Bitcoin es la primera moneda virtual de proyección internacional y cientos de comercios ya han empezado a aceptarla. Está en manos privadas y nadie sabe si es el inicio de una revolución o el de una burbuja de enormes proporciones.

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“Los delincuentes están de enhorabuena porque las transacciones son anónimas”

No. La realidad es que las transacciones en bitcoins, aunque son más difíciles de rastrear que las que se llevan a cabo mediante una tarjeta de crédito o una transferencia bancaria, no son enteramente anónimas como puede serlo un intercambio de dinero en efectivo. Cuando el FBI clausuró en 2011 el sitiowebSilk Road, dedicado a la venta anónima de narcóticos, y detuvo a sus administradores, encontró pruebas a pesar de que muchos de los pagos se habían realizado en la nueva moneda virtual. Requisaron los ordenadores donde habían almacenado 28 millones de dólares (unos 20 millones de euros) en bitcoins igual que si hubieran estado en una caja fuerte.

 

“Ha nacido la gran divisa mundial del futuro”

Es pronto para saberlo, pero no lo parece. Para empezar, frente a las grandes divisas internacionales, que cuentan con cientos de millones de usuarios en todo el planeta, los de bitcoins hasta la fecha no superan probablemente los 20.000 y sólo existen 13 millones de unidades de esta moneda en circulación.

Además, su enorme volatilidad (sólo en el último mes y medio su precio ha pasado de 365 dólares a 1.240 dólares) la está convirtiendo en una inversión de alto riesgo para brokers especializados y no en un producto ideal para la mayoría de los ahorradores y empresas, que huyen de los riesgos excesivos y necesitan activos más estables como medio de pago.

Por si eso fuera poco, las ventajas de no tener un banco central como la Reserva Federal de Estados Unidos o el Banco Central Europeo que aplaste arbitrariamente su valor manipulando los tipos de interés o imprimiendo más dinero, puede convertirse también en una grave desventaja. Nadie está en disposición de inyectar más bitcoins en el mercado si el sistema se colapsa, como hizo la Reserva Federal tras el desplome de Lehman Brothers, o si la escasez de estas divisas virtuales provoca deflación, que es uno de los problemas que el BCE ha intentado evitar en países como España, donde el crédito se había secado casi por completo.

 

“El  mercado de bitcoins apenas está regulado”   

Cierto, pero conviene no confundir la regulación escasa que hay ahora con la falta regulación que algunos analistas proclaman. Lo más habitual en los países desarrollados ha sido, primero, tratar legalmente las operaciones financieras en bitcoins igual que las de materias primas, y segundo, gravar la compraventa de productos con bitcoins con los mismos impuestos que soportan el trueque y el pago en especie. Ha habido casos extremos como el de China, que ha prohibido a sus bancos operar con la nueva divisa virtual.

Además, los reguladores implicados en la supervisión de la nueva moneda no dejan de aumentar. Por ejemplo, en Estados Unidos, la agencia que se dedica a la prevención del blanqueo de capitales (FinCen, por sus siglas en inglés) exige desde el pasado mes de marzo que las entidades que comercian con bitcoins se registren como Negocios de Servicios Monetarios y ha establecido oficialmente unas reglas del juego que pueden consultarse aquí.  También se han asegurado de que las bitcoins no puedan adoptar una forma física similar a la de otras monedas (metálica, circular, etcétera) sin que el que las produzca cumpla numerosos requisitos administrativos.

 

“Las bitcoins se extraen igual que el oro o la plata”

En parte. Es cierto que miles de computadoras de gran capacidad actúan como si extrajeran del subsuelo un mineral precioso con forma de 50 bitcoins cada vez que una de ellas resuelve un difícil problema matemático diseñado por sus creadores, algo que suele ocurrir aproximadamente cada diez minutos. También ayuda a recrear ese contexto que estos equipos reciban el sobrenombre de miners (mineras en inglés), que el suministro sea escaso y que la tecnología más eficaz para generar nuevas monedas virtuales sea muy compleja y muy costosa.

Dicho esto, existen tres importantes diferencias que afectan directamente al precio y al suministro. La primera es que el ritmo de generación de bitcoins es estable y perfectamente previsible (en este momento se producen alrededor de 300 unidades por hora y cada cuatro años este promedio se va a reducir a la mitad hasta que se acuñe la última moneda en 2140). La segunda es que esa rigidez le impide adaptarse a los shocks, lo que significa que no existe ninguna forma de acompasar su producción ni al desplome ni a la explosión de la demanda. Y la tercera es que si el precio de la nueva moneda virtual se derrumba hasta hundir la rentabilidad de su extracción, muchas mineras abandonarán, algo especialmente peligroso porque ellas no sólo se dedican a extraer, sino que también son necesarias para verificar la autenticidad de las extracciones de su rivales. La seguridad del sistema y la prevención de las falsificaciones dependen del número y capacidad de estos equipos.

 

“La especulación y la ‘burbuja’ acabarán con el fenómeno bitcoin”

No esté tan seguro. La especulación y la burbuja no acabaron con numerosas compañías tecnológicas aunque sus títulos experimentasen unos alunizajes demoledores a principios de la década pasada. Fue el caso de Amazon, cuyas acciones pasaron de 107 dólares a siete dólares, el de Cisco, que cayeron más de un 80%, o el de eBay. De hecho, es habitual que la entrada de una innovación revolucionaria lleve asociada una oscilación enorme en sus precios sin que esto tenga que llevarse necesariamente por delante a las firmas que como Apple, Google o incluso Facebook, la han generado y convertido en una espectacular oportunidad de negocio.

Al contrario que muchos de los proyectos empresariales que se hundieron con la debacle de las puntocom, bitcoin es un activo para que el que existe una demanda real, numerosa y creciente en el mercado. Además parece responder a la necesidad que sienten millones de inversores y empresas de depender cada vez menos de unos bancos que han mostrado su extrema vulnerabilidad durante la crisis y de unos banqueros centrales que no han dudado en hundir las monedas (y castigar así a los ahorradores) para salvar economías nacionales enteras.

 

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