Soldados birmanos patrullan en Laukkai, la principal ciudad de la región de Kokang en el estado de Shan, febrero de 2015. AFP/Getty Images
Soldados birmanos patrullan en Laukkai, la principal ciudad de la región de Kokang en el estado de Shan, febrero de 2015. AFP/Getty Images

Los enfrentamientos entre el Ejército birmano y la guerrilla kokang, de etnia Han, se cobraron recientemente la vida de cuatro granjeros chinos en la provincia de Yunnan. Otras nueve personas resultaron heridas en el bombardeo de las fuerzas birmanas. La muerte de ciudadanos chinos, unida a la nueva oleada de refugiados en la frontera sur del gigante asiático, ha disparado la tensión entre ambos países. El Ejecutivo chino ha advertido ya de que responderá militarmente a cualquier nueva agresión en su territorio. ¿Está realmente Pekín dispuesto a sacrificar sus intereses geoestratégicos en Birmania por defender a los kokang o se trata sólo de un movimiento más en la carrera por controlar el sureste asiático?

Desde comienzos de febrero el Ejército birmano (Tatmadaw) y las fuerzas rebeldes del Myanmar National Democratic Alliance Army (MNDAA), lideradas por el comandante Phone Kyar Shin, mantienen una fuerte lucha por controlar los dominios kokang del estado Shan, a escasos kilómetros de China. Más de un centenar de combatientes han muerto y al menos 60.000 civiles han cruzado la frontera en busca de refugio. La declaración del estado de emergencia por parte del Presidente birmano, Thein Sein, no ha logrado controlar la revuelta y en las últimas semanas las refriegas se han ido acercando cada vez más a territorio chino hasta que un proyectil alcanzó una vivienda a principios de marzo.

Pese a las advertencias chinas al Gobierno de Birmania para que “redujera la temperatura del conflicto”, los bombardeos en la región se han seguido intensificando. La muerte de cuatros granjeros chinos mientras trabajaban en una plantación de azúcar el pasado día 13 de marzo ha elevado el tono de las amenazas. “Si se produce un nuevo incidente con un avión de combate de las fuerzas birmanas sobrevolando la frontera o cualquier otro incidente que ponga en peligro la soberanía territorial y la seguridad nacional de China, el Ejército chino responderá adoptando medidas decisivas”, alertó al día siguiente el portavoz del ministerio de Defensa, Geng Yansheng.

En cuestión de horas, las Fuerzas Armadas chinas se han desplegado a lo largo de los 2.000 kilómetros que comparten ambos país para controlar que ningún avión birmano vuelve a adentrarse en su territorio. Mientras, en su conferencia anual tras finalizar el año legislativo, el primer ministro, Li Keqiang, lamentó la pérdida de vidas chinas y remarcó “la responsabilidad y la capacidad” de China para “salvaguardar firmemente la estabilidad en las zonas fronterizas”. “Todas esas palabras, al igual que la visita a la zona del ministro de Exteriores”, explica el director del Observatorio de Política China, Xulío Rios, “son gestos de las autoridades chinas que incluyen una retórica dura, si bien no creo se traduzca en acciones armadas de respuesta”. Un ejemplo más del “simbolismo militar y diplomático” con el que suele actuar Pekín en estos casos, añade Hugo Cuello, quien ha sido consultor de riesgos políticos en Birmania.

 

La conexión china de la minoría kokang

De etnia Han, la misma que compone mayoritariamente la República Popular China, los kokang son descendientes de inmigrantes chinos instalados en los territorios birmanos del norte, en el estado Shan. Durante varias décadas, esta comunidad mantuvo una estrecha colaboración con el Gobierno militar birmano -el MNDAA fue la primera de las antiguas facciones del Partido Comunista Birmano (CPB en sus siglas en inglés) en firmar un alto al fuego tras su desintegración en 1989-, lo que les granjeó la posibilidad de administrar su propio territorio. Su líder militar, Phone Kyar Shin, cinceló esos años un pequeño narco-estado vinculado al tráfico fronterizo de opio -en los últimos años también metanfetaminas- y otras actividades ilegales.

La alianza con los militares se resquebrajó en 2009 después de que Phone Kyar Shin se negase, como buena parte de los grupos étnicos armados del país, a integrar las fuerzas del MNDAA en el nuevo Border Guard Force bajo el mando del Tatmadaw. Los militares birmanos vencieron a las tropas de Phone Kyar en unos violentos enfrentamientos que provocaron un primer éxodo masivo de civiles hacia la provincia china de Yunnan.

Derrotado en el denominado “Incidente de Kokang”, Phone Kyar se refugió entonces junto a algunos de sus acólitos en China, donde es conocido como Peng Jiasheng. Allí reorganizó su milicia -con el apoyo de ex soldados chinos según la inteligencia birmana- y preparó una contraofensiva para recuperar su territorio. Desde el inicio de la contienda, en febrero, Pekín ha criticado la postura beligerante del Gobierno birmano al que ha alertado de que no tolerara la inestabilidad en su frontera sur.

 

Los intereses que atemperan a China

La antigua relación “Pauk Paw” sino-birmana, fraguada durante las cinco décadas de aislacionismo internacional en las que Pekín se convirtió en el principal aliado de la dictadura birmana, ha otorgado al gigante asiático una posición dominante sobre las materias primas de su país vecino: petróleo, gas, teca y gemas. Sin embargo, desde el comienzo de la transición democrática en Myanmar las inversiones chinas en este país se han reducido de forma exponencial debido a la aparición de nuevos actores internacionales y a la animadversión que los proyectos chinos generan en los dominios étnicos del norte, donde se concentran los recursos naturales birmanos.

Muchas comunidades recelan de las inversiones chinas que han ido históricamente aparejadas a expropiaciones masivas y una fuerte represión por parte del Tatmadaw. De hecho, los enfrentamientos con las minorías Kachin y Shan brotan por la construcción de una central hidroeléctrica y un gasoducto, dos proyectos con capital chino. Durante más de medio siglo, los militares birmanos han controlado por la fuerza los territorios del norte, facilitando cualquier iniciativa de Pekín en la zona a cambio de su apoyo económico. El incidente de kokang ha dejado en el aire ese acuerdo tácito.

A pesar de su enorme superioridad militar, China sabe que su apoyo explícito a los rebeldes kokang supondría un grave obstáculo en su relación con Birmania, en un momento en el que muchos otros países, entre ellos Estados Unidos o Japón, “buscan sacar jugo a la apertura del país”, apunta Paul Keenan, investigador del Burma Centre for Ethnic Studies. “China no ve a Birmania como un competidor o una amenaza, sino como un vecino que puede darles o bien muchos beneficios, o bien mucha inestabilidad tanto en aspectos económicos como políticos y de seguridad”, añade Cuello.

En Birmania, Pekín se juega además la salida comercial china al océano Índico, imprescindible para dominar el comercio marítimo mundial. “China quiere un acceso directo al Índico para aprovechar el tráfico de petróleo con Oriente Medio, los recursos naturales de África y el comercio con los mercados europeos”, subraya el activista y ex oficial de las fuerzas especiales de Estados Unidos Tim Heinemann. A través del territorio birmano, China tiene una “puerta abierta a toda esta riqueza” sin tener que atravesar el estrecho de Malaca. Un movimiento que permitiría a sus barcos mercantes ahorrar miles de millas en cada travesía. En los últimos años, la política exterior del gigante asiático, asegurando su influencia en Sri Lanka, Bangladesh y Birmania, ha ido encaminada a tejer una red de alianzas que garantice una salida al Índico y un apoyo geoestratégico en la zona, señala Heinemann.

Pese a los éxitos diplomáticos de su política de no injerencia, China no puede descuidar su imagen como superpotencia internacional. Tras el incidente de kokang muchas son las voces en el país que, amparadas en un discurso nacionalista, reclaman una intervención militar. “China no puede parecer débil, por lo que probablemente asistamos a una reacción pública exagerada, para preservar su posición. Privadamente, China está obteniendo muchos beneficios y tienen demasiados intereses estratégicos en Birmania”, explica Heinemman. Así, la respuesta de las autoridades, augura el director del Observatorio de Política china, pasa por incrementar las medidas alerta para evitar que vuelvan a producirse nuevos incidentes y calmar así “la demanda ciudadana de hacerse respetar”. “Repetirán los patrullajes, como hacen en Diaoyu-Senkaku”, las islas en disputa con Japón.

La evolución de la crisis de kokang marcará también las decisiones a corto plazo del Ejecutivo de Thein Sein. Las negociaciones para firmar un alto al fuego en todo el país antes de las elecciones permanecen todavía vivas -aunque el acuerdo se antoja improbable-, por lo que el Gobierno birmano “no quiere crear un precedente con los rebeldes de kokang de que con violencia uno se gana un asiento en la mesa de negociaciones. Por tanto no frenará en su intento de eliminar la amenaza a no ser de que China se involucre directamente para frenar el conflicto”, asegura Cuello.

Así pues, la pregunta está en el aire. ¿Sacrificará China sus intereses en Birmania por los kokang? Heinemman dibuja un escenario intermedio. “China continuará apoyando a las minorías Han en Birmania para seguir presionando al Gobierno birmano. China quiere una Birmania lo suficientemente desestabilizada como para necesitar su ayuda”.