Europa a piezas: un grupo de trabajadores desmonta un mapa de la UE durante una ceremonia en Madrid para celebrar los 50 años del Tratado de Roma.
  • La fragmentación del poder europeo
    José Ignacio Torreblanca
    229 páginas
    Icaria/Política Exterior
    Madrid, 2011

 

Hace ya tiempo que Europa perdió su sex-appeal. Pasada la  euforia de principios de siglo, cuando la UE aparecía como el gran triunfador de las postguerra fría, el abatimiento se ha instalado en el –literalmente– Viejo Continente. Su potencial como actor global ha quedado enterrado en el fragor de la crisis económica, los miedos de unas sociedades anquilosadas y las carencias de unos líderes políticos que no llegan a la altura de la misión encomendada. Enterrado, pero todavía asoma la patita.

Es lo que defiende José Ignacio Torreblanca, director de la oficina en Madrid del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR), en La fragmentación del poder europeo, un esfuerzo por convencer de que no todo está perdido, que Europa todavía puede superar su introspección genética y que merece la pena seguir luchando por los valores sobre los que se sustenta.

Para llegar a esa conclusión, el autor repasa primero los diferentes aspectos de la naturaleza y funcionamiento de la UE que están llevándola al declive y la irrelevancia, desde el envejecimiento demográfico hasta su incapacidad de alcanzar un consenso en numerosos asuntos de política exterior, pasando por la crisis del euro o las contradicciones internas a la hora de aplicar una política de defensa y seguridad común. La división de opiniones y posturas que resta poder a la Unión se ve asimismo en cómo cada Estado establece y maneja sus relaciones con los otros grandes actores –tradicionales o nuevos– como Estados Unidos, China o Rusia, entre otros, por encima del interés del conjunto.

 

 

Pero no todo es inoperancia de los europeos. Mientras ellos se dedicaban a darle vueltas a un texto constitucional semifallido, los BRICs y alguna de sus variantes, como las potencias herbívoras, iban haciéndose con su lugar en el mundo. Frente al poder militar tradicional, países como Brasil, India, Turquía o Indonesia se han convertido en poderes económicos, lo cual es fuente también de roces con la UE. La intransigencia de ésta en las negociaciones comerciales multilaterales, la reclamación de un reequilibrio en presencia y peso en las instituciones financieras globales o la disparidad de opiniones en foros como el G-20 son sólo algunos ejemplos.

Ahora bien, las nuevas potencias también son vulnerables y tienen sus debilidades. Y es precisamente ahí donde Europa puede recuperar el terreno perdido. Las tremendas desigualdades entre la población china, unidas a un inexorable declive demográfico (¡también ellos!), una corrupción rampante y un férreo sistema de represión pueden minar en un medio plazo el irrefrenable avance del gigante asiático. En Rusia, al colapso demográfico se suma el estancamiento industrial: con una economía basada principalmente en el petróleo, el gas y otras materias primas, las autoridades –muy autoritarias, por cierto– actúan como si los recursos naturales fueran a ser infinitos. La desigualdad es también uno de los factores de debilidad en India pero, en este caso, ligado a un constante crecimiento de la población. Y Brasil cuenta, además de con un altísimo déficit social, con una importante presión sobre el medio ambiente y el recelo de muchos de sus vecinos.

Así que, bien mirado, Europa no está tan mal. Por ello el autor aboga por levantar la cabeza y seguir trabajando para mantener los altos estándares de paz, libertad, prosperidad y equidad logrados durante un proceso que empezó hace algo más de cinco décadas.

Torreblanca hace gala en el libro del mismo principio que guía sus columnas semanales en El País: que el rigor y la capacidad de análisis no están reñidos con la amenidad; que la tarea del experto va más allá de atraer a sus pares y que divulgar y contribuir a formar a una opinión pública más amplia es también parte de sus funciones para con la sociedad. Así, las anécdotas, las observaciones personales y un toque de humor se mezclan con fluidez entre las cifras, las referencias académicas y los argumentos.  Es un estilo que se encuentra frecuentemente  en la producción anglosajona, pero que es  menos habitual en el, a menudo, estirado mundo editorial español dedicado al pensamiento político. Faltaría en la obra, si acaso, una hoja de ruta para que los líderes y las sociedades europeas salgan de su aturdimiento y su desmoralización. En teoría, es tarea de los políticos diseñarla; pero tal como están las cosas, o los intelectuales les echan una mano, o tardaremos en recuperar la capacidad de creer en el proyecto europeo.

 

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