Tras la liberación de Ingrid Betancourt están cambiando muchas cosas en las devaluadas relaciones entre Colombia y Venezuela. Chávez ya no es el valedor de las FARC en el mundo y Uribe le ha ganado la batalla. Caracas, ante las cercanas elecciones regionales, necesita a su vecino colombiano más de lo que parece.

 

Hace apenas ocho meses, el presidente venezolano Hugo Chávez afirmó de modo tajante: “Mientras Uribe sea el presidente no tendré ningún tipo de relación ni con él ni con el gobierno de Colombia”. Pero hay que reconocer que tan firme resolución ha durado muy poco. Álvaro Uribe sigue siendo cabeza del Ejecutivo colombiano y no ha cambiado nada en su política respecto a las FARC, de las que Chávez quiso ser valedor internacional. Sin embargo, la reciente cumbre protagonizada por Uribe y Chávez en la ciudad venezolana de Coro ha puesto fin al largo y tenso periodo en las relaciones entre ambos Estados. La entrevista que, como pocas, fue breve y concluyó sin mayor ceremonia, se ha percibido en los dos países como el fin de un prolongado rifirrafe, que el presidente colombiano ha ganado de modo indiscutible con su triunfo en el largo pulso por los rehenes de las FARC.

JUAN BARRETO/AFP/Getty Images

¿Amigo por interés? Con el aumento de los precios de los alimentos, Chavez no se atrevería ahora a repetir un embargo comercial contra Colombia.

Es elocuente el modo en el que Chávez ha afrontado las secuelas del rescate de Ingrid Betancourt, a través de una audaz e incruenta acción militar colombiana en vez de mediante la influencia, real o imaginaria, que llegó a pensarse que tenía el presidente venezolano. Para subrayar el fin de esta influencia, las FARC rompieron su silencio justo durante el transcurso de la entrevista entre ambos presidentes. Si bien el contenido de la declaración atribuida a los altos mandos de las FARC no hace alusión directa a la reunión -más bien se limita a declarar como despreciables traidores a los carceleros de las FARC “César” y “Gafas” detenidos tras la liberación de Betancourt, e incurre de nuevo en el cruel despropósito de llamar “prisioneros de guerra” a los rehenes- sí llama la atención que, al declarar que continúan su política de conseguir acuerdos humanitarios (intercambio de miembros presos de las FARC por secuestrados), no mencionan la posible mediación del presidente venezolano.

Atrás quedó la ruptura de las relaciones comerciales con la que, a finales de 2004, Chávez quiso castigar a Uribe por el arresto en territorio venezolano del llamado canciller de las FARC, Rodrigo Granda, llevado a cabo por fuerzas de seguridad colombianas. Al mismo tiempo que exaltaba el “sueño integrador” de Bolívar, Hugo Chávez intervino, sin pudores y durante años, en el prolongado, complejo y sangriento conflicto armado de Colombia, tomando partido por las FARC. En enero de 2008, se dirigió a Uribe en términos perentorios: “Le pido que comencemos reconociendo a las FARC y al ELN como fuerzas insurgentes de Colombia y no como grupos terroristas, y así lo pido a los demás gobiernos del continente y del mundo”. Apenas unos días más tarde, llamó a su homólogo colombiano “guerrerista”, añadiendo que “busca cualquier pretexto para justificar su lógica militarista”, que “no está comprometido con el intercambio humanitario”, “es cínico e hipócrita”, “maltrata al pueblo colombiano”, “es débil” y tiende cortinas de humo para “protegerse de los escándalos”. Tampoco dejó de apostillar que “decenas de cargos del más alto nivel, vinculados al presidente Uribe, hoy se encuentran tras las rejas por delitos de terrorismo, paramilitarismo y narcotráfico”.

¿Por qué este giro de 180 grados en la postura de Chávez ante Uribe? La respuesta es sencilla para quien haya vivido en Venezuela los últimos 18 meses. “La leche aquí se llama Alpina” [una marca colombiana], dice un chusco comentarista de radio, sin que le falte razón al aludir el desabastecimiento de productos agropecuarios de primera necesidad que Venezuela importa de Colombia. Las posturas drásticas se han ido agotando para el demagogo con chequera que hasta ahora ha sido Chávez. La globalización, que es calle de doble vía, le ha hecho sentir duramente que el boom del precio del crudo viene de la mano del de los alimentos y que no le permite repetir un embargo comercial contra Colombia semejante al de 2004. Para colmo de males, el creciente descontento que la violencia criminal, la desbocada inflación, el desabastecimiento y la corrupción suscitan en las filas de sus propios electores poco a poco comienza a surtir efecto en el ánimo del Bolívar redivivo que debe, pese a sus delirios de dominación continental, ganar unas cruciales elecciones regionales en noviembre.

En Venezuela se insiste que el ordenador del desaparecido número dos de las FARC Raúl Reyes (que resultó muerto en una operación del Ejército colombiano en territorio ecuatoriano) está envenenado y que, en manos del taimado Uribe, sus secretos surten en Chávez el efecto de una amenaza muy creíble. Eso por sí solo explicaría el viraje radical de la política exterior del presidente venezolano. Sea como fuere, ahora le urge consolidar su frente interno, al precio que sea, ante las inminentes elecciones de noviembre en las que la oposición tiene más posibilidades que en el pasado. Las FARC, entre tanto, no sólo han perdido en Ingrid Betancourt a un valioso rehén, sino que también, al parecer, a su mejor aliado.

 

Artículos relacionados