Una mujer saharaui camina cerca de la ciudad de Tifariti en Sáhara Occiddental (Dominique Faget /AFP/Getty Images)
Una mujer saharaui camina cerca de la ciudad de Tifariti en Sáhara Occiddental (Dominique Faget /AFP/Getty Images)

¿Es posible que consiga su soberanía e independencia?

Quizás el tango tenga razón y veinte años no sean nada, pero desde luego los cuarenta que los saharauis llevan malviviendo en la hamada son, desde cualquier punto de vista, muchos. Sobre todo si, en mitad de la indiferencia internacional, sigue sin atisbarse una salida a corto plazo a su situación en pleno desierto sahariano. Hace hoy cuarenta años que Marruecos, en una astuta maniobra política que supo aprovechar la extrema debilidad de la España de Franco, decidió impulsar la Marcha Verde. Desde entonces ha pasado el tiempo suficiente para saber que:

Marruecos no cederá en su pretensión de ver reconocida su soberanía en el Sáhara Occidental. Durante estos años ha logrado controlar (por la fuerza) el llamado Sáhara útil, blindado por su Ejército tras los muros defensivos y donde se localizan tanto el fosfato como los bancos pesqueros de los que ya se beneficia, sin olvidar la potencial riqueza en hidrocarburos que puede albergar ese territorio. En paralelo, ha ido llenando esas tierras con sus propios colonos (sensibles, obviamente, a los mensajes de Rabat) y ha invertido en cantidades considerables para tratar de atraer incluso a los saharauis que poco pueden esperar ya de sus propios dirigentes. Y todo ello, con abierto desprecio por los derechos humanos de la población local (la operación de castigo desarrollada el 8 de noviembre de 2010 contra los pobladores del campamento de Agdaym Izik es solo una muestra entre muchas) y con la tranquilidad de saber que la comunidad internacional no está dispuesta a ir más allá de meras protestas formales.

La reivindicación de la marroquinidad del Sáhara Occidental se ha convertido en una de las principales bazas empleadas por la monarquía alauí para asegurarse un papel central en la vida política nacional. En su día ya fue entendida por palacio como un elemento fundamental para promover la unidad nacional y para superar las críticas que la propia institución recibía en muchos otros ámbitos. Para Marruecos, en consecuencia, no cabe imaginar un escenario en el que ese territorio quede libre para diseñar su propio futuro (lo que no es incompatible con concederle un limitado nivel de autonomía bajo bandera marroquí).

Los saharauis se han quedado solos en defensa de sus intereses, sin capacidad real para modificar el rumbo trazado desde hace décadas. Ni en el periodo inicial de confrontación armada (hasta 1991) pudieron imponerse militarmente a un oponente superior, ni después han logrado marcar el ritmo de la agenda diseñada por el Plan de Paz auspiciado por la ONU. Baste recordar la imposibilidad de celebrar el previsto referéndum de autodeterminación por las consentidas maniobras de Rabat para impedirlo, sea obstaculizando la elaboración del censo de posibles votantes o dificultando la actuación sobre el terreno de la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum del Sáhara Occidental (MINURSO). Por si eso fuera poco, y al margen de la formalidad de la pertenencia de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) a la Unión Africana (con el consiguiente disgusto de Marruecos) y del goteo de reconocimientos de la república saharaui por parte de Estados de segunda fila, ya hace tiempo que incluso su principal mentor (Argelia) ha mostrado señales visibles de abandono. Aunque sigue prestando su propio suelo para albergar a los refugiados en los campamentos de Tinduf, Argel parece haberse convencido de que su rehabilitación internacional tras la trágica década de los 90 pasaba por alinearse con la corriente internacional dominante, proclive a atender los argumentos marroquíes.

Por otra parte, los saharauis (con buen criterio) nunca optaron por el terrorismo para defender sus postulados frente a quien consideran el ocupante de su territorio originario. Sería impensable que ahora lo hicieran, aunque solo fuera porque debilitarían aún más los escasos apoyos con los que cuentan en la comunidad internacional. Del mismo modo, su frecuente apelación a una posible vuelta a la guerra contra Marruecos suena hueca. No solo sus oponentes disponen de una maquinaria militar mucho más operativa y con apoyos externos que les permitirían sostener el pulso en el campo de batalla si fuera necesario, sino que, además, las capacidades actuales de la RASD son considerablemente menores a las que tuvieron en su día (cuando Argelia, Libia y algún otro actuaban como sostén de su apuesta militar).

En el marco de las relaciones internacionales el contencioso del Sáhara Occidental apenas tiene hoy eco alguno. En la práctica se ha convertido, en el mejor de los casos, en un tema humanitario, centrado en atender a la necesitada población agolpada en los campamentos, mientras su perfil político se ha ido difuminando hasta convertirse apenas en una nota a pie de página de la agenda global. Y cuando se analiza la postura que han ido adoptando los países miembros del Grupo de Amigos del Sáhara se constata de inmediato que la balanza se ha inclinado irreversiblemente a favor de las tesis marroquíes. Así, tanto Estados Unidos como Gran Bretaña y Francia apenas disimulan su preferencia por lo que plantea Rabat. Rusia, por su parte, nunca ha tomado posiciones contrarias a la opinión dominante y España, ya desde hace unos años, ha optado finalmente por alinearse con Marruecos a partir del convencimiento de que le interesa contar con un vecino que colabore en la represión del narcotráfico, de la emigración irregular y del terrorismo yihadista. Si a cambio de esto Rabat demanda un apoyo claro a su pretensión respecto al Sáhara Occidental, Madrid parece progresivamente dispuesta a hacerlo (aunque eso suponga asumir críticas internas por parte de una sociedad española mayoritariamente prosaharaui, avergonzada en buena media de la penosa gestión que España ha hecho de la que fue una de sus provincias).

Sin descartar sorpresas absolutas y sin olvidar que todos los días se añaden nuevos actos, ideas y manifestaciones tanto en el territorio ocupado por Marruecos como en la totalidad de los campamentos, es difícil no terminar concluyendo que nunca habrá un Sáhara Occidental soberano e independiente. La solución al contencioso no está a la vuelta de la esquina y probablemente dentro de 10 años se celebrará el 50 aniversario de la Marcha Verde con una fanfarria similar (incluyendo un partido de fútbol con personajes de la farándula mundial tan notorios como Maradona). Pero en el día a día es imposible no ver que el tiempo corre a favor de Marruecos.