Un empleado camina cerca de contenedores que provienen de China, los cuales serán cargados con productos brasileños y enviados de vuelta al país asiático. Antonio Scorza/AFP/Getty Images
Un empleado camina cerca de contenedores que provienen de China, los cuales serán cargados con productos brasileños y enviados de vuelta al país asiático. Antonio Scorza/AFP/Getty Images

La transformación del modelo productivo en el gigante asiático, gran aliado comercial de la región, pone en evidencia la necesidad de cambios estructurales en las economías latinoamericanas y abre la puerta a nuevas oportunidades.  

Hasta no hace mucho era difícil pensar que el destino de China y América Latina podía estar tan estrechamente ligado como lo está en la actualidad. En realidad, tampoco era previsible lo que ha venido a llamarse el “desplazamiento del centro de gravedad mundial”, desde las economías desarrolladas a las emergentes, de entre las cuales destaca China. En cualquier caso, y pese a su juventud, todo indica que esta relación puede tener una larga proyección, aunque en este momento de ralentización y crisis la situación sea muy diferente a la última década, en la que América Latina experimentó una importante expansión económica.

Esta prosperidad en buena parte vino dada por la demanda china. Sin embargo, en la actualidad, la reducción de la misma ha generado una contracción económica importante en la región. No por ello América Latina debe de renunciar y dar por acabada la relación con su socio asiático, sino al contrario, ha de seguir buscando oportunidades y complementariedad con China, ya que puede contribuir a superar los retos estructurales que tienen ante sí las economías latinoamericanas.

Desde 2014, ante una situación de crisis internacional generalizada, y en particular del gigante asiático, los índices de crecimiento latinoamericanos se han resentido de manera inmediata, al punto que la región se encuentra sometida a una ralentización económica, y algunos países sufren una crisis profunda. En este momento es cuando de nuevo se ponen de manifiesto los problemas estructurales de economías poco diversificadas, cuyos productos de exportación carecen de valor añadido y apenas tienen producción industrial local.

Para superar este modelo económico es preciso lograr la diversificación económica mediante la inversión en tecnología y conocimiento, infraestructuras, logística y servicios con valor añadido, superando el modelo meramente extractivista. Las economías latinoamericanas deben buscar soluciones imaginativas y atender nuevos mercados que China, de acuerdo a su propia evolución económica, va a desarrollar.  La nueva demanda del país asiático puede ser atendida por América Latina si realiza las reformas estructurales adecuadas.

 

Los efectos de la ‘nueva normalidad’

La reestructuración del modelo económico del gigante asiático ha significado abandonar un tipo de desarrollo, hasta ahora intensivo, basado en una industria manufacturera, de productos con poco valor añadido e inversión estatal. Este cambio convirtió al país en un gran consumidor de materias primas como petróleo, cobre o hierro. Ahora Pekín pretende que su economía crezca de forma más sostenible, priorizando el sector servicios y el consumo de sus ciudadanos, aspecto que necesariamente ha contraído la demanda de las materias primas y sus precios, afectando directamente a América Latina.

La situación generada por este cambio de modelo económico ha sido calificada de muy diferentes formas. Muchos la han denominado como crisis (“frenazo”, “tropiezo”), otros como transformación socioeconómica, y las autoridades chinas como “nueva normalidad”. Las reacciones están siendo diferentes según la evolución de este cambio en la economía china. Aquellos que consideran que es una crisis, por momentos, llegan a mostrar incluso pánico, al suponer que la economía del gigante asiático arrastraría al desastre a la economía global.

La visión de estas transformaciones, a través de los índices de crecimiento, señalan que no son suficientes, ya que estos cambios no son meramente coyunturales, sino de carácter estructural. El objetivo chino es configurar un modelo de desarrollo y, en este sentido, Maurice Obstfeld, economista del Fondo Monetario Internacional, considera que “su economía está desacelerándose en medio de la transición de un modelo basado en la inversión y la manufactura hacia el consumo y el sector servicios”. El efecto inmediato de esto en la economía mundial explica los temores expresados. Sin embargo, para entender la complejidad de este proceso y los efectos que puede tener a medio y largo plazo en el resto del planeta debería dominar el análisis y la reflexión.

Es necesario seguir muy de cerca el proceso y entenderlo como un horizonte de nuevas oportunidades, aunque signifique importantes reajustes para los interesados en mantener relaciones con el país. El cambio del modelo de desarrollo no cierra el mercado chino, sino que modifica los contenidos y productos de intercambio. Por ello, se abren nuevas posibilidades de hacer negocios, atraer inversión o cooperación con China. Para ello será ineludible la transformación también de las economías interesadas en este intercambio. No parece que pueda ser de otra manera, se ha iniciado ya la nueva normalidad.

 

Cambios estructurales

Los intercambios comerciales entre ambas economías avanzaron a un ritmo superior al 150% al año y se multiplicaron 21 veces entre 2000 y 2013. La participación de China en las exportaciones de la región latinoamericana pasó del 1% al 10% y en las importaciones del 2% al 16% en el período indicado. Aunque las relaciones comerciales del gigante asiático con el resto del mundo también avanzaban a gran velocidad, con América Latina lo hacían incluso más, lo que posibilitó que la región incrementase su cuota comercial sobre el total de China del 2,6% al 6,2%, mientras que la UE perdía del 15,3% al 13,4% y Estados Unidos del 15,7% al 12,6%.

El cambio al nuevo modelo productivo, de acuerdo a los presupuestos bajo los que se había diseñado la nueva normalidad, ha significado una súbita contracción de la demanda de las materias primas y, por tanto, de sus precios. Este factor ha incidido directamente en el descenso continuado de las exportaciones en la región desde 2012 y en los índices de crecimiento.

El hecho de que ahora la causa de todos los males latinoamericanos sea China, no significa que la región deba abandonar su relación con esta potencia. Lo cierto es que, aunque hubiera alguna voluntad en este sentido, no se lo puede permitir. No sería la opción más realista ni la mejor. En primer lugar, porque no se atisba, a corto plazo, una potencia que vaya a demandar el volumen de materias primas tal y como lo ha hecho China. En segundo, porque en la medida en que este modelo económico no es sostenible, aun en el supuesto caso de que existiera una nueva potencia similar, tarde o temprano se retornaría a una situación de crisis como la actual, pero con un problema agregado: mientras que el resto del mundo habría avanzado, la región latinoamericana no lo habría hecho. En definitiva, la relación con China es una oportunidad ineludible y América Latina debe saber aprovecharla.

Las posibilidades de crecimiento y progreso pasan por una condición sine qua non, el sistema de exportación de productos primarios sin valor añadido no puede seguir subsistiendo en la economía actual. América Latina requiere un sistema económico sostenible y para ello debe afrontar un cambio de carácter estructural. La inversión en conocimiento, infraestructuras, tecnología, seguridad ambiental y eficiencia energética son imprescindibles para transformar el modelo económico. Sin embargo, no parece tan claro en qué ámbito productivo es necesario aplicar todos estos elementos.

En relación a China, la producción agrícola bajo los criterios planteados puede ser una magnífica alternativa. Hay que tener en cuenta que el país asiático únicamente posee el 7% de las tierras cultivables y el 6 % de los recursos hídricos del planeta para alimentar el 22% de la población mundial. En consecuencia, la agricultura y la agroindustria es un mercado lleno de oportunidades para la región latinoamericana, especialmente si tenemos en cuenta la transformación no sólo económica, sino también social que está teniendo lugar en China. El mismo desarrollo del país está aumentando de manera acelerada la población urbana y la clase media, un proceso social que va acompañado de cambios en los hábitos alimenticios. Como ya está manifestándose, se detecta una transformación en las exigencias de los nuevos consumidores, traducidas en la diversificación y en la calidad de su dieta. Por este motivo se observa un incremento en la demanda de proteínas, de alimentos procesados y de mayores estándares de calidad. El sector servicios, como el turismo, es otro ámbito de grandes oportunidades que la región tampoco puede desaprovechar, ya que millones de chinos también están cambiando su forma de ocio gracias a su nueva condición de clase media.

De acuerdo a este nuevo mercado y a sus numerosas oportunidades hay que entender la transformación económica que puede darse sin cambiar la matriz productiva, pero sí asegurando la diversificación, el valor añadido y el procesamiento de productos agrícolas, para lo cual será necesario conocimiento, tecnología, infraestructura productiva, transporte y logística.

China sigue siendo un mercado muy importante. La posibilidad de aprovecharlo, en cualquier caso, dependerá de la región, ya que debe llevar a cabo reformas estructurales que garanticen una oferta competitiva.