Un conflicto enquistado entre dos potencias nucleares.

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“Los incidentes en la Línea de Control podrían acabar con la frágil paz”

Difícilmente. Si bien es cierto que los recientes episodios –cruce de fuegos y el degollamiento y decapitación de un miembro del Ejército indio a manos de tropas pakistaníes en enero–  han despertado en India la ira popular contra Pakistán, no hay nada nuevo en estos hechos, incluida la ejecución. La inestabilidad a lo largo de la Línea de Control, junto con el deterioro del status quo, son rasgos particulares de las relaciones indo-pakistaníes.

Donde sí se han detectado cambios a tener en cuenta es en la percepción del conflicto que tiene la población india. La noticia, que cayó como una bomba entre las redes sociales,  provocó un considerable estado de agitación, azuzado por los comentaristas más beligerantes que pedían la venganza de “diez cabezas de ellos por cada una de las nuestras”.

Sin dejar de lado el factor multiplicador que tienen los medios de comunicación, y especialmente las redes sociales, existe entre la opinión pública india la impresión de que los límites han sido rebasados, y se aprecia un hartazgo frente a un patrón de comportamiento que se viene repitiendo, por lo menos, desde 1999 cuando tuvo lugar la guerra de Kargil: se produce una agresión cuyos indicios apuntan directa o indirectamente hacia Pakistán, las autoridades pakistaníes niegan cualquier implicación en el mismo, sin embargo, las investigaciones posteriores han confirman las sospechas iniciales, a continuación India denuncia a Pakistán por acoger y apoyar en su territorio a los grupos radicales responsables, y el país vecino guarda silencio frente a estas acusaciones. En conclusión, entre la sociedad india aumentan cada vez más un fuerte sentimiento antipaquistaní y crecen las voces  que expresan el deseo de entrar en guerra con el país vecino.

En India, el Gobierno de coalición liderado por el Partido del Congreso, acorralado por escándalos de corrupción y pendiente de las elecciones generales previstas para el próximo año, no supo reaccionar con la necesaria rapidez. Las declaraciones posteriores del jefe de las Fuerzas Armadas de India, general Bikram Singh – “nos reservamos el derecho a contraatacar en el lugar y el momento que decidamos” –, o del Primer Ministro indio, Manmohan Singh, afirmando que “después de este acto ruin, las cosas no pueden seguir igual con Pakistán”, iban dirigidas no tanto a anunciar una posible acción de represalia contra el país vecino que tuviese un impacto irreversible como a aplacar el malestar público y responder a la presión de los medios.

Por lo tanto, no es previsible que ninguno de los dos principales partidos nacionales, el del Congreso y el Bharatiya Janata(en el hipotético caso de que éste último ganase las elecciones), quiera revertir el frágil proceso de paz reanudado en 2011 que ha tenido como pilar el cese las hostilidades a lo largo de la línea fronteriza y el acercamiento a Pakistán mediante la creación de una red de acuerdos de cooperación civil que incluye el fortalecimiento del comercio, las inversiones, y la circulación de personas. A corto plazo, Nueva Delhi no tiene ningún interés en entrar en un conflicto armado con Islamabad. A diferencia de la otra gran potencia regional que es China, India carece de aspiraciones territoriales concretas y expresas más allá de sus fronteras, no aspira a anexionarse la Cachemira pakistaní, ni a recuperar la parte de Ladakh que le fue arrebatada por el Ejército chino en 1962.

Solo un nuevo atentado terrorista en territorio indio, como el ocurrido lugar en el 2008 en Bombay, daría al traste con el proceso de construcción de medidas de confianza, pudiendo desembocar en una escalada que derivase en un conflicto armado. La sociedad india está preparada para ello.

 

“Una vez resuelto el conflicto de Cachemira, India y Pakistán normalizarían sus relaciones”

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Inexacto. En el improbable caso de que se alcanzase un acuerdo de paz que zanjase las reivindicaciones en litigio –reconocimiento de una frontera permanente y referéndum de la población cachemira–, la disputa territorial sería relevada por otro conflicto de mayor envergadura: el contencioso por la distribución de las aguas de la cuenca del Indo.

Las relaciones en materia de distribución de agua entre India y Pakistán han estado reguladas por el Tratado de las Aguas de la Cuenca del Indo, (Indus Basin Waters Treaty) de 1960. El tratado, que se ha mantenido sin cambios durante más de cuatro décadas, a pesar de las tres guerras sucesivas, ha permitido alcanzar un consenso en una cuestión crucial para sus intereses, si bien en la actualidad este equilibrio se ve amenazado por los cambios demográficos y las expectativas de crecimiento económico de ambos países. El Gobierno indio tiene en construcción más de treinta presas en la cuenca del río Indo, ninguna de las cuales afectaría individualmente a la distribución de aguas en Pakistán, pero sí que lo haría el efecto de suma de las mismas. El proyecto más controvertido es la presa de Wullar, en el Estado indio de Jammu y Cachemira, que comenzó a ejecutarse en 1984 y fue suspendido debido a las objeciones de Pakistán. Recientemente, y tras el cruce de fuegos a lo largo de la frontera, India ha aplazado las negociaciones previstas para el 28 y 29 de enero entre los respectivos Secretarios de Agua y ha reanudado unilateralmente las obras.

El problema del agua tiene visos de adquirir una dimensión tan importante que los propios grupos islamistas pakistaníes como Lashkar e Taiba y Jamaat u Dawa se refieren a él con la semántica de la yihad, una yihad que se solaparía con la de Cachemira. El jefe de las Fuerzas Armadas pakistaníes, el General Ashfaq Kayani –el hombre más influyente de Pakistán– afirmó en 2010 que su país mantendría a India en el objetivo prioritario de su defensa hasta que se resolviesen el conflicto por Cachemira y la disputa por el agua. Para Pakistán el agua proveniente de la cuenca del Indo representa el 80% de la utilizada por la agricultura, lo cual a su vez genera el 21% del PIB del país. India, por su parte, necesita incrementar su producción hidroeléctrica para alcanzar los objetivos de desarrollo marcados por el Gobierno y poder satisfacer las necesidades mínimas, con frecuencia no cubiertas, de una población en expansión numérica y cuya demanda y consumo aumenta en paralelo al desarrollo de la clase media. Sin duda, el conflicto del agua está destinado a convertirse en cuestión central en las relaciones bilaterales.

 

“La resolución del litigio es condición sine qua non para la estabilización de Afganistán”

No. Si bien es cierto que existen conexiones entre Cachemira y Afganistán, como el desvío por parte de Pakistán de los excedentes de la guerra de Afganistán hacia Cachemira: fondos de dinero, movilización de yihadistas, participación del ISI, etcétera, esta afirmación obedece a los intereses de Pakistán por internacionalizar el conflicto. En el 2009, Islamabad solicitó al gobierno de Estados Unidos resolver el conflicto de Cachemira para de este modo poder desplazar sus tropas hacia la frontera afgana.  El presidente Barack Obama y su entonces enviado especial para la región de India, Pakistán y Afganistán, Richard Holbrooke, intentaron vincular ambos escenarios. La negativa de Nueva Delhi fue seguida de varios atentados de los talibanes en Kabul contra infraestructuras indias.

Los esfuerzos de Pakistán por incluir Cachemira en el marco de negociación de la paz en la región no surtieron el efecto deseado, más bien al contrario, la evolución de los hechos ha jugado a favor de India que se ha consolidado como potencia regional respetada por su crecimiento económico y tradición democrática. Prueba de este estatus de confianza es el acuerdo de colaboración con Estados Unidos en materia de tecnología nuclear civil, firmado en el 2008, a pesar de que el país no ha firmado el Tratado de No Proliferación. En la misma línea, Washington apoyó a Nueva Delhi en su aspiración a tener un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

La futura retirada de las fuerzas de la OTAN de Afganistán añadirá un nuevo foco de tensión entre los dos países. Mientras Islamabad acusa a India de utilizar su presencia en Afganistán para conspirar contra sus intereses y apoyar al movimiento secesionista de Baluchistán, Nueva Delhi sospecha que el apoyo pakistaní a los talibanes afganos reforzará a las organizaciones yihadistas que tradicionalmente han fomentado la insurgencia en Cachemira.

Si bien la resolución del conflicto de Cachemira no es determinante para la pacificación de Afganistán, sí que resulta importante que se estabilice la Línea de Control, que ambas partes eviten avanzar en sus posiciones y que cesen las filtraciones de milicianos desde Pakistán.

 

“Pakistán ha cambiado en su aproximación al conflicto”

Parcialmente. La superación de la disputa se encuentra estrechamente ligada a cambios estructurales en Pakistán, en concreto, al control final de la seguridad y la defensa por parte de las instituciones democráticas.

Históricamente, los regímenes democráticos de Pakistán han sido más proclives a alcanzar un entendimiento con India que los militares, estos últimos tradicionalmente alineados con los grupos yihadistas en su visión de la defensa de Pakistán. Benazir Bhutto en su primera legislatura (1988-90) quiso comenzar a una nueva era en las relaciones con Nueva Delhi, fomentando el comercio bilateral, la cooperación en ciencia y tecnología y, sobre todo, rebajando el peligro de un enfrentamiento nuclear. Simultáneamente, los servicios de inteligencia paquistaníes, el temido ISI, erosionaron su intento de normalizar relaciones con el país vecino llevando a cabo en secreto operaciones de apoyo a la insurgencia en Cachemira. Más difícil lo tuvo el primer ministro Nawaz Sharif, que vio como el Ejército echaba abajo sus logros en las negociaciones de paz, como la Declaración de Lahore, firmada conjuntamente con su homólogo indio Atal Vajpayee, con la abrupta incursión en el territorio indio de Kargil que condujo a un enfrentamiento militar y acabó con la deposición de Sharif en 1999 tras el golpe de Estado del General Musharraf. En la actualidad, el presidente pakistaní Asif Alí Zardari ha favorecido apartar a India del epicentro narrativo de la defensa nacional. En materia de seguridad, y en concreto en la cuestión de Cachemira, la democracia paquistaní es todavía débil y dependiente del Ejército.

Junto con los grandes partidos políticos nacionales, otro sector deseoso de mejorar las relaciones con India es la sociedad civil: las ONG, think tanks como el Instituto Jinnah, y en general el mundo de la cultura, expuesto a influencia del soft power indio –los deportes, las ferias de libros, y sobre todo, el cine y las series televisivas–. Los medios de comunicación liberales también participan de este acercamiento cultural hacia India. Recientemente el periódico Dawn dedicó un apartado informativo al día nacional de India, mostrando imágenes del desfile de las Fuerzas Armadas en Delhi, que lejos de exhibir una impresión amenazadora, proyectaban un aspecto festivo, colorido e incluso, y si de algún modo tiene cabida esta expresión para describir un desfile militar, lúdico. Así mismo, el grupo de prensa paquistaní Jang Group, junto con The Times of India, han lanzado la iniciativa Aman ki Asha (Esperanza para la paz) que el 27 de enero, y en respuesta a la escalada fronteriza principios de año, organizó una Vigilia Global para la Paz en distintas ciudades del mundo como Nueva Delhi, Islamabad, Mumbai, Lahore, Nueva York, Toronto y Los Ángeles.

En contraste con la actitud dialogante que han mantenido hacia India los gobiernos civiles, para las autoridades militares Cachemira, y la “amenaza india” han sido el pretexto que ha permitido al Ejército paquistaní adquirir una posición dominante en la política nacional e internacional del país, obtener desproporcionadas partidas presupuestarias para la defensa y establecer una relación clientelar con los grupos yihadistas. Desde el punto de vista estratégico, el conflicto resulta beneficioso para el las fuerzas armadas paquistaníes en la medida que le permite tener movilizado a un elevado número de tropas indias en la frontera de Cachemira (alrededor de 700.000) con un coste muy bajo.

 

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