La situación en Yemen es cada vez más complicada y la sombra de una guerra civil acecha. El miedo se ha apoderado del país que cuenta con conflictos internos, el terrorismo de Al Qaeda y graves problemas económicos. 

Yemen está estancado. El presidente del país, Alí Abdalá Saleh, no ha firmado, por ahora, el Plan del Consejo de Cooperación del Golfo (CCF), formado por Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Bahréin, Qatar y Omán. Este proyecto, que fue en un principio aprobado por el mandatario y la oposición, está basado en un documento elaborado por la embajada estadounidense en Saná, conocido como 30+60, que señala que en un máximo de 30 días el Parlamento debe aprobar la ley de inmunidad para Saleh. Además, éste debe entregar el poder al vicepresidente, que ha de asumir la jefatura de forma provisional hasta que convoque elecciones presidenciales en el plazo de 60 días.

Ahora Saleh ha decido no plasmar su rúbrica porque hacerlo le convertiría en un líder derrocado por su pueblo, como le pasó a Mubarak y Ben Alí. Según ha declarado el ex primer ministro del país, Abdul Kareem al Eryani, "una semana o dos es lo máximo para superar esta crisis y poner al país en el camino correcto de una forma segura". Asimismo, ha asegurado que Saleh no ha firmado el acuerdo, porque no quiere hacerlo como jefe de Estado, sino como líder de su partido, para protegerse a sí mismo y al Gobierno.

No obstante, para los ciudadanos esto ha sido un gran golpe, al igual que para la oposición y los promotores extranjeros del proyecto. Los únicos que parecen haberse alegrado por la decisión del presidente ha sido el movimiento juvenil, precursor de las manifestaciones contra el mandatario yemení.

Las calles de las principales capitales del país amenazan con volver a hospedar a miles de manifestantes –muchos armados-, que por el momento se han mostrado pacíficos, pero que no descartan optar por la agresión si Saleh arremete contra ellos. Recientemente, los jóvenes se han lanzado a la calle para rechazar abiertamente el plan propuesto por el CCG, con el mensaje directo de “no a la negociación, no al diálogo. Dimite o vete”. Y es que cuando parecía que después de tres meses de protestas, el país más pobre de la Península Arábiga podría encontrar una solución –para algunos- los impulsores de las revueltas han asegurado que este intento solo trata de “salvar al régimen y a sus allegados”. Sus demandas son que el Gobierno se vaya junto con los líderes de la oposición, porque ya no reflejan las necesidades y aspiraciones de la calle, exigen cambios democráticos y llevar a Saleh ante los tribunales. Sin embargo, ellos no están organizados y no tienen una figura clara que les represente.

Cuando empezaron las protestas, a los manifestantes yemeníes pronto se les unió el Foro Común, formado por siete grupos opositores, que en un principio rechazaron el plan CCG, pero que después se sumaron a él, aun sabiendo las grandes dificultades que tendrían para convencer a los auténticos impulsores de las revueltas para que aceptaran el documento.

Yemen se ha convertido en un auténtico polvorín. El país antes de sumarse a la primavera árabe, ya contaba con una muy difícil situación que se ha visto agravada por el contagio de las revueltas. El Estado yemení cuenta con escenarios más complejos que Túnez y Egipto que ponen en peligro su estabilidad desde hace tiempo. Sufre una grave crisis económica, un complicado sistema tribal, una pobreza incrustada -principalmente en el norte donde no llegan ni abastecimientos suficientes ni recursos sanitarios-, un movimiento separatista en el sur y una insurrección huthi en el norte. Además de la presencia palpable de Al Qaeda y un gran número de desplazados internos.

Además, la oposición no está cohesionada en su totalidad, porque no todo el mundo está en contra del presidente. Exigen reformas, pero muchos no hablan de la marcha del mandatario. Y ahora que parecía que estaban de acuerdo en firmar el pacto, eran muchas las voces opositoras en contra de la iniciativa extranjera por traicionar a la gente de la calle.

No obstante, los últimos acontecimientos parecen mostrar que soldados e independentistas se han unido en contra de Saleh, algo antes totalmente insólito. Incluso, que Sur y Norte apoyen al movimiento de juventud. Según, Alí Naser Mohamed, antiguo presidente de Yemen del Sur, existe un riesgo de partición en el pueblo sólo si Saleh se queda en el poder. Por su parte, Haidar Abu Bakr al Attas, también antiguo mandatario en la zona, ha dejado de pedir la independencia para exigir el cambio de régimen. Pero las preguntas serían: ¿están ahora unidos para separarse después? ¿No piden en el sur la independencia para pedirla más tarde?

Lo único que está claro en Yemen es que el caos azota el país. Los tanques salen a las calles de Saná pero vuelven a sus posiciones rápidamente –parece un aviso del Gobierno-, las principales ciudades están siendo víctimas de atropellos entre ambos bandos, la sensación de inseguridad es constante, los ministerios están paralizados, hay embajadas que se han marchado -algunas como la española se fue pero ha regresado recientemente. Los enfrentamientos se han recrudecido y hasta ahora, según la organización International Crisis Group, 150 personas han muerto en el conflicto, aunque esta cifra puede ser mayor, dada la dificultad que se está teniendo para obtener información veraz. Los periodistas internacionales fueron expulsados del país y muy pocos medios extranjeros han conseguido el visado para poder retransmitir. Además, pocas organizaciones humanitarias pueden entrar para actuar en el terreno y socorrer a los civiles.

El otro gran problema es la clara presencia de Al Qaeda. Yemen es la base más segura de los terroristas, todo el mundo sabe dónde están y qué hacen. Ahora con las revueltas y la visible situación de caos es un momento idóneo para que ellos puedan conseguir más poder y extenderse. Precisamente, la lucha contra el terrorismo era el argumento que el presidente Saleh utilizaba con las potencias internacionales para obtener dinero extranjero.

Claramente, las partes tienen un ojo puesto en Libia y no quieren que suceda algo similar en Yemen, de lo contrario ya se hubieran enfrentado con mucha más fuerza. El problema libio está ralentizando a Yemen, porque realmente los ciudadanos están aterrorizados por el surgimiento de otro conflicto, que podría destruir totalmente al país. No obstante, la sombra de una guerra civil acecha e incluso cabría hablar de los microconflictos que se podrían desatar y dispersar territorialmente entre las tribus.

Por ahora, el nuevo plan parece no convencer a nadie. Ni siquiera a las partes implicadas en él. Saleh porque exige inmunidad para él y su familia y conservar su fortuna, estimada en 50.000 millones de dólares (unos 34.000 millones de euros), además de irse con la cabeza alta. La oposición porque no se fía de las intenciones del presidente. Los países de la región precursores del plan como Arabia Saudí, Kuwait o Bahréin tienen sus propias revueltas. EE UU parece querer una salida rápida del dirigente, pero no sabe cómo actuar. Y mientras tanto las reformas no llegan, los manifestantes siguen en la calle, Al Qaeda campa a sus anchas y la violencia parece recrudecerse. La situación se ha estancado y la salida está todavía por ver, y más aún con el rechazo de Saleh, que lleva ya un tercio de siglo gobernando, a firmar el documento.

 

 

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