Ignoren todas esas cosas que se dicen: la misión de guerra encabezada por EE UU en Afganistán, cada vez en peor situación, no tiene panacea.

 

Majid Saeedi/Getty Images

 

“Necesitamos tiempo, nada más”

Falso. Éste es el mismo argumento que los partidarios de la guerra utilizan desde hace casi un decenio para justificar el aumento de tropas y racionalizar la prolongación de la presencia en Afganistán, pero la verdad es que el panorama es cada vez peor. Algunos creen que, con tiempo, la estrategia actual puede cambiar el curso de la guerra y derrotar a los talibanes. Pero ni el hecho de que el Gobierno del presidente Barack Obama haya reforzado el número de soldados hasta alcanzar más de 100.000, ni la estrategia del general David Petraeus, el jefe supremo estadounidense en Afganistán, de atacar los refugios de los terroristas en Pakistán, significan que hayan cambiado los principios fundamentales de este conflicto. Es una guerra que empezó hace nueve años, no nueve guerras de un año cada una. En Afganistán no existe un botón que permita reiniciar el sistema, y hace tiempo que la Coalición perdió su capital político con los afganos.

Con unas condiciones cada vez más deterioradas sobre el terreno y los talibanes adquiriendo fuerza en todo el país, el año próximo las fuerzas de la coalición estarán todavía en peores condiciones que ahora. La situación en torno a las ciudades principales, Jalalabad y Kabul, está empeorando gravemente, y la estructura del Estado en el norte está desapareciendo. En la ciudad meridional de Kandahar, el esfuerzo continuado dirigido por EE UU no ha servido para expulsar a los talibanes de su bastión tradicional; éstos, además, han puesto en marcha una campaña sistemática contra cualquier persona dispuesta a colaborar con las tropas extranjeras y han matado a centenares desde la primavera pasada. En vez de poder empezar a retirar las tropas el verano próximo, como prometió Obama, Estados Unidos tendrá que enviar más soldados sólo para mantener sus posiciones. Y, cuanto más espere Washington, más difícil será que haya negociaciones. A medida que los talibanes consoliden su poder, estarán cada vez menos dispuestos a hablar. Ha llegado la hora de negociar; es la única forma de salir adelante. Quetta Shura, una organización insurgente dirigida por el ex dirigente talibán el mulá Omar, ha mantenido repetidos contactos con el presidente afgano Hamid Karzai, pero para que las negociaciones sean reales deben contar con la participación de Estados Unidos y el Ejército paquistaní.

 

“El refuerzo de tropas dará resultados, como en Irak”

No, no los dará.  Es frecuente comparar la situación en Afganistán con la guerra de Irak, y, tras la llegada de Petraeus, el arquitecto del refuerzo en el país árabe, muchos piensan que la nueva estrategia en Afganistán es prácticamente la misma cosa. Al fin y al cabo, los más críticos decían que EE UU se enfrentaba a una situación imposible en Irak, y el tiempo demostró que habían sido demasiado pesimistas.

Pero Irak no sirve como metáfora, y el refuerzo se interpreta muchas veces mal. La situación cambió en aquel lugar, en gran parte, porque los grupos suníes, hartos de Al Qaeda, se pasaron al otro bando; no porque hubiera más tropas estadounidenses. En Afganistán, la situación es distinta, porque no existe un grupo comparable que se oponga a los extremistas al que se pueda empujar a apoyar a las fuerzas estadounidenses. Las nuevas tropas no están obteniendo ni siquiera una victoria táctica, como se ha visto ya en las provincias meridionales de Kandahar y Helmand, donde los talibanes están resistiendo y los insurgentes rodean los puestos de la Coalición. Y la concentración en el sur de unas tropas mayoritariamente europeas, que no están entrenadas para combates intensos ni dispuestas a aceptar un número elevado de bajas, no sirve más que para dejar el resto de Afganistán a merced de los talibanes.

 

“El refuerzo civil es crucial”

No tan deprisa. Pese a la falta de pruebas empíricas, existe la opinión generalizada de que, si se dedica más dinero al desarrollo, se marginará a los talibanes y las vidas de la gente mejorarán. Este refuerzo civil serviría de complemento al refuerzo militar; las dos cosas van de la mano.

La realidad es la contraria: el refuerzo civil sólo está sirviendo para dificultar aun más el trabajo de los soldados.

Estados Unidos está inyectando miles de millones de dólares en Afganistán, unos 30.000 millones (alrededor de 22.000 millones de euros) sólo en los tres últimos años. Es imposible que el país, cuyo PIB anual apenas supera los 27.000 millones de dólares, absorba una infusión de dinero semejante. La llegada de dinero nuevo desestabiliza a la población, alimenta la corrupción y sostiene una economía que eterniza la violencia. Todo el mundo sabe en Afganistán que las subcontratas y las empresas de logística están pagando a los talibanes; el fenómeno fue incluso objeto de un informe del Congreso estadounidense, titulado Warlord Inc., que detallaba cómo pagan las compañías de camiones a los insurgentes a cambio de protección.

Según el informe, las empresas dan decenas de millones de dólares cada año a los caudillos locales “en lo que equivale a una extensa operación de chantaje”. Es decir, incluso aunque las intenciones sean inmejorables, un rápido aumento de la ayuda al desarrollo en las provincias más violentas es un error.

 

“El Ejército afgano estará listo pronto para tomar las riendas de la situación”

No seamos ilusos. La estrategia de EE UU se apoya en que se cuente con un socio creíble en  Afganistán, y la retirada de tropas prevista por Obama para el año que viene depende de que haya un Fuerzas Armadas afganas capaces de controlar la situación. De momento no existe ninguna de las dos cosas, y no parece que eso vaya a cambiar.

El Gobierno de Karzai ha perdido toda credibilidad, pero más importante aún es el hecho de que su presencia no sólo no está aumentando en el país, sino que está desapareciendo a toda velocidad. Las ONG tienen cada vez menos acceso a las zonas rurales y han declarado públicamente que la creciente inestabilidad es un obstáculo para su labor. Es increíblemente difícil construir un Ejército si las estructuras civiles que lo rodean están derrumbándose. Y las Fuerzas Armadas afganas sigue teniendo unos índices excesivos de recambio de personal que le van a impedir estar preparado para enfrentarse a los talibanes sin ayuda durante mucho tiempo. La desastrosa ofensiva que llevó a cabo en la provincia nororiental de Laghman en agosto, en la que docenas de soldados murieron o fueron capturados después de una emboscada talibán, sirvió para recordar la falta de oficiales preparados y espíritu de combate que padece el Ejército.

 

“Es posible convencer a Pakistán para que abandone a los talibanes”

Ni hablar. Las autoridades estadounidenses han dejado claro que los santuarios talibanes en Pakistán constituyen una amenaza mortal contra su misión en Afganistán y han presionado duramente a los paquistaníes para que ataquen esos refugios mientras EE UU intensifica la campaña de incursiones con aviones no tripulados contra los combatientes de Al Qaeda en las zonas fronterizas. Sin embargo, es evidente que el Ejército paquistaní planea seguir apoyando a los talibanes. Sus vínculos con esos grupos datan de hace muchos años, y no es realista esperar que vayan a cortar esa relación por unos meses de presión estadounidense. De todas formas, a corto plazo, Islamabad no posee los recursos necesarios para lanzar una ofensiva seria contra los insurgentes que actúan dentro de su territorio.

Mientras tanto, la logística de la OTAN depende de Pakistán, como pudo verse hace poco, cuando el Ejército paquistaní cerró una de las dos carreteras principales que utiliza la coalición para enviar suministros militares a Afganistán como respuesta a un ataque de un helicóptero estadounidense que destruyó un puesto militar paquistaní y mató a dos soldados. Los convoyes que no podían pasar y aguardaban cerca de la frontera entre Pakistán y Afganistán se convirtieron en un blanco perfecto para los talibanes, que en la última semana incendió docenas de camiones.

La influencia de Pakistán sobre los talibanes no tiene por qué ser un factor negativo. En vez de esforzarse inútilmente en cambiar la forma de ver las cosas de su Ejército, Estados Unidos debería utilizar esa relación para empezar a dialogar con los talibanes. Los insurgentes están dispuestos a negociar sobre su participación en un Gobierno en Kabul y la retirada de las fuerzas de la Coalición. No está claro que las negociaciones lleven a ninguna parte, pero es preciso intentar esta opción sin más tardar. Es la única forma que tiene Barack Obama de poder acabar con esta guerra.

 

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