El camino hacia un mundo libre de armas atómicas está lleno de obstáculos, pese a las buenas intenciones de la Administración Obama. El planeta debería hacer un esfuerzo para apuntalar el Tratado de No Proliferación Nuclear, que se revisará en mayo y que ya pasa de los 40 años. Pero, ¿ha servido para algo?

El TNP ha evitado más potencias nucleares

Más o menos. Pese a los continuos obstáculos y a que no ha impedido la aparición de cuatro nuevas potencias atómicas (Israel, Pakistán e India no lo han ratificado y Corea del Norte se retiró en 2003), el mundo estaría peor sin el Tratado de No Proliferación (TNP). Desde 1968 ha imposibilitado que se amplíe, al menos de forma oficial, el restringido club de los cinco miembros que lo componen (EE UU, Rusia, Francia, Reino Unido y China), y sus objetivos, acatados por 187 países, son loables: la no proliferación, el uso pacífico de la energía nuclear y el desarme. Revisado cada cinco años (la próxima cita en es mayo de 2010), su guardián nuclear es el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), cuya responsabilidad es establecer un sistema de salvaguardias con los Estados firmantes, mediante la inspección y la monitorización de las instalaciones, y mantener así un inventario de material nuclear para detectar usos no declarados. Sin embargo, el texto no permite que se abra la puerta a los inspectores del OIEA a instalaciones no reconocidas. Tal y como está redactado el TNP, permite a los países signatarios desarrollar el ciclo del fuel, que incluye la extracción de plutonio del uranio irradiado en un reactor y el enriquecimiento de uranio. Esta tecnología de doble uso (civil y militar) hace posible obtener el material fisible, que es el proceso más complejo y costoso del camino para construir un artefacto atómico, lo que otorga a los países una capacidad nuclear virtual.

Hasta ahora y debido a la complejidad científica, industrial y financiera de dichas tecnologías, el intercambio de estos métodos se llevaba a cabo entre los Estados. Pero la trama de proliferación liderada por el científico paquistaní Abdul Kader Jan, padre de la llamada bomba atómica paquistaní, desvelada en 2003, puso de manifiesto la incapacidad del sistema de verificación dirigido por el Grupo de Abastecedores Nucleares para impedir la venta de la tecnología y el equipamiento necesarios para fabricar un artefacto nuclear a regímenes como Irán, Libia y Corea del Norte. “Estamos en un momento de desafíos sistemáticos y sin precedentes para la no proliferación global basada en el TNP”, subrayó el presidente del grupo en la reunión plenaria de 2003. Desde 2006, Argelia, Marruecos, Túnez, Libia, Egipto, Turquía, Jordania y el Consejo de Cooperación del Golfo (Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Kuwait, Omán, Qatar y Arabia Saudí) han demostrado interés o iniciado licitaciones para dotarse de tecnología nuclear para generar energía o para la desalación. Los profesores Scott D. Sagan, de la Universidad de Stanford, y Steven E. Miller, de Harvard, se preguntan si es posible la energía nuclear sin proliferación. “Para que un programa de energía nuclear se desarrolle y gestione de forma segura es importante que los Estados tengan un buen gobierno, característica que fomenta una gestión adecuada de las operaciones nucleares. Estas características incluyen un bajo grado de corrupción, un alto grado de estabilidad política, un elevado nivel de eficacia gubernamental y una fuerte regulación de la competencia (…). Por desgracia, los datos ponen de relieve los graves problemas de seguridad que se crearán si proliferan las instalaciones para la producción de energía nuclear en todos los Estados que han expresado su interés en hacerse con ella”. El peligro de proliferación latente que supone la difusión de instalaciones nucleares muestra la necesidad de fortalecer el TNP, ampliar el número de países adheridos al tratado, firmar las salvaguardias ampliadas del protocolo adicional de la OIEA e incentivar la creación de un banco de fuel nuclear que garantice el suministro internacional, a la vez que desincentive la difusión de proyectos nacionales para el enriquecimiento de uranio o la extracción de plutonio.

 

El ‘club atómico’ no lo ha cumplido

Desde luego. Al menos en lo referente al artículo VI del TNP, según el cual “cada una de las partes del Tratado se compromete a celebrar negociaciones de buena fe sobre medidas eficaces relativas al cese de la carrera de armamentos nucleares en fecha cercana y al desarme nuclear, y sobre un tratado de desarme general y completo, bajo estricto y eficaz control internacional”. Aunque se ha producido un cierto desarme, sobre todo por parte de EE UU y de Rusia (que tenían el 95% del arsenal), y a pesar de la oportunidad que significó el final de la guerra fría, todas están modernizando sus vectores de lanzamiento e incluso sus artefactos nucleares. Por ejemplo, y sólo por hablar de los miembros del club atómico (los mismos del Consejo de Seguridad de la ONU), EE UU tiene en mente el proyecto Reliable Replacement Warhead (RWW), que propone el diseño de nuevas armas; Reino Unido ha decidido iniciar la modernización de sus submarinos y misiles, cuya vida operativa finaliza en 2020; Rusia mantiene el despliegue de sus misiles Topol–M y continúa con los ensayos del proyectil Bulava, instalado a bordo de los nuevos submarinos estratégicos de la clase Borey, China está modernizando sus fuerzas nucleares, aunque persiste en su doctrina de no usar armas atómicas, salvo en caso de legítima defensa, y se declara a favor del desarme completo. Por otro lado, las cinco potencias también han incumplido el artículo primero que les impide ayudar, alentar o inducir a otro país para adquirir armas nucleares. Sin la participación de Francia, por citar sólo un caso, el programa nuclear israelí hubiera sido técnicamente imposible. China, que no se adhirió al TNP hasta 1992, colaboró de forma intensiva en el desarrollo atómico de Pakistán. Y el acuerdo de colaboración entre Washington y Nueva Delhi, firmado en la época de George W. Bush, ha puesto a disposición de India, enemiga tradicional de Islamabad, tecnología de enriquecimiento de uranio y reprocesamiento de plutonio. No sólo eso, sino que el texto permite la venta de combustible nuclear, lo que posibilita dedicar esa parte de su producción para sus bombas. Esta realidad viene a dar la razón a algunos de los signatarios del Tratado, que sostienen que éste sólo impone obligaciones precisas a los firmantes y compromisos imprecisos para las potencias nucleares.

 

Israel nunca suscribirá el TNP

Ni en sueños. La situación política y de seguridad en la explosiva región de Oriente Medio tendría que dar un giro de 180 grados. Israel no es miembro del TNP y, según los analistas, dispone de un arsenal nuclear similar al de Francia o Reino Unido, aunque nunca lo ha confirmado ni desmentido. Además de Irán, la auténtica piedra en el zapato israelí, que se ha exacerbado desde la llegada al poder del presidente iraní Mahmud Ahmadineyad, unos trece países de la región están interesados en dotarse de infraestructuras nucleares de doble uso, por lo que Tel Aviv considera su arsenal como su último recurso para su supervivencia. En anteriores ocasiones, Israel ha liquidado cualquier conato de proliferación en la región, bombardeando en 1980 el reactor iraquí de Osirek y destruyendo en 2007 una instalación en la localidad siria de Dair Alzour, un supuesto reactor que, según la inteligencia estadounidense, se construyó con la ayuda de Corea del Norte desde 2001. Pero en el caso iraní, el uso de la fuerza contra sus dispersas instalaciones no asegura la destrucción de todo su potencial nuclear. Como respuesta, Teherán podría retirarse del TNP y acelerar sus esfuerzos nucleares, así como hostigar a Israel mediante sus aliados libaneses y palestinos. Esto probablemente obligaría a Israel a reconocer la posesión de armas estratégicas en público, lo que a su vez puede provocar reacciones en la política nuclear de algunos de sus vecinos (Egipto, Siria, Arabia Saudí, Turquía o Argelia). Por si fuera poco, esto podría tener consecuencias catastróficas en el mercado energético mundial. Las declaraciones en 1996 del entonces ministro de exteriores, Ehud Barak, aclaran su postura: “La política nuclear de Israel, tal como la perciben los árabes, no ha cambiado, no cambiará y no puede cambiar, porque es una cuestión fundamental de supervivencia que afecta a todas las generaciones por venir”. En el año 1995, la conferencia de revisión del TNP solicitó la creación de una zona libre de armas de destrucción masiva en Oriente Medio. Tel Aviv apoya la propuesta incluyendo armas químicas, biológicas y nucleares, así como misiles balísticos. Pero para que Israel firme la paz con sus vecinos, como primer paso hacia el desarme en toda la región, hay que solucionar el conflicto palestino.

Ha servido para controlar a Irán

Sí. Puede parecer una afirmación extraña, ya que el OIEA no fue capaz de detectar el programa de enriquecimiento de uranio iraní, pero sí se ha encargado desde entonces de vigilarlo. Irán dispone de un ambicioso proyecto nuclear, cuyos orígenes se remontan a la época del sha y que, en la actualidad, abarca casi todo el ciclo del fuel. Con la Revolución Islámica de 1979 cesó toda la colaboración con Occidente y fue fraguándose una relación privilegiada con China, Corea del Norte, Pakistán y Rusia, aunque ha invertido un considerable esfuerzo humano y material en su programa de investigación y desarrollo para la implantación de una industria propia. El régimen de los ayatolás es miembro del TNP desde 1970 y reclama el derecho que le concede el Tratado para desarrollar el ciclo del fuel para su uso pacífico y civil, aunque la comunidad internacional sospeche que sus intenciones son otras. Las negociaciones para resolver el contencioso en el marco de Naciones Unidas están lideradas por el P5+1 (Francia, Alemania, Reino Unido, Rusia y China, más la Unión Europea), que pretende llegar a un acuerdo para controlar la producción de uranio enriquecido. Según un informe confidencial titulado Posible dimensión militar del programa nuclear de Irán, al cual han tenido acceso algunos medios de información, el OIEA afirma que los iraníes han realizado una amplia gama de investigaciones y de ensayos para perfeccionar un artefacto nuclear de implosión, con la fabricación de detonadores de alta tensión, ensayos de explosivos y el diseño de ojivas. Los avances nucleares obtenidos, junto al poder que proyecta mediante la alianza con distintos regímenes y su programa de misiles balísticos, preocupan en muchas capitales árabes, que temen que pueda lograr la hegemonía regional. El tiempo apremia para resolver el contencioso con Irán, ya que, a pesar del control del OIEA en la producción de uranio enriquecido en la central de Natanz, Teherán, sigue incrementando su stock y el conocimiento adquirido le permite replicar dichas instalaciones, como parece haber ocurrido en la planta de Qom.

 

Pakistán es la mayor pesadilla nuclear

Y con razón. “Pakistán continúa siendo la más inestable de las potencias nucleares. Hay varios factores que cuestionan la seguridad a largo plazo de su arsenal nuclear: la miseria económica, la contracción del espacio estratégico, las frágiles instituciones políticas, la ausencia de consenso político doméstico y el incremento del fundamentalismo islámico. Estas cuestiones ponen en entredicho la fiabilidad de los custodios del arsenal”, asegura Gaurav Kampani, del Centro de Estudios para la No Proliferación.

La reciente ofensiva del Ejército paquistaní contra los talibanes en el valle del Suat, dada la cercanía a la capital, provocó dudas sobre la seguridad de los almacenes de armas estratégicas. Islamabad mantiene separadas las cabezas explosivas de los misiles y las bombas, como único mecanismo de seguridad pasiva, ya que no dispone de mecanismos para bloquear su detonación (enlaces de acción permisiva PAL). El personal está seleccionado, entrenado y vigilado, sin embargo son múltiples los casos conocidos de cooperación o apoyo de científicos y militares con Al Qaeda y los talibanes. El episodio más flagrante fue el de Abdul Kader Jan, El Gran Proliferador, metalúrgico de profesión, que trabajó en la empresa holandesa Fysisch Dynamisch Onderzoekslaboratorium (FDO), dedicada a la fabricación de centrifugadoras para el enriquecimiento de uranio. En 1975 se fugó a Pakistán con los planos de las centrifugadoras y otra documentación secreta para incorporarse al incipiente proyecto nuclear de su país. A través de intermediarios y compañías creadas por el servicio de información paquistaní (ISI) en Europa, Pakistán tejió una red internacional de agentes para la importación de equipamientos para su programa nuclear. Así obtuvo un amplio conocimiento del modo de lograr tecnología de forma legal e ilegal, que puso a disposición de otros. Una vez adquirido el poder nuclear, decidió exportar sus conocimientos a los países que le habían prestado apoyo financiero (Libia, Irán) y tecnológico (Corea del Norte).

Y luego está la cuestión de Cachemira, el territorio en disputa que impide a Islamabad y a Nueva Delhi sellar una paz nuclear. Pakistán e India se han enfrentado en tres guerras, en 1947-1948, 1965 y 1971, en un conflicto menor en Kargil, en 1999, y han mantenido cuatro crisis con la amenaza atómica como telón de fondo, en 1984, 1986-1987, 1990 y 2001-2002. Islamabad, consciente de su inferioridad bélica convencional, ha pretendido usar otros medios para mantener su reclamación viva y evitar la paulatina asimilación del territorio por India. Parece convencido de poder recuperar el territorio militarmente o por el cansancio indio sin el peligro de un enfrentamiento global, confiando en un conflicto de baja intensidad (falsa premisa, como demuestran las guerras de 1947 y 1965). Con este fin, Pakistán se ha prodigado en la llamada “diplomacia coercitiva”, sabedor de la capacidad disuasoria de su arsenal. Por su parte, Nueva Delhi ha optado por el concepto “Cold Stars”, tendente a realizar operaciones conjuntas de gran movilidad y rapidez con que responder a los ataques irregulares o terroristas en su territorio, antes de que la diplomacia internacional logre una rebaja de la tensión. La posibilidad de un ataque en el interior de Pakistán supone un peligroso escenario en el contexto de violencia actual. El régimen paquistaní continúa apoyando o tolerando a los grupos insurgentes que actúan en Cachemira y cada vez más en otras regiones de India. La yihad afgana y la lucha irregular en Cachemira han creado varias generaciones de muyahidines financiados e instrumentalizados por el ISI para su lucha irregular, que han acabado enfrentándose al Gobierno en una brutal campaña terrorista y en un enfrentamiento armado en la Provincia de la Frontera del Noroeste y en las áreas tribales con un despliegue masivo del Ejército. Existe un riesgo difícil de cuantificar de robo de materiales nucleares.

El TNP puede llevar a un horizonte ‘desnuclearizado’

Quizá, siempre y cuando exista voluntad política. Algunos autores hablan de una “segunda era atómica”,cuyo paradigma sería que las nuevas potencias contemplan las armas nucleares como parte esencial en la creación del Estado y cimentan su seguridad al margen de los grandes. Los miembros del Tratado tienen una serie de retos que superar: los ensayos nucleares de Corea de Norte, el caso iraní y las sombrías perspectivas en el gran Oriente Medio. Sin embargo, por primera vez en su historia, EE UU se ha mostrado proclive a avanzar hacia el desarme nuclear total. El discurso pronunciado por el presidente Obama en Berlín es un hito en este camino: “Éste es el momento en que debemos renovar el objetivo de un mundo sin armas nucleares. (…) Es hora de asegurar todo el material nuclear disperso, para detener la propagación de armas nucleares y para reducir los arsenales de otra era. Éste es el momento de comenzar el trabajo para la búsqueda de la paz en un mundo sin armas nucleares”. Esas intenciones se han traducido en medidas concretas, como el abandono del sistema antimisiles en Polonia, la negociación de un nuevo tratado START o la intención de remitir al Congreso estadounidense el Tratado para la Prohibición Completa de Ensayos Nucleares. Es una buena base, pero el esfuerzo debe provenir, además de EE UU, de Rusia, China, Francia y Reino Unido.

El desarme nuclear ha sido una causa célebre desde hace décadas, aunque todas las iniciativas han fracasado. En la conferencia de revisión del TNP de 2000 se acordaron 13 medidas prácticas para el desarme: reducción unilateral de los arsenales tácticos y estratégicos, eliminación del grado de alerta de las armas nucleares y reducción de su papel en la política de seguridad. El futuro podría ser reforzar el OIEA, promover un sistema internacional de control del ciclo del combustible nuclear y la ratificación por todas las potencias nucleares del Tratado para la Prohibición Completa de Ensayos Nucleares. Pero el auténtico problema es, sin embargo, tan antiguo como la misma bomba nuclear: cómo impedir que la energía nuclear que se utiliza para generar electricidad no sea desviada para construir una bomba.

 

¿Sería más seguro un mundo sin la bomba?

¡Qué pregunta! Un país puede recuperarse de una guerra convencional; de la guerra nuclear moderna, no. El efecto disuasorio de las armas nucleares durante la guerra fría fue innegable, y la carrera de armamentos entre las superpotencias degeneró en la creación de unos arsenales descomunales. EE UU llegó a disponer de 25.000 objetivos designados en el plan de guerra nuclear SIOP de 1976. Desde 1945 hasta 2002, las potencias construyeron más de 128.000 artefactos de todas clases (desde pequeños mecanismos de varios kilotones hasta una enorme bomba soviética de 50 megatones). Se llegó al overkill, a la destrucción mutua asegurada. Sólo un ejemplo pone los pelos de punta e ilustra hasta qué punto el mundo estuvo cerca de una catástrofe: en caso de detectar misiles enemigos mediante el sistema de alerta temprana, el presidente estadounidense debía tomar la decisión de lanzar las fuerzas estratégicas en menos de 30 minutos. Toda la seguridad del planeta reposaba en la disuasión entre los grandes. En su acepción más común, este concepto consiste en la prevención de una acción por temor a sus consecuencias, un estado de ánimo provocado por la existencia de una amenaza creíble cuya neutralización supone un coste inaceptable. Sin embargo, el general Lee Butler, jefe del comando estratégico estadounidense entre 1992 y 1994, lo definió de una manera más crítica: “[La disuasión] se basa en una letanía de injustificados supuestos, afirmaciones indemostrables y contradicciones lógicas”. Desde hace años, existe un debate sobre la vigencia de este término en el nuevo contexto de seguridad internacional. Si las relaciones eran peligrosas cuando había dos actores (EE UU y la URSS), la llegada de nuevos jugadores ha incrementado la complejidad para alcanzar el equilibrio y la estabilidad. La disuasión nuclear es ahora mucho más enmarañada.

En el libro La difusión de las armas nucleares, los expertos Kenneth Waltz y Scott Sagan expresan opiniones contrapuestas sobre la seguridad que puede ofrecer la bomba atómica. El neorrealista Waltz argumenta que los Estados provistos de este tipo de armamento son más cuidadosos y propensos a la defensa y a la disuasión, convirtiendo la guerra en una opción menos probable. Por el contrario, Sagan asegura que las organizaciones militares, si no están dirigidas por un poder civil fuerte, muestran comportamientos de tipo organizativo que pueden dar lugar a fallos irreversibles. Es posible desencadenar un conflicto deliberado o accidental por culpa de prejuicios, rutinas inflexibles o motivos particulares. Según esta tesis, podría ser probable que los futuros Estados nucleares estuvieran dominados por los intereses militares, no objetivos, dada la carencia de mecanismos civiles de control.

 

 

¿Algo más?
Sobre desarme nuclear total, la serie de seis libros publicados por el Stimson Centre examina los obstáculos y las perspectivas en el camino hacia el desarme. http://stimson.org/URZ/programhome.cfm. El documento Debate sobre la abolición de las armas nucleares, del Carnegie Endowment de Washington, reúne a un extraordinario grupo de expertos internacionales (Abolishing Nuclear Weapons a debate, CEIP, 2009). http://www.carnegieendowment.org/files/abolishing_nuclear_weapons_debate.pdf.

Las obras de Scott Sagan siempre resultan apasionantes: Nuclear Power without Nuclear Proliferation? (Daedalus, 2009), Shared Responsibilities for Nuclear Disarmament (Daedalus 2009) y The Spread Nuclear Weapons Debate Renewed (W.W. Norton & Co, 2002).

Para consultar iniciativas y organizaciones que promueven el desarme nuclear: pugwash.org, www.globalzero.org, www.icanw.org, www.abolition2000.org, www.wmdcommission.org, wmdreport.org, www.hoover.org/publications/digest/6731276.html, luxembourgforum.org, www.icnnd.org.

Sobre el programa nuclear israelí es esencial la obra de Avner Cohen: ‘The bomb that never is’ (The Bulletin of American Scientist, 2009) e Israel and the Bomb (Columbia University Press, 1998). Sobre Irán, la web del Instituto para la Ciencia y la Seguridad Internacional ISIS: isis-online.org/countries/category/iran, www.isisnucleariran.org.