Mujeres que apoyan al Partido Democrático de los Pueblos (HDP) celebran los resultados en frente de la sede de esta formación política en Estambul, junio de 2015. Ozan Kosen/AFP/Getty Images
Mujeres que apoyan al Partido Democrático de los Pueblos (HDP) celebran los resultados en frente de la sede de esta formación política en Estambul, junio de 2015. Ozan Kosen/AFP/Getty Images

Las recientes elecciones parlamentarias turcas han dado un vuelco a ciertos aspectos clave en el panorama político del país euroasiático. Parece que no todo seguirá igual.

Turquía no tendrá un sultanato. Una caricatura muestra al actual presidente turco, Recep Tayip Erdogan, bebiendo de una botella. A primera vista la imagen es sorprendente, puesto que Erdogan y sus creencias islamistas son de sobra conocidas. Pero la etiqueta, en la que debería decir “raki”, el licor nacional de Turquía con más de un 40% de alcohol, reza “poder”.

Es decir, Erdogan habría sucumbido a la adicción que hace peligrar la figura política de tantos estadistas. Y lo cierto es que después de conseguir ser avalado como primer presidente de Turquía elegido en votación directa en 2014, Erdogan apostó todavía más fuerte. Deseaba hacerse con más y más poder y para eso pidió repetidas veces en la campaña electoral 400 escaños para el partido de la Justicia y Desarrollo (AKP). Si lograba 367 diputados el AKP podría haber cambiado la Carta Magna a su antojo y en solitario y transformar la república en un sistema presidencialista que concediera a Erdogan más poderes.

Ahora bien, ojo al dato: no se trataba en teoría de su partido puesto que como jefe de Estado debía mostrarse imparcial y respetar de forma pública la distancia hacia todas las formaciones políticas. Y empero Erdogan se obcecó en realizar mítines políticos descaradamente parciales, algo que no gustó a gran parte del electorado. E incluso en el mismo AKP cada vez son mayores las críticas hacia el hecho de que el Presidente turco se mantenga como la fuerza dominante en el partido que ayudó a fundar en 2001.

El día de la verdad electoral el AKP perdió 2,6 millones de votos a pesar de haber contado con todo el apoyo de los medios estatales, gran e injusta (hacia los otros partidos) inversión de fondos públicos y un ejército de voluntarios. No solo eso: el resultado estuvo muy por debajo de lo esperado: 258 diputados y la pérdida de la mayoría absoluta. A 18 escaños de distancia se mostraba el AKP el día después para hacerse con su deseado voto de confianza.

De este modo, una mayoría del electorado ha querido decir “basta” a la adicción por el poder de Erdogan. Hoy en día, el jefe de Estado está más lejos que nunca de convertirse, como deseaba, en un superpresidente con el mínimo de control posible.

El espíritu de Gezi está para quedarse. Después de las protestas antigubernamentales de 2013, la mayor crisis que ha vivido el Gobierno de raíces islamistas desde que llegó al poder en 2002, llegaron las elecciones presidenciales de 2014. Recep T. Erdogan culminó su sueño de una década y se convirtió en jefe de Estado a la primera y por mayoría absoluta (52,2%). Todo parecía indicar entonces que finalmente éste y su movimiento social-conservador y de raíces islamistas había logrado vencer sobre el espíritu que había convertido una protesta ecológica espontánea en un terremoto social que llegó a tener presencia en 80 de las 81 provincias turcas: el “movimiento Gezi”.

Dos semanas de manifestaciones y disturbios dirigidos especialmente contra Erdogan y su Gobierno habían causado una gran conmoción social en Turquía, no tanto por la violencia sino sobre todo porque varios segmentos de la población -alevís, musulmanes anticapitalistas, homosexuales politizados, kemalistas, kurdos, feministas e incluso nacionalistas- se aliaron por vez primera contra la deriva autoritaria de Ankara.

La reacción del AKP y su entorno a Gezi fue nítida: un contragolpe que deseaba dar alas al conservadurismo islámico a la par que otorgaba un cheque en blanco a las fuerzas estatales para reprimir el levantamiento. Llegó un discurso en contra de “izquierdistas, ateos y terroristas” que parecía haber hecho mella en la campaña electoral de las presidenciales por lo que en agosto de 2014 poco parecía quedar de aquel sueño de verano del año anterior.

Y, sin embargo, el triunfo sin precedentes de una formación política prokurda, el Partido Democrático de los Pueblos (HDP), este año certifica que el espíritu de Gezi sigue vigente y que en Turquía el Gobierno de turno pagará un alto precio por la falta de libertades. Puesto que el HDP fundamentó su campaña electoral para los comicios del 7 de junio no solo con la necesidad de frenar los sueños presidencialistas de Erdogan, sino también con un discurso integrador que hacía hincapié en el respeto hacia la pluralidad de identidades en la sociedad turca; un claro legado del espíritu Gezi. Y así es como el HDP superó ampliamente la injusta (e impuesta por los generales golpistas) barrera parlamentaria del 10% (13,11%, 80 diputados) y se convirtió en el primer partido de raíces kurdas que ha entrado en el Parlamento turco.

Los prokurdos como un partido parlamentario. Al menos 70 ataques violentos contra su partido contabilizó y denunció Selahattin Demirtas, el colíder del HDP, en los días previos a quebrar la barrera del 10%. También aseguró que todos tenían una misma conexión con un centro político; una clara alusión a un supuesto trabajo sucio comisionado por parte del AKP. El establishment de raíces islamistas habría hecho así todo lo posible para poner un palo en la rueda de las aspiraciones prokurdas.

Pero de ser cierto el cálculo habría sido fallido puesto que las elecciones del 2015 han visto por vez primera desde finales de los 70 a la izquierda laica -representada por la suma de votos del principal partido de la oposición, el socialdemócrata Republicano del Pueblo (CHP) (24,96%, 132 diputados) y el HDP- sumar más de 200 escaños (212).

Una de las claves de este singular triunfo es una metedura de pata por parte de Erdogan. Cuando en octubre de 2014 el bastión kurdo de Kobane, en el norte de Siria, estaba a punto de sucumbir al acoso del Estado Islámico, el jefe de Estado aseguró que “Kobane está a punto de caer” restando importancia al hecho, algo que encendió la ira en gran parte de la población kurda. Asimismo, su uso electoral de un Corán escrito en lengua kurda hizo otro tanto para recibir el rechazo por parte de muchos kurdos con conciencia laica. Así no es de extrañar que según sondeos postelectorales el mayor trasvase de votos de los 2,6 millones perdidos por el AKP partiera hacia el HDP. Especialmente en el sureste del país, de amplia mayoría kurda, la sangría electoral fue evidente llegando el partido gubernamental a perder más del 15% de los votos en 12 provincias.

Pero el crecimiento del HDP va más allá de los errores del AKP; está íntimamente ligado a un movimiento político kurdo con al menos cuarenta años de historia. Con la creación de un partido prokurdo pero sobre todo laico y de izquierdas ha conseguido hacer perder la desconfianza a gran parte del electorado que sobre todo después de las protestas de Gezi (2013) y la victoria kurda en Kobane (2014) comienza a verlo con buenos ojos.

Un Kurdistán unido o el quebradero de cabeza no termina para Ankara. Siria ha tenido una gran importancia en el último resultado electoral turco. No solamente por los dos millones de refugiados procedentes de este país en suelo turco que Ankara ha aceptado con un elevado coste económico.

El AKP ha intentado todo lo que ha podido para sabotear el sueño de un Kurdistán unido que todavía tiene mucha vigencia para muchos kurdos en Turquía. El reciente cierre (y la posterior reapertura) del paso fronterizo de Akcakale refleja la impotencia de Ankara para manejar una situación geopolítica de difícil solución. Si las milicias prokurdas consiguen hacerse con el control del enclave de Tel Abyad, ahora ocupado por el Estado Islámico, estarían más cerca de conseguir reforzar una autonomía kurda en el país vecino.

Ya la lucha titánica entablada el año pasado durante meses por guerrilleros sobre todo kurdos en Kobane para expulsar a las milicias del EI ofreció un marco incomparable de propaganda para la lucha armada del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Su líder, el desde 1999 encarcelado Abdulá Öcalan, ha dado la bienvenida al triunfo del HDP en las generales de junio del presente año. Sin embargo, a pesar de que este partido ha abogado siempre por una respuesta de no violencia siempre que se ha sentido agredido en la campaña electoral, el proceso de paz entablado hace varios años por el PKK y el AKP ofrece ahora mismo un final incierto.

El HDP es visto por gran parte de la opinión pública en Turquía como el brazo político del PKK por mucho que en sus mítines la bandera turca haya aparecido en harmonía con la tricolor kurda, una importante novedad para el movimiento nacional prokurdo.

Así las cosas, lo único que parece fuera de dudas es que el contencioso kurdo seguirá siendo un quebradero de cabeza para el AKP, ya forme una futura coalición o no.

La normalización de (la posibilidad de un) Gobierno conjunto. En la campaña electoral del AKP de las recientes elecciones parlamentarias uno de los mensajes más diáfanos ha sido la condena a todo posibilidad de aliarse con otro partido en el Gobierno. Después de 13 años de mayoría absoluta la formación política que ha vuelto a ser la más votada (40,8% ) (en 2011logró un 49,9%) hizo hincapié que toda coalición llevaría sin lugar a dudas al caos en el país euroasiático. El AKP tendría una misión avalada por la mayoría en las urnas y el trabajo conjunto con otro partido solo supondría obstáculos para culminarla, puesto que inmediatamente, de darse la coalición, el principal partido en el Gobierno tendría que estar dispuesto a sacrificar (gran) parte de su programa electoral. Este mensaje ha hecho tanta mella en el electorado del AKP y sus medios afines que incluso el día después de los comicios varios diarios progubernamentales no dudaban en llamar a las elecciones anticipadas en aras de no sucumbir frente a los resultados electorales. El discurso tiene pocas variantes: solo un gobierno de mayoría absoluta encarnado por el AKP puede garantizar la estabilidad en el país como lo ha hecho en los últimos 13 años.

Tan afianzada estaba esta narrativa que el AKP tardó en reaccionar al perder la mayoría absoluta y Erdogan se quedó incluso mudo. Después de más de tres días sin comparecer frente a los medios turcos -una eternidad para él- el jefe de Estado hacía una llamada en aras de una posible futura coalición."Turquía no se va a quedar sin Gobierno. (….) Deseo que los partidos parlamentarios se decidan, no por el caos, sino por soluciones", declaró en su primera intervención pública tras los comicios.

Luego han tenido lugar varias reuniones de representantes de diversos partidos para negociar una posible coalición. Será difícil que lleguen a algún resultado concreto -demasiado trecho separa a las diferentes opciones ideológicas-, pero sin duda la posibilidad de una coalición ya no es sinónimo de caos en el lenguaje político turco.