¿Cambiará Kerry la política de USA hacia la isla?

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John Kerry (D-Mass) es el nuevo secretario de Estado de la Administración Obama. Kerry es hijo de diplomático, veterano de guerra, senador durante décadas y presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado. Pocas experiencias han formado más el carácter y la visión del antiguo combatiente sobre política exterior que su  relación con Vietnam, cuya experiencia en la guerra ha jugado un papel positivo en sus posiciones a favor de mejorar las relaciones con Cuba, desde la defensa de los intereses y los valores democráticos estadounidenses.

El historiador Douglas Brinkley, de la Universidad Rice, le ha descrito en su biografía de Kerry cómo el senador que tenía ya experiencia internacional cuando se enroló en la marina estadounidense en 1966. Había acompañado a su padre, que sirvió como diplomático en Europa durante los años del Plan Marshall, el pilar más importante de la victoria de EE UU sobre el comunismo en la guerra fría. El conflicto de Vietnam, donde los enfoques del anticomunismo visceral prevalecieron sobre el análisis racional, incitó a Kerry a abogar por un rumbo realista. Promover los valores e intereses estadounidenses requiere tener consciencia sobre el carácter relativo del poder y el peso del nacionalismo en el mundo poscolonial.

Con el prestigio de su servicio militar en el río Mekong y con condecoraciones al valor,  John Kerry asumió la voz de los veteranos contra la guerra. Nada representa mejor su actitud patriótica que su invocación de la frase del revolucionario en Alemania y senador en EE UU, Carl Schurz: “Mi país,  bien o mal. Si está bien, para mantenerlo bien, si está mal, para arreglarlo”.  Frente a las calumnias macartistas, Kerry decidió no contestar, confiando en que esos ataques personales no harían mella en sus argumentos.

En toda su carrera política, Kerry ha procurado evitar y reparar los errores que llevaron la política exterior estadounidense al fiasco ocurrido en la antigua Indochina. Desde el Comité de Relaciones Exteriores, el senador se ha centrado “en lo que importa: el futuro, no el pasado, los intereses nacionales estadounidenses a largo plazo, no las conveniencias estrechas de ocasión”. Junto a John McCain (R-Az), veterano también de guerra, Kerry apoyó las aperturas del presidente Bill Clinton que pusieron fin al embargo contra los vietnamitas.  “¿El resultado?”- ha dicho- “un Vietnam menos aislado, más orientado al mercado y más libre, aún cuando tiene mucho por andar”.

Desde esa convicción emergen las posturas del nuevo secretario de Estado contra la prohibición de viajar a Cuba para los ciudadanos estadounidenses.  “Nuestros valores democráticos no limitan nuestro poder, lo magnifican”, ha dicho.  Basado en la evidencia de que los turistas de otros países y los retornos de los cubano-americanos “han tenido un significativo impacto que ha incrementado el flujo de la información y del dinero a los cubanos”, Kerry promueve los viajes de sus compatriotas a la isla sin limitaciones como  “catalizadores del cambio”.

El secretario de Estado también resultó central en el congelamiento temporal en 2010 de los programas mal diseñados de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), que llevaron al arresto y condena en Cuba del subcontratista estadounidense Alan Gross a 15 años de prisión. Kerry ha estado en la vanguardia del monitoreo de esos programas, que en el pasado se caracterizaron por frecuentes desvíos de recursos y practicas reñidas con los estándares internacionales de promoción democrática. Gross fue contratado por la empresa Development Alternatives Inc (DAI) para establecer una conexión de satélite a Internet en las instituciones judías cubanas que evitara los controles gubernamentales del Gobierno de Castro.

El proyecto formaba parte del programa Cuba de la USAID financiado dentro de la sección 109 de la ley Helms-Burton, que persigue imponer un cambio de régimen en la isla. Nunca se solicitó el consentimiento de los líderes de la comunidad hebrea cubana, que han rechazado todo vínculo con la ley citada y, según las autoridades de Cuba, se trataba de establecer conexiones vía satélite a partir de redes inalámbricas, para servicio de los grupos opositores. Según la esposa de Gross, que ha demandado legalmente al Gobierno estadounidense y a la DAI, el contratista no tiene un español fluido, ni se le advirtió de los riesgos que corría al involucrarse en actividades encubiertas y en un contexto distinto al que caracterizó sus anteriores misiones de desarrollo internacional.

En 2010, uno de los empleados de Kerry, el ex analista de la CIA Fulton Armstrong, trató de mediar en nombre del senador una liberación de Alan Gross. En sus contactos con las autoridades cubanas, Armstrong reconoció el carácter provocador, intervencionista y estúpido del programa. Otro mediador que viajó a la isla abogando por la liberación del contratista fue el ex presidente James Carter. Desafortunadamente para el detenido, el senador Robert Menéndez, demócrata cubano-americano de New Jersey, recibió información sobre los contactos de Armstrong y forzó a la Administración Obama a restaurar el proyecto, justo cuando Carter abogaba en La Habana por un gesto humanitario hacia EE UU. “Pobre Alan Gross”-escribió Armstrong a sus amigos-, según relata un artículo de Ross Schneiderman en la revista Foreign Affairs, “El lobby cubano-americano venció”.

Típico de la Administración Bush que lo gestó, el programa no promueve la democracia como proceso ni los derechos humanos ni una mayor libertad de acceso a la información como normas legales internacionales. Se trata de profundizar en el enfoque intervencionista de la ley Helms-Burton: mientras se niega al Gobierno cubano el derecho a adquirir equipos informáticos y el acceso a Internet a través de EE UU en virtud del embargo, están dotando, selectivamente, a la oposición con medios sofisticados.

Kerry, quien ha visitado Vietnam, conoce el éxito del programa de USAID en ese Estado para aumentar la conectividad a Internet. En el país asiático el programa se implementa de forma conjunta con la agencia japonesa de desarrollo y con el apoyo de los gobiernos locales, no bajo una ley Helms-Burton, repudiada en la ONU por su unilateralidad. Se trata de incentivar el desarrollo, que es para lo que se creó la Agencia no de derrocar gobiernos. La premisa es que un desarrollo orientado al mercado y una población mejor educada y conectada demandará prácticas e instituciones más democráticas.

En la visión de Kerry, EE UU no abandonaría la promoción de los derechos humanos en Cuba al eliminarse la prohibición de viajar a la isla, pues estos son valores fundamentales de la sociedad estadounidense. En el caso de Vietnam, la Casa Blanca ha continuado su empuje por las libertades civiles y políticas después de terminar el embargo. Washington no hace esto porque procure la enemistad de los líderes de Hanoi, sino como parte de una política racional de evolución pacífica y gradual a un sistema político más abierto.  Estados Unidos desea tener relaciones estables con toda la nación vietnamita no solo con el Gobierno. Los pueblos del mundo, no importa cuán nacionalistas sean, agradecen la preocupación por los derechos humanos si tienen como marco el derecho internacional.

La posición de John Kerry es coherente con los cambios de las últimas décadas en la comunidad cubano-americana, la mayoría de ellos considera que el embargo fracasó y que adoptar políticas de intercambio facilitará los procesos de reforma económica y liberalización política que empezaron en Cuba tras el retiro de Fidel Castro. Si Estados Unidos promueve sus intereses y valores democráticos en Vietnam, alentando reformas de mercado, ¿por qué no hacerlo en Cuba?

 

 

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