PARA: JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ ZAPATERO

DE: JOSÉ MARÍA DE AREILZA Y JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA  

 

Señor presidente, ¿ha pensado sobre su legado en política exterior?, ¿cuál será? A menos que disfrute de un tercer mandato, habrá gobernado durante ocho años, tiempo más que suficiente para dejar una impronta. ¿Por qué quiere que se le recuerde, en España y fuera de España? ¿Hay algo de lo se que sienta especialmente orgulloso? En el futuro se hablará de la retirada de las tropas de Irak como un acontecimiento clave en su política exterior. Pero, ¿qué quedará?, ¿la Alianza de Civilizaciones?, ¿el aumento sustancial de la ayuda al desarrollo?, ¿el rechazo a reconocer Kosovo? A menos de tres años del final de su segunda legislatura nos parece un buen momento para discutir el contenido y la coherencia del mismo y, también para, modestamente, ofrecerle algunas ideas.

Es usted un europeísta convencido; pero, ¿qué huella dejará en la Unión Europea? ¿Habrá alguna política o iniciativa con la que se le asocie para siempre? Tome el caso de sus dos predecesores. Felipe González firmó el Tratado de Adhesión a las (entonces) Comunidades Europeas, legó a los españoles la ciudadanía europea y los fondos de cohesión y consiguió, además, situar a España en un lugar privilegiado junto al eje franco-alemán. En el plano internacional, ganó el referéndum sobre la OTAN tras una dura pelea con su propio electorado, consiguió celebrar en Madrid la Conferencia de Paz de Oriente Medio, creó el sistema de cumbres iberoamericanas y logró que la UE desarrollara una política mediterránea que cambió las relaciones con Marruecos y Argelia. Bajo sus presidencias europeas de 1989 y 1995, España brilló en la escena mundial. Como colofón, al término de su último mandato, Bill Clinton sugirió que su ministro de Exteriores, Javier Solana, fuera secretario general de la OTAN, mientras que el propio González rechazó ofertas para presidir la Comisión Europea. Todavía hoy, 10 años después de salir del Gobierno, es un europeo de primera fila, como demuestra que Sarkozy le propusiera para presidir el Comité de Reflexión sobre el Futuro de Europa, que presentará sus conclusiones bajo presidencia española en 2010.

Su sucesor, José María Aznar, además de sorprender a los socios europeos logrando la entrada en el euro por sus propios méritos (e incluso logrando que Madrid siguiera cumpliendo los criterios de convergencia posteriormente, cuando ni siquiera Francia o Alemania lo hacían), fortaleció la posición española en la UE gracias al Tratado de Niza, mantuvo la posición del país como receptor neto de fondos estructurales en unas circunstancias muy difíciles, impulsó la agenda de reformas económicas (la llamada Agenda de Lisboa) y dio un importante empujón al desarrollo de la cooperación judicial y policial en el ámbito europeo. Guste o no, es evidente que Aznar logró establecer una relación privilegiada con Washington, lo que dio a España visibilidad mundial. Además, bajo su mandato, en parte gracias a la política de privatizaciones, las empresas españolas se globalizaron. Como reconocimiento de los éxitos económicos de sus dos gobiernos, al final de los mismos, su vicepresidente económico, Rodrigo Rato, fue también llamado a desempeñar una importante responsabilidad internacional, la dirección del FMI.

 

HISTORIA CLÍNICA

El presidente Zapatero logró que España estuviera en la reunión del G-20 en Londres el pasado abril.

En su caso, es todavía pronto para cerrar el balance, pero habrá de reconocer que sus logros en política exterior son algo más difusos. La primera legislatura (2004-2008) fue extraña: el cambio de rumbo que quiso imprimir con respecto a la política de Aznar se vio truncado. Por un lado, en la primavera de 2005, franceses y holandeses reventaron, con su negativa a ratificar la Constitución Europea, la vuelta al “corazón de Europa” que usted se había marcado como prioritaria. El marasmo constitucional dejó al continente gripado y dividido frente a Washington y paralizado ante sus compromisos de ampliación. Después, la salida de Chirac y de Schröder (sustituidos por Sarkozy y Merkel) le colocó como único testigo del enfrentamiento con Bush por la guerra de Irak. Inesperadamente, Bush fue reelegido en noviembre de 2004, lo que convirtió la tensión con Washington en algo estructural. Por eso, aunque en la segunda etapa la política exterior de la Casa Blanca limara alguna de sus aristas más visibles y los neocon salieran por la puerta de atrás, lo cierto es que la distancia entre Washington y Madrid siguió siendo insalvable. También es evidente que la política interna pesó muchísimo en su agenda y la acción exterior no fue prioritaria durante su primer mandato.

Muchos pensamos que su reelección en 2008 abriría un segundo periodo mucho más activo: sobre todo, teniendo en cuenta las inmensas oportunidades que ofrece la victoria de Obama y, también, el hecho de que Sarkozy y Merkel pudieran rescatar la Constitución Europea del marasmo en la Cumbre de Lisboa de 2007 (aunque no contaran con la terquedad irlandesa, que volvería a poner el proyecto europeo en el congelador en junio de 2008). Con todo, la principal amenaza es la crisis económica. Somos conscientes de que, ante su gravedad, su entorno le aconsejará que se olvide del exterior y se concentre en arreglar la economía. Entendemos la lógica de quienes así razonan, pero nos parece un error. La experiencia en torno a la participación española en el G-20 demuestra que, más que nunca, las fronteras entre política exterior e interior han desaparecido, que la crisis se gobierna desde fuera tanto como desde dentro, y que llevar soluciones de futuro al último pueblo de su León natal requiere pasar mucho tiempo fuera de España.

Si se define el éxito como la capacidad de lograr los objetivos que uno se ha propuesto (no los que los demás nos asignen) y dejamos a un lado los gustos personales, queda claro que González y Aznar tuvieron bastante éxito: se marcaron unas metas y, en gran medida, las lograron. Usted también tiene una serie de objetivos, aunque pensamos que hasta la fecha no ha logrado completarlos de forma satisfactoria, por lo que le sugerimos que los revise y, eventualmente, los cambie o los reoriente.

El primero de ellos ha sido el europeo. Ahora tiene una buena oportunidad: la presidencia europea del primer semestre de 2010 tendrá lugar en un momento crucial. El Viejo Continente está desnortado y dividido ante la crisis, y sigue sin cerrar sus problemas institucionales. La ocasión es única para alguien dispuesto a invertir tiempo y capital político, ir de aquí para allá, arrancar compromisos, persuadir, negociar y poner en marcha iniciativas. Usted es joven, y podría aspirar a una posterior carrera europea.

El problema es que su programa para esa cita contiene numerosas propuestas de actuación en muchos ámbitos distintos, pero se echa de menos su impronta personal. Dice usted que quiere hacer una “presidencia transformadora”, no técnica. Pero tal y como está, el plan parece más bien la suma de las ideas y demandas de muchos departamentos y actores, pero no el producto de una visión de conjunto ordenada y clara. Tenga en cuenta, además, que la agenda de la presidencia no cuenta con los imprevistos, que pueden incluir una crisis financiera mundial o un conflicto bélico en territorio europeo (como le ocurrió a Sarkozy con Georgia). Señor presidente, como demostró el líder francés, Europa se hace con la cabeza, pero también con el estómago, e incluso con el olfato. Nada de lo que se ha hecho hasta ahora se debe a otra cosa que a la voluntad de los que lo han hecho.

Otra de sus grandes iniciativas ha sido la Alianza de Civilizaciones. Más allá de los problemas conceptuales y de diseño que se han señalado a menudo, el hecho es que la llegada de Obama a la Casa Blanca ha tenido un impacto notable sobre esta iniciativa. En su entrevista con Al Yazira, en sus mensajes a Irán y ante el Parlamento turco, Obama pronunció palabras de respeto y no confrontación tan coincidentes con las de la Alianza que, paradójicamente, tienden a hacerla innecesaria. Washington ha demostrado que puede hablar en directo al mundo musulmán y trasladar los mensajes adecuados, lo que tiende a dejar el papel de España en un segundo plano. Por tanto, es cierto que Obama ha convalidado en parte su visión del mundo, pero, precisamente por eso, esta iniciativa ya no es tan necesaria en los términos en los que fue planteada. Ahora, el problema es otro: la quiebra de la idea de universalidad de los derechos humanos. Por tanto, si la presencia de Bush justificaba la Alianza, su desaparición tiene que tener consecuencias. Visto lo ocurrido en Ginebra en la Conferencia sobre el Racismo y los problemas que tiene la agenda de los derechos humanos (incluyendo amenazas muy preocupantes a la libertad de expresión vía las propuestas para limitarla a costa de la figura de la difamación de las religiones), quizá convendría repensar a fondo su idea para ponerla al servicio del rescate de la universalidad de los derechos humanos y de la idea de tolerancia religiosa.





























           
Llevar soluciones de futuro al último pueblo de su León natal requiere pasar mucho tiempo fuera de España
           

Su tercer gran ámbito de actuación ha sido el relacionado con la lucha contra la pobreza. Bajo su mandato, la ayuda al desarrollo ha crecido de forma muy importante, situando a España en el grupo de cabeza de los donantes. Se trata de un logro muy destacable, y que debería consolidarse y afianzarse de tal manera que un eventual cambio del color político del Gobierno no significara un retroceso. Es propio de un país moderno entender que la prosperidad implica responsabilidad, y por eso nuestros vecinos escandinavos, a los que tanto admira, consideran la cooperación al desarrollo como una política de Estado. Sin embargo, en su caso, no está tan claro que el incremento del gasto haya ido acompañado de una estrategia clara sobre cómo, dónde y en qué invertirlo. A menudo nos quejamos de la capacidad de los receptores de absorber la ayuda; muchas veces, sin embargo, España ha dado la impresión de que es el donante el que no tiene capacidad de gasto.

Los especialistas dicen que la calidad de la ayuda es todavía mejorable y, sobre todo, que para garantizar que se utilice eficazmente, se requiere una estrategia muchísimo más activa de presencia en los organismos multilaterales. No se trata tanto de exigir un retorno de la ayuda en términos de intereses nacionales, aunque es indudable que ésta constituye un elemento de política exterior y que, bien manejada, habrá siempre un retorno, como de estar comprometido con los criterios de eficacia y de calidad de la misma.

Por último, usted ha mostrado una clara inclinación por el multilateralismo, es decir por la ONU, incluso llevando al extremo una fe en el derecho internacional que no consideramos justificada. Pero si Europa parece cada día más improbable, la ONU es sencillamente imposible. En su momento, el derecho internacional fue algo progresista, ya que protegía a los jóvenes Estados recién descolonizados y también garantizaba acceso a las instituciones de gobernanza global a los más pequeños y débiles. Hoy, sin embargo, este organismo se ha convertido en un dinosaurio, un parapeto para los que no quieren que las cosas cambien, un legado del siglo pasado, asentado en un derecho de veto construido sobre las armas nucleares, forzado a asistir impasible a la captura de sus instituciones por toda suerte de tiranos y abusadores de los derechos humanos, incapaz de gobernar el mundo que nos encontramos y obligado a aceptar su sustitución por instituciones como el G-20. Por tanto, si de verdad le gusta la ONU, ¡cámbiela! Comprométase en su reforma. ¿Quién sabe? A lo mejor acaba usted siendo el primer secretario general español, en la mejor tradición de Salvador de Madariaga y la Sociedad de Naciones. Una vez más, sin embargo, necesitará a Europa para conseguirlo.

 

DIAGNÓSTICO

Todos estos son problemas complicados, y como tales tienen difícil solución. Sin embargo, creemos que su Gobierno se encontraría en una mejor posición para trabajar con ellos si tuviera en consideración algunos de los elementos que mencionamos a continuación, y que constituyen un diagnóstico sobre lo que falla que, en nuestra opinión, por lo menos merecería la pena discutir. En lo esencial, pueden ser reducidos a un problema clásico que tiene que ver con fines y medios, y con la relación entre ambos. Veamos por qué.

 

1. Falta de estrategia

Unas veces, su política tiene una gran orientación normativa e idealista, como cuando inicia o secunda grandes iniciativas (la Alianza contra el Hambre y la Alianza de Civilizaciones), defiende la legitimidad de instituciones como la ONU o promueve la adhesión de Turquía a la Unión Europea. En todos estos casos, es evidente que su política va más allá de una visión estrecha de los intereses nacionales y se sitúa en el ámbito de los principios. Su discurso del Museo del Prado a comienzos de legislatura, en el que planteó una “política exterior comprometida” e hizo visible su compromiso con la moratoria de la pena de muerte es un buen ejemplo de ello.

Otras veces, sin embargo, hace gala de grandes dosis de realismo, como cuando porfía por un asiento en el G-20, usando argumentos basados en el puro peso económico; se acerca a China o Rusia por motivos comerciales, dejando al margen su desastroso récord de derechos humanos; apoya a las empresas españolas en el exterior en sus disputas con gobiernos extranjeros; mantiene la ayuda oficial al desarrollo a países que por renta no la merecerían, pero que están dentro de nuestra órbita de intereses; se suma a los que quieren mantener un alto grado de protección agrícola en el ámbito de la Unión Europea, o despliega nuestra diplomacia en el Africa subsahariana, donde se originan los cayucos que tanto inquietan a la opinión pública española.

           
La realidad es que España no cuenta con los medios necesarios para alcanzar objetivos ambiciosos
           

En otras ocasiones, su política exterior adquiere un tinte excesivamente ideológico, o aparece dominada por consideraciones electorales de política interior o de partido, como cuando se desmarca de sus aliados europeos y de la OTAN en Afganistán o en Kosovo o prolonga artificialmente el desencuentro con EE UU. Comparado con González, usted ha seguido una política exterior más de izquierdas y más ortodoxa que aquél. Sin embargo, su segundo mandato y la llegada de Obama podría ofrecer una buena oportunidad para centrar algo más su diplomacia, lo que sin duda le ayudaría a tener un impacto mayor y más duradero. ¿Es esta amalgama el resultado de una estrategia o sólo la suma de unas partes no coherentes del todo? Curiosamente, España ha venido elaborando planes sectoriales (Plan África, Plan Asia), pero carece de una visión (formal) de conjunto. Por eso, muy a menudo, la política exterior es la consecuencia de lo que se hace, de las decisiones que se van tomando en respuesta a los acontecimientos, no su causa. De la misma manera, se acepta con demasiada naturalidad (incluso con fatalismo) la ausencia de coordinación entre diversos departamentos de su Gobierno. En un día normal de la acción exterior española, el Ministerio de Comercio defiende una posición liberal en la Ronda de Doha, pero el de Agricultura defiende la Política Agrícola Común a capa y espada en la UE; mientras, la Secretaría de Estado de Cooperación Internacional impulsa proyectos de seguridad alimentaria que son contradictorios con todo lo anterior y, al mismo tiempo, Defensa y Exteriores actúan sin coordinarse ni informarse mutuamente respecto a los cambios de política en aquellos escenarios (como Afganistán, Kosovo o Líbano), donde hay tropas españolas destacadas. Todo ello sin olvidar el hecho de que el Ministerio de Justicia e Interior, o el de Trabajo y Seguridad Social llevan a cabo su propia acción exterior. Pero la política no es sólo, como popularizó Lindblom en su clásico análisis de las políticas públicas, la “ciencia de salir del paso”, sino la capacidad de anticiparse a los acontecimientos e influir en ellos. El matiz es importante: todo lo acaecido en torno al G-20 es sin duda un buen ejemplo de las consecuencias de no tener una estrategia. La política exterior se convierte en reactiva, cuando no en meramente intuitiva.

Cualquiera que le escuche a usted con regularidad, a su ministro de Exteriores o a los responsables de la política exterior sabe de carrerilla las prioridades: “Europa, seguida de América Latina, a continuación el Magreb y Oriente Medio, sin descuidar, claro está, Asia, y, por supuesto, con especial atención al continente africano”. ¿Es esto realista? ¿Hay la voluntad y los medios para sostener cinco prioridades en cinco continentes además de los inevitables temas transversales (seguridad y desarme, pobreza y cambio climático…)? ¿No es el momento de fijar objetivos más concretos, discutir cuál es el valor añadido, y aplicar energías para lograrlos?

 

2. Falta de medios

Nuestro diagnóstico parte de una idea muy simple: el qué depende del cómo. Es decir, que gran parte de los problemas de definición tienen relación con el cómo se hace la política exterior. Puede parecer una formalidad, pero la democracia española tiene ya algunos años de experiencia internacional en un contexto multilateral y europeo y su posición en el mundo es lo bastante importante como para que los ciudadanos del país puedan conocer de primera mano cuáles son los objetivos de la acción exterior, las prioridades, y también los medios que se van a destinar a su consecución. Son muchos ya los años en los que se pide al servicio exterior que supla con celo la falta de medios (algunos jocosamente se preguntan si no se estará hablando de “celofán”, ya que hay zonas que están prendidas con alfileres).

La realidad es que España no cuenta con los medios necesarios para alcanzar objetivos ambiciosos. Ha tenido que quemar etapas durante la transición e improvisar mucho, con el objetivo de poner al país en su sitio y lograr la normalidad. Pero esto se ha logrado hace casi diez años. Con la entrada en el euro ya nadie duda de su papel internacional como potencia media, con un activo tan importante y global como la cultura en español.

Nada se conseguirá sin un Ministerio de Asuntos Exteriores reforzado, no sólo con dinero para cooperación. Debe poder coordinar al resto de los ministerios con más eficacia. Para ello hay que modernizarlo, con una reforma a fondo de la carrera diplomática que abarque los requisitos de entrada y, sobre todo, introduzca una buena gestión de recursos humanos. Los puestos en Madrid deben estar mejor pagados, es necesaria una especialización mayor de los diplomáticos (en especial, lingüística) y hay que introducir la formación continuada en la carrera. Se necesita más gente pensando y planificando, y menos reaccionando y ocupándose sólo de lo que es urgente. Sin despolitización de la mayoría de los nombramientos de embajadores y altos cargos no se conseguirá que el Ministerio trabaje con sentido de Estado y dé continuidad a la política exterior española.

 

3. Asignaturas pendientes

Además de los fines y los medios, creemos que el Gobierno español debe ser más fuerte y consecuente en la defensa de sus principios. Esto requiere hablar de una de nuestras grandes asignaturas pendientes: la promoción de la democracia y de los derechos humanos, que es hoy un elemento irrenunciable en la política exterior de un país avanzado.

Usted se ha definido a menudo como un republicano, en el sentido que se le da al término en teoría política, y en línea con Petit, su filósofo de cabecera, cree en la libertad como no dominación. Admira a Kofi Annan, y por eso lo eligió para que le presentara en su conferencia sobre política exterior a comienzos de legislatura. También se considera usted un firme defensor de la legalidad internacional, pero ésta no sólo consiste en el respeto a la soberanía de los Estados y la no injerencia en los asuntos internos de cada uno: los derechos humanos también son derecho internacional. Y, sin embargo, una de las cosas que más llama la atención de la política exterior española fuera de sus fronteras es que, viniendo de un país que ha tenido un pasado autoritario, conceda tan escasa importancia a la promoción de la democracia y de los derechos humanos.

La diplomacia, entendida como la gestión de las relaciones entre Estados soberanos, no agota ni mucho menos la política exterior de un país democrático. Los diplomáticos españoles, en general, son muy profesionales, aunque sean muy pocos y necesiten muchos más medios e incentivos. Pero es difícil pedirles, sin un entrenamiento adecuado, que conecten con los ciudadanos de otros países, y que aprendan a hablar con la oposición a los gobiernos con los que por obligación tienen que mantener excelentes relaciones. Se trata de un tema difícil, incómodo para ellos, que les obliga a introducir tensión en las relaciones bilaterales. Pero no hacerlo significa que la política exterior será sorda y ciega, además de contradictoria con nuestros principios: episodios como la negativa a hablar con el Dalai Lama por miedo a irritar a China o la reticencia a reunirse con los disidentes cuando se visita La Habana deben quedar superados.

 

TRATAMIENTO

1. Arremánguese

Su compromiso personal es imprescindible. El jefe del Gobierno en cualquier país europeo debe dedicar la mitad de su agenda a los asuntos europeos e internacionales, algo que se echa de menos en suelo español. Si quiere conseguir resultados en estos próximos tres años, debe hacer una apuesta personal fuerte por estos temas, incluir en su uso intensivo del móvil a líderes europeos e internacionales, dedicarle mucho tiempo a la lectura de informes, y pasar horas y horas tratando y conversando con sus colegas de otros países. Debe pasar del ser al estar, es decir, además de ser una referencia ideológica para la izquierda de otros países, incluso un icono, debe aspirar a estar como interlocutor obligatorio y fiable en los grandes debates de gobernanza mundial. Su ministro de Exteriores es un sherpa, alguien que le ayuda a subir a las cumbres, pero que no subirá por usted: la dedicación y el sacrificio son parte del juego. Como dicen los anglosajones, “no pain, no gain” (sin sacrificio no hay beneficio). Los presidentes son hoy insustituibles. “Nada es posible sin las personas, nada es duradero sin las instituciones”. La clásica cita de Monnet es hoy más cierta que nunca. No sólo vivimos en un país sumamente presidencialista (¡qué le vamos a contar que no sepa!), sino que la propia gobernanza global también se ha hecho cada vez más presidencialista. Esto se debe a un déficit institucional que obliga a los líderes del Gobierno a llevar en persona la agenda de las grandes instituciones internacionales. A veces, como ahora, la debilidad del sistema internacional se solapa con un déficit de liderazgo. Lo cierto es que Europa anda escasa de líderes: usted dio un paso al frente en un momento incierto y asumió el liderazgo de su partido cuando nadie daba un duro por usted. ¡Sorpréndanos ahora también!

Las oportunidades de liderazgo que se abrirán de la mano de Obama durante los próximos tres años son inmensas: obviamente, usted no podrá estar en todas así que tendrá que elegir bien. Pero si elige bien y se compromete a fondo, no hay ninguna razón para que España no pueda estar en el grupo que lidere algunas de estas iniciativas. No se trata de algo altruista, como demostró González al apoyar (inesperadamente) a Alemania en algunas decisiones cruciales en la OTAN o durante la unificación alemana, el retorno del activismo puede ser inmenso y muy tangible (los fondos de cohesión son el mejor ejemplo). Por tanto, no sea conservador, asuma riesgos. Le criticaremos cuando lo haga, claro está; pero, ya que estamos en privado y nadie más leerá este informe, le diremos que, como media, los analistas no acertamos más que los políticos cuyas decisiones analizamos. Vea el caso de su colega Sarkozy: es objeto de muchas críticas, pero es indudable que ha impuesto su agenda a la realidad y la dirige con mano firme, es un líder. Por último, actúe según sus principios, pero no sobre la base de clichés o prejuicios ideológicos. Tanto Felipe González como Obama ofrecen buenos ejemplos de cómo compatibilizar las propias ideas y principios con políticas que busquen el consenso de Estado.

 

2. Europa, Europa

El presidente Zapatero logró que España estuviera en la reunión del G-20 en Londres el pasado abril.

Deje de hablar de Europa y de sus instituciones como algo que está allí, fuera de las fronteras españolas. Europa también es usted. Vamos a un mundo multipolar, sí, esto es ya un lugar común; pero como sigamos así, en ese mundo multipolar no habrá un polo europeo. La presidencia española de 2010 está a punto de comenzar y todo indica que tendrá lugar en un momento difícil, en el que la crisis económica seguirá produciendo desconfianza en los gobiernos y también en la Unión. Asimismo, no es nada seguro que vaya a tener lugar con el Tratado de Lisboa ratificado. Si fuera así, el reto será poner en marcha sus novedades, muchas de ellas resultado de delicados compromisos entre los Estados.

La Europa a 27 no funciona en política exterior. Pero la solución no estriba en, como hacen usted y otros Estados miembros, volver al bilateralismo, buscando relaciones privilegiadas con Rusia, China o EE UU. Debe apostar a fondo porque el Servicio Europeo de Acción Exterior nazca lo más pronto posible y tenga los medios adecuados para hacer que Europa actúe como tal en el mundo. También, desde luego, porque el pilar europeo de defensa sea una realidad, lo que no necesariamente requiere gastar más, sino gastar mejor y más coordinadamente con los socios. Y, si el Tratado de Lisboa fracasa otra vez en Irlanda, le recomendamos que piense desde ya en promover un tratado de política exterior europea que permita que los Estados que quieran se integren más estrechamente.

Pregúntese cómo va a salir el Viejo Continente de esta crisis: ¿reforzado o debilitado?, y ¿qué puede hacer usted al respecto, tanto dentro como fuera? El fortalecimiento del Gobierno económico europeo es sin duda el asunto estrella, pero requiere una mayor centralización de poderes en Bruselas que no conseguirá el consenso de todos los socios, ni siquiera de los miembros del euro. Encima de la mesa hay propuestas muy interesantes (crear un tesoro europeo, poner en marcha un mercado de bonos europeo, fusionar los reguladores de los mercados, reformar la Agenda de Lisboa), pero nadie que quiera asumir el coste de liderar estas propuestas. Usted será el único líder europeo claramente de izquierdas, por lo que lo tiene difícil, pero España siempre ha tenido una posición económica centrada y tiene un gran capital europeísta acumulado, así que busque los nichos y elija pocos temas (la actual agenda de la presidencia tiene tantas prioridades que impide que haya alguna).

Hacia fuera, las ampliaciones están paralizadas, lo que no sólo concierne a Turquía, sino también a los Balcanes. ¿Es verdad que cree en la ampliación? Comprométase. En el caso de que sea así, sea consecuente y comience a diseñar el paquete presupuestario e institucional que hará posible llevar la Unión Europea a 35 miembros en 2020. En 1997 se hizo la Agenda 2000 para preparar la ampliación. Si durante su presidencia no impulsa algo semejante, la gente pensará que su apoyo a los Balcanes y a Turquía es puramente retórico. A lo mejor habla usted con Francia, Alemania y otros y constata que la adhesión turca es sencillamente imposible: quizá merecería la pena entonces que liderara el diseño y la puesta en marcha de un Plan B, un estatuto especial de adhesión para aquellos países que no quieren o no pueden ser miembros plenos. ¿Quién sabe? Igual Reino Unido se lo compra cuando (previsiblemente) ganen las elecciones los conservadores, e incluso puede que el modelo pudiera eventualmente aplicarse a Ucrania u otros.

Aproveche la presidencia de 2010 para equilibrar su papel en los Balcanes. Pese a lo que parece pensar, no hay paralelismo alguno entre Serbia y España, así que no derroche simpatía innecesaria. De hecho, el año que viene, cuando se plantee la entrada de Croacia y de Serbia en la UE, será el mejor momento de reconocer con iguales dosis de pragmatismo y europeísmo a Kosovo. Si no quiere que sea un precedente para el caso español, no lo cree usted mismo con una posición excéntrica. Las circunstancias de genocidio y de limpieza étnica que se dieron en Kosovo y que han llevado a la autodeterminación no se han dado en nuestro país. El nacionalismo español y el serbio no tienen nada que ver. Dicho de otra manera, son nuestros socialistas y populares vascos, tan a menudo perseguidos por un nacionalismo étnico basado en la sangre y en la raza, los que tendrían todo el derecho a sentirse kosovares. Por tanto, cuanto antes deje de pertenecer España al club proserbio formado por Rusia, Eslovaquia, Rumania y Grecia, mejor. Deje de ser el mejor amigo de Belgrado a cambio de nada, o hágalo a cambio de algo (apuntándose el tanto de entregar al criminal de guerra Mladic o acepte la misión EULEX). Si en su momento se hubiera sumado al consenso cuando se produjo la independencia, los grandes (EE UU, Francia, Reino Unido, Alemania) le deberían una: ahora les debe usted una por romper el consenso europeo, así que cancele la deuda en cuanto pueda.

Bien visto, a lo mejor Europa le parece una tarea imposible. Y hasta puede que tenga usted razón. La Unión ampliada, regida bajo la unanimidad a la hora de reformarse, una Comisión Europea debilitadísima y unos Estados que tiran fundamentalmente hacia lo liberal y conservador, puede que no sea el mejor escenario. Quizá quiera explorar otros, más multilaterales, como el cambio climático o la pobreza. Le avisamos, no obstante, de que las dificultades que encontrará en cada uno de ellos harán palidecer las que encuentra en Europa y, lo que es peor, sin el apoyo explícito de Europa, no podrá lograr nada en esos escenarios.

 

3. Franqueza con Obama

Con el nuevo presidente de EE UU sea auténtico, no intente agradarle y plantéele su propia visión del mundo. ¿No le gusta cómo lleva la OTAN las relaciones con Rusia? Dígaselo. Seguramente le prestará atención. La Alianza necesita muchos cambios; intente liderarlos. Barack Obama escucha muy bien y no es nada superficial. Se ha movido hacia el centro, como cualquier presidente de esa nación con muchos rasgos conservadores. Como ha visto en su primera visita a Europa, Obama ni siquiera tiene la conexión personal de Clinton con el Viejo Continente y, en el fondo, no espera mucho de este lado del Atlántico, pero está dispuesto a ser muy amable y a hacernos sentir muy bien. Con la experiencia española en energías renovables y en alta velocidad, hay una baza empresarial que ganar. Pregúntese además: ¿qué haría París si hubiese más de cuarenta millones de francófonos en EE UU? E impulse la política hacia las élites hispanas, tanto para reconectarles con sus raíces como para hacerles más exitosos en su integración en EE UU.

Usted ha dicho que “España no es partidaria, ni lo va a ser, de incrementar las tropas en Afganistán”. Es una afirmación que no tiene mucho sentido. Pero, si esa es de verdad su filosofía, debe ser coherente y retirarse y buscar un escenario de despliegue alternativo. En Afganistán, o estamos por un interés nacional directo (si percibimos una amenaza directa a nuestra seguridad, léase Atocha) o por nuestros compromisos internacionales. En ambos casos, la política debe ser racional y consecuente, y las tropas deben aumentarse o reducirse en función de los objetivos. ¿Que la seguridad en la zona española aumenta? Se pueden retirar algunas tropas. ¿Que los talibanes impiden cumplir la misión? Habrá que reforzar el contingente. Esto es lo normal, y todo el mundo lo entendería. Fijarse un techo es reproducir a escala local el error del límite de los 3.000. Los mejores estrategas, como Michael Porter, recomiendan a la hora de situarse en un mercado o en un mapa del mundo no incurrir el error de “quedar atrapados en el medio” cuando hay dos alternativas claras, y eso es lo que le puede pasar a España en Afganistán. Por eso, involúcrese a fondo en Afganistán o retírese, pero no intente pasar desapercibido.

 

4. Tome partido en Iberoamérica

Reparto de ayuda española en Haití.  

Después de cinco años de política exterior bajo su gobierno, la pregunta todavía es ¿a quién apoyamos? América Latina está tan partida por la mitad que se parece mucho a España en los 70. En su lucha por la modernización económica, política y social, unos han caído en el dogmatismo, otros han salido adelante con pragmatismo. Obama ha despojado de un solo plumazo a los populistas de toda su retórica antiamericana. El siguiente paso debe darlo España.

Madrid debería ser un buen ejemplo de lo que se puede lograr con un gran consenso, y debería ayudar tanto a la derecha como a la izquierda latinoamericana a lograr compromisos incluyentes. Pero ello requiere ser crítico, tomar partido, denunciar los excesos, y no conformarse con adoptar el papel de inane reina madre o comprensiva madre patria. No puede ser que la Commonwealth, teniendo como tienen sus miembros muchos menos lazos culturales entre ellos que nosotros con Latinoamérica, sea más crítica con sus miembros (véase el caso de Zimbabue). ¿Nuestro consejo? Tome partido, conviértase a base de trabajo y de horas en una referencia para el centro izquierda moderado. Promueva que PP y PSOE hagan en América Latina lo que las fundaciones alemanas hicieron en la España de los 70. Es cierto que los dos líderes regionales, México y Brasil, cada vez necesitan menos a España, pero por eso debe involucrarse a fondo para seguir cerca de estos países. No se olvide que la cultura en español es el principal activo de la política exterior española, y que la mayoría de los hispanohablantes tienen acentos suaves.

En Cuba, manténgase cerca de tres sectores clave, el Ejército, la Iglesia y la disidencia, y prepare con otros países iberoamericanos una “transición latina”, basada en la mayoría moderada y en la reconciliación de las dos mitades del país. Sea por tanto equidistante y firme, de tal manera que dentro de 10 años el pueblo cubano pueda sentir agradecimiento, y no rencor o indiferencia, hacia España. Y esto vale para toda América Latina, donde Madrid debe ser un referente de primer orden, no sólo por la cultura común o por la presencia económica, sino por los valores democráticos.

 

5. Olvídese de Oriente Medio

Le resultará difícil aceptar esto, pero, a pesar de que el ministro Moratinos es uno de los grandes especialistas mundiales en el tema, le recomendamos que se olvide de Oriente Medio, del Proceso de Barcelona y de la Unión por el Mediterráneo. Son demasiados años de fracasos bilaterales europeos como para no haber aprendido la lección de que sólo mediante una UE fuerte habrá una política fuerte en la región. En Oriente Medio, los intereses de España son indistinguibles de los intereses de Europa, así que el trabajo tiene que consistir en reforzar la política europea.

Desde el punto de vista de los intereses españoles, el problema es la relación con Marruecos y Argelia (y la relación entre ellos). Ahí sí que tiene usted un papel que jugar, y la sociedad más aún, vía los intercambios económicos, profesionales y sociales. Marruecos es para España lo que México es para EE UU, y Madrid ya tiene la entidad suficiente como para liderar una transformación radical de las relaciones entre la UE y Marruecos sobre la base de la interdependencia y de la apertura mutua (de hecho, ya lo está haciendo, así que siga por esa línea). Por tanto, en su trato con el Magreb, no sólo debe fortalecer el “colchón de intereses” que se ha creado a lo largo de estos años y favorecer los vínculos con la sociedad civil emergente, sino demostrar en la práctica (también con los inmigrantes marroquíes en España) que su Gobierno es capaz de gestionar las interdependencias. Un futuro de libre comercio con Marruecos y completa liberalización de inversiones no estaría nada mal, pero hay que atreverse a gestionarlo.

 

6. No hay fines sin medios

Mucho nos tememos, sin embargo, que el Gobierno ha vuelto a abandonar el proyecto de reforma de nuestro servicio exterior, pese a haberlo incluido en el programa electoral y después de haberlo iniciado en la legislatura pasada y cerrado en falso ante la avalancha de problemas que se vinieron encima. Reformar el servicio exterior requiere que el ministro viaje menos, negocie con otros miembros del gabinete y se desgaste políticamente, pero es imprescindible. Su actual ministro de Exteriores no tendrá la excusa de sus predecesores de haber pasado demasiado poco tiempo en el Ministerio: esta vez no.

Todos los gobiernos han ensayado con las instituciones de política exterior, haciendo y deshaciendo el Consejo de Política Exterior, cambiando organigramas y variando la asignación de responsabilidades. Defensa, Exteriores y Moncloa tienen sus propias unidades de análisis y planificación, todas pequeñas, y aunque se coordinen informalmente, no lo hacen de forma permanente. ¿No es hora ya de pensar a largo plazo? España es un país importante, con un peso propio en el mundo. Y usted, presidente, puede tener a su disposición todas las mañanas los mejores análisis sobre el mundo en el que vivimos, señalando cómo afectan a España y qué opciones se presentan ante nosotros. Pero para eso tiene que aceptar trabajar en equipo, rodearse de gente que le proporcione puntos de vista complementarios, o incluso contradictorios con los suyos, y reunirse con frecuencia con sus asesores para evaluar de forma abierta y sin prejuicios los problemas y sus posibles soluciones. También son necesarios medios para ejecutar las políticas y no quedarse en la mera retórica. Por eso, recomendamos que una comisión independiente elabore un documento donde se examine el mundo en el que vivimos, sus grandes tendencias, los retos, los objetivos a lograr, así como los medios que quieren dedicarse a esta tarea. Al fin y al cabo, la mayoría de los países de nuestro entorno realizan regularmente este tipo de análisis, llámense estrategias de seguridad nacional o similares, que detallan los objetivos (europeos, atlánticos o multilaterales) y también las áreas geográficas y transversales que serán prioritarias. ¿Quiere usted dejar como legado una política exterior de calidad? Está todavía al alcance de su mano.