Soldados norcoreanos en la garita del río Yalu, frontera con China. (Johannes Eisele/AFP/Getty Images)
Soldados norcoreanos en la garita del río Yalu, frontera con China. (Johannes Eisele/AFP/Getty Images)

La chica de los siete nombres

Hyeonseo Lee

Península, 2015

Debido a su “extraordinaria” situación es un país que podría rememorar diversas películas o libros que han vaticinado o reflejado complejidades similares. Pero si lo queremos enlazar con la actualidad, hay una trilogía que podría hacer de espejo del país más cerrado del mundo, la escrita por Suzanne Collins: Los juegos del hambre.

Las similitudes con la nación de Panem son escalofriantes, solo que Corea del Norte aterra más porque no es ficción sino realidad. Una realidad desconocida para el mundo, gracias a las triquiñuelas, artimañas y la mano dura de un régimen que lo controla todo. Aunque por ahora parece que la amenaza de que una heroína al estilo de Katniss Everdeen vaya a terminar con los privilegios ostentados por un Estado represor, corrupto y desleal a su pueblo no se va a cumplir.

Bajo este yugo viven algo más de 25 millones de personas que visten, hablan y actúan siguiendo las directrices del líder divino Kim del momento. Miles han escapado en los últimos 50 años. La gran mayoría, 25.000 aproximadamente según datos del Ministerio de Unificación surcoreano, residen en Corea del Sur. Aunque desde que llegara al poder Kim Jong-un en 2011, una versión más joven de su padre pero igual de cruel e inestable, ha habido un descenso de las huidas debido al aumento de las patrullas fronterizas en el norte. Así que antes huir era complicado, pero ahora la dificultad es mayor. ¿Qué motiva a un norcoreano a escapar del que le han enseñado que es el ‘mejor país del mundo’?

Las razones por las que deciden poner pies en polvorosa son diversas, pero en algo coinciden la gran mayoría de los que han escapado, y es que los norcoreanos no suelen dejan su país como consecuencia de la represión ni en busca de la libertad. En la mayoría de los casos lo hacen porque el régimen los persigue por algún motivo a cuál más disparatado. El concepto de libertad es totalmente desconocido dentro del imaginario social norcoreano. ¿Cómo van a escapar buscando esos derechos y libertades que no conocen?

En Corea del Norte, la única persona que tiene derechos y que goza de libertad es el gobernante Kim. La libertad de movimiento, de pensamiento, de expresión, la mejor sanidad (y en ocasiones única) y la buena alimentación solo la ostenta el líder de turno. Ni siquiera la élite tiene asegurados esos derechos y libertades, ellos también están sometidos a los caprichos y necesidades del Líder. Con cuidado de no caer en desgracia y verse privados de esos privilegios que temporalmente les conceden, como le sucedió al propio tío de Kim Jong-un, Jang Song Thaek, cuando nada más llegar al poder su sobrino fue ejecutado.

Fue la curiosidad la que llevó a Hyeonseo Lee, autora y protagonista de La chica de los siete nombres a salir de su país cruzando el río helado que separaba su ciudad Hyeasan de China. Su duda: ¿cómo era posible que al otro lado de la frontera hubiera diariamente luces de neón cuando ellos sufrían cortes eléctricos constantes? ¿Por qué las personas parecían más fornidas (si los norcoreanos, a excepción del Gran Líder, son muy delgados)? Era eso posible en China y no en Corea del Norte, un país que le habían enseñado a amar y a ser fiel por su ‘superioridad frente al resto del mundo’.

Las preguntas comenzaron cuando siendo una adolescente Hyeonseo veía como la gente de su ciudad tenía alucinaciones en la calle producidas por el hambre. Para ella (y cualquier compatriota) en Corea del Norte el hambre y determinadas enfermedades como la depresión y el suicidio, oficialmente, no existen. A sus 17 años estaba siendo testigo de la hambruna que asoló su país entre 1995 y 1997 (según cifras oficiales proporcionadas por Pyongyang murieron 250.000 personas, aunque los datos varían mucho, porque otras fuentes aumentan el número a millones de fallecidos).

Ella “era feliz”, de acuerdo con sus palabras, pertenecía a la casta leal (la mejor de los tres songbun, sistema que divide a los norcoreanos según sean más o menos leales al régimen y que conllevan una serie de privilegios o desgracias), había vivido en diferentes ciudades, poco habitual en Corea del Norte por las restricciones de movimiento, y sus padres tenían dinero. Pero pasó de leal a desertora y enemiga de la patria en tan solo unos minutos. Hoy en día, reside en Corea del Sur, está casada con un estadounidense y utiliza asiduamente el peor idioma que un norcoreano podría hablar: inglés.

Hyeonseo relata en su biografía cómo cambió su vida cuando salió de Corea del Norte. Narra la historia de su familia, su infancia y parte de su juventud y sus años de soledad y miedo en China hasta que llegó a Corea del Sur y ayudó a escapar, después de 14 años sin verlos, a su madre y hermano hasta que se instalaron en Seúl.

El libro transcurre entre una manera muy emotiva de relatar los hechos y una mera descripción de los mismos. Sin matices, ni opiniones, ni dolor. Un rasgo muy característico de la personalidad norcoreana: narrar los acontecimientos que marcan su vida en tercera persona, según la propia autora, producto de la educación y el adoctrinamiento al que son sometidos desde pequeños.

Corea del Norte es un país donde la curiosidad no es premiada sino extirpada desde el nacimiento y pensar, tener ideas propias y el más mínimo atisbo de individualismo te puede costar la vida. Bienes tan valiosos como la lógica y el cuestionamiento son totalmente aplacados. El régimen y los propios ciudadanos (ya sea por miedo o lealtad) son los custodios de la pureza intelectual.

Todo está pautado desde el nacimiento. En el colegio deben ser “exploradores”, lo que implica participar en los juegos colectivos, que son grandes desfiles que hacen los “buenos comunistas”. Durante los ensayos y la representación ningún niño puede tener desliz alguno porque puede romper el dinamismo de la marcha. Desde pequeños les presionan para hacerlo perfectamente y subordinan su voluntad al grupo. Cuando son adolescentes pasan a las juventudes socialistas, donde tienen entrenamiento militar. Ya en la edad adulta deben trabajar para el Partido, directa o indirectamente, y someterte al régimen. Toda faceta pública o privada está controlada.

El absurdo impera. El contrabando, las drogas y la corrupción, o incluso el asesinato, no están penados siempre y cuando el que lo cometa sea leal a los Kim. La única ley que nunca hay que violar es la lealtad al Líder. Por ejemplo, no llevar su pin, puede acarrear graves problemas. En una parte del libro, la autora relata el episodio de cómo se incendió su casa. Cuando todos estaban fuera y la casa estaba en llamas, su padre volvió a entrar solo para rescatar dos fotografías: las de los líderes Kim Il-sung y Kim Jong-il. Prefería morir a no salvar esos dos retratos. Acto de lealtad o de miedo.

Para un norcoreano la panacea no es conseguir la libertad, para ellos es una experiencia aterradora. En primer lugar, el descubrimiento del engaño. Luego, el desbordamiento por la novedad, el nuevo mundo es sobrecogedor: demasiada luz, ruido, comida o libertad. Después, adaptarse al país y sus costumbres, un mundo más complejo, competitivo y acelerado. En último lugar, el miedo a las represalias que puedan sufrir sus familias residentes en el norte.

Según el Ministerio de Unificación surcoreano, la mayoría de los desertores aseguran haber tenido una mejor calidad de vida mientras residían en el norte. En los últimos años ha aumentado notablemente el número de suicidios de los desertores, la tasa alcanza el 15,2%, tres veces más que la media nacional. Los motivos son diversos pero muchos norcoreanos aseguran sufrir problemas económicos, aislamiento y soledad.

La omnipresencia del régimen sobrepasa las fronteras físicas y se instala en las psique de todo norcoreano, que adoctrinado y sometido a un control físico y psicológico exhaustivo e indiscriminado destruye cualquier atisbo de individualismo. ¿Es, entonces, posible escapar de Corea del Norte?