¿Ha ido David Cameron demasiado lejos al amenazar con sacar a Gran Bretaña de la UE?

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Londres — El fallecido William F. Buckley resumió una vez el propósito de National Review, la revista que fundó, como "plantar cara a la historia, gritando “paren", en un momento en el que nadie se siente inclinado a hacerlo, o tener mucha paciencia con quienes exigen hacerlo". Estaba fuera de lugar — sugirió–, en gran parte porque "nunca ha habido una época tan conformista como esta". Algo similar podría decirse de las difíciles relaciones de Gran Bretaña con la Unión Europea.

Desde hace mucho tiempo, gran parte del continente está a favor de una Unión cada vez más estrecha. Gran Bretaña, sin embargo, se ha opuesto en solitario, exigiendo opt-outs [NT: derecho a permanecer al margen] de las disposiciones de los tratados europeos (sobre asuntos como el euro y la moneda fronteriza) y se resiste de forma obstinada a cualquier cosa que huela a creación de un "superestado" europeo. Gran Bretaña, orgullosa y terca, llegó tarde al grupo europeo y desde entonces ha permanecido en sus márgenes, sin estar nunca del todo segura de que unirse a él fuera una buena idea. La UE ha demostrado ser un mal sustituto de la gloria del Imperio, perdida hace tanto tiempo. Si Europa iba a ser el futuro, era, sin embargo, solo una pálida sombra del pasado.

No obstante, hasta hace poco, la idea de que el Reino Unido pudiera abandonar la UE – a lo que llaman "Brexit" [salida británica] —parecía de lo más improbable. Ya no es así. Lo imposible parece ahora bastante posible. El primer ministro británico, David Cameron, anunció el pasado miércoles 23 de enero que su partido conservador quiere impulsar ahora un referéndum popular sobre la permanencia de Gran Bretaña en el club europeo. El referéndum "dentro o fuera", que solo dos años atrás Cameron consideraba innecesario, es, al menos en parte, una respuesta a la crisis económica de la eurozona y a los pasos dados a consecuencia de ella hacia una unión política, así como fiscal, más fuerte. Gran Bretaña no participará en ello. Y dado que las encuestas muestran que la mayoría de los británicos desean un referéndum (algunos estudios muestran que hay más británicos que quieren retirarse de la UE que permanecer en ella), es previsible que al final la oposición laborista apoye también el plebiscito.

Cameron dice que no quiere salir de la UE, solo reformarla. Gran Bretaña, afirma, debe aprovechar la oportunidad que ofrecen las desgracias de la eurozona para realizar profundas modificaciones en los términos de su adhesión. La soberanía debe serles devuelta y la capacidad de Europa de determinar las políticas sociales y de negocios británicas ha de reducirse de forma notable. (El único ejemplo que Cameron mencionó, eso sí, fue el de las condiciones de trabajo de los médicos en los hospitales británicos cuya inspiración procede de la UE. ¿En serio Gran Bretaña abandonaría la UE por un tema aparentemente tan trivial?)

Si Cameron logra persuadir a sus colegas europeos de que acepten estas reformas, promete hacer campaña "con el corazón y el alma" a favor de la permanencia de Gran Bretaña en la Unión Europea. Pero si fracasa –y lo que sea el éxito está por definir– entonces es de suponer que él, así como su partido, presionará a favor de la salida británica. En otras palabras, el statu quo no será suficiente. No está claro por qué un statu quo con el que Gran Bretaña –aunque descontenta– puede vivir ahora (de lo contrario, Cameron propondría salir inmediatamente) pasaría a ser intolerable en 2017. Esto, sin embargo, no parece incomodar al primer ministro ni a su partido, profundamente euroescéptico.

Accediendo a presionar para convocar un referéndum–suponiendo que gane las próximas elecciones generales, previstas para el año 2015–, Cameron ha hecho más probable el "Brexit". Esta ventana Overton ha cambiado. El futuro de Cameron está ahora inextricablemente ligado a la cuestión europea. Si piensa que un solo discurso es capaz de resolver sus problemas internos, puede llevarse una decepción. Pero hay otro riesgo mayor en esta osada política: la posibilidad de que otros líderes europeos lleguen a la conclusión de que la vida con Gran Bretaña es más agotadora y frustrante que ventajosa. Si llegaran a pensarlo, Cameron puede verse obligado a apoyar una salida británica después de todo.

Cameron, sin embargo, se esforzó por intentar presentar su ultimátum como una contribución constructiva al debate sobre la Europa del futuro. Como el primer ministro recordó a sus colegas europeos, miles de cadáveres británicos yacen en cementerios europeos: los de aquellos que murieron luchando por la paz en el continente. Gran Bretaña –y este era el poco sutil subtexto– no aceptará lecciones de sus socios europeos. Ni el país será acusado de ser un "mal europeo". Al contrario, sus propuestas de reforma [NT: pretendía Cameron,] tenían una intención constructiva y deberían ser compartidas por todos los miembros de la UE. Como era de esperar, este mensaje resultó impopular. Como Guy Verhofstadt, ex primer ministro belga, advirtió en un artículo de opinión en The Independent, Cameron está "jugando con fuego… No puede controlar ni el tiempo ni el resultado de las negociaciones, y al hacer eso está generando falsas expectativas que nunca podrán cumplirse y poniendo en peligro los intereses a largo plazo de Gran Bretaña y la unidad de la Unión Europea".

El mensaje de Cameron es que la UE debe concentrarse en acelerar su competitividad internacional en lugar de avanzar hacia una Unión cada vez más centralizada. El continente debe hacer de su diversidad una virtud. Cualquier solución "de talla única" (NT: de café para todos), sostuvo, es una receta que garantiza el fracaso. Sobre todo, subrayó Cameron, el mercado único europeo–que sigue siendo una obra en progreso–debe protegerse y ampliarse (para incluir, por ejemplo, un verdadero mercado único de servicios). Esto, cabe señalar, es un mensaje sensato que podría ser suscrito por muchos otros países europeos.

Pero retirarse no es tan fácil como parece. Gran Bretaña no está siempre tan aislada de Europa como le gusta creer. Alemania, Holanda, Suecia y algunos de los nuevos miembros de Europa oriental ven Gran Bretaña como un mercado libre y útil –baluarte de protección contra la influencia francesa en Europa. Sin embargo, a pesar de la amable sugerencia de la canciller alemana Angela Merkel de que habrá que encontrar algún "arreglo", es difícil prever un resultado que satisfaga al mismo tiempo a Cameron, al Partido Conservador británico y a otros líderes europeos. Aunque Cameron fue cauto y no divulgó los detalles de la "lista de la compra" con aquellas cosas que Londres considera que deben ser devueltas a las capitales nacionales, clarificó su agenda en la sesión semanal de control al primer ministro (Preguntas del Primer Ministro) en la Cámara de los Comunes: «Quiero que Gran Bretaña reforme la Unión Europea… Hemos sido muy claros acerca de lo que queremos que cambie. Hay toda una serie de áreas: legislación social, legislación laboral, legislación ambiental –en las que Europa ha ido demasiado lejos, y necesitamos salvaguardar adecuadamente el mercado único. También queremos asegurarnos de que una unión más estrecha no se aplique al Reino Unido".

En verdad, el discurso de Cameron era una admisión de derrota. Durante años, ha evitado hablar sobre Europa, consciente de que las divisiones sobre el tema habían ayudado a poner fin a la carrera de Margaret Thatcher y paralizado el mandato de John Major. La obsesión tory con todo lo que sea europeo ha perjudicado a menudo la posición del partido, especialmente entre los votantes centristas y no alineados con ningún partido para quienes la eurofobia es disuasoria.

Sin embargo, la combinación de la crisis de la eurozona con los crecientes niveles de euroescepticismo dentro de su propio partido ha obligado a decidirse a Cameron. Tampoco ha sido de ninguna ayuda que el Partido de la Independencia de Reino Unido –un grupo (antes minoritario) de obsesos que desean que Gran Bretaña abandone la UE de forma inmediata y por completo— haya reemplazado a los demócratas liberales como tercera fuerza en la política británica, según las encuestas recientes. Puede que esto sea una señal temporal, pero es un indicador significativo de los vientos políticos que soplan en el país: el partido británico más euroescéptico es ahora más popular que el más eurófilo. Una encuesta encargada por Conservative Home (una web influyente para afiliados y activistas tories) informó de que el 85% de los militantes conservadores piensa que Cameron solo estaba pronunciando su discurso obligado por la desconfianza creciente del partido hacia la UE. Esa encuesta también mostró las limitaciones del enfoque de Cameron: alrededor del 38% de los afiliados tories quiere que Gran Bretaña salga de la UE ya, mientras que otro 40% no desea nada más que un acuerdo de libre comercio con el resto de la UE.

Al menos, la brigada pro "estamos mejor fuera" mantiene una posición basada en algún tipo de lógica, aunque no sea una posición que guste al primer ministro. Sin duda, Gran Bretaña podría sobrevivir bastante bien fuera de la Unión, pero es muy probable que su influencia internacional disminuyera y sus negocios aún se verían obligados a acatar numerosas normas establecidas desde Bruselas.

El grupo que apoya la opción "libre comercio solo", sin embargo, suspira por un sueño imposible. Cameron intentó decírselo suavemente señalando que Noruega–miembro del Espacio Económico Europeo, pero no de la Unión Europea–también debe cumplir con las normas de la UE, pero carece de la capacidad de conformar las normas o influir en ellas. Esa es una de las razones por las que Cameron quiere que Gran Bretaña permanezca: los mercados se rigen por leyes, y Londres perdería la posibilidad de influir en las leyes y reglamentos si deja la UE. Pero es poco probable que los socios europeos de Gran Bretaña hayan quedado impresionados por este enfoque selectivo. Cameron espera que Merkel y otros líderes le necesiten a él más de lo que Gran Bretaña necesita a Europa, pero puede que le obliguen a mostrar sus cartas y demostrar que no va de farol.

En realidad, una gran parte de la insatisfacción británica con la UE tiene a menudo poco que ver con Bruselas y más con el Tribunal Europeo de Derechos Humanos y lo que se percibe como su injerencia en asuntos británicos. Por ejemplo, una larga y enconada disputa se deriva de una sentencia del Tribunal, que estableció que prohibir a los presos votar en las elecciones de forma indiscriminada como en Gran Bretaña vulneraba los derechos humanos. Este, como otros casos similares –en especial los relacionados con la deportación de sospechosos de terrorismo– ha despertado la ira de los más feroces periódicos sensacionalistas de Gran Bretaña, a quienes no hay nada que les guste más que denunciar cualquier atropello de la "soberanía" británica por parte de Europa. Esta distinción, sin embargo, parece ser poco determinante en la interminable pelea euro-británica. Al final, es un debate dominado por símbolos en lugar de política real. Gran Bretaña, por ejemplo, ya disfruta de uno de los mercados laborales más liberales del mundo. A pesar de que el sentimiento popular diga lo contrario, no ha sido estrangulado por la burocracia de Bruselas.

Sin embargo, al final, los británicos realmente son unos pobres europeos. Desean acceder al mercado único, pero desconfían de las normas y reglamentos que conlleva. Por encima de todo, ni se sienten ni se consideran europeos. Les agrada dar lecciones a sus vecinos –una de las razones por las que muchos en el continente han perdido la paciencia con una Gran Bretaña que se pasa la vida refunfuñando– pero son poco proclives a aceptar sugerencias de nadie. Se consideran diferentes –un pueblo insular aparte– y profesan un noble e intenso escepticismo hacia todo lo continental.

En última instancia, esta no es solo una lucha para definir el interés nacional de Gran Bretaña. En muchos sentidos, es una batalla por la identidad política del país –lo cual constituye otra razón por la que el viento imperante es una brisa euroescéptica. Si Gran Bretaña permanece en la Unión Europea, es presumible que lo haga con cierta renuencia. Pero para el primer ministro, el intento de aplacar a su partido ha hecho mucho más probable que Gran Bretaña se vaya. En lo que al legado se refiere, esto no es en absoluto lo que David Cameron tenía en mente cuando entró en el 10 de Downing Street pero, empujado por su partido y por acontecimientos ocurridos fuera de Gran Bretaña, este puede resultar ser el momento determinante de su mandato como primer ministro.