Tras décadas paralizada por el recuerdo de los Jemeres Rojos, los camboyanos reclaman cambios reales.

camboya
Nicolas Axelrod/Getty Images

En Camboya, aún recuerdan con escalofríos la última vez que la población apoyó con fuerza un movimiento de oposición política. Fue en los años 70, cuando el grupo comunista de los Jemeres Rojos se opuso al golpe de Estado liderado por el general Lon Nol que había depuesto al respetado rey Sihanouk. Tras cinco años de conflicto civil, la guerrilla de Pol Pot llegó al poder entre vítores de la población durante los primeros días, pero comenzó enseguida uno de los periodos más negros de la historia del país: durante los 3 años y 8 meses siguientes morirían por hambre, enfermedades o ejecuciones al menos 1,7 millones de personas, cerca de un cuarto de la población total.

Este recuerdo ha paralizado durante más de tres décadas a los camboyanos, que ha evitado dar alas a cualquier tipo de confrontación política. Un miedo que ha permitido a Hun Sen convertirse en uno de los jefes de Gobierno con más años de servicio del mundo y mantenerse como primer ministro durante los últimos 28 años, ya fuera a través de comicios o de golpes de Estado. Pero las elecciones celebradas el pasado 28 de julio, que la oposición y observadores independientes tildaron de manipuladas, han sido el detonante de toda la rabia contenida en la población que ha salido a protestar por los resultados electorales. “Yo soy la primera sorprendida. Ha habido mucho miedo durante los últimos años por el trauma de los Jemeres Rojos”, asegura la analista política Chea Vannath.

Ya se habían dado, sin embargo, algunos avisos. Durante los últimos dos años, el número de protestas ha crecido de forma paulatina en el país. “Han sido muchos años de grandes violaciones de los derechos humanos, de corrupción y de disparidad entre ricos y pobres” asegura Ou Virak, presidente del Centro Camboyano por los Derechos Humanos (CCHR en sus siglas en inglés). Las expropiaciones de tierras para otorgar concesiones a empresas camboyanas y extranjeras, que, según la ONG Licadho, han afectado a unas 400.000 personas, han sido el principal motivo de descontento. El enriquecimiento de algunos grupos cercanos al Gobierno y la gran corrupción de los órganos estatales, fundamentalmente la policía y el sistema judicial, son otros de los ingredientes del enfado de la población.

 

La vuelta de Sam Rainsy

La mecha final fue el regreso de Sam Rainsy, el principal opositor, tras cuatro años de exilio voluntario para evitar una pena de cárcel por cambiar las fronteras en un mapa de Camboya. En un intento de ganarse el beneplácito de la comunidad internacional, el Gobierno aceptó que se concediera a Sam Rainsy un perdón real y que regresara al país, aunque no se le permitió presentarse directamente a las elecciones. Sin embargo, las promesas de su formación política, el Partido por el Rescate Nacional de Camboya (Cambodia National Rescue Party en inglés), de aumentar el salario mínimo, de luchar contra la corrupción y de una mayor justicia social calaron rápidamente entre los ciudadanos. La mayor participación de los jóvenes, que no han vivido el genocidio de los años 70, y la introducción poco a poco de las redes sociales, que la oposición ha manejado mejor que el Ejecutivo, han jugado a favor del cambio.

El efecto se tradujo rápidamente en los resultados electorales. El partido de Hun Sen, el Partido del Pueblo de Camboya, reducía por primera vez su número de escaños y se quedaba en 68 – de 123- frente a los 90 que había obtenido en las anteriores elecciones. Por su parte, el partido de Sam Rainsy subía hasta los 55 diputados, un resultado inédito para la oposición. Al igual que en las convocatorias electorales pasadas, cuatro desde que en 1993 se restaurara la democracia, se ha documentado el uso de votantes-fantasma, la desaparición de nombres de las listas de electores y la manipulación de varias urnas.

Pero esta vez la población no ha permanecido indiferente y se ha manifestado cada vez con mayor frecuencia. “La gente no está en muchos casos mostrando su apoyo al partido [de la oposición]. Están mostrando su descontento y su deseo por que haya elecciones limpias”, asegura Chea Vannath. De momento, el Gobierno ha accedido a reformar la Comisión Electoral para los próximos comicios pero se ha negado a emprender una investigación sobre las irregularidades de la pasada convocatoria, como ha pedido la oposición.

Pero si Hun Sen quiere volver a gobernar a una población pacífica tendrá que esforzarse más en las reformas del país, especialmente de la Justicia, que funciona a golpe de talonario y que es una de las principales reivindicaciones de la oposición y de los ciudadanos. El aumento del sueldo de los funcionarios del país, algo a lo que Hun Sen se niega pero que Sam Rainsy ha prometido de forma además muy sustanciosa, también es fundamental para evitar la corrupción de policías, administrativos e incluso maestros. No menos importante será conseguir que el crecimiento económico sostenido que Camboya ha tenido durante los últimos años llegue a todas las capas de población, en un país en el que una de cada cinco personas aún vive por debajo del umbral de la pobreza; al mismo tiempo que los coches de lujo se han convertido en un elemento habitual del paisaje en muchas carreteras. La oposición ha pedido además una reforma de los medios, controlados por el Gobierno, para permitir radios y periódicos independientes.

"La violencia ha ido in crescendo en la capital, Phnom Penh, y una persona ha muerto por un balazo de la policía. Sin grandes sorpresas, las armas y el dinero se han mantenido del lado de Hun Sen, mientras que buena parte de las clases medias y bajas apoyan a la oposición". Los militares han tejido, bajo el beneplácito del primer ministro, una rentable red clientelar que le da pingües beneficios en diversos sectores, algunos de ellos ilegales, como la tala de bosques tropicales. Los grandes empresarios también se muestran cómodos con el modelo de Hun Sen que les da libertad total sin responder ante la justicia. Sam Rainsy ha prometido acabar con ello, lo que no gusta a las Fuerzas del Orden, aunque muchos de los policías de base se han mostrado partidarios de la oposición y su prometido aumento de salario. Los monjes también se han unido a las protestas, lo que atraerá a muchos indecisos.

La batalla real se dará durante los próximos 5 años que dura la legislatura. Aunque Hun Sen mantenga el poder, atrás han quedado los días en que a los camboyanos se les hacía un nudo en la garganta cuando hablaban de política y están dispuestos a pedir con fuerza cambios reales en sus condiciones de vida. Serán probablemente años de tira y afloja; el trauma aún sigue latente y ninguna de las dos partes se atreverá a ir demasiado lejos.

 

Artículos relacionados