¡Apartad, geoverdes (ecologistas partidarios de la energía nuclear),
abrid paso, energías renovables y biocarburantes! Ha llegado un nuevo concepto
medioambiental: la democracia. Según Quan Li, de la Universidad de Pennsylvania,
y Rafael Reuveny, de la de Indiana, los Estados democráticos son más ecológicos
que los autocráticos. La deforestación puede reducirse hasta en un 271%, y algunas
emisiones nocivas en un 14%, a medida que los países suben peldaños en la escala
de la libertad.

Por ejemplo, considere las consecuencias de la democratización del gigante
asiático
. Estos estudiosos suponen que una China más libre reduciría sus
emisiones de dióxido de carbono en 156 millones de toneladas métricas cada año
(algo menos que la contaminación anual por gases en Malaisia).

De hecho, las democracias permiten que la información fluya más libremente,
y la opinión pública puede convertir la ecología en una prioridad política.
En la otra trinchera, los líderes autocráticos suelen restringir este debate,
así como malgastar los recursos de sus Estados. “Al final, es el Gobierno el
que regula el medio ambiente”, explica Reuveny.

No obstante, derrocar a estos dictadores podría no ser suficiente para salvar
la Tierra. Los autores también señalan problemas en esta marea democrática.
Durante la transición a este régimen, la actual degradación ambiental se tornará
más severa, por la obsesión con el desarrollo económico a expensas de la naturaleza.
Una vez que las instituciones se han asentado, el daño comienza a declinar.
Pero Reuveny alerta de que “esta corta etapa podría ser relativamente larga”.