masa terrestre del mundo consistía sobre todo en bosques pantanosos. Un aumento semejante de la temperatura, con el consiguiente cambio climático, produce un trastorno masivo, engendra nuevas vulnerabilidades y altera las pautas de asentamiento. No puede entenderse comparándolo con las diferencias entre Estocolmo y Madrid, o Maine y Florida, ni con la idea de que quizá se necesite un poco más de aire acondicionado y unos diques de contención contra las inundaciones.

Ahora bien, el mensaje central no es de desesperación. Esos enormes peligros pueden reducirse de forma drástica a un coste razonable, pero sólo si se ponen en marcha unas políticas claras y bien estructuradas. El coste de actuar es mucho menor que el de no hacer nada; en otras palabras, el retraso puede convertirse en una estrategia en contra del crecimiento. El mundo bajo en carbono que se debe y  se puede crear será mucho más atractivo que el de siempre. No sólo habrá un crecimiento sostenido, sino que será más limpio, seguro, tranquilo y biodiverso.

Se conocen muchas de las tecnologías necesarias y van a crearse más; y se puede diseñar las estructuras económicas, políticas y sociales que permitan hacerlo. Se precisa de claridad de análisis, compromiso de actuar y colaboración. No es ni económicamente necesario ni éticamente responsable detener o reducir de modo drástico el crecimiento para gestionar el cambio climático. Sin un crecimiento fuerte, será muy difícil que muchos de los habitantes de los países en vías de desarrollo salgan de la pobreza, y la reacción ante el cambio climático no debe consistir en perjudicar sus perspectivas. Además, desde el punto de vista político, sería muy difícil conseguir un consenso de que hay que actuar diciéndole a la gente que tiene que escoger entre el crecimiento y el clima. No sólo sería absurdo desde un punto de vista analítico, sino que plantearía serias dificultades éticas y sería tan destructivo políticamente que fracasaría como estrategia.

Esto no quiere decir que el mundo pueda seguir creciendo de modo indefinido. Ni siquiera está claro qué supondría eso; las sociedades, los niveles de vida, las formas de producir y consumir, evolucionan y cambian. Es poco verosímil pensar en el futuro con una imagen de expansión sin límite, pero hay dos cosas fundamentales: la primera, encontrar un modo de mejorar los niveles de vida (incluidas la salud, la educación y las libertades) para poder vencer la pobreza en el mundo; y la segunda, descubrir formas de vida que puedan sostenerse a lo largo del tiempo, especialmente en relación con el medio ambiente. Será necesario y factible tener un crecimiento fuerte y adecuado durante muchas décadas.