Imagina que un día despiertas y eres España. Que desembarcas o aterrizas en un lugar donde tú ya no eres tú, sino España… FP en español ofrece un extracto en exclusiva del próximo libro del diplomático Manuel Montobbio.

 

  • Tiempo diplomático
    Manuel Montobbio
    120 páginas
    Icaria editorial, Barcelona, 2012

 

El necesario punto de partida es conocer, aprender, saber quiénes somos, qué queremos —globalmente y frente al Estado y la sociedad en que estamos destinados—, quiénes son los actores que conforman nuestra Política Exterior, quiénes desde el Estado y la sociedad mantienen relaciones o tienen o pueden tener interés en relacionarse con los del Estado y sociedad adonde vamos. Pues si nos planteamos que la diplomacia sea la transformación de la dinámica de una relación en un círculo virtuoso positiva y progresivamente retroalimentado y un juego de suma positiva, no podemos sino empezar conociéndonos a nosotros mismos y haciéndonos las preguntas relevantes para nosotros y los otros. Preguntas presentes, sin embargo, desde el inicio en nuestro pensamiento y nuestra acción.

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Acción en ejercicio de las funciones propias del diplomático, las tres clásicas de representar, negociar e informar, a las que añadiría, a la luz de mi experiencia, las de catalizar y traducir mundos. Pues el contenido de lo que hace un diplomático puede variar según la función o puesto que ocupe —de la promoción económica y comercial a la acción y gestión cultural, los asuntos políticos o consulares; o la negociación sobre el cambio climático o el régimen internacional de la Antártida o el espacio ultraterrestre. Y eso mismo pueden hacerlo también otros profesionales, que pueden estar más especializados en asuntos concretos. Mas no es solo de lo que se ocupa lo que le caracteriza; sino qué hace respecto a esas cuestiones, el ejercicio de esas funciones. Y su capacidad de ver el bosque por encima de los árboles, de poner las cosas en perspectiva de la política exterior y las relaciones internacionales globales del Estado, o del sistema internacional en su conjunto.

Representar y relacionar, relacionarse. La labor del diplomático es conocer el país, promover la actuación y relación de su Estado y sociedad en él. Conocerlo no solo en el papel, en los informes, la prensa y los libros; sino también en la gente, en los lugares, en la vida. Vivirlo. Patearlo. Relacionarse, desde luego, con las autoridades e interlocutores con los que proceda interactuar para realizar la labor encomendada y perseguir los objetivos trazados. Pero también con quienes resulten representativos de todos los sectores de la sociedad, y la gente de a pie con quienes resulte posible hablar de la vida o de cualquier cosa, ir construyendo una red de relaciones, de conocimientos humanos a partir de los que hacerse una composición de lugar sobre el ser de los nacionales del país, sus sueños, sus mitos, sus preocupaciones, sus esperanzas y sus miedos. Comprenderlos, aprender a ponerse en su piel, hacérselo sentir. El diplomático es un explorador. Destinado a ser considerado como guía, a hacer de guía de sus autoridades y nacionales que visiten y se relacionen con el país donde está. De personas, y de lugares. No puede ni debe, en la medida de lo posible, quedarse solo en el centro de la capital y los barrios diplomático o residenciales, permanecer en la ciudad prohibida en que algunos regímenes han llegado a confinar a los diplomáticos; sino conocer también sus barrios, dónde y cómo vive la gente, y adentrarse más allá, en sus paisajes, sus montañas, sus lagos y sus mares, conducir sus carreteras o coger sus trenes hacia cualquier ciudad, turística o no, visitar a sus alcaldes y autoridades, o simplemente pasearse por ella, comer su comida, escuchar su música, celebrar sus fiestas, bailar sus bailes. Construir poco a poco hacia dentro una representación de su país, de su mundo, aprehenderlo y comprenderlo. Representar a tu país hacia fuera, y representarte el suyo hacia dentro.

Comprender, aprehender para informar, explicar. Para producir los famosos telegramas o cables diplomáticos hechos públicos por Wilkileaks en el caso del Departamento de Estado, y que con mayor o menor rigor todas las diplomacias producen. Informar sobre lo que sucede o puede suceder, y sobre lo que nos interesa. Informar y analizar, y proponer acciones o posiciones frente ello. Información que no compite ni puede competir ya con la de los medios de comunicación, que difiere con ellos en el lector —el Ministro o Ministra de Asuntos Exteriores y las instancias de decisión y seguimiento del país y del tema en el Gobierno y las estructuras del Estado—, en la perspectiva —los intereses o consecuencias para el Estado que representas o para la agenda internacional u otros actores relevantes—, y en el propósito —información y análisis para la acción, para proponerla frente a la situación objeto de ella, sugerir posicionamiento o acción, o solicitar instrucciones frente a ella. Informar sobre lo que pasa, y sobre lo que hacemos o podemos hacer, sobre lo que vemos y cómo nos ven, o quisiéramos o nos interesaría que vieran y nos vieran. El diplomático es los ojos, los oídos, el olfato, el gusto y el tacto, los sentidos y la sensibilidad del Estado en y frente al otro Estado. Y la sociedad. Transfiere lo que percibe a los servicios centrales del Ministerio de Exteriores y las instancias de procesamiento y toma de decisión de su Estado, al cerebro de este que procesa la información sobre la realidad percibida y transmite las órdenes para la reacción y acción frente a ella.

Representar, informar, negociar: tales son las que tradicionalmente han sido consideradas las funciones del diplomático, y entendidas en toda su dimensión y potencialidad describen en buena medida y en esencia lo que hace. Mas, a la luz de mi experiencia, yo añadiría a ellas las de catalizar y traducir mundos.

Catalizar. En un mundo globalizado, todos los actores y personas pueden ser sujetos de acción y relación internacional, en que la proyección y peso internacional de un Estado no depende ya solo de su acción —y de la de su diplomacia— sino de la presencia y relaciones internacionales de todos los actores relevantes de su sociedad: empresas, medios de comunicación, instituciones culturales, escritores y artistas, universidades y entidades académicas, organizaciones no gubernamentales, equipos de fútbol… y todos aquellos que podrían escribirse tras estos puntos suspensivos. Y ya no es el Ministerio de Asuntos Exteriores —antiguamente conocido como Ministerio de Estado— el único que se relaciona con el exterior y lleva a cabo las relaciones internacionales del Estado, sino todos sus ministerios, poderes, instituciones y entidades públicas, desde los poderes legislativo y judicial al ombudsman o el tribunal de cuentas, y las comunidades autónomas y las entidades locales. Es ahí donde el diplomático puede y debe catalizar su conocimiento y relaciones de ambos países y mundos, desarrollando progresivamente un círculo virtuoso y positivamente retroalimentado. En uno y otro sentido, y para ello explora y conoce el Estado y la sociedad donde está y sus dramatis personae. Una empresa puede buscar un socio, una universidad otra con la que desarrollar una iniciativa, una institución cultural acoger o enviar actividades o producción cultural, un medio de comunicación informar sobre un tema, un político conocer la transición española o determinado aspecto de nuestro sistema político u ordenamiento jurídico. Al entrar en contacto y relacionarse con ellos, el diplomático puede detectar esos intereses, o dar a conocer realidades o entidades, o personalidades españolas que puedan despertar esos intereses, conformar al relacionarse un juego de suma positiva. De la misma que cuando llama a su puerta cualquier empresario, institución o periodista español que le expone un interés de relación o conocimiento, su conocimiento y relaciones en el Estado y la sociedad donde se encuentra pueden hacer un puente que catalice a unos con otros, que inicie entre ellos ese juego de suma positiva en que sus intereses se satisfagan, y al tiempo aumente el conocimiento, relación y presencia global de España.

La Carrera Diplomática es una carrera. No por casualidad así se la denomina. Una carrera a través del tiempo y del escalafón, de los distintos destinos y funciones que desempeña el diplomático desde el ingreso a la jubilación. Es por ello la diplomacia una profesión que se ejerce con la vida y en la vida. No se es diplomático de nueve a cinco, sino las veinte y cuatro horas. La diplomacia es una ciencia, y también es un arte. Se aprende en los libros, y se aprende en la vida, con el ejercicio, con la experiencia. Con la cabeza, y con el corazón y con el alma.

 

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