¿Quieren impulsar la economía? Reduzcan las emisiones.

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En tiempos difíciles, algunos piensan que proteger el clima es un lujo, pero esa es una anticuada concepción propia del siglo XX, de una época en la que pensábamos que la industrialización era el objetivo final, los residuos eran crecimiento y la riqueza significaba una gruesa capa de contaminación atmosférica.

Las ciudades y la urbanización constituyen el relato del siglo XXI. La mayoría de nosotros vivimos ya en urbes. Ahora bien, durante los próximos 40 años, la construcción va a experimentar un auge muy superior a cualquier cosa que hayamos visto en el pasado o vayamos a ver después, porque la población mundial de las ciudades va a multiplicarse por miles de millones. Los núcleos urbanos situados en el centro de esta revolución demográfica cambiarán por completo.

Todo ese crecimiento representa oportunidades, en un momento en el que son muy necesarias. En muchos sentidos, la forma de construir nuestras ciudades determina la forma de utilizar la energía dentro de ellas. Unas comunidades más densas y que inviten a andar emplean mucha menos energía que las que dependen del coche. Las viviendas multifamiliares consumen mucha menos energía que las situadas en grandes parcelas. Las infraestructuras urbanas compactas son mejores que los modelos extendidos. Incluso las decisiones de consumo cambian en las comunidades compactas: al fin y al cabo, ¿cuántos propietarios de pisos tienen gimnasios en su casa? Un urbanismo que tenga en cuenta el clima puede hacer posibles enormes reducciones en el consumo de energía per cápita. Y eso, a su vez, puede impulsar un rápido crecimiento.

Las ciudades que están en la vanguardia de este tipo de desarrollo, como Copenhague y Ámsterdam, aspiran a la neutralidad en carbono de aquí a 20 años. Para obtener un cambio tan rápido es preciso no solo hacer las cosas de otra manera sino hacer otras cosas, y empezar ya. La primera: evitar grandes inversiones en proyectos anticuados como la construcción de autopistas para concentrar los recursos en transformar barrios fundamentales, ampliar las redes de transporte y mejorar las infraestructuras.

Además, las ciudades neutrales en carbono contribuirán a impulsar la innovación urbana, porque el objetivo de conseguir cero emisiones supondrá millones de oportunidades de hacer mejor las cosas prácticamente en todos los sectores. Puedo sugerir nuevos ámbitos de innovación: dedicar zonas concretas de las ciudades (que ahora están quizá infrautilizadas o abandonadas) a experimentos a pequeña y mediana escala de trabajo, comercio y vida neutrales en carbono. Serían semilleros para nuevas formas de vida urbanas. Con unas reglas claras y básicas y atajos que permitieran y aprovecharan las relaciones con la industria y las universidades locales, esas zonas podrían convertirse en caldos de cultivo para desarrollar las empresas de construcción urbanística que alimentarán la economía global en este siglo urbano. Si prosperan, atraerán a esos jóvenes creativos que todas las ciudades se disputan; lo que muchos de los mejores representantes de la próxima generación desean por encima de todo es participar en la construcción de un futuro mejor.

Con un urbanismo centrado en el clima y un compromiso de innovación, las ciudades empezarían a revitalizar barrios, preparar empresas locales para salir adelante frente a la competencia mundial y en medio de unos costes energéticos cada vez más elevados y convertirse en polos de atracción para el talento y las nuevas ideas. Cien ciudades comprometidas con un futuro de cero carbono serían 100 urbes camino de recobrar la prosperidad… y un futuro mejor para todo el planeta.

 

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